Christopher Reeve y el accidente que pudo haber destruido su vida, pero lo ayudó a reconstruirla
Muchos creen que hay actores que nacen para interpretar ciertos roles. Otros aseguran que, cuando un artista interpreta un personaje, algo de esa personalidad de ficción queda para siempre grabada en quien le dio la vida. Ambas teorías cobran sentido si se piensa en Christopher Reeve quien saltó a la fama gracias su trabajo como Superman y que, años más tarde, se convirtió en un referente de la lucha por los derechos de las personas discapacitadas.
Con el traje azul pegado al cuerpo y la gigantesca S roja grabada en el pecho, Christopher Reeve era la viva imagen de uno de los superhéroes más grandes de la historia. Quienes lo conocieron podían jurar y perjurar que él había nacido para interpretar a Superman y, no solo lo hizo, sino que su rostro es el que viene a la mente de la mayoría de los fanáticos de DC cuando piensan en el reconocido personaje. Quizás estaba predestinado para cumplir ese rol porque tenía en sí mismo la fuerza del legendario Kal-El o, tal vez, ponerse en esa piel lo ayudó a adoptar algo de su esencia y así enfrentar uno de los sucesos más desafiantes de su vida.
Christopher inició su carrera con paso firme sobre los escenarios de Broadway pero su talento era tan grande que fue solo cuestión de tiempo que terminara entre los actores más famosos de la industria. A pocos años de haber comenzado y tras haber realizado algunos papeles secundarios, el joven ingresó al mundo de la fama de la mano del mismísimo Superman. El alienígena comprometido a luchar contra cualquier amenaza con el fin de proteger a su amada Tierra fue -y es- uno de los personajes más reconocidos de la cultura popular y el director Richard Donner tuvo el sueño de poner a Clark Kent en la pantalla grande.
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Con el mayor presupuesto en la historia del cine (hasta el momento) y la mirada puesta en Reeve como el único actor capaz de darle vida al superhéroe oriundo del planeta Krypton, Donner estrenó en 1978 la primer entrega de Superman. El éxito fue tan grande que, en los años siguientes, llegaron a los cines de todo el mundo Superman II y Superman III, todas con la aclamada actuación de Christopher. El hombre de acero de DC le abrió al actor las puertas a un centenar de oportunidades y su nombre comenzó a aparecer en decenas de carteleras, junto a algunos de los artistas y directores más reconocidos de la industria. Pero, tan repentinamente como empezó, su carrera se vio interrumpida por un desafortunado evento.
El actor amaba el arte pero, al mismo tiempo, era un aficionado del deporte. Más específicamente, le encantaban los concursos ecuestres. Tan grande era su pasión que ni siquiera sus obligaciones laborales -las cuales habían aumentado exponencialmente tras su salto a la fama- pudieron evitar que participara de todos los eventos deportivos que podía.
El 27 de mayo de 1998, Superman colgó la capa y se dispuso a ocupar su lugar en una prueba de obstáculos ecuestres organizada en la pequeña localidad de Culpeper, Virginia. La estrella de Hollywood competiría junto a Buck, su caballo, contra otros 300 participantes. Pero lo que sería una hermosa tarde al aire libre se transformó en menos de un segundo en el episodio que redefiniría su futuro: mientras realizaba el salto de la triple barra, el purasangre frenó de golpe y revoleó a su jinete por los aires, quien cayó de cabeza a los pocos metros.
La caída resultó en una parálisis total del cuello para abajo, una larga lista de complicaciones de salud y el veredicto de que era “imposible” que la situación mejorara. Lograr superar esa dura sentencia no fue para nada fácil y el panorama se veía cada vez más lúgubre. El dolor y la desesperanza hicieron que, cada día que pasaba, se hiciera casi insoportable.
Los médicos le explicaron que si hubiese recibido el golpe que lo paralizó apenas un centímetro más a la izquierda, habría muerto en el acto. Con el paso del tiempo, Reeve se dio cuenta que si estaba vivo era por un motivo y decidió hacer algo al respecto. Fue en ese momento en el que la fuerza y determinación del superhéroe al que dio la vida salieron a relucir, ya que no fue nada fácil reencaminar su vida. Pero lo logró.
No solo no abandonó el mundo cinematográfico, ya que interpretó varios papeles más e incluso se adentró en el universo detrás de cámara gracias a la dirección y producción, sino que encontró una nueva vocación: la lucha por los derechos y el bienestar de las personas con parálisis.
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Con el objetivo de mejorar la vida de otros que atravesaban lo mismo que él, Christopher procedió a escribir libros, se convirtió en un orador motivacional y hasta creó una organización que se dedicó enteramente a realizar investigaciones científicas.
La Fundación de Christopher & Dana Reeve -la cual fundó junto a su esposa- llegó a recaudar más de 130 millones de dólares que fueron destinados a la investigación de diferentes tratamientos y al otorgamiento de becas de 30 millones de dólares a diferentes organizaciones locales.
Reeve nació el 25 de septiembre de 1952 -hubiese cumplido 70 años- y murió el 10 de octubre del 2004. Lejos de ser una figura borrada por el tiempo, pasó a ser parte de la historia no solo como un destacado actor, sino también como un determinado activista que mejoró con su arduo trabajo la vida de una incontable cantidad de personas.