Francis Ford Coppola: “Es imposible hacer arte sin correr riesgos”
Buenos Aires sigue cerca del corazón y de la memoria de Francis Ford Coppola. Así lo sugiere la firme y tranquila voz de uno de los más grandes directores de cine de las últimas décadas cuando saluda, del otro lado de la línea, desde algún lugar de California.
Vía Zoom, pero sin cámara de por medio, la conversación con LA NACIÓN se pone en marcha con algunas preguntas... del entrevistado. “¿Cómo debería llamarlo? ¿Marcel o Marcello? ¿Es Marcello, entonces? ¡Encantado! Puede llamarme Francesco”, dice tomando la iniciativa. Cuando se le confirma que su interlocutor se comunica con él desde Buenos Aires quiere saber cómo está el clima por allí. Y también si el cronista tiene hijos. O acaso nietos, como él.
Coppola completa esa breve presentación con un saludo de buenos deseos en español por las fiestas. Y al final del diálogo se despedirá del cronista entonando alegremente los primeros versos de un tango clásico, popular e inmortal: “Adiós muchachos, compañeros de mi vida...” Lo que queda en el medio es una charla mano a mano en la que el director de El padrino habla de su paso por Buenos Aires, de algunos recuerdos, de la toma de posición que hoy tiene sobre el cine, del futuro (el propio y el de su arte) y, por supuesto, de Megalópolis , su última película, que llegará a los cines argentinos el primer jueves de 2025.
¿Qué es Megalópolis para Francis Ford Coppola? ¿Un viejo sueño hecho realidad? ¿Un testamento? ¿Una declaración de principios sobre el estado actual del mundo? ¿Una vuelta de tuerca alegórica sobre los clásicos temas del director: el poder, la ambición, la voluntad y la desmesura? Desde su estreno mundial en el último Festival de Cannes, con las más dispares reacciones por parte de la crítica especializada, se viene hablando de esta película, concebida como una gigantesca fábula de espíritu retro-futurista en la que Nueva York se presenta como el equivalente urbano y contemporáneo de la Roma imperial.
A los 85 años, invirtiendo parte de su patrimonio personal (sus espléndidos viñedos en el norte de California), Coppola finalmente pudo concretar un proyecto en el que viene pensando desde hace varias décadas. El personaje central es un ambicioso arquitecto, César Catilina (Adam Driver) que trata de aplicar sus ideas en el lugar que imagina como la gran ciudad del futuro. Sus planes se enfrentan a los del alcalde Cicero (Giancarlo Esposito), cuya hija (Nathalie Emmanuel) parece en cambio cada vez más interesada en las ideas de César. Jon Voight, Shia LaBeouf, Aubrey Plaza, Jason Schwartzman, Talia Shire (hermana del realizador), Laurence Fishburne y Dustin Hoffman completan el elenco principal de esta novedad cuyo estreno local anuncia Maco Films para el 2 de enero.
“Megalópolis –cuenta Coppola a LA NACIÓN- se parece mucho a todo lo que viví cuando hice Apocalipsis Now . En ese momento y también ahora no estaba demasiado seguro de las reglas que debía seguir para hacer lo que me interesaba. Mi conclusión es que en verdad no hay reglas y es la película la que hablará por sí misma. No nos corresponde a nosotros decirle a la película lo que nos tiene que contar, sino al revés”.
-En 2008 usted estuvo un buen tiempo en Buenos Aires filmando una película completa, Tetro. Y también llevó adelante durante ese tiempo algunos emprendimientos y negocios. ¿Sigue siendo el dueño de un muy reconocido hotel boutique de Palermo, Jardín Escondido?
-Así es. Sigue allí y es uno de los mejores de vuestra ciudad . El gran Hotel Alvear es sin duda el número uno. Y le diría que mi hotel boutique está en el número cinco de esa lista. Estoy muy orgulloso de tenerlo y sigo siendo el dueño.
-¿Tiene planeado en algún momento volver para supervisar en persona la continuidad de ese negocio?
-No. No por ahora. Estuve hace un par de años y todo funciona bien. El management del hotel es muy bueno. Las cosas siguen su marcha. Ustedes tienen allí un nuevo presidente que, por lo que veo, está haciendo muchas cosas. Espero que todo funcione bien para la gente, porque los argentinos son grandiosos.
-¿Qué memorias guarda de aquel rodaje?
-Lo primero que recuerdo y tengo para decir es que Buenos Aires tiene más actividad teatral que cualquier otra ciudad en el mundo. Y muchísima gente extraordinariamente talentosa que ama el teatro en todas sus facetas, de los grandes musicales a las obras más experimentales que a veces se representan en casas, como si fuese teatro de garaje. Admiro mucho a los argentinos, tuve grandes colaboradores en mi trabajo, especialmente muchas talentosas y admirables mujeres. Es muy interesante lo que pasa en Buenos Aires, por alguna razón hay allí muchos médicos y psicoanalistas.
