Crítica de Megalodón 2, una aventura con despliegue multimillonario y el espíritu del cine clase B
Megalodón 2: el gran abismo (Meg 2: The Trench, Estados Unidos-China/2023). Dirección: Ben Wheatley. Guión: Jon Hoeber, Erich Hoeber y Dean Georgaris. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Harry Gregson-Williams. Edición: Jonathan Amos. Elenco: Jason Statham, Wu Jing, Shuya Sophia Cai, Sergio Peris-Mencheta, Page Kennedy, Cliff Curtis. Distribuidora: Warner. Duración: 116 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
La llegada de Ben Wheatley al corazón del sistema industrial de Hollywood es una de las mejores noticias del año. En sus manos, como suele ocurrir cuando detrás de una producción tan espectacular hay un autor cinematográfico con ideas propias y firmes, la fórmula utilizada por los grandes estudios para contar historias enormes y de gran despliegue destinadas al consumo masivo de gigantescas audiencias globales toma distancia de cualquier lugar común.
Megalodón 2 es puro entretenimiento. Desaforado, violento, muy divertido y lleno de giros inesperados e impredecibles. Wheatley hace cine independiente con un presupuesto multimillonario. Esta secuela es una gran aventura concebida con el mismo espíritu de las viejas películas clase B sobre terroríficos monstruos marinos.
A ellos se suman en este caso los personajes más característicos de la mejor obra previa del cineasta británico. “Sicarios desaliñados, mafiosos idiotas, amantes sedientos de sangre, gente común y corriente que a menudo está a punto de regresar a un estado de completa locura”, según la definición del crítico estadounidense Nicholas Laskin. Todos ellos se mueven, en la mirada de Wheatley, en un mundo regido por criterios inalterables desde los tiempos prehistóricos. Sobre todo cuando queda a la vista (en la formidable secuencia de apertura) el funcionamiento de la cadena alimenticia que conecta a las distintas especies del reino animal.
Arriba de todo en términos de impacto depredador aparece el temible tiburón gigante (el “Meg” del título) que tanto miedo provocaba en la primera aventura. Ahora está cautivo y manejado por el “eco-guerrero” Jonas Taylor (el extraordinario Jason Statham) y un equipo que incluye a Wu Jing, máxima estrella del cine de artes marciales de China, país que hace un considerable aporte a esta producción. Ese equilibrio empieza a tambalear cuando cuando empieza a moverse un grupo de gente muy dispuesta al saqueo y el pillaje de los recursos naturales oceánicos.
Pero el riesgo de que ese monstruo de las profundidades vuelva a quedar suelto es al principio casi menor frente a una amenaza muchísimo más peligrosa que tiene contornos más corporativos y otro tipo de ansiedad voraz, la del lucro. Cuando este apetito queda fuera de control empiezan a activarse los mecanismos predilectos del cine de Wheatley. Un cine feroz, alegre, impetuoso, lleno de felices imprevistos y desbordante humor negro.
Lo que al principio era la crónica de una exploración en las profundidades marinas, esas hendiduras (abismos o fosas, según el término científico mentado en el título original) que sostienen formas desconocidas de vida a casi 7000 metros bajo la superficie, se transforma de a poco en un cruce virtuoso y muy ocurrente entre Tiburón y Jurassic Park. Statham, el héroe de acción más quisquilloso del cine actual, se hace un festín enfrentando a los peores monstruos con armas casi artesanales. Wheatley recurre a instrumentos muy parecidos para manejar una producción colosal y salir triunfante de semejante desafío.