Ernesto Bianco, el actor que brillaba en Cyrano cada noche hasta que lo sorprendió la muerte
Ernesto Bianco protagonizó una emblemática versión de Cyrano de Bergerac, el texto escrito por Edmond Rostand estrenado en 1897, que se convirtió en un verdadero fenómeno teatral en septiembre de 1977. Subió a escena en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Más de cuatro décadas después, el mismo personaje que, en cine, protagonizaron José Ferrer, Gérard Depardieu y Peter Dinklage volverá a ese escenario, ahora con el rostro de Gabriel Goity y puesta y adaptación de Willy Landin.
La dirección de aquel montaje de 1977 estuvo en mano de Osvaldo Bonet. El papel principal del “mosquetero de nariz larga y verbo florido”, como consignó la nota de LA NACION previa al estreno, estuvo en manos de Bianco, caballero de la escena tan admirado como respetado por sus colegas. La bella Roxana, prima de Cyrano y motivo de sus desvelos, recayó en Estela Molly; y Cristian, su prometido, a cargo del gran Alberto Segado. Ellos tres fueron parte de un numeroso elenco que también integraban Tincho Zabala, Enrique Fava, María Luisa Robledo, Adriana Aizenberg, Roberto Mosca, Arturo Maly y, entre otros, un joven Mario Alarcón. Aquella puesta duraba cuatro horas (la que estrena en pocos días ronda las dos horas y media), pero su extensión no evitó que fuera un rotundo éxito tanto de público como de crítica. Hubo otro motivo por el cual aquel montaje quedó en la memoria colectiva: a pocas semanas de su estreno, el protagonista tuvo que suspender la función por fuertes dolores en el pecho. Le hicieron un electrocardiograma y se manejó la hipótesis de que se trataba de un problema digestivo. A los pocos días, volvió a subirse al gran escenario: el telón de la Martín Coronado se llegó a subir y bajar once veces ante el fervor del aplauso del público, que se sucedió función tras función hasta el 1° de octubre. Al día siguiente, Ernesto Bianco, murió mientras dormía la siesta. Tenía 55 años.
La noticia conmovió a todos. Lógicamente, también a Mario Alarcón, quien oficia de puente entre aquella puesta y la próxima a estrenarse el miércoles 15 tras varias postergaciones, con María Abadi, Mariano Mazzei, Daniel Miglioranza, Iván Moschner y Larry de Clay, entre tantos otros. Un rato antes del ensayo de este nuevo Cyrano, recuerda aquel domingo trágico. “Ese día, tipo cinco de la tarde, llegué al San Martín por Sarmiento para la función y me encontré con trabajadores del teatro llorando. Ahí me enteré de que Bianco había muerto”, recuerda Alarcón.
“Desde mi punto de vista, Ernesto era perfecto para ese personaje: alto, delgado y con esa manera tan particular de moverse en el escenario. Si me dás a elegir un Cyrano es Ernesto. Si lo pienso bien, era imposible suponer ese final. Era tanto el despliegue suyo sobre el escenario que, en uno de los pocos momentos que estaba fuera de la escena, solía apoyarse en una escalera que sube a la parrilla de luces. En una de sus últimas funciones noté una cosa muy extraña: lo vi con las uñas moradas y lo escuché agitado. Nunca me voy a olvidar de eso pero, obvio, ¡qué iba a suponer que podía pasar algo así! Aún entre aquella función que tuvo que suspender y la última siempre actuó sin parar, con una entrega total. Pero, claro, el corazón no avisa”, recuerda.
Para el gran Mario Alarcón, ganador del ACE de Oro en 2022, aquella fue la primera vez que se topó con la muerte de un compañero de escena. “Fue un impacto muy grande para mí. Me hizo reflexionar mucho sobre la profesión. En estos momentos te diría que priorizo cuidar mi salud… El personaje de Cyrano es muy demandante, lo tiene que hacer alguien de mucha experiencia, como el caso de Bianco; pero también un actor con gran resistencia física”, apunta quien en aquella oportunidad había sido convocado por Kive Staiff, director emblema del Teatro San Martín, luego de haberlo visto actuar en el teatro Payró.
Cuando murió Bianco, Staiff juntó al elenco y comunicó la reposición de Cyrano para el año siguiente, 1978. “Fue difícil ese proceso. Sobre todo para Enrique Fava, que pasó a protagonizarla. Por un lado, aprender ese texto en verso de una obra de cuatro horas no es joda; y, por otro, Fava y Bianco eran de la misma edad, se conocían. Debe haber sido muy difícil para él asumir el papel de Ernesto. También él se quedaba sin aire y eso, claro, nos daba cosa”, evoca.
Cuando actuó en aquel Cyrano de 1977 Alarcón tenía cerca de 30 años. Su rol era el de Lignière. Su personaje actual, el mismo que en aquella puesta estuvo inicialmente a cargo de Enrique Fava, es el del conde de Guiche. “Me encanta hacerlo porque es el típico bienudo, arrogante y despectivo, que es muy interesante para actuar. Si querés, es un personaje que se ve en varios políticos actuales que se creen dueños del mundo, que siempre hacen notar el poder que tienen”, señala con profundo respeto y admiración sobre ese gran actor, padre de las actrices, directoras y dramaturgas Ingrid Pelicori e Irina Alonso.
