Laura Oliva: de su mayor anhelo a su lucha contra los prejuicios y cómo la marcó su madre y por qué no puede perdonarla
Era indiscutidamente una de las mejores actrices cómicas hasta que primero escribió y luego protagonizó el drama de su vida: El recurso de Amparo. Desde entonces la percepción del público y los críticos sobre ella fue otra y los roles que le tocaron interpretar, también. En Laponia, por ejemplo, lideró un elenco de prestigiosos intérpretes y se alzó sin discusión con todos los premios. Hoy Laura Oliva brilla en la comedia dramática Para mí, para vos (en la que comparte escenario con Soledad Villamil, Boy Olmi y Paula Ransenberg) y su futuro como actriz multi target (por ser idónea tanto para la comedia como para los musicales y el drama) no parece tener techo.
En la pieza del prestigioso autor norteamericano Christopher Durang, titulada originalmente Vanya and Sonia and Marsha and Spike en referencia a distintas obras y personajes de Chéjov, Oliva compone a Sonia, la integrante más amargada y frustrada de un trío de hermanos, que un día, de repente, conoce el amor. Este rol, que le permite transitar un amplio arco interpretativo, que va de la comedia al drama, le valió nuevamente una nominación a los premios ACE.
–¿Qué es lo que más te gustó de Para mí, para vos?
–Que no se trataba de una comedia dramática común y corriente y que mi personaje no era el que más tenía que ver con el porcentaje de comedia. Al contrario, era el más dramático de todos. Eso fue, sin dudas, lo que me decidió a decir que sí luego de Laponia. Yo hace un buen tiempo que no quiero hacer una comedia–comedia y si se trata de una comedia dramática pretendo que tenga un buen contenido. Y Para mí, para vos lo tiene. Además es muy singular. Es como un perro verde en la calle Corrientes: una pieza extraña, en la que, si además tenés cierta información sobre las obras de Chéjov, vas a comprender otras capas del texto, y todos sus guiños.
–A propósito, en la obra hay muchas referencias al mundo de Chéjov, ¿cuán chejoviana sos?
–Poco. Habitualmente se entiende por chejoviano lo melancólico, lo que no se dice, los grandes silencios en esas familias, por algo que está pasando por debajo pero no sale a la superficie, se dice que en las obras de Chéjov parece que no pasa nada y en realidad pasa de todo, pero nunca está el estallido ni el conflicto sobre la mesa; a lo sumo los conflictos se intuyen. Y también otra gran característica de lo chejoviano es que termina la obra y no se resolvió nada en algún lugar. No tienen un chim pum. Yo no soy así, soy bastante frontal, creo mucho en la palabra, en hablar las cosas, en que esa es la única manera de solucionar los problemas, creo en poner los problemas sobre la mesa. Por eso tal vez me interesó tanto mi personaje, Sonia, porque es mi opuesto. Yo venía de interpretar muchos meses a Mónica, en Laponia, que era más yo, todo bien para afuera. En lo que nos diferenciábamos era en la impunidad. A Mónica no le importaba quedar mal y que dijeran que estaba loca, ella prefería llevar sus ideas hasta la muerte. Yo creo que eso solo se puede hacer en una obra de una hora y cuarto, arriba de un escenario, pero en la vida nadie puede vivir con ese inconsciente afuera las 24 horas del día. Por eso disfrutaba tanto a Mónica porque era soltar las amarras de lo que uno hace socialmente, que en general es no decir lo que piensa o al menos no de esa manera tan brutal.
–Para mí, para vos se centra en la relación entre tres hermanos, ¿cómo fue tu propia historia como hermana?
–Uh... bueno, yo tengo una historia particular. Nosotras éramos dos hermanas mujeres que nos llevábamos muy bien. Yo era la hermana menor y ella me llevaba tres años y medio. Cuando llegó a los 32 falleció de cáncer. Así que cuando hablo de hermanos no puedo evitar entrar en esa película... Éramos por motivos que seguramente vos también debés conocer, si viste El recurso de Amparo, la obra que escribí (sobre mi relación con nuestra madre), muy cercanas, muy pegadas. Teníamos un vínculo de mucha protección y entendimiento. Nos entendíamos sin hablar, una mirada bastaba y sobraba para saber lo que estaba pensando la otra. Pero éramos muy diferentes: ella había estudiado en el Pellegrini y era farmacéutica, yo era como la oveja negra de la familia.
–En El recurso de Amparo, que primero escribiste y luego protagonizaste, llevaste a juicio a tu propia madre. ¿Qué saldo te dejó la experiencia, profesional y psicológicamente?
