Estrenos de teatro. Los nacimientos es un conmovedor entramado con personas reales del Barrio 31
Dramaturgia: Marco Canale. Dirección: Marco Canale, Javier Swedzky. Intérpretes: Marco Canale, Ramona Escalante, Adelaida Franco, Marta Giménez, Marta Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta Reloj, María Rojas, Paula Severi, Flora Solano, Beatriz Spitta, Javier Swedzky, Francisca Vedia. Diseño de escenografía y asesoría de vestuario: Micaela Sleigh. Composición musical: Juan Bayá. Diseño y realización sonora: Luciano Giambastian. Músico sesionista: José Tolaba. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Funciones: jueves, viernes, sábado, domingo, a las 20. Teatro: Nacional Cervantes. Duración: 120 minutos.
Los nacimientos no nacen ni ahora ni en este lugar. Tienen un recorrido largo. Aunque no tan largo como la vida de sus protagonistas que rondan entre los 70 y los 85 años. Una síntesis apretada e incompleta afirmaría que tiene un antiguo origen en un taller que puso en marcha Marco Canale en la villa 31. De ahí devino un primer trabajo, La velocidad de la luz que fue mostrado allí mismo en el marco del FIBA de 2017. Con muchas protagonistas en común con aquella obra y con la suma de otro director, Javier Swedzsky, hubo un primer alumbramiento que también se desarrolló en la villa, con muchos panes cocinándose en el horno y una ronda relativamente pequeña de testigos.
Sin embargo, Los nacimientos tenía previsto crecer. Y hacerlo en nuestro teatro nacional. Comenzaron los ensayos, pero la pandemia puso entre paréntesis la obra sin romper ni los vínculos ni los sueños.
Este estreno en el Cervantes señala las capas de historia y de lugares . Lo señala porque lo pone de manifiesto, lo focaliza. Capas, entramado de historia y de historias. Por un lado, el paso del tiempo de la obra misma, sus procesos, su tiempo de construcción, sus detenciones, pero como también se tematiza la historia de las mujeres hay otros tiempos que se ponen en juego, los de la infancia, el de los recuerdos, los de las huidas. La pantalla, que preside el centro del escenario, plantea lo mismo: lo filmado del orden del pasado (incluso trayendo a una de las mujeres que falleció), la transmisión de lo que sucede –primeros planos, juegos con las voces en off de las mujeres y los labios cerrados del presente– pero también una filmación que “representa” (pero no es, por razones obvias) el futuro después de la función.
También hay capas superpuestas de espacios, físicos y simbólicos. Muchos aparecen en la pantalla, otros, convocados en las palabras de las mujeres. Y son de distinto orden: filmaciones de su villa, mapas, un lugar del teatro en el que están en otro momento, las dos mujeres que no son de la 31 y también remiten a sus lugares, podría ocupar toda la página enumerando los sitios mostrados, representados, mencionados. Sin olvidar, por supuesto, lo que significa tal como se interroga el programa de mano “los conflictos y las potencias que pueden surgir del encuentro entre dos caras de la ciudad que no suelen mirarse.”
Tal vez puedan pensarse dos grandes líneas para contener este complejísimo y conmovedor entramado, la respuesta a la pregunta “¿A qué lugar les gustaría volver antes de morir?” que es lo que plantea la razón para el viaje. Los viajes son, por supuesto, múltiples y de lo más diversos. Desde viajes a la lengua de origen (con la traducción en la pantalla), a sueños, a traumas, a silencios. Desde lo personal más íntimo hasta la vivencia colectiva que ha atravesado a generaciones.
La otra línea ingresa a través del pan de los muertos, una tradición de Bolivia que consiste en amasar pan con diferentes formas en ofrenda a los difuntos de acuerdo con sus gustos. Un rito que abre el camino a la materialidad de la harina, a las formas, al amasado, al rito. Al teatro de objetos. La masa se manipula y se transforma, adquiere configuraciones diversas, estructura, peso.
La articulación se produce de un modo sensible e inteligente, en todos los planos: se puede mimar una moto o arrear ovejas imaginarias del mismo modo que bañarse bajo una lluvia de harina o envolverse en una manta de colores. Se puede plantear viajes irreales a lugares que ya no existen o narrar la entrada de las topadoras arrasando con las casas .
Marco Canale, director y dramaturgo, está presente en el escenario con la cámara en el trípode, se acerca a las mujeres, les pregunta, les acomoda las sillas, les pide información para los espectadores. Javier Swedzky, el otro director, colabora llevando y trayendo objetos , hace de apuntador. Ambos, además de organizar este universo que entrama acontecimientos biográficos y ficción, con su presencia en el escenario acompañan a las actrices en esta tarea –supongamos que desafiante– de estar en una sala para 700 espectadores.
La propuesta además aporta un elemento, tal vez, inesperado: un juego metateatral. Algunas de las actrices le reclaman al director, lo critican, le muestran su desacuerdo con la orientación que está tomando la obra en la misma línea autorreferencial, lo que una desea es la que otra rechaza ¿por qué en lugar de hablar del viaje no se habla de la resistencia de la villa? O alguna dura afirmación como “Yo no voy a hablar de mi nieto en su obra de teatro.” Porque también aparecen los episodios duros y difíciles de contar.
Es difícil dar cuenta verbalmente de Los nacimientos. Hay que verla. Y sin duda, cada espectador conectará con ella de manera diferente .