“Cyrano es un romántico que se empecina en vivir un ideal. Creo que todos sentimos que somos un poco como Cyrano, obligados a defender la belleza y la bondad interior de la agresión de afuera. Pero él es de una sola pieza y lleva sus actitudes hasta sus últimas consecuencias. Es un gran idealista, odia la mentira, está en contra de todos los prejuicios, y su profunda moral lo lleva a enfrentarse con la simulación y la cobardía. Esto no pierde actualidad porque el hombre tiene siempre esa aspiración, aunque cada día se le hace más difícil realizarla. Cyrano da todo por amor”, reflexionó Bianco sobre aquel personaje consagratorio.
Bianco, un hombre común y un superhombre de la escena
Pero, ¿quién era este señor que era capaz de hacer delirar a la platea de la Martín Coronado durante cuatro horas? Oscar Ernesto Pelicori Bianco (Ernesto Bianco, para todos) nació el 20 de junio de 1922. Su madre era hija de piamonteses y se llamaba María Bianco; su padre, Ernesto Luis Pelicori, era hijo de calabreses. Se enamoraron siendo muy jóvenes pero, como sus padres se oponían a la idea de una casamiento, se fugaron y al poco tiempo se embarcaron rumbo a la Argentina. Tuvieron nueve hijos. Todos estos datos aparecen reflejados en el libro Nuestro inolvidable Ernesto Bianco, editado por el Instituto Nacional del Teatro (INT) y escrito por sus hijas.
Siendo él muy joven murió su padre. La vida en la familia se puso muy difícil en términos económicos. “Mi viejo murió cuando yo tenía 18 años. De ellos heredé la capacidad de hacerme fuerte en todas, incluso en esas veces en que la vida parece tirarte con todo lo que tiene para domarte la fe. Supe lo que es andar en la mala, esperando rabiosamente la mano salvadora”, dijo en un reportaje publicado en la revista Antena. En 1943 ingresó al Conservatorio en donde conoció a Antonio Cunill Cabanellas, quien le dio a la institución un nivel de excelencia: allí se formaron Alfredo Alcón, María Rosa Gallo, Inda Ledesma, Irma Roy y Jorge Rivera López. Allí también conoció a Iris Alonso, su futura esposa, cuya familia solía lamentar: “Qué pena que Iris se casa con un muchacho tan pobre”. Desde que egresó del Conservatorio, Bianco nunca dejó de trabajar como actor y de defender el trabajo de sus colegas.
Dio sus primeros pasos en la radio, donde protagonizó un altercado con Cunill Cabanellas, director de un ciclo dedicado a obras de teatro, que relató Alfredo Alcón. “El elenco de Las dos carátulas estaba haciendo una lectura previa a la grabación de María Estuardo, de Schiller. Bianco leía con las manos en los bolsillos. Cunill lo adoraba a Bianco y en esa ocasión le dijo: ‘Ernesto, quítate las manos de los bolsillos’. ‘Pero si esto es radio’ respondió él. ‘Que te las quites’, insistió. ‘Que no me las quito’, porfió el actor hasta que Cunill, furioso, le gritó: ‘¡Te vas, que te puede reemplazar cualquiera! ¡Hasta ese!’, dijo señalándome –se reía Alcón con la anécdota–. Bianco dio un portazo y se fue. Y yo hice el papel. Así quedé estable en el elenco del radioteatro”.
En 1958 ingresó a la Comedia Nacional, que era el elenco estable del Teatro Nacional Cervantes en donde actuó dirigido por Orestes Caviglia y con compañeros de la talla de Milagros de la Vega, Carlos Carella y Alicia Berdaxagar, entre otros. En 1960, fue parte del elenco de Locos de verano, de Gregorio de Laferrere, dirigido por Armando Discépolo. Ese mismo año, protagonizó junto a Inda Ledesma Hombre y superhombre, de Bernard Shaw, que obtuvo críticas excelentes; pero duró poco tiempo porque apareció una comisión de censura. Contra viento y marea, la reestrenaron en la sala Teatro 850, que quedó chica; para pasar al Teatro Argentino. Ahí mismo protagonizó junto a Inda Ledesma Querido mentiroso (otro éxito de aquellos).
En la pantalla chica ya estaba trabajando desde algunos años en ciclos televisivos y unitarios de fuerte raíz teatral. En 1961, el viejo Canal 7 encaró una gran producción con 51 actores y 150 extras (algo de ciencia ficción para los tiempos que corren) para homenajear a San Martín. Se llamó América fue testigo. Esa vez le tocó hacer del Padre de la Patria en un trabajo que fue verdaderamente consagratorio. Ese mismo año, con apenas 39 años, lo nombraron director artístico del canal estatal. En la Revista Vea TV de ese año se escribió lo siguiente: “Ernesto Bianco personalmente odia las series norteamericanas. Insiste en que todos los programas de la emisora deben estar hechos por artistas locales: un criterio muy artístico, pero muy poco comercial. Como buen actor que es, cree que la tevé es para los actores”. Duró muy poco en el cargo.
