Graciela Borges: obra, vida y amores de la última gran diva del cine argentino, que anunció que se retira de los sets
“En cada film, implícitamente, está la vida”, le dijo Graciela Borges a LA NACION en el año 2021. Clarísimo. Si su vida está en cada una de esas ficciones que son icónicas para sus espectadores, esos “devotos de la Borges” también pueden medir sus vidas en función de esa obra magistral, enorme, que la convirtió en la gran celebridad de los estudios, en la última gran diva del cine argentino.
Y si la vida pasa por el cine y el cine es la vida, de ella y de sus seguidores, algo con sabor a despedida se está gestando. ¿Se retira del cine? Lo dijo ella, justo ella, la musa de Leopoldo Torre Nilsson, la que tejió complicidad con Leonardo Favio. Pero si, como decía Marc Chagall, “el arte es, sobre todo, un estado del alma”, no tener a la Borges en acción es casi una mutilación del espíritu. “Sufro de burnout, como Sandra Bullock y Brad Pitt”, le confesó a la agencia Télam hace pocas horas. Y las cámaras lloraron. Aunque, vale como consuelo, esta noche debutará en el Auditorium marplatense.
No hay reproches. Imposible reclamarle algo. Sería injusto con la mujer que marcó varias épocas, que siempre fue fiel a su esencia y que no pudo ser copiada ni imitada por nadie. Única. Será por eso que cuesta tanto aceptar que ya no habrá un nuevo afiche que diga “solo en cines” rematando ese rostro inmaculado. Y así como en su carrera lo hizo todo, fuera de los sets honró cada uno de sus días . Amó y la amaron. Así en la vida, como en el cine.
Heroína
Nació como Graciela Noemí Zabala. Su padre, negado a la vocación de su hija e irritado por una carrera que comenzó a los 14 años, cuando rodó Una cita con la vida bajo las órdenes de Hugo del Carril, no vio con buenos ojos que el apellido familiar se emparentara con el mundo del espectáculo, algo que, para un sector de la sociedad, no era bien visto.
Graciela, con convicciones fuertes desde pequeña, no claudicó. Aquellas clases de declamación a las que las mandaba su madre para vencer la timidez, habían calado hondo y sembrado una pasión. Como el arte era lo suyo y el apellido le había sido negado para tal menester, su nombre artístico fue un regalo de un tal Jorge Luis Borges. “Úselo, m´hijta”, le dijo el escritor .
Ya su voz era de un timbre poco frecuente. Y si, para algunos, se contraponía con la buena dicción que debía tener una actriz, para muchos otros era un rasgo identitario al que había que sacarle partido. Está claro que la Borges fue mucho más que una voz. Si hasta se dijo que el propio Carlo Ponti había sucumbido ante esa jovencita inusual y la habría convocado para rodar en Roma, algo que no sucedió.
Luego de su ópera prima, El jefe, dirigida por Fernando Ayala, y Zafra, rubricada por Lucas Demare, la instalaron rápidamente. ¿Quién era esa chica de mirada penetrante, cabello ondulado y voz ronca? Todos la querían tener en sus filas .
En 1960, Leopoldo Torre Nilsson la llamó para rodar Fin de Fiesta, donde la actriz interpretó a Mariana Braceras. Fue el comienzo del romance artístico entre ambos. Luego siguieron Piel de verano, La terraza, La chica del lunes, Los traidores de San Ángel y Martín Fierro, donde compartió el protagónico con Alfredo Alcón. Graciela Borges fue musa de “Babsy”, el genial realizador que se ocupaba de los conflictos más profundos de aquella clase media y que también encontraba inspiración en la literatura universal. La actriz maridaba muy bien con todo aquello.
Con Leonardo Favio construyó un vínculo ideal, donde también el cine se conjugaba con ese entendimiento que tenían sobre la mirada de la vida . El dependiente fue una obra maestra que los unió para siempre, luego de haberse conocido en un film dirigido por Torre Nilsson, donde Favio también actuaba. Cuando el director de Gatica, el mono falleció, Borges amagó con dejar el cine. Igual que hoy.
Raúl de la Torre fue otro de los directores con los que más trabajo y con el que construyó un vínculo de pareja . Diferente a la poética de “Babsy”, Enrique Carreras, Ricardo Wullicher o Lucas Demare, Raúl de la Torre encontró facetas diferentes que fueron emergiendo del talento notable de esta actriz que juega con la mirada, los planos cortos y los silencios como nadie, enamorando a la cámara y eso no es otra cosa que flirtear al público .
En 1970 rodó Crónica de una señora, donde De la Torre sacó lo mejor de ella, ambos amparados en la palabra escrita por María Luisa Bemberg, de quien, el año pasado, se celebraron cien años de su nacimiento. En el film aparece esa burguesía que escondía sus pesares y miserias, aunque debía convivir con ellos. Por su actuación, ganó la Concha de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián.
Luego llegarían Heroína, La revolución, Sola y la referencial Pubis angelical, uno de los títulos más celebrados de la dupla Borges-de la Torre. El erotismo silencioso sobrevuela esta historia onírica. Años después estrenaría Funes, un gran amor con elenco coral y estelar.
