El fotógrafo mexicano del cine español que nunca quiso dedicarse a la fotografía

Conocido por haber fotografiado a los actores más icónicos de Pedro Almodóvar, César Saldívar acaba de estrenar su primer corto, 'La Jaula'

César Saldívar. Foto cedida
César Saldívar. Foto cedida

César Saldívar se define a sí mismo como un hombre idealista, amante de la estética y de espíritu solitario. Nadie diría lo de solitario. Ha fraguado su carrera a base de codearse con las grandes estrellas del cine, la música y las letras de México y España; de acudir a las citas internacionales más importantes de las artes escénicas (los Oscar, Cannes, San Sebastián…); a exposiciones, bienales, cenas de etiqueta entre glamurosos comensales que el resto de mortales no podemos ni empezar a imaginar. Y, para eso, valga el cliché, hay que ser un animal social y sociable, con don de gentes. La de anécdotas que custodia y no cuenta...

Pocos se han resistido al embrujo de su cámara: Antonio Banderas, Chavela Vargas, Penélope Cruz, Javier Bardem, Gael García Bernal, el escritor Carlos Fuentes, el cineasta Alejandro Jodorosky. La lista de personajes que han pasado por la lente de este fotógrafo es interminable. Y resulta irónico, porque él nunca quiso dedicarse a la fotografía. O, por lo menos, no antes de convertirse en guionista y cineasta.

Vive entre su Monterrey natal (1965) y Madrid, España, donde llegó hace 25 años. No abandona su marcado acento mexicano, pero se le salen los ‘españolismos’ al hablar como parte de su identidad cosmopolita que ha cultivado con mimo. Una combinación explosiva y tremendamente refrescante.

Tras décadas centrado en su carrera como retratista, pero postergando su verdadera vocación, Saldívar acaba de estrenar su ópera prima, La Jaula, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Un cortometraje que es más bien un canto valiente a la libertad y las segundas oportunidades en el que el recién estrenado director narra la historia de un campesino que decide cambiar de sexo en la vejez.

¿Cómo empiezas en la fotografía?

Yo me dedicaba a la venta de obras de arte para generar ingresos, era representante de artistas. No me consideraba artista, pero, casualmente, siempre estaba con artistas. Me faltaba salir de la jaula, como el protagonista de mi corto. Me faltaba el destape. Compré mi primera cámara de segunda mano en Nueva York en 1995, donde solía ir y me quedaba hasta que se me agotaba el dinero y me devolvía. Había una peluquería famosísima en la ciudad, super cara, super fashion. Por aquel entonces yo tenía un cabello espectacular. Entonces me vino el impulso, entré con todo el morro (descaro) y le propongo al peluquero que, si me corta el pelo, le hago una foto. Mi primer retrato lo hago intercambiándolo por un haircut.

O sea, que eres autodidacta, ¿nunca has estudiado fotografía formalmente?

Todo autodidacta. Mi formación siempre fue en las artes, pero no en la fotografía. A mí el arte siempre me llamó, la estética siempre fue lo mío. Cuando tú buscas tu libertad, cuando empiezas con ese periplo de independencia, te das cuenta de que la libertad es muy cara. Cuando hago ese primer retrato en Nueva York, la gente me empieza a decir que mis fotos son muy buenas, que parecen postales. Empiezo a interesarme por ciertos fotógrafos y a acudir a galerías y me digo: “yo puedo hacer eso”. En realidad, yo me acerco a la fotografía queriendo hacer cine, queriendo hacer guiones, pero la fotografía me permitió generar ingresos y vincularme con los grupos creativos del cine para luego enviarles mis guiones.

Te llaman el fotógrafo de Pedro Almodóvar. ¿Cómo ha sido trabajar con el director manchego?

Yo vivía en Madrid, donde llegué en 1998. Mi vida era escribir, pero mi actividad profesional era la fotográfica. Estando ahí, me marcho a Brasil de vacaciones y conozco al director de la revista Elle. Entonces me dice que necesita un fotógrafo para un proyecto con el actor Jude Law, que iba por primera vez al Festival de Cannes. Cojo un vuelo para ir para allá y en el avión coincido con Penélope Cruz, Cecilia Roth, Antonia San Juan y Candela Peña, las chicas Almodóvar, que iban a Cannes para presentar Todo sobre mi madre. Yo ya conocía a Antonia, nos saludamos, nos ponemos a hablar y no se cómo llego a Cannes llevando el portatrajes de Penélope, imagina. También conocí a Marisa Paredes con la que hice un clic especial. De ese encuentro coincidencial surge mi conexión con Almodóvar que me pide que me quede con ellos el resto de semana para tomarles fotos. Llevaba haciendo fotos como dos años, pero ahí fue cuando me atreví a lanzarme formalmente como fotógrafo. Me hice muy cercano a ellos y termino entrando al Palacio de Cannes de la mano de Pedro, como si fuéramos novios, sin conocerlo previamente.

Penélope Cruz. Foto: César Saldívar.
Penélope Cruz. Foto: César Saldívar.

¿Así de la nada? Qué momento más insólito...

