Lidia Catalano: la adorable actriz que todo lo podía en teatro, cine y televisión, murió a los 79 años
La noticia de la muerte de la gran actriz Lidia Catalano, un señora de trato amable, querida y admirada por sus colegas, la dio a conocer la Asociación Argentina de Actores y Actrices. “Ha dejado una marca imborrable en todas las ramas de la actuación”, indicaron en un comunicado.
Nació el 11 de septiembre de 1945 y tuvo como maestra a la gran Hedy Crilla, en el taller en donde se formaron intérpretes de la talla de Norma Aleandro, Dora Baret, Lito Cruz, Federico Luppi, Jorge Luz y ella misma. Pero antes de llegar allí, la joven Lidia Catalano ya había dejado en claro a su entorno que su camino no iba a ser como el de otras chicas de su edad. Su abuelo era pintor, hacía gobelinos y pergaminos. Tenía el estudio arriba de su casa y ella lo visitaba siempre para ver los trabajos de sus alumnos. Él le hablaba en italiano y ella, con una mirada despiadada, criticaba todo. “Hasta que un día me dijo que tenía que hacerlo yo misma. Me sentó en un banco alto y frente a mí puso a una papa”, recordó aquellos tiempos en un largo encuentro que tuvo con LA NACIÓN, entrevistada por Leni González. El abuelo tomó la mano de su nieta y fueron dibujando la papa que tenía frente a ellos. Para la joven, aquello fue una verdadera revelación y una pasión. De hecho, estudió Bellas Artes en el Instituto Ernesto de la Cárcova.
Su otra pasión era el canto. En la casa de Villa Urquiza era común que toda la familia cantara y terminaran todos sentados alrededor del piano y de la vitrola con discos de pasta escuchando a Enrico Caruso. Según parece, el mismo Caruso iba a visitar al abuelo y a comer fideos con la salsa que le rinde homenaje. Su padre fue rector de Filosofía y Letras. Por lo cual, en la casona también había miles de libros. Ella prefería los textos poéticos. A los 16 años comenzó a estudiar canto. Primero con María Castaña Falán, que había sido mezzosoprano en Milán y ella llamaba Marietta. Y después con Carmen Fabre. De ahí pasó a la bella escuela de artes plásticas de la costanera. Claro que, íntimamente, más allá del mundo del canto y de las artes visuales, ella iba por más, como siempre sucedió cada vez que se subía a un escenario. En esa búsqueda es que fue a una charla en el taller de Heddy Crilla.
“Estudiábamos cinco horas, todos los días de la semana. Los viernes había expresión corporal, que daba Lito Cruz. Otro día nos mandaba a observar, por ejemplo, a la confitería Las Violetas y te hacías una historia mirando a las señoras cómo tomaban el té. Aprendí de ese entrenamiento y de los directores con los que trabajé: Agustín Alezzo, Jaime Kogan, Jorge Lavelli, Julio Ordano, con Lía Jelín, con quien nunca me divertí tanto, con muchos compañeros talentosos en esa misma escuela”, recordó en aquel reportaje.
A lo largo de los años ha trabajado con grandes creadores y se ha dado gustos sumamente personales por los cuales obtuvo merecidos premios. Cuando obtuvo el Molière, en 1984, por sus trabajos en De pies y manos, de Tito Cossa y dirección de Omar Grasso, y por Del sol naciente, de Griselda Gambaro y dirección de Laura Yusem. En Nueva York se le ocurrió darse el gusto de hacer Poeta en Nueva York, el texto de Federico García Lorca que terminó dirigiendo María Esther Fernández. “Me vino como un ataque de locura. Lo leí y me fui al Harlem, a las cuatro de la mañana a ver a los negros que llevaban sus grabadores en la mano, en invierno; les salían bocanadas de humo así que era bien lorquiano. Hice todos esos recorridos”, contó alguna vez. La obra se terminó estrenando en 1987, en el Teatro Nacional Cervantes. El público se ubicaba en el escenario y ella entraba por la platea y se sentaba en una enorme mesa frente a los espectadores. Por esa obra obtuvo el premio Federico García Lorca que lo tenía en su casa de Caballito junto al ACE que obtuvo por Otros tiempos de vivir, que dirigió Alezzo; otro ACE por su labor en ¡Jettatore!, el Martín Fierro por sus trabajos televisivos en Ciega a citas y Lo que el tiempo nos dejó, y el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable.