Graciela Borges construyó una carrera coherente con la búsqueda de desafíos artísticos y donde cada guion siempre tenía algo profundo que contar . Aquellos silencios de una clase media y alta, eran focalizados por buena parte de la obra cinematográfica que le tocó rodar.
Y si todo fue crecimiento y lauros, en 1990 sufrió el escarnio público cuando se prohibió el estreno de Kindergarten , aquel film de Jorge Polaco, que fue censurado por las escenas de desnudez de niños. Antes ya había rodado Los pasajeros del jardín, bajo las órdenes de Alejandro Doria y basado en la novela de Silvina Bullrich.
Sola
Ya madura, Graciela Borges tuvo la generosidad de acompañar a realizadores jóvenes y de bucear en nuevos modelos de historias y en una estética diferente a las que había transitado. Su rol en La ciénaga, material de Lucrecia Martel del año 2001, ubicó a la actriz en una nueva era.
Hizo ¿Sabés nadar? de Diego Kaplan y Monoblock de Luis Ortega. Sin abandonar su divismo, Borges se entregaba a las aventuras fílmicas más eclécticas, dispares y arriesgadas, pero de notable factura narrativa y fotográfica. En Viudas se le animó a la comedia bajo las órdenes de Marcos Carnevale y con Antonio Gasalla conformó una dupla amorosa en Dos hermanos, de Daniel Burman. Antes había hecho Las manos, de Alejandro Doria, donde le dio vida a Perla, la mano derecha del milagroso Padre Mario.
Descolló en La quietud de Pablo Trapero y enamoró en El cuento de las comadrejas de Juan José Campanella. Sin embargo, no la pasó bien en estos rodajes. El cuerpo ya pasaba alguna factura y el agotamiento se hacía notar . En el medio hubo televisión y teatro, como aquella temporada gloriosa de Cartas de amor con Rodolfo Bebán. Sin embargo, la pasión de Graciela Borges fue el cine, con quien conformó su matrimonio más duradero.
Crónica de una señora
Si fue precoz su debut como actriz, también el amor golpeó rápido a su puerta y, quizás, también a pesar de su padre. A los dieciocho se enamoró y tenía veinte años cuando se casó con Juan Manuel Bordeu, un destacado corredor de automovilismo, protegido de Juan Manuel Fangio, y que fuera campeón del TC en 1966. Fue una gran pasión, fruto de la cual nació Juan Cruz, el único hijo de la actriz .
El automovilista se sentía muy atraído por la actriz, razón por la cual le pidió a amigos en común que los presentaran. Se organizó una cena y ocurrió el flechazo. Luego vino la boda y una vida compartida de poco más de una década . La familia Bordeu tenía campos en Balcarce, lugar que adoptó Graciela Borges, quien también siente pasión por la costa marplatense. Juan Manuel había tenido una pareja anterior, con la que la actriz se llevaba muy bien.
Luego de separados, Bordeu y Borges siguieron manteniendo un gran vínculo . Incluso, la diva se llevaba de maravillas con Patricia Langan, la tercera esposa de su ex. En 1990, una leucemia se lo llevó joven, a los 56 años , y en esos momentos finales, los amores de Bordeu estuvieron como familia acompañándolo. Graciela Borges siempre fue afecta a sumar gente a su círculo cercano y evitar los enfrentamientos.
Con Raúl de la Torre, el romance nació en un set , como no podía ser de otra manera. Al igual que con Torre Nilsson, ella fue fetiche del director, quien solía abordar en sus películas el universo femenino. Era un elegante, un hombre refinado, de buen decir y gustos sibaritas. Eso enamoró a Borges, también una estrella glamorosa y siempre vinculada a lo exquisito.
Fueron el uno para el otro y, al igual que con Bordeu, cuando ya no eran una pareja se siguieron frecuentando y acompañando . Graciela estuvo cerca cuando falleció en el 2010 y hoy mantiene un gran vínculo con Victoria, nieta del director.
Le inventaron más de un romance, pero ella misma fue la que le dio fuerza a aquel mito de su affaire con Paul McCartney, allá por 1966. Y no faltó quién dijera que siendo ambos muy jovencitos, Graciela y Alfredo Alcón habrían mantenido algún esporádico encuentro. Más acá en el tiempo, también se la vinculó con el periodista Cecilio Flematti y el imitador Martín Bossi juega con la mística del rumor.
La vida personal de la Borges fue tan intensa como su paso por los sets de cine. Sin embargo, en las últimas horas la información sobre su despedida de la cámara corrió rápido, como corren las noticias trágicas y las inexplicables .
Las noches frías en locaciones agrestes, las esperas interminables y el regodeo de los directores de “sacarle el juego” repitiendo una y otra vez en la era digital (algo que no sucedía con el fílmico, donde en tiempos de escaseo de cinta no se podía malgastar el costoso recurso) la llevaron a cierto malestar. El set ya no era lo que ella había disfrutado y ese grito de “silencio, vamos a rodar” ya no la conmueve como antes. La Borges decidió retirarse. Al menos del cine, porque esta noche debuta con Alquimia, una suerte de biodrama sobre su vida, en el escenario de la sala Astor Piazzolla del Teatro Auditorium de Mar del Plata .