La Cenicienta de Hollywood cumple 100 años: el estudio que forjó éxitos inolvidables y anticipa las preguntas del futuro
El último de los grandes estudios de Hollywood en llegar al centenario es Columbia Pictures. El icónico aniversario, que empezó en enero y se celebra a lo largo de todo 2024, tiene un primer signo de identificación en el comienzo de cada nueva producción del estudio con fecha de estreno en estos doce meses. Lo primero que aparece en la pantalla es una rápida evolución de la imagen característica e histórica de esta marca: la efigie de una mujer que viste una larga toga y mantiene elevada en su mano derecha una antorcha encendida, muy parecida a la que luce la Estatua de la Libertad.
Cada una de las representaciones históricas de esa figura (que apareció por primera vez en 1928) desfila ante nuestros ojos en fracción de segundos. Reconocemos enseguida los cambios y no tardamos en identificarlos con cada etapa histórica del estudio, hasta llegar al modelo actual. Columbia perdura como nombre propio de esta historia centenaria, ahora reemplazada por otra marca poderosa, incorporada desde 1989 al ecosistema hollywoodense. Y afirma este presente de celebraciones, como se verá, anticipando un par de definiciones clave sobre el futuro de la industria.
Fue el 28 de septiembre de 1989 cuando Columbia empezó a adquirir su configuración actual. Ese día el estudio fue adquirido por Sony y desde ese mismo momento el gigante japonés de la electrónica se incorporó al “Big Five” de la industria del entretenimiento. Sus otros cuatro socios actuales ya celebraron sus respectivos centenarios: Universal y Paramount en 2012, Warner Bros. y Disney en 2023. Otro nombre de ilustre historia en Hollywood, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM o la Metro) cumplió los 100 en abril pasado, ahora integrado como si fuera un eslabón más a la poderosa maquinaria de Amazon.
Columbia es uno de los grandes nombres propios del pasado y del presente de Hollywood pero no tiene a simple vista otra forma de ser identificada más allá de su inconfundible imagen icónica: la Dama de la Antorcha (Torch Lady). A la Metro la reconocemos desde el fondo de la historia por sus musicales, a Warner por los grandes policiales y los westerns, a Universal por las películas de terror y a Disney por sus joyas animadas. Hasta sus logos son más fáciles de recordar: el pico nevado, el escudo heráldico con dos iniciales, el globo terráqueo, el león rugiente, el castillo ensoñado.
En la comparación más inmediata Columbia podría verse como una suerte de Cenicienta dentro del gran mapa de la industria del entretenimiento más grande del planeta. De hecho, cuando empezó a funcionar formalmente con ese nombre el 10 de enero de 1924 sus oficinas estaban en una zona de Hollywood conocida familiarmente como “Poverty Row”, porque allí se habían establecido en la década previa varias productoras menores dedicadas a hacer películas de bajo presupuesto. Sus fundadores fueron Joe Brandt y los hermanos Harry y Jack Cohn, tres antiguos empleados de Carl Laemmle, el creador de Universal.
Detrás de esta apariencia, lo que Columbia siempre tenía para mostrar frente a sus pares en ese momento fue un recorrido centenario de grandes películas que acompañaron la evolución de Hollywood y las transformaciones sociales de cada etapa del último siglo. Podríamos iniciar este recorrido por el triunfo arrasador en el Oscar 1934 de Lo que sucedió aquella noche, el primer gran triunfo del dueño inicial de los éxitos del estudio, el director Frank Capra, y seguir con clásicos imperecederos (De aquí a la eternidad, El puente sobre el río Kwai), grandes superproducciones (Lawrence de Arabia, Gandhi, El último emperador), la película que puso en marcha la idea de un nuevo Hollywood (Busco mi destino), clásicos modernos (Kramer vs. Kramer) y colosales éxitos de taquilla más recientes, representados en la larga serie de El Hombre Araña.
