¿Red flags en una persona o relación? Repensemos el concepto antes de que “todo sea una advertencia”

Ilustración: Andrea Paredes | @driu.paredes
Ilustración: Andrea Paredes | @driu.paredes

“Que no sepa expresar sus sentimientos”. “Que no se lleve bien con su mamá”. “Que no te comparta en redes”. “Que no quiera verte tan seguido”. “Que idolatre a Kanye West”

Hace unos días, pregunté en Instagram por red flags que quizás no eran red flags y estos fueron algunos de los resultados que me dieron. 

Se podría argumentar que, de todas, sólo una es incontrovertiblemente una red flag y que el resto son sujeto de debate. Lo que me llama la atención de la lista es su diversidad: relaciones, expresión emocional, gustos artísticos, comportamientos virtuales y reales; visto de esta manera, parece que en todos los aspectos de la vida puede esconderse una red flag.

¿Pero de qué tratan las red flags y por qué suenan tanto?

Una red flag, como su nombre lo indica, es un aviso de algún tipo de comportamiento que señala otro que podría ser más tóxico. Las red flags, en este sentido, son como las banderas rojas en una playa que avisan de un mar peligroso al que no debes meterte (o que no debe de meterse en ti, dependiendo de lo que te guste).

En su mejor forma, las red flags pueden servir para evitar una relación violenta o, cuando menos, complicada: sabemos que la violencia en la pareja usualmente no surge de la nada y que existen indicadores comunes de que se está acumulando tensión y “microagresiones” que podrían desembocar en comportamientos más fuertes. Hablar de esos indicadores es una forma en que podemos sensibilizarnos a su reconocimiento y, de ese modo, prevenir situaciones amargas.

Además, existen otras red flags que no necesariamente anuncian comportamientos violentos, pero sí incómodos. 

Una persona que, por ejemplo, tiende a mentir en cosas pequeñas porque le genera culpa, probablemente va a actuar raro en situaciones más grandes que también le generen culpa. Una persona que siempre termina mal con sus exes, probablemente va a terminar mal contigo. Una persona que piensa que los pobres son pobres porque quieren probablemente no va a ser la más solidaria del mundo. 

Las red flags no son profecías, pero sí movimientos de una brújula que te indican por donde es probable que avance una relación.

Sin embargo, en la peor de sus manifestaciones, la red flag recurre a la patologización y descontextualización de comportamientos que por sí mismos podrían no ser problemáticos, pero que se perciben así por no entrar dentro de algún tipo de moral “deconstruida”. Todas las red flags tienen detrás un sistema de valores y, a su vez, señalan una infracción a ese sistema. 

Por ejemplo “red flag: que se lleve bien con todas sus exes” probablemente viene de un sistema de valores propio del más rancio amor romántico. ¿Hay algo inherentemente malo en llevarse con les exes? De ninguna manera, pero si se considera así es porque también se piensa que las relaciones no pueden transformarse y que las personas que se amaron deben desaparecer de la vida de quien las amó para que pueda amar nuevamente. 

El ejemplo contrario funciona similar: “red flag, que no se lleve bien con sus exes”. ¿Hay algo inherentemente malo con esto? Tampoco. Puede que no se lleve bien con sus exes porque resulta que es una persona a quien han violentado, o quizás sólo formó relaciones con personas que, desde el mismo amor romántico, creían que tenían que darle el cortón definitivo a toda costa para poder seguir con su vida. 

Desde luego, también existe la posibilidad de que se lleve bien con sus exparejas porque sea una persona manipuladora o que se lleve mal porque es una persona violenta. Pero no necesariamente es el caso y es algo imposible de conocer sin contexto. 

El discurso de las red flags tiende a descontextualizarlas de formas mañosas para generar un binomio víctimarie-víctima, en el cual la persona victimaria se reduce a sus aspectos más negativos, sin otorgarle ninguna posibilidad de explicación o justificación de sus comportamientos, tratándola como una bomba de tiempo siempre por explotar. En cierto modo, las red flags hablan más de la persona que las señala que de quien las encarna. 

¿Cómo identificar mejor una red flag y darle su justo lugar? Pienso que hay que tomar en cuenta algunas cosas:

  • La primera, como he mencionado, es el contexto

Usualmente, las acciones de una persona, por sí mismas, no significan nada, pero cuando se miran dentro del contexto en que suceden podemos entender mejor qué es lo que llevó a que tal persona actuara de tal manera. ¿En qué contexto surgió eso que consideramos una red flag? ¿Qué hizo la persona después de eso? Es más útil ver patrones que comportamientos aislados. 

  • Un segundo problema es que se habla de lo peligrosas que son, pero no de lo seductoras que pueden llegar a ser. 

Porque aceptémoslo: habemos personas que vemos las red flags y nos envolvemos en ellas para tirarnos al vacío como Juan Escutia. 

Las red flags, a veces, más que eso, son como sapos de colores: peligrosos pero, ah, qué bonitos son. Más útil que sólo señalarlas, creo, sería también hablar de por qué nos llaman tanto la atención, por qué decidimos ignorarlas, por qué nos da miedo la confrontación moral que nos provocan (cuando sea el caso de que valga la pena esa confrontación). 

  • Y justo ahí reside el tercer problema con las red flags: que hacen suponer que, si se ignoran, es únicamente por una cuestión de fuerza de voluntad o de ganas de ser manipulade o qué sé yo. 

Sí, tenemos responsabilidad en notar las señales y en decidir si les hacemos caso o no. Pero también es cierto que es difícil, sobre todo cuando estamos en el estado alterado de consciencia que es el enamoramiento

Dicen en un capítulo de Bojack Horseman: “cuando ves a alguien con lentes rosas todas las banderas rojas se ven sólo como banderas”. Más que reforzar una idea de “¡¿por qué ignoraste las red flags, acaso eres tontoooo, te gusta ser tontooo?!”, podríamos mejor hablar de estrategias para tomar mejores decisiones desde la infatuación. 

El discurso de la red flag es una manera de aligerar la chamba emocional alrededor de evitar una relación violenta, sí. Y en ese sentido es muy valioso, porque permite incluso hablar de comportamientos que quizás no son tan evidentes, pero que podrían revelar otros peores. 

Pero si no contextualizamos lo que vemos, corremos el riesgo de simplificarlo y vivir toda la vida pensando que la gente de allá fuera es una mina tirada en un campo de flores y uno, como siempre, con su sistema de valores impoluto y benévolo, no es otra cosa que una inocente y pura víctima.