El cowboy real detrás del fenómeno Yellowstone: Taylor Sheridan, el nuevo rey de la televisión norteamericana
El dueño del universo creativo más exitoso que funciona hoy dentro de las plataformas de streaming vive bien lejos del lugar en el que se toman casi todas las decisiones importantes en esa materia. Lejos de Los Angeles –una ciudad que aborrece– Taylor Sheridan encontró un nuevo hogar en una inmensa e histórica propiedad rural del oeste de Texas conocida como Ranch 6666 o The Four Sixes Ranch.
Esa gigantesca extensión de 107.000 hectáreas, en la que trabajan de manera permanente unos 60 cowboys y pastan más de 15.000 animales, es un extraordinario testimonio de cómo se cruzan la leyenda y la realidad alrededor de los mitos del Lejano Oeste, un mundo que Sheridan (un hombre del Oeste de los pies a la cabeza) ayudó como ninguno a reivindicar y a renovar de la mejor manera a través de la formidable serie Yellowstone y su primera y no menos extraordinaria precuela, 1883, bases de un mundo propio que no deja de expandirse, como se verá.
El propio origen del 6666 Ranch lo certifica. Nació en 1870 y el responsable de aquel primer emplazamiento fue un jefe comanche llamado Quanah, uno de los más grandes líderes guerreros de las tribus nativas de la población de los Estados Unidos. Quanah era uno de los tres hijos de Cynthia Ann Parker, una mujer blanca que fue raptada por comanches cuando tenía nueve años y vivió los 24 años siguientes junto a ellos como esposa de uno de sus jefes hasta que fue encontrada por soldados del Ejército de la Unión y Rangers de Texas y devuelta a sus familiares.
En esta historia real se inspira Más corazón que odio (The Searchers, 1956), uno de los más grandes westerns de toda la historia, dirigido por John Ford y protagonizado por John Wayne. El personaje basado en Cynthia Ann es el que interpreta allí Natalie Wood, y su hijo Quanah, según relata Glenn Frankel en el libro The Searchers, The Making of An American Legend, se convirtió con el tiempo en un apóstol de la reconciliación. Lo hizo, afirma el autor, “preservando lo que quedaba de la nación comanche e invocando el espíritu de su madre muerta con la idea de predicar por la paz y la comprensión entre blancos y nativos americanos”.
Sheridan creció como un cowboy y forjó su personalidad en ese mundo de inmensos espacios abiertos, seres lacónicos, valores tradicionales y poderoso arraigo a la tierra. Los Dutton, protagonistas de esta larga historia que incluye a varias generaciones, representan esas ideas de un modo que sorprende a propios y extraños por su repercusión entre el público.
Esto significa una sola cosa. El western, en su recorrido clásico y contemporáneo, es el universo del que Sheridan se siente parte y se propone expandir a través de un monumental plan que tendrá una nueva muestra a partir de este domingo 5 con el estreno en Paramount+ (plataforma en la que están disponibles todas las temporadas de Yellowstone y la única de 1883) del primer episodio de una segunda secuela llamada 1923, protagonizada nada menos que por Harrison Ford y Helen Mirren. Al igual que con las otras series de Sheridan disponibles en la misma plataforma, cada semana se estrenará un nuevo episodio. La serie acaba de ser confirmada para una segunda temporada.
Rápidamente, algunos medios de Hollywood se apresuraron a identificar a esta suma de proyectos integrados (que contará al menos con tres precuelas más y un número todavía indeterminado de spin-offs) como el “Sheridan-Verse”. No debe haber nada más erróneo que caracterizar las series de Taylor Sheridan como un “multiverso”, palabra que según muestran sus desafortunadas muestras recientes en el cine permite cualquier cosa de la manera más arbitraria y caprichosa que pueda imaginarse.
