La edad puente o dorada en el desarrollo de los niños (y qué esperar de ella)
“Es muy raro que veas a un niño de ocho o nueve años en medio del pasillo de un supermercado, tirado en el piso, gritando y pateando para que le compres el paquete de chucherías”, es lo que siempre le digo a las madres desesperadas con pequeños hasta los cinco o seis años que manifiestan episodios constantes de los llamados berrinches infantiles. Esto se debe a que a partir de la infancia intermedia, a los siete u ocho años, los niños en su conjunto han madurado distintos aspectos del desarrollo para elaborar las emociones de forma más autorregulada.
A menudo le digo a los progenitores agobiados por estas y otras tormentas de la primera infancia, “esto también pasará”, que entiendan que se encuentran en un período de crianza parecido a un vuelo en zona de turbulencias donde hay que estar todo el rato sin perder de vista los indicadores, sin dejar por un segundo de pilotear el avión. Que cuando llegue la infancia intermedia sentirán, en términos generales, algo así como entrar a una zona de mayor calma.
Edad puente, la llaman algunos especialistas, porque es la transición o conexión entre la primera infancia y la adolescencia. También le dicen edad dorada porque las demandas propias e intensas de los niños en la etapa anterior ya quedan atrás por sí solas. Las criaturas experimentan un logro en la madurez física y cognitiva que les permite comprender y adaptarse mejor a las normas razonables de su entorno familiar y social, lo cual facilita que la crianza discurra sin tantas tormentas. Obviamente, esto es posible, como dije antes y subrayo, siempre que el conjunto de normas, demandas, personas y el entorno que afectan al niño sean respetuosos, razonables, que tengan sentido. En conclusión, será posible vivir una infancia intermedia más tranquila si no hemos causado en la primera infancia, interferencias que luego arrastrarán a las siguientes etapas.
Hay que entender que el desarrollo infantil sucede sobre un continuum de experiencias vitales. Por tanto lo que acontece en la edad puente debe entenderse a la luz de lo construido en la crianza durante los siete primeros años de vida. El carácter y el patrón de vínculo de apego que condicionan la forma en que los niños perciben su propia imagen, autoestima, cómo interpretan al mundo (hostil, competitivo, amenazante, seguro, amable, fraterno…), la forma en que establecen sus relaciones con los demás… ocurre en la primera infancia. Sobre esas bases se cimientan “los siguientes pisos del edifico”. Esto dependerá mucho del estilo de crianza recibido (democrático o autoritario) y si han sido satisfechos en todas sus necesidades básicas e incuestionable (acceso irrestricto al cuerpo materno, leche, calor, seguridad, brazos, movimiento libre, juego libre, socializar, explorar sostenidos en su base segura…), respetando sus ritmos, sin forzarlos a pasar hacia etapas para las cuales no han madurado como dormir en solitario pasando angustias, obligándoles a portarse como adultos cuando son solo niños, despañalizando antes de que hayan madurado fisiológica y psicológicamente, presionando para que sean más independientes.
Insisto siempre en que para criar sin violencia es imprescindible conocer la naturaleza de cada etapa evolutiva, las necesidades que éstas traen consigo y por supuesto respetarlas. Si me preguntan qué debo hacer para amar y cuidar a mi hijo tal y como espera y necesita para desarrollarse bien en la llamada edad puente, comenzaría por explicar los rasgos madurativos más importantes de esta etapa para que, en primer lugar, no caigas en el error común de confundir un comportamiento normal como un problema que debes corregir. Por otra parte para que entiendas cómo puedes acompañarle satisfaciendo sus necesidades.
Lo que puedes esperar de tus hijos en la primera subetapa de la edad puente (siete a diez años):
Es una etapa en la que los niños y niñas amplían su foco de interés externo a la familia, para centrarse más en el entorno social con sus iguales (amiguitos).
