Max Bruch, el gran compositor del romanticismo alemán que nunca escuchaste

Max Bruch dejó una obra que merece ser descubierta
Max Bruch dejó una obra que merece ser descubierta

A diferencia de la vitalidad creativa y renovadora propia de la música popular, el mundo de la música clásica vive, casi esencialmente, de la interpretación y de las nuevas lecturas de obras del pasado. Más allá de la notabilísima e imprescindible tarea de los actuales intérpretes, los grandes héroes de este campo cultural son aquellos compositores inconmensurables que vivieron en diferentes tiempos hace muchas décadas o, incluso, varios siglos . Pero no sólo de los gigantes y los más “normales” vive la música clásica sino que, entremezclados, ocasionalmente, con los genios indiscutibles, aparecen compositores que han alcanzado la eternidad tan sólo por una única obra.

Entre estos compositores se lo puede ubicar a Max Bruch, cuyo Concierto para violín y orquesta Nº1 en sol menor integra el grupo de los más sublimes conciertos románticos para violín y orquesta junto a los de Mendelssohn, Chaikovsky, Brahms y Sibelius (ante las posibles objeciones o preguntas por la no inclusión de Beethoven en este grupo, cabe aclarar que su maravilloso concierto, de 1806, no es romántico sino absolutamente clásico y beethoveniano). Con todo, la posteridad ha sido injusta con Bruch ya que dentro del resto de su creación, que es sumamente extensa, hay otras obras destacadísimas que tuvieron muy buena recepción en su tiempo y que, bajo la sombra de su gran contemporáneo Brahms, fueron siendo relegadas o, sencillamente, olvidadas. Para admirarlo en su real dimensión hacia esas obras iremos con la certeza de que son merecedoras de mayor difusión y conocimiento.

Bruch nació en Colonia, en 1838, y, longevo, a los 82, falleció en 1920. Tuvo una vida muy activa como director de orquesta, docente y, obviamente, como compositor. En 1868, completó y estrenó su Sinfonía Nº1, op.28 que, toda una declaración de principios, se la dedicó a Johannes Brahms, con quien compartía el discutible calificativo de “conservador” en las contemplaciones que, con inocultable desprecio, le dispensaban los partidarios de Wagner. La sinfonía está estructurada en cuatro movimientos y podría oficiar, claramente, sobre las características que atraviesan toda la creación de Bruch: romántica, formalmente sólida, tradicional en sus elaboraciones armónicas, muy bien orquestada y con temas atractivos. En plena pandemia, sin público, en la Philharmonie de Colonia, ésta es la muy lograda interpretación de la Orquesta Sinfónica de la WDR dirigida por su titular, el rumano Cristian Macelaru.

En 1880, fue contratado para dirigir la Orquesta Filarmónica de Liverpool. Recién casado, partió de Berlín, donde residía, hacia la ciudad británica. Buceador constante de melodías populares de distintas regiones y culturas europeas para obtener nuevas fuentes temáticas, Bruch compuso Kol Nidrei, una fantasía para chelo y piano sobre la melodía de la oración sinagogal que antecede al servicio del Día del Perdón, el más sagrado dentro de la liturgia judía. Dedicó la pieza a la comunidad judía de la ciudad y esta pieza habría de valerle una identidad religiosa que le era ajena. Alemán y luterano, en virtud de su Kol Nidrei obtuvo la censura absoluta sobre toda su obra, en Alemania, en los tiempos del nazismo. La obra fue orquestada por el mismo Bruch para su edición en Berlín, al año siguiente. Acá la podremos disfrutar en su versión original para chelo y piano en una interpretación de altos contenidos simbólicos en la sinagoga de Görlitz, una de las escasísimas que sobrevivió a la destrucción masiva que se abatió sobre los templos judíos en los años de Hitler. Las bellezas de esta obra de variaciones sobre dos temas judíos (el segundo, aparece en el piano, en 5.16) estuvo a cargo de Mischa Maisky y Martha Argerich en un recital que ofrecieron, también sin público, en octubre de 2020.

Dentro de su producción de cámara, Bruch produjo una obra que los clarinetistas gustan de revivir en cuanta ocasión puedan. De 1910 es Ocho piezas para clarinete, viola y piano, tres de las cuales interpretan, acá, tres músicos excepcionales, el clarinetista Martin Fröst, el primer violista de la Filarmónica de Berlín, Amijai Grosz, y el pianista Itamar Golan. El registro en vivo fue tomado en la edición 2016 del Festival Internacional de Música de Cámara de Utrecht, el cual fundó Janine Jansen y del que hablamos en nuestra columna de la semana pasada.

En su última década de vida, desde 1911, Bruch abandonó la dirección orquestal y la docencia para dedicarse exclusivamente a la composición. En 1918, al margen del romanticismo tardío, del impresionismo o de las novedades radicales que venían impulsando, Bartók, Stravinsky y Schoenberg, cada uno por su lado, Bruch continuó por su tradicional senda romántica y escribió el bellísimo Quinteto con dos violas en Mi bemol mayor, como si por su alrededor nada sucediera. Volvemos a Colonia, la ciudad natal de Bruch, y cinco de los músicos de la misma orquesta de la WDR que antes disfrutamos le dan vida a esta obra cuyo mayor ¿pecado? es el de haber sido concebida como si el siglo XIX continuara vigente, exactamente igual.

Si bien el objetivo de esta nota ha sido traer obras notables que puedan recusar el apelativo de compositor de una única obra que a Bruch se le otorga con demasiada facilidad, un recorrido por su creación no puede prescindir, precisamente, de esa obra con la cual el compositor alemán es asociado de manera inmediata. Hace pocos meses, Maxim Vengerov, posiblemente el único al cual podría caberle el título del mejor violinista de lo que va del siglo XXI, intensa y magistralmente interpretó el celebérrimo Concierto para violín y orquesta en sol menor junto a los músicos de la Filarmónica de Radio France dirigida por Pablo Heras-Casado.

Quienes programan recitales, festivales y conciertos, en nuestro medio y en todo el planeta, deberían hacerle justicia a un compositor tan talentoso como Max Bruch y acercar su música que, seguramente, sería muy bien recibida. Por lo demás, en tren de imaginar supuestos, Bach, Beethoven, Brahms, Bartók y Berg, bien podrían sentirse halagados de incluirlo a Bruch junto a ellos dentro de ese seleccionado selecto que conforman los grandes compositores cuyos apellidos comienzan con la letra B.