Melingo: “Siempre tuve la fuerte pulsión de salir a la carretera, hacer dedo, sin pasaje, sin sostén, sin destino fijo”

Daniel Melingo
Soledad Aznarez

Melingo. Así, a secas. Esa es su denominación artística, la misma que su apellido. Quizás su nombre de pila haya quedado en el camino. En algún momento de su vida trashumante, en los senderos que recorrió ligero de equipaje, inspirado en el concepto de linyera acuñado desde que se conoció la vida de Diógenes de Sinope. Su nombre quizá quede reservado a la intimidad familiar, o a los recuerdos que se pueden contar por miles. Desde aquel chico llamado Daniel que salió rumbo a una casa de música con un bandoneón que le habían regalado y regresó con un clarinete bajo el brazo, hasta la presentación reciente, de su último disco, Oasis, o a la ceremonia por la que fue nombrado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. En el medio, los estudios en el conservatorio, las bandas de los ochenta, como Los Abuelos de la Nada y Los Twist, las de los noventa en España (Lions In Love), el viraje al tango (con un álbum finisecular de canciones que le abrió nuevos caminos) y las reinvenciones que llegaron en este siglo. Melingo. Así, a secas.

De aquel acto-concierto en la Legislatura Porteña donde fue nombrado Personalidad Destacada de la Cultura circularon varias fotografías. En una de ellas se lo ve abrazado a Pipo Cipolatti (su socio en los Twist), Andrés Calamaro y Cachorro López (con quienes compartió filas en Los Abuelos de la Nada). Se los ve contentos, bien sonrientes por la distinción a Melingo. “A esta altura de mi carrera y de mi vida hay una permanente retrospectiva”, dice el premiado, cuando el año ya cambió de número pero la sensación por el galardón sigue vigente.

“A partir de determinada edad uno ve con más claridad el tiempo pasado. Es inevitable. Y aquel día se acercaron mi familia y mis pares. Gente que conozco desde hace cuarenta años. Algunos incluso antes, como Miguel Zavaleta. Y al haberlos convocado fue una alegría por hacer de eso algo colectivo, aunque por la pandemia y las cuestiones sanitarias, la lista de invitados costó armarla. Creo que fue un equilibrio justo. Y el reconocimiento siempre es bienvenido, una manera de contribuir con un esfuerzo mancomunado y sostenido”.

Pipo Cipolatti, Andrés Calamaro y Cachorro López visitaron a Melingo (segundo de la izquierda) cuando fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires
Cony La Greca


Pipo Cipolatti, Andrés Calamaro y Cachorro López visitaron a Melingo (segundo de la izquierda) cuando fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (Cony La Greca /)

-En tu último álbum, aparece el tema “Blues rebétiko de 7 vidas”. Y vos, ¿cuántas tuviste?

-La verdad que no sé. Intento unificarlas en esta realidad. Y las cosas también siempre están teñidas de una de cal y una de arena. El arte es encontrar el equilibrio. Poder absorber o licuar lo que uno va percibiendo para transformarlo en obra. Para mí el premio es al esfuerzo mantenido, por ejemplo.

-El concepto “linyera” (relacionado más al trotamundos que viaja con una mochila, no al sin techo que ha perdido sus cabales), se pone de manifiesto en tus últimos tres discos, pero tal vez sea muy anterior, de los setenta, cuando pusiste rumbo al Brasil.

-Sí, y ahora es posible verlo más claro. Si bien la palabra linyera tiene muchas acepciones, una podría ser la del mochilero. Siempre tuve la fuerte pulsión de salir a la carretera para hacer dedo, sin pasaje, sin sostén, sin destino fijo. Ahí empiezo a ver la necesidad de construir el fin en el camino mismo . Ir hacia adelante. Miguel Abuelo decía: “Para adelante como los elefantes”. Esa es la pulsión.

-¿Hoy qué cosas tiene la mochila?

-Con los años cuesta no acopiar, pero tiene prácticamente las mismas cosas. Porque uno de los preceptos del linyera es viajar con el equipaje liviano.

-Ahora hay una pareja y un hijo, no es lo mismo que salir de viaje a los 20.

-Pero las ganas son incansables. Tengo una familia que me acompaña en el sentir. Tengo a una gran compañera y gran poeta [María Celeste Torres], que es la madre de mi hijo. Con ella hicimos grandes canciones. Debo estar muy agradecido por esta condición que me toca en este momento. Es importante para un trashumante como yo.

-Y tu hijo aparece en tus videos. ¿En el último tiempo tu vida es más familiar y sedentaria?