Por el contrario, el mal llamado “Sheridan-Verse” tiene señas de identidad bien definidas. En todo caso decide apoyarse siempre en ellas para probar cualquier tipo de expansión y ampliar sus horizontes, como ocurre en los primeros tramos de 1923 cuando parte de la acción (ambientada al término de la Primera Guerra Mundial y sus terribles consecuencias, pandemias incluidas) transcurre en África.
Y para que ciertos paralelismos queden a la vista, Sheridan llevó el año pasado a su equipo y a parte de su elenco a filmar varios tramos de 1923 en locaciones de Sudáfrica, Tanzania, Zanzíbar y Kenia, cuando todavía eran muy elevadas las amenazas del Covid. Cada episodio de la serie se realizó a un costo aproximado de 22 millones de dólares, una cifra impresionante para cualquier estándar televisivo. Parte de esa inusual inversión (por lo elevada) se explica a partir de las enormes exigencias sanitarias.
Lo que va a llegar después de 1923 se hará en Texas, promete Sheridan. El showrunner del momento está trabajando al menos en ocho nuevos proyectos de manera simultánea. Hay allí, como dijimos, un par de precuelas más de Yellowstone (la primera se llamará 1932, ambientada en tiempos de la Gran Depresión), una nueva temporada (la sexta) de la serie madre, un spin off de 1883 (la historia de Bass Reeves, el primer agente federal de raza negra en la historia de Estados Unidos, interpretado por David Oyelowo) y una nueva serie, Land Man, con Billy Bob Thornton como un experto en situaciones de crisis durante el boom de las explotaciones petroleras en Texas. También se espera en algún momento el regreso de Sheridan a la pantalla grande después de trabajos tan aplaudidos como los que hizo en Sicario (guion), Sin nada que perder (guion) y Viento salvaje (guión y dirección). Y como si todo esto fuera poco es el creador de Mayor of Kingstown, otra serie muy comentada sobre la vida de una familia dedicada al manejo empresarial de las cárceles, protagonizada por Jeremy Renner.
Esto no es todo. Sheridan también es el creador de la muy exitosa serie Tulsa King (disponible en Paramount+) con Sylvester Stallone como figura excluyente, interpretando a un jefe mafioso de Nueva York que sale de la cárcel después de 25 años de condena y es enviado por sus jefes al corazón rural de los Estados Unidos para reinventarse como promotor del crimen organizado. Y al mismo tiempo es el autor de todos los guiones de la primera temporada de Lioness, serie que lleva al mundo de la ficción un programa real de la CIA sobre operaciones encubiertas en organizaciones terroristas. Zoe Saldana, Nicole Kidman y Morgan Freeman son sus figuras centrales. Lioness se encuentra hoy en pleno rodaje y su estreno se espera para fines de este año o comienzos de 2024.
Todos estos proyectos, más algunos otros que ya deben estar en la mente de Sheridan (¿será uno de ellos la historia de Quanah y su familia?), tendrán pantalla en Paramount+. La plataforma y Sheridan están unidos por un acuerdo a largo plazo que hoy mueve alrededor de 200 millones de dólares. Un informe reciente de Parrot Analytics, consultora especializada en medición de audiencias en Estados Unidos, reveló que la demanda por los programas de Sheridan hoy supera en términos comparativos a las producciones de Shonda Rhimes (Bridgerton, Grey’s Anatomy) y Ryan Murphy (Glee, American Horror Story).
Yellowstone, el buque insignia de la escudería Sheridan, fue en las últimas temporadas el programa más visto de la televisión en su país. Y esa repercusión fue de la mano con el ninguneo de la crítica y la prolongada indiferencia del propio micromundo audiovisual representado en los Emmy. En toda su historia, la serie apenas obtuvo en 2021 una nominación de escaso rango (diseño de producción) e ignoró por completo entre muchas otras cosas la poderosa presencia protagónica de Kevin Costner como el patriarca de la familia Dutton, la polea que pone en movimiento la trama de Yellowstone y, por extensión, activa a buena parte del universo (no ya multiverso) creado por Sheridan. Como si no tuviera ningún mérito digno de ser reconocido.
