La historia que lo tiene todo: el asesinato cometido por la asistente de Sarah Ferguson vuelve a la actualidad
Desde el punto de vista de la narrativa, la historia de Jane Andrews, que durante casi una década fue una de las personas de máxima confianza de Sarah Ferguson, cuando todavía era miembro de la Familia Real británica, lo tiene todo: un personaje principal con una conexión directa con la realeza, un trasfondo psicológico muy complejo, un crimen pasional cometido en circunstancias que añaden intensidad al relato y un proceso judicial lleno de controversias. "The Lady" es el título de este nuevo proyecto de cuatro capítulos que la productora de "The Crown" (Left Bank Pictures) quiere estrenar a finales de 2025, centrado en el auge y caída de Jane Andrews, desde su trabajo en el Palacio de Buckingham hasta su condena por asesinato de su amante, Tom Cressman, cuya familia pide que se frene el rodaje del true crime que recrea este drama.
La vida de Jane Andrews (con una infancia marcada por la precariedad económica, los abusos y los intentos de suicidio) dio un giro en 1988, cuando con solo 21 años respondió a un anuncio anónimo en la revista The Lady para un puesto de asistente personal, y seis meses después fue contratada por Sarah, Duquesa de York, para trabajar en el Palacio de Buckingham. Gracias a sus estudios en diseño de moda, se convirtió en la persona que asesoraba a la hora de vestir a la mujer del príncipe Andrés, el hijo favorito de Isabel II, y con el tiempo sus funciones se fueron ampliando. Jane seguía los pasos de Sarah Ferguson en actos y viajes oficiales, dentro y fuera del Reino Unido, y la relación entre ambas se estrechó a raíz de que ambas pusieron fin a su matrimonio más o menos por la misma época.
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En noviembre de 1997, alegando ajustes presupuestarios, el Palacio de Buckingham puso fin a sus días como asistente de la duquesa de York. Sin embargo, después del asesinato de Tom Cressman en la madrugada del 17 de septiembre de 2000, surgieron rumores acerca de la relación entre Jane y Sarah. La propia asistente insinuó que ambas se habían fijado en el mismo hombre, un conde que era muy amigo de la duquesa. Por otro lado, según Express, Jane Andrews había desarrollado una obsesión por su jefa hasta el punto de vestirse, peinarse y comportarse como ella, al grado de poder ser confundida con una de las hermanas de Sarah.
La relación entre Jane Andrews y Tom Cressman, un empresario de éxito, comenzó en 1998. En el juicio, ella alegó que su relación estaba caracterizada por la violencia física, la dominación y unas demandas sexuales que ella no deseaba; sin embargo, estas alegaciones no fueron completamente corroboradas durante el juicio. Lo que sí se comprobó es que Jane atacó a Tom mientras dormía en su casa (en el barrio londinense de Fulham) con un bate de cricket para luego apuñalarlo con un cuchillo de cocina. Según se explicó en el juicio, el ataque fue motivado por un arrebato de celos después de que Cressman le dijera que no iba a casarse con ella. Además, ella había encontrado un intercambio de correos electrónicos entre Cressman y una mujer norteamericana a la que había conocido por Internet. En uno de estos mensajes, según se supo entonces, Cressman le decía, refiriéndose a Jane: “Es como un par de viejas zapatillas de las que uno no puede librarse”. También se dio a conocer una nota redactada por Cressman, encontrada en su casa, en la que decía: “Querida Jane: durante los últimos meses he estado pisando terreno peligroso. Tus cambios de humor han sido muy difíciles de predecir. Tus celos también se han salido de su cauce. Las cosas simplemente han ido demasiado lejos...”.
Durante el juicio, que terminó en una condena por asesinato, el psiquiatra Dr. Trevor Turner testificó en defensa de Andrews y dijo que sufría de depresión y que su juicio estaba "significativamente afectado" en el momento del asesinato. Además, se presentaron pruebas de que Andrews había sido abusada sexualmente durante su infancia y que padecía distintos problemas de salud mental, así como los numerosos intentos de suicidio, que si bien fueron considerados durante el juicio, no resultaron suficientes para exonerarla de su responsabilidad por el asesinato. El juez, Michael Hyam, dictó sentencia con estas palabras: “Al matar al hombre que usted amaba, acabó con la vida de él y arruinó la suya. Solo puedo dictar una condena, y es la de cadena perpetua”.
Jane Andrews, vestida de negro y sujetando en sus manos un pañuelo blanco, se mantuvo sentada y en silencio mientras el juez recordaba los hechos: “Es evidente que cuando le atacó, usted estaba consumida de ira y amargura. Pero no hay nada que pueda justificar lo que ha hecho. Le dejó morir sin piedad”. Jane fue sentenciada a cadena perpetua el 16 de mayo de 2001.
Este caso levantó a comienzos del nuevo milenio una enorme expectación, que se reavivaba cada vez que se filtraba algún detalle sobre ella en prisión, como una carta, una foto o algún intento de reabrir el caso. Jane Andrews ha ocupado muchas páginas de prensa, se han hecho sobre ella al menos tres documentales y varios especiales de televisión. La naturaleza del caso, su conexión con la realeza, su pasado dramático, su depresión, su obsesión romántica y el asesinato en sí (así como el retrato que hizo su defensa de la víctima) lo convirtieron en una historia inagotable para la prensa británica. En el año 2019, después de cumplir 18 años de su condena, Jane Andrews fue liberada y ha tenido distintos trabajos desde entonces, entre ellos como dependienta de una tienda de ropa.
La familia de Tom Cressman, siempre vigilante de lo que se publica, ha intentado controlar el relato para proteger la imagen y el recuerdo de la víctima. Han corregido a medios como The Guardian, que intentaron comprender el estado de salud mental de Jane Andrews y señalar las dificultades de la sociedad y del sistemapara comprender las complejidades de un abuso que nunca contó al no quedar del todo probado en el juicio. Ahora, la familia solicita detener la ejecución de un true crime que llega un cuarto de siglo después y que, para los Cressman, reabre una herida que las nuevas generaciones de su familia no habían conocido.