'La mano que mece la cuna' y el problema que no dejó satisfecha a su villana
Los años 90 fue una etapa gloriosa para el thriller vengativo. Después del éxito de Atracción fatal (1987), la industria del cine descubrió el interés renovado por las historias con obsesiones enfermizas de por medio, abriendo el camino a una moda reflejada en Misery, Durmiendo con el enemigo, Obsesión fatal, Mujer soltera busca y, por supuesto, uno de los thrillers más exitosos de la época: La mano que mece la cuna.
Cómo olvidarla… La historia de la niñera que se infiltraba en una familia en busca de venganza (y que comía manzanas con más malicia que ninguna villana del cine) nos cautivó a través de una trama tan inquietante y efectiva que Rebecca De Mornay pasaría para siempre a ser recordada por su personaje. Sin embargo, por mucho que el título haya quedado grabado a fuego en la memoria de los espectadores, su historia escondía un problema que dejó insatisfecha a su protagonista.
Rebecca De Mornay tenía 29 años cuando protagonizó a la villana de La mano que mece la cuna una década después desde que su primera película, Negocios arriesgados, la colocara en el mapa hollywoodense. De todos modos, no disfrutó del mismo ascenso meteórico que vivió su compañero de reparto (y exnovio), Tom Cruise, pero supo mantenerse en el negocio a través de personajes elegantes, seductores y atractivamente llamativos. Pero lejos del éxito de taquilla… Hasta que el thriller vengativo volvió a colocarla frente a la audiencia internacional.
Dirigida por el fallecido Curtis Hanson (Los ángeles al desnudo), la película relataba el plan de venganza trazado por Peyton (De Mornay), la esposa de un obstetra millonario que se suicidaba después de que una paciente (Annabella Sciorra) lo acusara de abuso sexual durante una consulta médica. La acusación despertaba un escándalo digno del movimiento #MeToo que llevaba a Peyton por el camino de la pérdida absoluta: no solo le congelaban las cuentas a raíz de las potenciales demandas millonarias, sino que perdía a su bebé tras sufrir un aborto espontáneo tras varios meses de embarazo. Y así, incitada por el dolor y la sed de venganza, se infiltraba en la familia de la paciente que había iniciado las acusaciones, haciéndose pasar por niñera de su bebé recién nacido.
En el momento de su estreno fue todo un éxito. No solo fue recibida con la aprobación unánime del público recaudando un total de $140 millones, sino que generó conversación a lo largo y ancho del planeta ante los sentimientos ambiguos que nos provocaba el personaje de Peyton. Era malvada, sin dudas. Era tenaz y estaba decidida: iba a cobrarse su venganza. Rebecca De Mornay la interpretó con tanta convicción maligna que era imposible no quedarse enganchadísimo a su malicia. Sin embargo, a diferencia de otros villanos, Peyton nos cautivaba por la ambigüedad que provoca. Algo muy similar a lo que incita Alex, el personaje de Glen Close en Atracción fatal. Porque hablamos de ‘villanas’ motivadas por el dolor, la salud mental o el trauma, y no por una naturalidad meramente psicópata.
No vamos a negar que una parte nuestra sentía pena por ella. O al menos deseaba que se diera cuenta de su error y fijara su dolor en la sanación. Pero la película evitaba indagar en esas emociones o en comprender la motivación detrás de su venganza, centrándose solamente en su papel de malvada malísima que amenazaba la existencia de una madre víctima de abuso sexual.
Y este detalle es algo que dejó a Rebecca De Mornay sintiéndose insatisfecha. En una entrevista concedida a EW por el estreno de la película en 1992, la actriz confesaba sentirse orgullosa, pero también reconocía su inconformidad con el trato que tuvo su personaje. Sentía que no habían dedicado tiempo para explicar los pormenores detrás de su motivación, por ejemplo, por qué Peyton se casa con un hombre acusado de abusar sexualmente a otras mujeres. O cómo se habría sentido en su interior ante el hecho indiscutible de que la misma mujer que victimiza, había sido víctima de su esposo.
"La película hizo un negocio fenomenal", decía De Mornay. “Todo el mundo estaba asustado, todo el mundo se reía, todo el mundo gritaba. Pero por mi dinero, quiero saber más. Tal vez soy intelectual, no lo sé. Pero quiero saber más cuando veo una película”.
“Quiero decir, aunque Curtis tuvo un gran instinto para los elementos de suspenso, tuve que luchar contra él para que me permitiera aportar más humanidad al papel como lo hice. Peyton era una mujer devastada por la pérdida de su esposo y su hijo”, añadía. “Estaba operando a partir de un mecanismo inconsciente de rabia, miedo y anhelo por lo que le fue arrebatado. Obviamente, ella era la mala, pero no estaba dispuesta a hacer lo que hizo por vanidad o materialismo. Quería un hogar, un bebé, un marido. Había algo muy conmovedor en todo eso. Tuve que encontrar los puntos de conexión emocional, para insuflar humanidad en lo que de otro modo sería un personaje bidimensional”.
Y tenía razón. La mano que mece la cuna hizo un magnífico trabajo a la hora de plasmarla como villana indiscutible y uno de los personajes vengativos más legendarios de la década de los 90s. Sin embargo, evitaba ser explícita en torno a la humanidad de Peyton. La dejaba entrever en algunas secuencias, como en el momento que amamantaba al bebé ajeno o se enfrentaba a un niño que propagaba el bullying, pero manteniendo su figura de malvada sin límites por delante. En realidad, es con el comentario de Rebecca De Mornay que podemos descubrir esos matices sutiles que ella misma se encargó de impregnar a través de muecas o gestos secundarios.
Al conocer las palabras de la actriz no puedo evitar sentir la curiosidad de imaginar cómo habría sido la película de haber profundizado en la ambigüedad de la villana. Después de todo, Peyton había vivido una situación extremadamente dramática que podría justificar ciertos pensamientos irracionales alimentados por la tragedia desde tantos frentes diferentes. Quizás no habría sido el thriller efectivo y definido que fue o, tal vez, al profundizar más en los aspectos que la convertían en un personaje tan conflictivo hubiera dejado más huella todavía.
Rebecca De Mornay se convirtió en uno de los sellos emblemáticos del thriller vengativo de los 90s, aunque su carrera no volvió a disfrutar del mismo éxito desde entonces. Continuó con películas como Los tres mosqueteros (1993) o el thriller erótico Nunca hables con extraños (1995) con Antonio Banderas, sin embargo, desde hace más de dos décadas casi no sabemos nada de ella. Se mantiene activa en la industria pero de forma muy esporádica.
De todos modos, cuando rodó la película, pensó que el mundo la odiaría por culpa de su personaje (LA Times). Pero se equivocaba. Por ironías del destino, los espectadores comenzaron a reconocerla más por el papel de Peyton, acercándose y celebrando su trabajo, saludándola siempre con una sonrisa como reflejo del impacto que dejó como aquella villana de cine.
Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO
Robert De Niro estaba tan nervioso dirigiendo que pidió consejo a sus amigos
La desaparición injusta de una promesa de Hollywood tras el papel de su vida en 'Blade Runner'
Robin Williams nunca superó la decepción de ser usado como cebo en Hollywood