–Profesionalmente fue increíble, en principio por haberla escrito dentro de un ámbito como fue el Taller de Dramaturgia de Javier Daulte, que hizo que yo tomara una distancia de la historia y que viera el trabajo como un hecho meramente profesional. Recuerdo que lo primero que le dije a Javier fue: `No quiero que la obra termine siendo sobre lo mal que me llevaba con mi mamá´. Yo quería otra cosa: mostrar cómo una misma situación se puede mirar desde lugares bien distintos y hablar de algo en lo que creo mucho: que somos el emergente de lo que nos pasó en la niñez. De ninguna manera quería que El recurso de Amparo fuera una catarsis ni un biodrama. Por eso, tampoco, la quise protagonizar. Recién cuando Gloria Carrá no pudo continuar, yo asumí su rol.
–¿Fue una experiencia sanadora? ¿Lograste hacer las paces con ella?
–Siempre que me nombran esa palabra digo que no. La experiencia sanadora de todo aquel conflicto la tuve en terapia. Lo de El recurso de Amparo fue una experiencia iluminadora, que es algo muy distinto. Escribiendo la obra entendí muchas cosas de mí misma y de mí vínculo con mi mamá y de su divorcio tan conflictivo, cuando yo tenía ocho años. Y con respecto a lo de las paces... no fue necesario. Todo el mundo pretende que las haga, es como una presión social que existe en torno a eso. ¿Cómo no vas a hacer las paces con tu madre? Bueno, ese fue el mejor saldo de El recurso de Amparo: tener conversaciones con espectadores a la salida del teatro que me decían: “Pero no, tenés que amigarte con ella, te va a hacer bien”. Y yo les contestaba: “No, no, no, no es necesario”. Lo que era difícil de explicar es que estas cuestiones van más allá de la voluntad, no es que no quiero amigarme con ella, no puedo. Quizás se trate de mi imposibilidad. Esto no quiere decir que la odie, pero no la perdono. Aún sigo luchando con cosas de mí que se gestaron en aquel momento. Hay un monólogo en la obra donde Ofelia (mi personaje) dice que no la quiere como se quiere en las publicidades del Día de la madre. O sea, no es que no la quiere, solo que no la quiere como la sociedad pretende que uno ame a su madre. El día que yo entendí que eso era lo que me pasaba fue como una epifanía. Antes de eso me sentía muy sola, muy juzgada y diferente, como si fuera casi una persona fallada que no puede querer a su madre.
–En ese sentido, ¿hoy te sentís más comprendida por los demás?
–Hoy me siento más comprendida por mí. No sé si alguna vez seré realmente comprendida por los demás, por el momento es una asignatura pendiente. Es más, si bien El recurso de Amparo anduvo muy bien no creo que haya tenido el reconocimiento que se merecía. Es que se mete con un tema muy difícil, con un paradigma intocable, que es el de la madre. Llega un momento en el que la gente dice: “No, con la madre no, a la madre no se la toca”.
–Después de aquella experiencia, ¿volverás a reincidir en la escritura? ¿Nuevamente con un texto autobiográfico?
–Sí, hoy me encuentro en un nuevo proceso de escritura. La escritura fue una puerta que se abrió y que, siento, no se va a volver a cerrar. De hecho ahora estoy haciendo la carrera de escritura de la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Ya escribí un par de obras más y si bien considero que todo lo que uno escribe en parte es autobiográfico, no son sobre mi vida, o al menos no tan obviamente como lo fue El recurso de Amparo. La última de mis obras está basada en la vida de un personaje que admiro muchísimo: Chavela Vargas. Paradójicamente, o no, es la obra en la que más hablo de mí. Estoy evaluando la posibilidad de estrenarla próximamente en el circuito independiente.
–¿Hasta El recurso de Amparo sentías que estabas encasillada como actriz cómica?
–Yo me sigo sintiendo un poquito encasillada . Lo mío sigue siendo una lucha diaria. Todavía, cuando voy a una nota en televisión, me presentan como “actriz comediante” o “actriz cómica”. Yo soy actriz y punto . Lo concreto es que yo di un timonazo hace unos cuantos años. Y lo hice muy conscientemente, me reuní con todos los productores y directores que conocía y les pedí que me dieran la oportunidad de hacer otro tipo de materiales; y que si luego les resultaba malísima no me volvieran a contratar. Les dije que yo sabía que me tenían en una lista muy particular, la de las actrices graciosas, y que ahora quería que me incluyeran en otra. Eso, de a poquito, empezó a pasar. No digo que ahora me consideren una actriz dramática pero el prejuicio ha disminuido.
–Tanto en Laponia como ahora en Para mí, para vos seguís ejerciendo el humor, pero en comedias dramáticas o comedias “con contenido”. ¿Este es el perfil que mejor te calza?