Fanático de San Lorenzo y hombre de carácter, una vez escuchando un programa de radio oyó su nombre en una crítica en la que le decían que no tenía moral ni ética profesional. Rápido de reflejos, fue al estudio. El prestigioso crítico Emilio Stevanovich, a quien todos temían, dijo al verlo: “Aquí llega Ernesto Bianco y parece estar descontento con la crítica que acabo de hacer de Locos de Verano”. Él respondió: “Con la crítica no, pero no puedo admitir términos ofensivos”. Acto seguido le aplicó con muy buena puntería, una tremenda patada. Pero la cosa no quedó ahí: dos años más tarde, el prestigioso crítico le otorgó a Bianco el premio al mejor actor del año.
Hasta ese momento se hablaba de él como un “actor serio”. Todo cambió cuando le ofrecieron trabajar en la comedia Boeing Boeing, junto a Osvaldo Miranda. “Tenía que probar que era capaz de hacer cualquier papel. Pensé que era el momento de intentar un cambio y demostrar que podía hacer eso tan difícil: hacer reír a la gente. Tan difícil y tan lindo”, dijo alguna vez. Aquello fue un éxito serio y así fue como le empezaron a llegar propuestas televisivas con sueldos sanadores. Desde ese momento inició una nueva etapa en programas de Gerardo y Hugo Sofovich junto a Alberto Olmedo, Mabel Manzotti, María Rosa Fugazot, Pepe Soriano, Jorge Porcel, Javier Portales, Nelly Prince, Claudia Lapacó y Dorys del Valle. Fue el tiempo de Operación Ja Ja, El Botón y El Chupete. En el elenco lo llamaban “El Maestro” por una ocurrencia de Olmedo que se convirtió en su apelativo. De todos modos, el teatro siempre fue su ámbito más natural de expresión.
Bianco y Osvaldo Miranda formaron un dupla inseparable. De Canal 13 lo llamaron para hacer algo juntos. Bianco tenía la intención de hacer algo sobre dos cuñados. Ante la propuesta, Miranda le dijo a Bianco: “Vos sos el hermano varón que no tuve”. Bianco le contestó: “Y vos sos para mí como el Negrito, el hermano de mi sangre que se me fue demasiado pronto”. Así nació Mi cuñado, programa que no paró de sumar fanáticos a esta trama en la que se sacaban chispas.
Y llegó Cyrano, con aquella puesta de Osvaldo Bonet, que se devino en leyenda y éxito de público. En el libro de Pelicori aparece reflejada una anécdota de Mauricio Kartún. “Yo lo iba a buscar al teatro los jueves, y claro, iba un rato antes porque quería ver el final de Cyrano -apuntó el director y dramaturgo-. Las ovaciones que le vi a él no las vi nunca. Una noche, alguien del público, cuando ya estaban todos de pie aplaudiendo, se paró arriba de la butaca y gritó: ‘¡Bianco, la puta que te parió!’”.
Cuando Gabriel Goity ni imaginaba que iba a protagonizar Cyrano de Bergerac, escribió un texto en el libro publicado por el INT. La primera vez que fue al teatro lo hizo con su abuelo. Fue para ver al actor que él tanto admiraba de verlo en Mi cuñado o en los programas de Olmedo. Aquello fue, según admite, un antes y un después. “Recuerdo que hacía frío. Y recuerdo la muchedumbre. Y la ovación. Y la identificación mía con el personaje. Y la interpretación. Y esos ojos azules que estallaban, y que me enamoró. Perdidamente. Esta es la verdad. Y ahí empezó a surgir para mí la posibilidad de seguir el camino de él. No es que yo quería estudiar teatro, yo quería ser Bianco. Quería ser el Cyrano de Bianco”, escribió.
Goity reconoce que es actor por “culpa” de este señor. “Frente a las vicisitudes de esta carrera, que son más desgraciadas que otra cosa, yo lo puteo a Bianco. Digo: ¡Me cago en la hora en que fui al San Martín a verlo! Porque si hubiera visto a otro actor, seguramente no me hacía actor. Hubiera dicho ´qué linda obra´, y nada más. Y me hubiera dedicado a otra cosa”. Y arremete con otra confesión: “Ernesto Bianco es la conjunción de lo que uno aspira, por lo menos yo, que es la jerarquía popular, el máximo galardón que puede tener un artista. Porque considero que un actor puede ser popular, pero si no tiene jerarquía, se olvida muy pronto. Y si tiene jerarquía pero no tiene popularidad, es lo mismo, la jerarquía sola también se pierde. Entonces el máximo galardón es la jerarquía popular. Y Ernesto Bianco es la demostración de la jerarquía popular, el ejemplo concreto; lo seguimos recordando y nos seguimos emocionando. Y cada vez que me preguntan cuál actor… yo digo: ´Bianco´”.