-Creo que la respuesta está en la pregunta. Intento estar lo más posible con la gente amada, con la que convivo. Y me interesa ser parte de su crecimiento, como mi hijo Félix. Por mi trabajo estoy permanentemente viajando, hace más de veinte años. Hice más de 140 ciudades en Europa y me esperan con los brazos abiertos. Ahí fui desarrollando mi lenguaje gestual, mostrando mi música a un público local. En este último tiempo me dedico más a las cuestiones esenciales, esas que en otro momento me costaban un poco más.

-¿Ese lenguaje gestual es el que abarcás con personajes y conceptos sintetizados en el linyera, y también con un juego a veces circense, otras onírico?

-Son esos los elementos, sí. Los voy acopiando. Del circo criollo al dadaísmo, todo me nutre para darle forma a este gran personaje que me representa.

-Qué tanto hay de persona y de personaje sobre el escenario.

-Creo que están los dos. El trabajo del artista es tratar de separar estos dos sentires. A veces los personajes se nos bajan del escenario y se meten debajo de la cama. Al personaje hay que darle forma también con la puesta en escena, con lo teatral. Voy intentando delimitar estos dos mundos. Uno a veces anda por la cuerda floja, se arriesga y muchas veces no tenemos respuestas. No lo vemos claramente.

-¿Trasladar al linyera a la película El teorema de Mosner y hacerlo protagonista de la ópera que estas terminando es una manera de sacar al personaje y reubicarlo en otros escenarios?

-Es un desprendimiento en distintas disciplinas y oficios. Se va expandiendo y lo dejo, tanto en “El teorema de Mosner” como en el argumento de la ópera o en el falso documental que estamos preparando, El oráculo de Zakynthos. Todas tienen narrativas que se tocan en esta búsqueda. Y no tiene que ver solo con la trashumancia. En la ópera uno de los puntos en los que trabajé bastante es la hibridación que intento hacer entre el tango y la rebética, dos corrientes que me tocan en lo profundo de mi árbol genealógico.

-¿Por antepasados griegos?

-Sí, hace seis años pude determinar mi árbol genealógico. Visité a algunos de ellos, fui con mi familia. Y cuando voy a Europa algunos de ellos vienen a mis conciertos. Pude establecer un contacto con una parte que no conocía y que me pudo completar mi árbol, donde había algunos signos de interrogación. Y yo a ellos. Son Melingo y tienen nombres latinos, aunque algunos viven en Viena, son muy sajones, rubios y me llevan una cabeza de altura.

-¿Qué más descubriste?

-Como algunas mujeres conservaron su apellido de solteras, por ejemplo. Una vez fui a tocar Grecia. La isla de Zakynthos es un matriarcado y allí conservan su apellido original. Parte de la familia viene de ahí. Ese tipo de cosas me fueron inspirando hacia las ficciones. En la ópera, por ejemplo, el linyera sueña con una melodía y eso lo tiene tan intrigado que comienza a averiguar de dónde viene. Así comienza su viaje épico. No quiero espolear el final.

-Pero si se trata de una ópera está permitido.

-Bueno, es cierto. En un momento hay una masacre muy típica de la ópera, pero en el epílogo del tercer acto todos los personajes suben a un barco y llegan a esa isla de donde había salido esa melodía. El disparador fue algo que a mi me pasó en el 85. Un día me desperté en la misma casa donde actualmente vivo, escuchando una melodía. Fui al piano y la armé en la misma tonalidad y la terminamos grabando en el disco La máquina del tiempo, de Los Twist. “La cueva de Alí” era la canción. Ese tipo de cosas me inspiraron para este guion que escribimos con Rodolfo Palacios. La puesta en escena la hicimos con Pichón Baldinú. Ahora estamos en el período de probar dispositivos. Lo estuvimos practicando en el comienzo del concierto que hicimos [la presentación del disco Oasis, que finalmente llegó al publico presencial a casi dos años de su lanzamiento]. Es parte de lo audiovisual que va a tener la ópera.

Hilda Lizarazu y Daniel Melingo, en la presentación de Oasis
Osiris Martí


Hilda Lizarazu y Daniel Melingo, en la presentación de Oasis (Osiris Martí/)

-¿Cuándo se va a poder ver?

-Teníamos fecha de estreno para el 15 de noviembre pasado. Se postergó por dos motivos. Por un lado, dependemos del aporte de Mecenazgo, que fue aprobado pero no cobrado. Por otro, lo incierto de este tiempo que vivimos. Teníamos ocho funciones previstas en el Teatro 25 de Mayo.

-¿Cómo la hacés sonar?