–Yo preferiría hacer drama, adoro el drama. En general los materiales dramáticos exponen temas y yo me di cuenta que la comedia, y por eso está buenísimo el género de la comedia dramática como opción, simplemente entretiene. Y yo no creo que haya nacido solo para eso. La comedia es ritmo, esa cosa del remate, y a mí me sale bien porque soy, además, bailarina, pero no me conforma. Yo encuentro en los materiales de drama y de comedia dramática algo qué decir. Y eso es lo que quisiera hacer siempre de ahora en más.
–¿Tenés algún ejemplo de drama o comedia dramática que te gustaría protagonizar en un futuro?
–El sueño de mi vida es hacer Made in Lanús, obviamente en el papel de La Yoli (la mujer de barrio apegada a ultranza al país). Cada vez que me tocó hacerle una nota como conductora a Leonor Manso (la protagonista original de la obra), le dije: `No me quiero morir sin decir ese gran monólogo tuyo en el que a tu marido le decís: `Pero acá sos El Negro´, cuando te enterás de repente que se podrían ir a vivir al exterior´. Laponia se acercaba un poco a Made in Lanús, pero más desde el lado de la comedia. La Yoli y Mónica se parecen, pero La Yoli tiene más verdad y menos chistes. Y si La Yoli también causa gracia no es por los gags sino por su vulnerabilidad. Soy consciente que para cumplir este sueño voy a tener que esperar porque hoy el drama es muy resistido. Cada vez que hablo con productores me dicen: `No, ahora la gente no quiere llorar, quiere reír´. Me sorprenden que insistan con eso porque el teatro alternativo está plagado de dramas y a todos les va muy bien.
–En tu etapa de actriz cómica trabajaste con todos los grandes del humor: Antonio Gasalla, Jorge Guinzburg, Enrique Pinti y Guillermo Francella. ¿Qué recuerdos tenés de cada uno de ellos? ¿Te trataban de igual a igual?
–Lo de Antonio no se puede creer: me vio un día contando un chiste en Hola Susana y me llamó, me dijo que era muy graciosa y que me quería para su programa. Fue todo así de simple. Estuve junto a él dos años. Cuando Carlos Perciavalle no llegaba a tiempo del Uruguay hacía con él el segmento “Pasando revista” y todo era una fiesta. No me importaba si me dejaba o no el remate, qué me iba a andar fijando en eso. De Jorge aprendí muchísimo, era un maestro nato. No solo te enseñaba a trabajar sino también a ser ético. De él aprendí, por ejemplo, que los remates no se roban. Una vez me pasó que La Negra Vernaci tenía que decir algo y no lo dijo, entonces lo dije yo. Todos se rieron y entonces pensé que había estado todo bien, pero en el corte Jorge me agarró y me dijo: “Eso no se hace”. Me lo dijo con la mejor de las ondas, pero me lo dijo y yo me puse pálida. Ensayé una explicación: “Pero La Negra no lo iba a decir” “No importa –me contestó– los remates no se roban, si ella lo decía o no era problema de ella”. Para mí fue una lección de vida. Otro maestro era Enrique: tenía la capacidad de manejar un elenco de 40 actores con una amabilidad increíble. Con él aprendí que se puede ser profesional, estricto y amable a la vez. Y de Guillermo, que es una suerte de monstruo de la naturaleza arriba del escenario, aprendí a fluir y a confiar en lo que uno tiene y vale como intérprete. También me identifico con él en el deseo de torcer el rumbo y probar otros géneros.
–Estás en pareja hace ocho años con el bandoneonista Pablo Mainetti, ¿se te ocurrió alguna vez hacer algo relacionado con el tango? ¿Tenés un alma tanguera?
–Tengo muchísima alma de tanguera. Porque soy muy porteña y tengo todo lo bueno y lo malo de los porteños. También me encanta la naturaleza, pero para estar en contacto con ella un rato y luego volver a la ciudad. En nuestra casa se escucha todo el tiempo tangos y obviamente el bandoneón porque Pablo estudia constantemente. Y me encanta que eso sea así, pienso que no podría tener una mejor banda de sonido para mi vida que esta. Así que no creo que haya sido una casualidad que me haya enamorado de un bandoneonista. Me encantaría hacer algo con el tango. Hace unos años hice un unipersonal, titulado Autorreferencial, que tenía mucha música latinoamericana, ahora podría hacer otro, ¿por qué no?, pero centrado en el tango. Sería mi manera de demostrarle todo mi amor a Buenos Aires.
Para agendar
Para mí, para vos. Autor: Christopher Durang. Director: Héctor Díaz. Elenco: Soledad Villamil, Boy Olmi, Laura Oliva, Paula Ransenberg, Tupac Larriera y Ailin Zaninovich. Teatro: Multitabaris Comafi (Av. Corrientes 831). Funciones: miércoles, jueves y viernes, a las 20; sábados, a las 19.30 y 21.30, y domingos, a las 20. Entradas: por Plateanet o en boletería.