En Cannes no entra una mosca si no es con acreditación. Con su espontaneidad, Pedro se sacó de la manga ese momento. Supongo que pensaría que esa era la única manera de que yo entrara, entonces me agarró de la mano y entramos. Yo estaba sudando como loco y Marisa dándome un kleenex por detrás sin que nadie lo viera. Te digo más: en la cena de gala de después, había ocho puestos en la mesa y nosotros éramos nueve. Pedro y yo teníamos medio culo y medio culo en la misma silla. Hoy lo cuento y todavía no sé cómo pasó. Luego nos regresamos a Madrid y ahí cada quien con su vida. No te creas que me quedé amigo de Pedro ni me hice de su grupo ni le seguí viendo ni nada. Le llevé las fotos, pero nada más.

Si la amistad no continuó, ¿cómo acabas retratando a todos los actores icónicos de Almodóvar, incluso a los que no participan en Todo sobre mi madre? De hecho, has recibido el calificativo de ‘El fotógrafo del cine español’. ¿De dónde viene el título?

Yo volvía y venía de Monterrey cada cierto tiempo y un día paso a saludar a Roberto Escamilla, mi maestro de cine, y me ofrece hacer una exposición con el material de Cannes en la Cineteca-Fototeca de Monterrey. Consigo que Pedro me ceda las latas de la película de Todo sobre mi madre y la estrenamos en esa exposición que titulé Mitos y divas de Almodóvar, en 1999. Fue un golazo absoluto para mí y para la ciudad porque era la primera vez que un largometraje de este nivel se estrenaba fuera del DF. Imagínate el honor. Cuando vuelvo a España, quedo como picado y deseo ampliar la muestra con otros retratos para presentarla en Madrid. Tuve la suerte de caerle muy bien a todos esos actores y empiezo a generar mis propios vínculos a través de mi trabajo. Y todo explota: voy a los Oscar con los Almodóvar, pero sin Almodóvar; sigo ampliando los retratos y publico mi libro Una mirada al cine español con España Calpe con todas las fotos. Ahí me dan el título del fotógrafo del cine español.

¿Cuál es el personaje de todos los que has fotografiado que más te ha gustado retratar?

Es una pregunta muy difícil porque amo todos mis retratos, tengo un vínculo con cada uno de ellos. Cuando estás detrás de la cámara se genera algo muy poderoso con la persona. Pero si me lo pones así, tendría que elegir dos, por ser dos personajes fuera de lo común: uno del cine español y otro del cine mexicano. El primero, Paco Rabal. Se me caía la cámara cuando el viejo se ponía delante. Era como un Marlon Brandon a la española, con mucha presencia. Me impresionó mucho. El otro, sin duda, es Roberto Cobo. Era bestial, una especie de Dalí trash a la mexicana. Llegó a la sesión en el DF con un bastón, vestido con un taje de terlenka rojo y un maquillaje excesivo, con los ojos puestísimos. Era como un divo barroco, como un santo de otra época.

Roberto Cobo. Foto: César Saldívar.
Roberto Cobo. Foto: César Saldívar.

Vivimos en una sociedad que tiende a la espectacularidad de las imágenes. Tú que abogas por lo poético en la fotografía, por su simbolismo, ¿cómo valoras esta tendencia a lo explícito? ¿Nos hemos vuelto inmunes a la tragedia?

Lo que prima en la sociedad de hoy es el dinero y la inmediatez. Lo último que interesa es el ser humano. Tendemos a consumir violencia como entretenimiento y los medios lo saben. Saben que levantan sus ratings si estimulan ese morbo, si suben el tono. Vivimos en un sistema aplastante con una tecnología al servicio de ella misma, no al servicio de nosotros. Pero es un baile de dos: si la gente no consume esa violencia, los medios no lo venden.

Acabas de estrenar La Jaula, tu primer cortometraje y primera incursión en la gran pantalla…

Siempre había querido hacer cine. Llegué a Madrid para hacer cine, escribir guiones y aparqué esa idea durante 25 años. Perdí un hermano por el Covid y es cuando reflexiono sobre el tiempo que no tenemos y las cosas que posponemos. Entonces tomo la decisión de lanzarme a la piscina. La Jaula es un cortometraje que elaboré a partir del cuento Nunca es tarde, publicado en uno de mis libros de relatos cortos. Un tema muy muy original y muy auténtico donde retomo mi vocación por lo social. Yo no voy de redentor ni quiero salvar al mundo. Pero yo nací para observar y traducir lo que observo en arte para que otros puedan generar una reflexión.

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La Jaula es un relato muy duro sobre una realidad de la que poco se habla…

El guion es un homenaje a la libertad del ser humano. Trata de la transexualidad en la vejez. Don Vicente, que así se llama el protagonista, es un personaje del campo del norte de México, sin recursos, que con 75 años ve la posibilidad de transicionar y empieza a investigar cómo puede cambiar de sexo. Es una historia conmovedora y transgresora, porque representa un icono machista cultural. Hago una reflexión sobre lo absurdo que es el machismo y cómo nos domina. Un machismo que empieza con un murmullo, una mala mirada que puede llevar a un empujón, a una hostia (golpe) o a un asesinato. El machismo es el primer generador de violencia tanto de género como homofóbica y transfóbica. Mi enemigo en La Jaula es el machismo que tiene tal alcance y tal universalidad que en México se vive como un todo, igual que en América Latina, en España, en Francia, en China y en Japón. El machismo está enquistado en el ADN del ser humano y no es real que occidente lo tiene más resuelto que en otras regiones. Vicente no existe, pero seguramente hay miles de Don Vicentes en los campos mexicanos que, si no pueden salir del armario con su sexualidad, olvídate de la idea de sentirse mujer.

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