El desdén de la crítica y el entusiasmo del público fueron creciendo de manera paralela, hasta el punto de de abrir un amplio debate acerca de la supuesta naturaleza conservadora de la mirada del mundo que tiene Sheridan como autor. Como si Yellowstone, para llevar las cosas a un terreno muy básico y elemental, fuese una suerte de emblema televisivo del Partido Republicano. En un extenso artículo publicado en noviembre pasado por The Atlantic, Sheridan afirma que su propósito es construir una “narración responsable” acerca de ciertas conductas y las consecuencias morales que surgen de ellas. Toma como ejemplo la película que más lo influyó, Los imperdonables (Unforgiven, 1982), el último western de Clint Eastwood, en el que se muestra “a un sheriff como matón y a un asesino despiadado como héroe”.
Sridrar Pappu, el autor de esa nota, observa al mismo tiempo que Sheridan recupera dentro de esa suerte de revisionismo desmitificador planteado por Eastwood una idea muy cercana a los valores más tradicionales del western. “Si su obra tiene un plano moral superior, es aquella regida por las virtudes de los cowboys: el honor, la valentía, el trabajo físico, el respeto a la tradición y la voluntad de morir (y de matar) en defensa de la familia y de la tierra”, escribe.
Las historias creadas y escritas por Sheridan sostienen esos valores mientras sus personajes centrales se mueven a lo largo de fronteras que se van extendiendo, hasta que empiezan a verse amenazadas por diferentes factores. Algunos de ellos son la representación viva del progreso y lo que podríamos llamar “modernidad” en sentido amplio. Sheridan identifica entre sus enemigos, por ejemplo, a los desarrolladores o emprendedores inmobiliarios. Con las comunidades indígenas, el vínculo es otro, nunca lineal y siempre más bien ambiguo, de límites imprecisos en los términos de un juicio de valor. Hay que ver, por ejemplo, la mirada que Sheridan tiene de los nativos americanos en 1883. Uno de los personajes centrales es un guerrero indio del que Elsa Dutton (Isabel May), hija de los primeros representantes de ese apellido llegados a Montana, se enamora perdidamente. Pero las tribus nativas, a la vez, pueden ser responsables de horrendas masacres de colonos e inmigrantes blancos que viajan al Oeste en busca de un sueño casi imposible.
La saga de los Dutton, después de aquel episodio inicial propio de la clásica conquista del Oeste y mucho antes de los episodios de nuestro tiempo narrados en las cinco temporadas de Yellowstone, tendrá su segundo momento cronológico en 1923. La serie que estamos a punto de ver contará con una única temporada dividida en dos bloques de ocho episodios cada uno. Sheridan caracteriza esta serie como su propio Lawrence de Arabia. “Ya viste seis mil ovejas, tres mil vacas, y mientras este espectáculo continúa, estás en África. Todo real. ¿Sabes lo difícil que fue mover a un equipo completo en África en 2022 con Covid, todas las reglas y toda esa política? Estuvimos en cuatro países de África. No es como si fuéramos a una pequeña reserva”, le contó el showrunner al blog Deadline.
El poder que tiene hoy Sheridan es casi absoluto. Dice habérselo ganado después de tomar distancia de una larga etapa en la que sintió el desinterés y percibió hasta cierto maltrato por parte de las cúpulas ejecutivas de los estudios, sobre todo durante su etapa de actor en la serie Sons of Anarchy, su primer momento de relativo éxito después de una larga lucha por ganarse un lugar en la industria del entretenimiento. Los comienzos de Sheridan no fueron fáciles y en un momento se vio forzado a pasar las noches dentro de un auto y en compañía de su perro, porque no le daban las cuentas como para asegurarse ni siquiera un techo.