-Aunque en escala mucho mayor, Megalópolis tiene mucho del espíritu experimental que usted empleó en Tetro.
-Así es. Tiene razón. No son muy diferentes entre sí y tampoco con Apocalipsis Now. Lo que siempre traté de hacer fue poetizar esas historias y llevarlas al extremo. Una gran obra de arte solo es posible si usted está dispuesto a correr grandes riesgos. Y lamentablemente en la mayoría de los casos eso no pasa porque suele hacerse lo que el público espera. En la industria de la alimentación para alentar el consumo de cierto tipo de bebida o de papas fritas se agrega cierta dosis muy precisa de sal o de azúcar. Así te transforman en adicto a esos productos. Lo mismo pasa con el cine. Quieren que te conviertas en adicto a cierto tipo de películas en las que no hay ningún riesgo. Pero resulta que no se pueden hacer bebés sin sexo. Y no se puede hacer arte sin riesgo.
-A propósito de adicciones, Megalópolis comienza con la descripción de una sociedad muy inclinada al poder, a los excesos, a la manipulación y, por añadidura, a la corrupción. Pero más tarde su mirada toma una postura más optimista. ¿Usted tiene una visión positiva frente al futuro?
-Sí, la tengo. Pero lo que quiero decir es que me parece absurdo vivir en un mundo con semejante estrés. Estamos en medio de guerras innecesarias, de pérdidas de vidas innecesarias, sobre todo entre los más chicos, y de un sufrimiento innecesario alrededor de estas cosas que nos causan tantos problemas. Yo tengo otra visión. Hay opciones. Podemos hacer que las cosas sean mejores, pero solo vamos a lograrlo si empezamos a hablar entre nosotros para resolver algunos problemas muy serios que nos provocan angustia mental. Hay niños que sufren bullying en las redes sociales y por eso terminan baleando a sus amigos. Es una locura.
-Por lo que usted dice se puede lograr ese objetivo, pero los obstáculos son muy grandes.
-Tenemos que superarlos. Mire, nuestros sistemas políticos se basan en la competencia por ganar más poder, influencia y privilegios. Nunca se compite para ver quién tiene la mejor idea. Me parece un error dedicar toda la vida al ejercicio del poder, tener una carrera solo para eso. Nadie quiere cumplir ese deber como si fuera un jurado. Lo mejor sería que un alcalde, por ejemplo, ocupara ese cargo durante un mes o un mes y medio. Cumplido ese plazo deja que las cosas funcionen y vuelve a su actividad de oculista, enólogo o lo que fuera.
-¿Por todo esto usted volvió a hacer una película que habla tanto sobre el poder?
-Me gustaría que Megalópolis pueda verse en los cines cada 1° de enero para que en vez de empezar el año prometiendo dejar de fumar o de tomar pongamos sobre la mesa otras preguntas e ideas. La idea misma de contar en una sociedad con líderes que acumulan poder, privilegios, riqueza e importancia es un error, algo innecesario. Queremos que todo aquel que tenga dinero se desprenda de él y se lo entregue a quien no lo tiene, pero eso no hace más que llevarnos de nuevo a viejas contiendas. Si alguien quiere tener un montón de dinero, que lo tenga, pero justamente ahí está la trampa, el engaño. ¿Qué es el dinero? ¿Por qué tiene valor? Bueno, tiene valor porque es algo que le falta a muchísima gente. Deberíamos entonces empezar a imaginar algunos mecanismos no monetarios como recompensas, sobre todo para evitar situaciones que ya están pasadas de moda. Y personalmente no creo que en el futuro haya dinero tal como lo usamos hoy.
-Hablando de dinero, se habló mucho de los millones de dólares que usted puso de su propio bolsillo para financiar la producción de Megalópolis. ¿Cuánto hay de cierto en esto?
-Yo no creo en el valor del dinero. Y si usted me pregunta si prefiero un millón de dólares o un millón de amigos le diré sin dudar: tráigame a los amigos, no quiero los dólares.
-¿Por qué en su película Nueva York aparece como una nueva Roma, como el centro de un nuevo Imperio Romano?
-Simplemente porque cuando este país se fundó no quiso un rey. Los americanos no querían al rey de Inglaterra. Si usted conoce la historia de Roma sabrá que los romanos odiaban al rey Tarquino y por eso inventaron la República, un gobierno alternativo al de la monarquía. A partir de allí Roma prosperó y tuvo tanto éxito que todo tipo de dinero empezó a llegar a la ciudad. Pero no terminó en el bolsillo de la gente, sino en el de los políticos y los senadores. Ellos estaban tan ansiosos por mantener sus privilegios que al final lograron que Roma perdiera la república y fuese reemplazada por un rey. Es lo que podría pasar en los Estados Unidos. Todavía no lo sabemos.