Columbia, que desde 1991 lleva el nombre de Sony Pictures Entertainment, integra hoy como vimos el quinteto de estudios más fuertes de la maquinaria hollywoodense. Pero un siglo atrás, cuando empezó toda esta historia, estaba muy lejos de aspirar a ocupar un lugar en el “Big Five” original conformado por Paramount, Loew’s-MGM, Fox, Warner Bros. y RKO Pictures. Por debajo asomaban Universal, United Artists y en el escalón más bajo Columbia, un nombre al que buena parte de la industria del momento trataba despectivamente como corned beef studio, en alusión a ese tipo de carne enlatada conocida por entonces como la “comida de los pobres”.
El primer detalle distintivo que le permitió subsistir y luego crecer pese a estar en desventaja con la mayoría de sus pares fue estratégico. Columbia fue el único estudio que estableció su base de producción en Hollywood y la distribución en Nueva York, apostando a un desarrollo simultáneo en ambas costas estadounidenses. Se sabe que los Cohn nunca se llevaron del todo bien y se hacían reproches mutuos sobre sus respectivos talentos, pero esas diferencias terminaron paradójicamente confluyendo en un lucrativo y equilibrado negocio que no dejaba de generar ganancias.
En aquellos primeros tiempos, Columbia se las ingenió para transformar la escasez en virtud. En vez de las opulentas producciones de época de los estudios más grandes se volcaba a las comedias y a los policiales negros que requerían menos presupuesto. Y en vez de firmar contratos a largo plazo con las grandes estrellas de la época optaba por contratar a figuras conocidas por uno o dos títulos. Eso convirtió a Columbia en uno de los dos únicos estudios (el otro fue MGM en el apogeo de su poder) que superó la Gran Depresión e inició la década de 1930 con saldo favorable en las cuentas, sin un solo número en rojo.
El crecimiento inicial de Columbia tuvo dos nombres propios: Frank Capra y Harry Cohn. El director de ¡Qué bello es vivir! fue el primer artista que hilvanó una sucesión de peliculas transformadas en éxitos de taquilla tan inmediatos como la identificación con el público con sus historias cargadas de emoción y conflictos humanos fáciles de entender. La etapa triunfal de Capra transcurrió entre 1927 y 1939. De las primeras 14 películas de Columbia que ganaron el Oscar, 11 llevaron la firma de Capra, el primero que se animó a plantarse frente a los modos cada vez más autoritarios de Harry Cohn.
El menor de los hermanos Cohn de a poco se convirtió en el dueño absoluto del estudio, que manejó con mano de hierro y una conducta casi tiránica. Mientras crecía su fortuna personal y se convertía en magnate gracias a las películas, se iba extendiendo en Hollywood su fama de autócrata. “Harry quería participar en todo. Interrogaba a los autores, dictaba notas para los guiones, controlaba presupuestos, elegía la iluminación y los decorados, y hasta interrumpía las llamadas telefónicas del personal y de los ejecutivos para saber con quién hablaba cada uno y asegurarse de que estuvieran trabajando. Si hubiese sido por él, habría hecho el trabajo de todos y se habría clonado para hacerlo”, escribió uno de los historiadores del estudio, Bernard Dick.
Todo el mundo trataba de evitar a Cohn, sobre todo cuando se enojaba, pero bajo su conducción se construyó dentro del estudio un sistema de lealtades que funcionaba a la perfección. El dueño de Columbia pagaba muy bien a sus ejecutivos, apoyaba a los empleados con dificultades económicas y además estableció un mecanismo que le daba preferencia a los familiares directos para reemplazar a los empleados que se iban. El sistema se completaba con el “casting couch”, un secreto a voces difundido por todo Hollywood en aquel tiempo. Cohn no era el único ejecutivo con poder que prometía oportunidades para las jóvenes aspirantes a estrellas a cambio de favores sexuales, pero resultó uno de los más notorios. Algunos historiadores mencionan a Rita Hayworth, Kim Novak y Joan Crawford entre las estrellas que se negaron a los avances del magnate.
No deja de ser irónico que el símbolo de un estudio manejado con tanto destrato hacia la mujer haya sido una mujer levantando la antorcha de la libertad. Y también que una de las estrellas que en su momento se convirtió en verdadera obsesión para Cohn le diera a Columbia uno de los más colosales éxitos de toda su historia. Gracias sobre todo al éxito de Gilda, su película más icónica, Rita Hayworth fue sin ayuda, solo con su presencia arrolladora como símbolo sexual, el motor de los ingresos del estudio en buena parte de la década de 1940.