Tan receloso se muestra hoy que en la entrevista con Deadline recordó el momento en que finalmente logró presentar el guion del piloto de Yellowstone a HBO, la primera cadena que se mostró interesada en el proyecto. El entonces jefe de producción le dijo en ese momento que lo único que podía asegurar la realización de la serie era contar con Robert Redford como protagonista. Cuando finalmente Sheridan consiguió el sí de Redford, el ejecutivo tuvo que decirle que no estaba hablando en sentido literal, sino de un actor “con el estilo” de Redford. Una forma, según Sheridan, de decirle directamente que no.
Las negociaciones con HBO fracasaron y Sheridan estuvo a punto de perder el control de Yellowstone, pero a último momento logró recuperarlo y desde allí, gracias al interés de Paramount, empezó el camino que le da hoy todo el poder y la autoridad para hacer lo que quiera. A los 52 años hasta puede darse el lujo de rechazar, como ocurre en la mayoría de los proyectos importantes del mundo audiovisual, el aporte del Writers Room, esa sala (o gabinete) de guionistas fijos que acerca sugerencias y complementa el trabajo del autor principal de una serie.
Sheridan, en cambio, es un autor de actitud distante y conducta desconfiada. Algunos de sus interlocutores afirman que por esa personalidad esquiva se convierte en una persona difícil de tratar. Como en los viejos tiempos, prefiere escribir completamente solo. Así hizo en los 47 episodios que lleva Yellowstone en el aire, en cada uno de los episodios de 1883 y también, ahora, en el caso de 1923. Todos a su alrededor saben que es la manera más complicada de hacer las cosas, porque muchas veces los textos llegan a manos de los actores casi sobre la hora prevista para la grabación.
Las figuras más fuertes de sus programas no parecen incomodarse con esta postura más bien dura o severa. Todo lo contrario. Harrison Ford llegó a uno de los ranchos que Sheridan tiene en Texas manejando su propio avión y le dio el sí para protagonizar 1923 sin haber leído un solo guion terminado. Algo parecido contó Stallone al recordar cómo aceptó encabezar el elenco de Tulsa King. “No podía creerlo –contó en una de las presentaciones del programa a los anunciantes–. Sheridan y yo hablamos por teléfono un lunes. Para el jueves teníamos un guion completo. Me comprometí así. Fue muy audaz”.
Sheridan es hoy el showrunner más codiciado del mundo del entretenimiento. Pero antes que nada es un cowboy. Así creció y se formó. Cuentan que muchas veces, cuando no se ocupa de escribir o pensar en sus programas, se ocupa él mismo de manejar y controlar el ganado que tiene en uno de sus ranchos. De paso, despunta su viejo oficio de actor personificando en Yellowstone a Travis Wheatley, un hombre dedicado a la compra y venta de caballos que deja a la vista algunas de las habilidades reconocidas de Sheridan en la vida real. A todo esto se suma la única de sus creaciones ajena a la ficción y a la vez una de sus grandes debilidades, el reality documental The Last Cowboy, del que es creador y productor ejecutivo. Se trata de una competencia transmitida por TV, que ya lleva tres temporadas en la televisión de los Estados Unidos y permanece inédita en la Argentina, de la cual surgirán las nuevas estrellas del rodeo.
En el último tramo de 2022, Sheridan y un grupo de socios concretaron la compra del 6666 Ranch, por el que se pagó un total de 320 millones de dólares. Allí, en un lugar en el que pernoctaron tres presidentes estadounidenses, no solo piensa escribir series e imaginar futuros proyectos. También espera desarrollar una marca ligada a la producción ganadera y a otros productos de consumo masivo identificados con su universo. Los planes de Sheridan no dejan de agrandarse, sus fronteras son cada vez más extensas. Pero en términos de identidad, ese mundo permanece siempre en el mismo lugar, porque el nuevo amo y señor de la televisión es al fin y al cabo un hombre del Oeste.