“Todo lo que hice fue a gusto, con pasión, con entrega”, aseguró esta destacada señora de la escena de trato amable, una sonrisa casi permanente y una capacidad lúdica admirable. Cuando se presentó al casting de Evita, de Alan Parker, las otras actrices que se presentaron llevaron canciones norteamericanas. Ella no, llevó un aria de ópera. Quedó ella, cuyo personaje, la esposa “legítima” del padre de Eva Duarte, no cantaba. “¡Cómo no lo iba a querer hacer! Es algo que se da por única vez. Una encarna todo, hay papeles únicos que te caen, no va contra mi ideología, en absoluto. Te toca mala, sos mala; te toca cómica, sos cómica”, confesó quien en La coronela, de Alicia Muñoz, sobre la mujer de Dorrego reclamando su cadáver, trazaba un paralelo con el accionar de las Madres de Plaza de Mayo; o quien indagó textos radicales de Emeterio Cerro; o quien fue parte de los programas de Juana y sus hermanas, pero también de Chiquititas, Ciega a citas, Verdad Consecuencia, Nueve lunas o Zona de riesgo.
Alejandro Doria reparó en ella para Esperando la carroza, película de culto en la que su personaje de Emilia Musicardi completaba una paleta de colores actores impecable. “Fue el propio Doria el que me pidió que me desmayara y yo le exigí dos o tres colchones en el suelo para poder tirarme con todo”, explicaba en un reportaje de Clarín. “No había reflectores, todo se hacía con el rebote del sol en el telgopor, así que cuando venía una nube a Doria le daba un ataque. Para compensar, en esos recesos, yo pedía a la producción: ‘¡Harina, manteca!’, y las actrices nos poníamos a hacer scones para calmarlo y acompañar con mate cocido. Fue una filmación inolvidable. En la casa de Versalles había un loro que se había aprendido todos los diálogos de China Zorrilla y le copiaba el tono. China nos decía ‘¡pero me va a arruinar la carrera este loro!’”.
En la pantalla grande, Lidia Catalano también fue parte de las películas Crecer de golpe, Sentimental, La parte del león, Matar al abuelito, El caso María Soledad, La historia oficial, Señora de nadie, Camila, Flop, Yo, la peor de todas; La peste, Matar al abuelito, Cautiva, Como mariposas en la luz, El secreto de Maró y Yo nena, yo princesa. Su último trabajo cinematográfico fue en el cortometraje Abrazo ceñido, de Julián Bellegia
Lidia Catalano siempre sostenía que un buen actor primero tiene que ser una buena persona, honesta, “con todo lo que implica esta palabra”. Agregaba que también debía tener un poco de talento, trabajar mucho, estudiar y ser disciplinado. “Me disgusta hacer las cosas apuradas para ser un éxito. En cambio, soy una enamorada de los ensayos. Me gusta trabajar. Me encanta la posibilidad de vivir corporalmente y en movimiento aquellas fantasías, imágenes y ensoñaciones que habitan dentro de mí.”
A lo largo de su vida artística, siempre lo demostró. Por eso, conocida la noticia de su muerte, despertó infinidad de comentarios en las redes sociales que dan cuenta también de la calidad humana de esta señora que le gustaba sentarse a tomar algo en la confitería El Greco de Caballito. Hoy, hasta las 22, y mañana, entre las 8 y las 11 de la mañana, será velada en Thames 1164.