La escolarización formal es un hito de iniciación social que marca un cambio importante en esta etapa. Es en esta etapa y no antes cuando los niños alcanzan madurez cognitiva para el aprendizaje de objetivos académicos como lectoescritura, matemáticas, etc.
Experimentan cierta ambivalencia entre sentirse aún pequeños, pero al mismo tiempo sentirse grandes. Como toda transición, esta también marca un duelo tanto para los niños como para sus padres. Vivirlo conscientemente aporta mayor capacidad para una despedida emocional y racionalmente sana de la etapa que queda atrás.
Queda atrás el egocentrismo madurativo propio de la primera infancia (mío, mío, yo, yo, estoy donde me gusta haciendo lo que quiero…) a partir de los ocho años comienzan a regularse desde la instancia psíquica del principio de la realidad (me encantaría jugar todo el día en la plaza con mis amigos pero se hace tarde y hay que volver a casa, los regalos de Santa los traen mis padres, etc..) Esto permite una mejor comprensión y aceptación de las exigencias externas siempre que sean razonables. Sin embargo no hay que perder de vista que el principio del deber es otra instancia psíquica que alcanzamos los seres humanos en la adultez (debo trabajar, pagar la renta, etc..). Por tanto es normal que cueste asumir deberes en estas etapas. Las tres instancias psíquicas (placer, realidad, deber) se van desarrollando progresivamente a lo largo de las distintas etapas de la infancia, adolescencia y adultez, hasta desplegarse y funcionar todas, ojalá de manera equilibrada.
Lo que puedes esperar de tus hijos en la pubertad o segunda subetapa de la edad puente (diez a doce años)
Aunque en nuestras sociedades se impone una acusada aceleración de los procesos naturales de madurez de la infancia (hipersexualización) es a partir de los once o doce años y no antes cuando en general se debería esperar el despertar de una vivencia más consciente de diferenciación sobre los distintos sexos, así como el surgimiento de una forma incipiente de atracción entre iguales quizás mezclada con algo de miedo o curiosidad.
Se retoma la masturbación. Antes, hacia los dos o tres años con el descubrimiento de los genitales, ahora en la intimidad.
Cobra importancia la autoimagen, cómo se ven o sienten frente al grupo de iguales.
A partir de los once años comienzan a experimentar muchas transformaciones físicas y psicológicas. Comprueban más claramente su propios cambios de desarrollo y se dan cuenta de que son irreversibles. Pueden vivirlo como una mezcla de miedo a la pérdida de la niñez y curiosidad por lo que está por venir.
Todavía existe dependencia emocional y práctica de los padres que comienza a experimentarse de forma ambivalente de cara a la búsqueda de independencia.
En la pubertad comienza la pérdida de idealización de los padres como estrategia evolutiva para el logro de los ensayos de autonomía y distancia propias de la adolescencia para transitar hacia la adultez. Esto puede llegar a generar oposición o desvinculación con los padres que serán más o menos conflictivas dependiendo de la calidad del vínculo construido a lo largo de las etapas anteriores.
Más hacia los doce años, experimentan cambios emocionales constantes cuyas causas a menudo no pueden definir. Un día pueden sentirse cercanos, al otro distantes de los padres, por ejemplo. Se muestran habitualmente muy sensibles ante la aceptación o rechazo de los demás, especialmente si son sus iguales.
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Para los progenitores es importante hacernos conscientes del modo en que estos cambios nos afectan, elaborar nuestros propios miedos a la sensación muy común de pérdida de control, a los propios duelos de cara a las etapas que van quedando atrás en la infancia de nuestros hijos. Registrar conscientemente nuestras incertidumbres ante la nueva función parental que viene con otra fase del desarrollo y sus nuevas necesidades y dinámicas. Si nos cuesta mucho dejar de vivir este tránsito desde un lugar muy conflictivo, carente de herramientas para solucionar los problemas de vínculo con nuestros hijos e hijas, es deseable buscar oportunamente la ayuda adecuada.
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