La canción de George Harrison que desbancó del primer puesto a un tema de Paul McCartney y la “trampa” para que la escucharan los jóvenes
Como si se tratara de una historia todavía por escribir, aparecieron documentos inéditos sobre la separación de The Beatles en los albores de los '70. Los papeles hablan de presentaciones judiciales para auditar los ingresos globales de los Fab Four, de la difícil sucesión del manager Brian Epstein y otros entretelones legales que no se cerraron sino varios años después. En el medio de las disputas, mientras John Lennon y Paul McCartney se llevaban la mayor atención de la crítica sobre el futuro de sus carreras solistas, a finales de 1970 ocurrió lo inesperado.
Dispuesto a trascender aquella etapa dorada que a la vez parecía un karma difícil de superar, George Harrison lanzó “My Sweet Lord”, icónico en su búsqueda de espiritualidad, y el tema emblemático de All Things Must Pass, primer disco triple de la historia del rock, cuyo sonido ocupó rápidamente los primeros puestos en los rankings musicales de todo el mundo.
Una suerte de maldición, sin embargo, acechó al guitarrista. Un grupo musical lo llevó a la Justicia -que, seis años después, terminó en una multa por “plagio involuntario”- y en su entorno cercano lo vieron tan apesadumbrado que creyeron podría abandonar la creación. Al año siguiente Harrison escuchó a su amigo Ravi Shankar hablar sobre una guerra y poco tiempo después, en un cambio de timón anímico, organizó un mega evento con estrellas del rock como Bob Dylan y Eric Clapton para juntar fondos: en el Madison Square de Nueva York se celebró, en dos noches, The Concert for Bangladesh. Así, creó la idea del rock benéfico -cuyo álbum acompañante se llevó el Grammy al Álbum del Año-, que más de una década después alcanzaría su cumbre en los recitales de Live Aid o con “We are the World” sonando en las radios.
Entonces llegó la revancha. Apagado por el litigio de “My Sweet Lord”, Harrison pensó en canciones para un nuevo disco tras años de silencio. Y el primer single fue todo lo pegadizo y hitero que podía resonar en la época. Una plegaria universal y sencilla, directa tanto en su fraseo como en la entonación. “Dame amor/Dame amor/Dame paz en la tierra/Dame luz/Dame vida/Mantenme libre desde el nacimiento/Dame esperanza/Ayúdame a sobrellevar esta pesada carga”.
“A veces abres la boca y no sabes qué vas a decir. Y lo que sale es el punto de partida. Si eso sucede y tienes suerte, normalmente se puede convertir en una canción. Esta canción es una oración y una declaración personal entre el Señor, yo y quien le guste”. Eso dijo George Harrison sobre una de sus canciones más populares, “Give Me Love (Give Me Peace on Earth)”, tema de apertura y sencillo principal de su segundo álbum solista, Living in the Material World.
“Give Me Love (Give Me Peace on Earth)”, en efecto, se lanzó en mayo de 1973 en Estados Unidos y dos semanas después en Inglaterra como primer single del disco. En pocas semanas desbancó -en un hecho casi irónico- a “My Love”, de Paul McCartney y Wings de la cima del Billboard Hot 100: sería la única ocasión en que dos Beatles ocuparan las dos primeras posiciones en las listas de Estados Unidos. También alcanzó el top diez en Gran Bretaña y Canadá y en otras listas de sencillos de todo el mundo. Capitol Records, que distribuyó Apple Records en Estados Unidos, masterizó el sencillo para que se ejecutara a una velocidad ligeramente más rápida que la versión del álbum. Y así se expandió entre los jóvenes, que la corearon no sólo cuando la escucharon en la radio sino en fogones y encuentros de la era hippie tardía.
Desde allí, George Harrison la interpretó en cada concierto durante sus giras como solista, al estilo de un himno que todos reconocían, y se incluyó una versión en vivo en su álbum de 1992, Live in Japan. Elliott Smith, Ron Sexsmith, Sting, James Taylor, Jeff Lynne y Elton John, entre otros, han grabado versiones. Ed Sheeran tiene un tema con el mismo nombre, “Give Me Love”, aunque se trata de otra canción -¿lo acusaría de plagio Harrison si estuviera vivo?-.
Este año se cumple el 50° aniversario de Living in the Material World y en una nueva edición remasterizada aparece una toma inédita de “Give Me Love” con Harrison a solas en voz y guitarra, brillando acústicamente.
Eran tiempos contrapuestos para uno de los mejores guitarristas de la historia del rock. De anhelo espiritual, afirmando aquellas búsquedas que había comenzado en la India con The Beatles y la cual había marcado un antes y un después en su música, y con problemas terrenales como sus adicciones que, más allá de sus caminos introspectivos, no le permitían hallar un sosiego personal. La canción “Give Me Love (Give Me Peace on Earth)”, que había significado el segundo Nº 1 de su corta trayectoria solista, pareció confirmar sus habilidades como creador de éxitos, pero también insinuó la agitación que lo estaba acechando. Una línea en el estribillo, “Dame esperanza, ayúdame a sobrellevar esta pesada carga”, envía a los oyentes una línea de inquietud a través de la superficie soleada de la melodía; una balada majestuosamente lenta que abriga, en su conjunto, la sensación de que existe una luz parpadeando en algún lugar de la oscuridad.