-¿Usted escribió la película teniendo como primera opción a los actores que finalmente la interpretan? Los personajes parecen escritos para cada uno de ellos.
-Fue un tema complicado. Muchos de los actores que mejor conozco como Robert De Niro ya estaban muy grandes para esta película, por lo que tuve que salir a buscar gente nueva. Y se me hizo bastante complicado porque nosotros manejábamos ciertos tiempos para la producción y ellos debían estar siempre disponibles. Amo a mis actores, todos ellos fueron mis grandes colaboradores durante el rodaje.
-¿Qué puede decirme de ellos?
-Fue maravilloso trabajar con Adam Driver, un actor creativo e inteligente que hizo todo el camino para hacer realidad a su personaje. Aubrey Plaza fue perfecta para lo que necesitaba de su personaje: sexy, divertida, inteligente. Shia LaBeouf es un excelente actor e hizo un gran aporte. Tuve en este elenco figuras de las más diversas ideas y miradas políticas, desde Jon Voight hasta mi hermana Talia Shire, pasando por mi viejo amigo Larry Fishburne y el maravilloso Giancarlo Esposito.
-Usted acaba de nombrar a Robert De Niro, protagonista de El padrino II, de cuyo estreno acaban de cumplirse 50 años. Lo mismo pasa con La conversación, otra de sus grandes películas. ¿Qué significado tiene para usted este doble aniversario?
-Que estoy muy viejo [risas]. La verdad es que no significan nada estas fechas. No estoy obsesionado conmigo mismo. Yo no amo a mis películas. Yo amo al cine. Y también amo el cine de todo el mundo, especialmente cuando lo hace la gente joven. Nada me da más placer que encontrar a un director que se acerca a mí después de hacer una gran película, poder decirle: “¡Oh, qué maravillosa película has hecho!”, y que él me diga que se convirtió en director porque vio La ley de la calle o Apocalipsis Now. Eso tiene para mí mucho más valor que un cheque por 10 millones de dólares o un montón de estatuillas doradas.
-¿Qué es lo que ama más del cine?
-Yo hice películas porque me enamoré de las películas de unos cuantos gigantes que aparecieron antes que yo. Amo a Orson Welles, a William Wyler, a Federico Fellini, a Alberto Lattuada, a Carl Dreyer, a Ingmar Bergman. Todos nosotros estamos parados sobre los hombros de esos gigantes.
-A partir del 2 de enero veremos Megalópolis en los cines de la Argentina, pero muchos otros títulos de cine de autor no tienen la misma suerte. La posibilidad de ver este tipo de películas en pantalla grande se enfrenta a una crisis global, la taquilla decrece en todas partes. ¿Usted cree que el público volverá a los cines?
-Lo creo. Y también creo en lo que hoy llamamos streaming y años atrás conocíamos como video hogareño, algo muy bueno para quienes queremos revisar el pasado. A veces me pongo a ver en casa una película de Kubrick o de David Lean, y también bastantes cosas de los comienzos del sonoro, porque me interesa mucho ver cómo el cine fue progresando desde ese momento. Pero al mismo tiempo sabemos desde los tiempos de la Antigua Grecia que el drama siempre se representó en lugares públicos y ante muchas personas. Por eso sigo pensando que no nada más maravilloso que ver una película en una sala enorme frente a una gran audiencia.
-¿Cuál es su mayor temor como director en este momento?
-El cine que se hace hoy es un cine sin riesgos. La gente que tiene dinero y lo aplica al cine está aterrorizada frente al riesgo de perder todo lo que tiene. Ellos quieren beneficios y no están dispuestos a aceptar alguna pérdida. De nuevo, es imposible hacer arte sin correr riesgos.
-¿Se arrepintió de algo?
-De dos cosas. Primero, no haber hecho Golpe al corazón como una experiencia en vivo. Quería filmar 10 minutos seguidos de esa manera, sin un solo corte. Pero el director de fotografía Vittorio Storaro y el director artístico Dean Tavoularis, dos artistas a los que amo, me pidieron no hacerlo porque estaban preocupados por el resultado final, y así lo acepté. No tuve el coraje de decirles que hubiese preferido convocar a otros artistas y mantener mi idea original. Lo segundo es más un lamento: que los directores de hoy no tengan suficientes subsidios o ayuda para hacer realidad sus proyectos personales. Cada ser humano es diferente, uno en un millón, y el cine debe ser entendido siempre de esa manera, como el fruto de una pasión personal.
-¿Megalópolis va a ser su última película?
-No, no. Estoy en este momento escribiendo una nueva película. Quiero aprender todo lo que el cine fue y pudo haber sido en el momento en que apareció el sonido, cuando todo cambió para siempre. Sigo teniendo en la cabeza grandes películas que todavía quiero hacer. Todo depende de cuánto tiempo más pueda vivir. Y eso no lo sabe nadie.