Aunque en ese tiempo se hablaba de Columbia como “el estudio de Rita”, la película más taquillera de todos los tiempos (a valores constantes) producida por Columbia se estrenó en 1947, un año después que Gilda. Fue El hombre inolvidable (The Al Jolson Story), de Alfred Green, una biografía del popular cantante y recordado protagonista de la primera película sonora de la historia. Tan exitosa resultó esta biopic que durante mucho tiempo llegó a exhibirse en varios países como programa doble junto a su propia secuela, Canta el corazón (Jolson Sings Again, 1949).
La excepcional repercusión de la película sobre la vida de Al Jolson fue el punto más alto en términos de taquilla de una astuta estrategia que mezclaba todo el tiempo algunas películas de calidad y un montón de títulos complementarios con llegada popular casi inmediata, como ocurría por ejemplo con los invencibles cortos de Los Tres Chiflados. Varias generaciones descubrieron por primera vez a Columbia (y por extensión también a la dama de la antorcha) en los títulos de presentación de cada nueva andanza de Curly, Larry y Moe.
En muchos de esos cortos la imagen de Columbia se superpone con otra marca de Hollywood que empezaría a hacerse conocida en la década de 1950. Es Screen Gems, una subsidiaria del estudio creada para aprovechar el potencial que ofrecía la flamante atracción de la TV. Columbia supo aprovechar este nuevo espacio mucho mejor que cualquiera de los otros estudios, golpeados en ese momento por el impacto de las normas antimonopólicas de 1948 que obligaron a varios estudios a abandonar el lucrativo negocio paralelo de la exhibición. Con esa medida empezó a escribirse el final de la época dominada por el “sistema de estudios” en Hollywood.
Ahora, en pleno festejo del centenario, Columbia sorprende a todos invirtiendo aquella estrategia, al convertirse en el primer estudio de Hollywood que después de 75 años adquiere una cadena de cines, gracias a que 2020 había quedado sin efecto toda la reglamentación que lo impedía. Con la compra de la red de salas de Alamo Drafthouse Cinema, instaladas en 25 ciudades de Estados Unidos, los analistas más rigurosos de Hollywood señalan que Columbia hace una de las apuestas más fuertes de los últimos tiempos en el negocio de la exhibición, golpeado como pocas veces por la pérdida de público y la falta de estrenos atractivos de gran impacto.
En vez del streaming, dicen los expertos, Columbia elige con esta movida volcarse al negocio de estrenar películas de rango medio y cine de autor, confiada en el interés de una audiencia que sigue sosteniendo ese tipo de propuestas, al menos en el todavía crucial mercado estadounidense. Lo dicen los propios números de Alamo, una cadena que se distingue de las demás por ofrecer en sus funciones un tipo de propuestas gastronómicas bastante más sofisticada que el clásico combo de pochoclo y gaseosas, además de imponer campañas muy fuertes y estrictas para que la gente no hable ni use el teléfono celular durante las funciones. Se espera que Sony Pictures Classics, la división del estudio que maneja un importante catálogo internacional de cine de autor y obtuvo unos cuantos premios en las últimas dos décadas, también haga un considerable aporte a la futura programación de estos complejos.
Aquí también pesa la historia. En la década de 1950 el fuerte de Columbia pasaba por un tipo de producción que le permitía ganar al mismo tiempo prestigio, reconocimiento de la crítica y buenos números de taquilla. En esa larga lista, continuada durante la década siguiente, aparecen clásicos como Decepción, Nacida ayer, De aquí a la eternidad, El motín del Caine, Nido de ratas, El puente sobre el río Kwai, Anatomía de un asesinato, Doctor Insólito y muchísimas más. Ese tiempo cerró la etapa manejada por Harry Cohn con mano de hierro. El magnate falleció en 1958 y tuvo el funeral más impresionante que recuerda Hollywood hasta esa fecha.