Tal como se narra en Living in the Material World, el documental de tres horas y media de Martin Scorsese que orbita sobre su obra y personalidad: George Harrison como un hombre espiritual atrapado en el mundo de la materia, sin ser inmune a ella. El cambio de década que convierte a los 60 en los 70 es de suma radicalidad en su vida porque, más allá de lo musical y el renacimiento post Beatle, su matrimonio es puesto a prueba por el triángulo amoroso entre él, su esposa Patti Boyd y su amigo Eric Clapton. No es casual que “Give Me Love” sea la capa más sensible de un disco que insiste en una liberación a través de la religión, no como un sermón, sino como un canto a sí mismo en el laberinto de la incertidumbre. Un Harrison que toma las riendas de la producción, ya sin Phil Spector detrás de las consolas, liderando las sesiones en los estudios de Apple pero haciendo la mayor parte del seguimiento en FPSHOT, su estudio casero en la mansión de Friar Park.
Importando el exotismo oriental al imaginario pop de entonces, sin renunciar a su elegancia formal ni a sus maravillosos riffs, había una tensión en su imagen pública, un irreverente ser extraño de pelo largo que podía ser anfitrión cualquier sábado en su mansión, tanto como pedía largas meditaciones invocando al Maharishi, despojado de toda fama. “Corazón y alma/oh, mi Señor/Por favor, toma mi mano para que pueda entenderte/¿No podrías por favor?/Oh, ¿no lo harás?”, canta en otro pedazo de la canción, acompañado magistralmente por el pianista Nicky Hopkins, el exorganista de Spooky Tooth, Gary Wright, su viejo amigo Klaus Voormann en el bajo y Jim Keltner en la batería.
Cauteloso sobre su vida interior, cuando daba entrevistas se percibía un habitual aire reservado, mezclado ocasionalmente con momentos tristes. En “Give Me Love” demuestra su manejo suelto y natural de las cuerdas -con las que patentó temas como “And I Love Her” o “Something”, añadió el sitar de “Norwegian Wood” y después llegó al cenit de “Here Comes The Sun”-, la que aprendió de forma autodidacta con el método que conocía, escuchando discos una y otra vez, replicando lo que oía mediante prueba y error, con una concentración y una paciencia que, según él mismo decía, nunca tuvo para sus tareas escolares.
Hacia 1973, como lo refleja su biógrafo Philip Norman, George Harrison con tan sólo 30 años era vegetariano pero también consumidor de cocaína, llevaba sellado el símbolo del mantra budista Om en el alerón de su avión privado, y la espiritualidad lo volvía tan obsesivo como malhumorado. Estaba casado con la mujer más guapa de Inglaterra pero tenía una aventura bochornosa con la esposa de Ringo Starr. Y era el exbeatle con más éxito, mucho más que Paul McCartney, pero daba entrevistas en las que decía que su excompañero había arruinado su creatividad -por esas cosas del destino, Harrison murió en una casa de McCartney de la que nadie conocía su existencia, porque su antiguo compañero lo ayudó a refugiarse del dolor del mundo en sus últimos días.
Tras el éxito de “Give Me Love” y Living in the Material World, George Harrison (1943-2001), el menor de los Fab Four, hijo de un chofer de ómnibus de Liverpool, recomendado a John Lennon por Paul McCartney para entrar en marzo de 1958 a lo que entonces se llamaba The Quarrymen; el Beatle pequeño, el Beatle silencioso, el Beatle místico, “la promesa constante, el eterno postergado al que no se le admitían demasiadas canciones ni se le daban demasiadas oportunidades”, como lo definió Rodrigo Fresán, volvió a los primeros puestos de ventas en 1987 con Cloud Nine -con un nuevo hit: “Got My Mind Set On You”-; fue el creador de los Travelling Wilburys -ese dream team que unió a Bob Dylan, Tom Petty, Roy Orbison y Jeff Lynne- y dijo sin problemas para el libro Anthology que “todo lo bueno en la música de los últimos treinta años se lo han robado a The Beatles”.
Harrison había sido el primero en querer dejar la banda, el de aspecto más frágil, el de peor salud y el más dotado para tocar cualquier melodía, aunque George Martin fue siempre durísimo con él en las grabaciones. Cultor de un perfil bajo, no dejó de fumar ni de practicar la meditación y la macrobiótica hasta sus últimos días, tanto como la estima de sus amigos y un matrimonio feliz que lo acompañaron en su larga lucha contra la enfermedad. “Give Me Love”, en la fina sensibilidad de su interpretación, sigue siendo resignificada en las nuevas generaciones, retrato de su época y una de las canciones más perdurables de George.
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