-Hay mucha banda sonora, hay un trío tocando en vivo. El repertorio de Oasis es más o menos el 45 por ciento de su música y digamos que el resto sería el volumen dos de Oasis. Tiene un tratamiento discográfico, aunque en vivo tendrá el despliegue que la narrativa necesite. Pero sobre el escenario el desarrollo en vivo es de bajo, guitarra y batería más los desprendimientos con instrumentos como bouzouki y baglamá que le dan cuerpo a la música rebética, esa que estoy investigando para esta búsqueda [la rebética es música griega, popular en el siglo XIX y XX; el término deriva de rebetis: hombre del bajo fondo]. Diría que la búsqueda es el tango rebético . Estoy intentando plantear un puente entre un movimiento y el otro. Encuentro muchos paralelos. Intento atravesarlos e involucrarlos con mi experiencia personal y familiar, más allá de estos disparadores que comento, para el argumento de la ópera.

-¿Lo ves como una proyección a futuro, más allá de la ópera, como sucedió hace más de 20 años con los Tangos bajos?

-Tangos bajos fue mi trampolín. Jamás pude imaginar la repercusión que tuvo, hasta el día de hoy. Me abrió la puerta de Europa, de boca en boca. En este caso no lo puedo saber ni intento especularlo. La repercusión y el resultado no se puede saber. Para el artista las motivaciones son otras, los elementos con los que trabajamos y nos siguen inspirando para darle forma a la obra.

Pipo, Gonzo, Cantilo, Corbella, Melingo y Cano
Andy Cherniavsky


Los Twist, la banda con la que Melingo grabó La dicha en movimiento (Andy Cherniavsky/)

-¿Qué es lo que, como obra, te dejó más satisfecho de toda tu carrera?

-Tengo mojones. Uno que publiqué este año que fue el último show en vivo de algo que se desarrolló en los ochenta. Fue el Ring Club. A partir del Ring Club pude tener una visión más completa de la música. Fue formativo para mí. Y un gran hito. Porque me marcó no solo a mí, como hacedor del concepto, sino a todo el grupo que trabajó en ese tiempo. Todos los Abuelos de la Nada, Vivi Tellas, Horacio Fontova, Miguel Zavaleta, Juan del Barrio, Omar Chabán, Katja Aleman. Todos los que participaron en el movimiento pre ochenta. Más allá de haber pertenecido a la gran banda Los Abuelos de la Nada, y de haber aprendido de mano directa de Miguel Abuelo y de haber acompañado a Charly García, el siguiente hito para mi es La dicha en movimiento [primer disco de Los Twist], porque se creó un fenómeno por generación espontánea por muchos motivos. Hay un proyecto de largometraje vinculado a esto, donde estoy involucrado, llamado 29 horas y media. F ue el tiempo que nos llevó grabarlo. Es una obra muy redonda, por eso la llegada y la trascendencia. Luego el disco Psicofonías, de Lions In Love, y después Tangos bajos, del 98. Para mi esos son los cuatro trabajos icónicos de mi carrera.

Melingo, un tanguero de extracción rockera
Melingo, un tanguero de extracción rockera


Melingo, un tanguero finisecular

-¿Cómo definís el último tríptico de álbumes?

-Es una trilogía engañosa. Porque si bien yo inicio el concepto con el disco Linyera y sigo en Anda, Oasis, este último es la apertura de una nueva puerta con todo esto que te conté antes. El disco se completa con la ópera y el volumen dos de Oasis, con el largometraje El oráculo de Zakynthos. Oasis es la punta del Iceberg que viene ahora, con este personaje que fue aglutinando todo mi sentir, mi ideología y mi musicalidad. El personaje me viene como anillo al dedo y lo construyo alrededor de mi figura. Lo sigo desarrollando, tiene bastante tela para cortar todavía.

Melingo y su primer instrumento, el clarinete, en junio de 1983, con Los Abuelos.
Andy Cherniavsky


Melingo y su primer instrumento, el clarinete, en junio de 1983, con Los Abuelos. (Andy Cherniavsky/)

-Y el clarinete, ¿qué significa en tu vida?

-Mucho. La llave que me abrió muchas puertas. Desde haber tocado con el grupo Agua y acompañando a Milton Nascimento en adelante. Fue el instrumento que empecé a tocar con los Abuelos de la Nada, el primer clarinete del rock. Tener un clarinete en la mochila siempre era una carta de presentación. Me podía meter en cualquier fogón. Siempre fue un compañero fiel, igual que la guitarra. Son mi pareja acompañante. El primero que llegó a mis manos fue por una herencia. Recibí un bandoneón que estaba un poco cascado, desafinado y lo terminé cambiando, a los 13 o 14 años, por un clarinete de trece llaves. Me permitía tocar jazz, tango, rock, clásica. Es muy versátil. Si bien hay instrumentos que no son fáciles de desencasillar, éste es versátil y me dio la cintura para hacer todo lo que hice en los últimos cuarenta años. En Brasil era lo más grande que tenía en la mochila. Prácticamente no llevaba ropa.

-Te ofrecieron hacer una biografía, pero te negaste, ¿por qué?

-A la biografía la veo para el final del camino. Se puede escribir mucho antes, pero a mi me suena a eso.