De una larga etapa de manejo personalista y conducción férrea el estudio pasó a funcionar como una corporación que no siempre encontró en sus nuevos ejecutivos el equilibrio buscado entre los valores artísticos y el negocio. Los números no siempre fueron favorables en ese tiempo, pero el estudio pudo mantenerse a flote en una época que empezaba a ser cada vez más turbulenta gracias a la calidad de sus películas, surgidas de una mezcla entre directores veteranos (Otto Preminger, Stanley Kramer, William Wyler) y nuevos autores que empezaban a asomar. ¿Sabes quién viene a cenar?, Los profesionales, La tigresa del Oeste, Casino Royale, Nuestros años felices y Funny Girl fueron éxitos rotundos de ese tramo de la historia. Busco mi destino, otra producción de Columbia, inauguró un nuevo capítulo en la historia de Hollywood.
Una serie de complejas y fallidas reorganizaciones corporativas y financieras, a pesar del poder histórico de la marca, pusieron a Columbia a principios de los años 70 al borde del colapso económico, hasta que una larga transición concluyó al final de la década con el estudio finalmente en manos del hábil Frank Price, responsable de éxitos duraderos y una nueva etapa de solidez económica. La última película, El síndrome de China, Kramer vs. Kramer, La laguna azul, Ausencia de malicia, Tootsie y la película original de Los cazafantasmas, entre otros, sostuvieron la economía del estudio en esa problemática etapa para todo Hollywood.
La llegada a Hollywood de corporaciones ajenas al mundo del entretenimiento fue alterando todo el tiempo el mapa de la industria. En 1982 Columbia fue adquirida por Coca Cola, que pagó 750 millones de dólares e inauguró durante sus siete años de control, entre otros cambios, un nuevo ámbito de producción que tenía un caballo alado como imagen característica. Durante un tiempo TriStar (la nueva marca) y Columbia fueron prácticamente lo mismo. Hasta que llegó Sony, pagó 3400 millones de dólares en 1989 y se hizo cargo de Columbia hasta nuestros días.
Bajo esta nueva dirección, las últimas décadas también fueron pródigas para el estudio en películas de gran repercusión. Allí están, entre muchas otras, los magníficos ejemplos de Hechizo del tiempo, Cuenta conmigo, Cuando Harry conoció a Sally, Cuestión de honor, Hombres de negro, En la línea de fuego. Entre 2000 y 2010, Columbia llegó a convertirse durante al menos tres temporadas en el estudio líder de Hollywood gracias al poder global de convocatoria y el carisma de sus dos grandes estrellas de ese tiempo: Adam Sandler y Will Smith.
A la vez, el estudio aprovechó en esta nueva fase a la perfección todos los dividendos de las muchas apariciones con ese sello que tuvo el Hombre Araña, fruto de un acuerdo que hizo por separado con Marvel, al margen del resto de las grandes producciones de superhéroes de ese estudio, y se mantiene hasta hoy con algunos otros personajes de ese universo. Venom (un gran éxito) y Madame Web (un enorme fracaso) son las muestras más recientes. Algo parecido ocurrió en su momento con las películas de James Bond (especialmente en su mejor momento de taquilla, el de Daniel Craig y Operación Skyfall) antes de que fuesen adquiridas por Amazon.
Desde sus estudios instalados en Culver City, un amplísimo predio lleno de memoria porque allí funcionaron las históricas instalaciones de MGM en la época dorada de Hollywood, Columbia se hace en medio del festejo de su centenario muchas preguntas sobre el futuro. Son las mismas que se formula la industria de Hollywood en un escenario lleno de incógnitas que condicionan el diseño de planes a largo plazo. Por lo pronto, es el primer estudio importante que habló sin vueltas sobre lo que piensa hacer con la inteligencia artificial (IA). “Estamos muy enfocados en este tema. Como el mayor problema que tenemos hoy es el gasto buscaremos la forma de producir películas para cine y TV de una manera más eficiente, utilizando principalmente la inteligencia artificial”, admitió hace un par de semanas Tony Vinciquerra, el CEO de Sony Pictures.
Antes de cualquier reacción, el ejecutivo aclaró que los alcances de esta búsqueda dependerán en principio de los acuerdos a los que se llegue con actores, guionistas y trabajadores preocupados por los efectos de este avance que parece imparable. Mientras empieza a escribirse un nuevo e incierto capítulo de la historia de Hollywood, el fuego de la antorcha que la dama de Columbia levanta al comienzo de cada nueva película sigue encendido.