La maldición del Queen Mary, una historia en dos tiempos, con la dosis justa de terror

La maldición del Queen Mary, sin pretensiones pero digna representante de su género
La maldición del Queen Mary, sin pretensiones pero digna representante de su género

La maldición del Queen Mary (Haunting of the Queen Mary, Reino Unido/2023). Dirección: Gary Shore. Guion: Stephen Oliver, Tom Vaughan, Gary Shore. Fotografía: Isaac Bauman. Música: Tiffany Ashton, Jason Livesay, Nolan Livesay. Edición: Colin Campbell. Elenco: Alice Eve, Joel Fry, Lenny Rush, Dorian Lough, Wil Coban, Nell Hudson, Jim Piddock, Florrie Wilkinson. Duración: 115 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora. Diamond Films. Nuestra opinión: buena.

La historia del formidable Queen Mary -transatlántico británico que fue clave durante la Segunda Guerra Mundial por su velocidad, al punto de sacar de quicio al propio Hitler- vio cómo su fama se reducía a un rumor fantasmal. En el ocaso de su gloria comenzó a circular el rumor de que estaba atestado de espectros de personas que habían muerto en él. A pesar de numerosos intentos, ninguna de estas historias macabras fueron comprobadas, pero alcanzaron y sobraron para convertirlo en una exitosa atracción turística que continúa hasta nuestros días.

La maldición del Queen Mary, un film que se mantiene a flote por mérito propio
La maldición del Queen Mary, un film que se mantiene a flote por mérito propio

La maldición del Queen Mary une realidad y ficción, y las mixtura hábilmente en la construcción de una película de terror con la suficiente identidad como para desmarcarse de sus primas hermanas (productos fácilmente olvidables que van desde la digna Barco fantasma hasta la inconcebible Drácula: Mar de sangre), y mantenerse a flote por mérito propio.

La historia escrita y dirigida por Gary Shore se desarrolla en dos tiempos . En 1938, con el Queen Mary en todo su esplendor, un desperfecto técnico pone en jaque al navío, al mismo tiempo que un hombre lleva a cabo la masacre de su familia y de parte de la tripulación.

Las consecuencias de aquel incidente repercuten en la actualidad, cuando la generadora de contenido Anne Calder (Alice Eve), su hijo Lukas (Lenny Rush) y su expareja Patrick (Joel Fry) intentan convencer al custodio del buque, Bittner (Dorian Lough), de darle una vuelta de marketing a las atracciones flotantes que ofrece el barco, ya definitivamente anclado. Como es de esperarse, mientras la pareja trabaja queda rodeada de un entorno de pesadilla, protagonizado por todas las almas prisioneras en el Queen Mary, y aquella historia de locura y muerte ocurrida casi cien años antes, volverá con más fuerza y violencia.

El terror está lo suficientemente bien dosificado como para darle tiempo a la construcción de climas, potenciado por una fotografía que subraya la claustrofobia de los ambientes en los que se mueven los protagonistas . De esta manera, incluso en las escenas más inofensivas subyace una cuerda inquietante, lista para tensarse y asustar al espectador desprevenido. No se trata aquí de sustos periódicos, aunque los hay, sino de sumergirse en una trama sobrenatural y vivirla en primera persona. Y si la experiencia no es aún mejor, es a causa de una excesiva duración. Las casi dos horas que acusa el film incluyen algunos subrayados y redundancias en su historia, que perjudican el ritmo y, por ende, el compromiso del espectador. Serán unos 15 o 20 minutos de la segunda mitad que, de haber quedado en la sala de edición, habrían aportado a un producto todavía más disfrutable.

Simple, pero bien realizada, La maldición del Queen Mary aprueba el desafío de contar una buena historia
Simple, pero bien realizada, La maldición del Queen Mary aprueba el desafío de contar una buena historia

Aunque está lejos de ser una obra maestra del género, La maldición del Queen Mary aprueba cómoda el desafío de ofrecer un producto simple pero bien realizado. Una recomendable opción para salida grupal, de esas en las que se llega al cine sin mayores pretensiones que pasar un buen momento, y volcar unos cuantos pochoclos sobre la ropa propia o ajena ante el menor sobresalto.