El Teatro Nacional Cervantes celebra sus 100 años de vida con una comedia de época
El Teatro Nacional Cervantes planeaba celebrar sus 100 años de vida con el estreno de La comedia es peligrosa, obra encargada por las autoridades de la sala. Fue escrita por Gonzalo Demaría y cuenta con dirección de Ciro Zorzoli, la misma dupla que en ese mismo teatro estrenaron Tarascones, un exitazo de aquellos. Lo planificado era correr el telón de la sala María Guerrero (los otros dos espacios del Cervantes todavía no se pueden abrir por temas de protocolo sanitario) el 5 de septiembre, la misma fecha que, en 1921, la actriz y empresaria española María Guerrero se dio el gusto de inaugurar su sala. Pero, pandemia de por medio con su propia lógica, hizo que los planes originales no se pudieran concretar (nada que llame la atención a esta altura de los acontecimientos).
En este largo proceso que empezó a desplegar sus formas en plena cuarentena, hay que reconocer que el proyecto se pensó a lo grande desafiando, decididamente, lo prohibido. O sea: juntarse, tener trabajo, un elenco numeroso y viajar (cosas impensables durante el tiempo de encierro). Ahora, las fichas ya están en juego. Desde hoy, el elenco de La comedia es peligrosa está en modo festejo, reencuentro con el público, celebración. Lo componen Horacio Acosta, Facundo Aquinos, Paola Barrientos, Julián Cabrera, Julián Cardozo, Roberto Castro, Gaby Ferrero, Andrés Granier, Milva Leonardi, Javier Lorenzo, Tincho Lups, Sergio Mayorquin, Mariano Mazzei, Iván Moschner, Pablo Palavecino y Julián Rodríguez Rona.
Escrita en verso, la propuesta evade toda solemnidad o mención puntal a algún hecho específico del largo trayecto de la histórica sala. De hecho, el vodevil o la comedia de enredos, como se prefiera, transcurre antes de la apertura del Cervantes. La trampa, sus enredos, tienen lugar en 1783, durante el Virreinato del Río de la Plata, cuando unos cómicos de la legua (o esta “gentuza indecente”, como se dice en la misma obra) pretenden construir un teatro estable. Para ello, deben enfrentarse al poder de los cabildantes y del obispo. En el medio, un tal virrey que respondía, obvio, a los reyes de España.
En la ficción hay gran despliegue de vestuario, tacones, pelucas, música en vivo. Pero Paola Barrientos, la talentosa actriz de series como Graduados o Viudas e hijos del Rock & Roll o de la obra Estado de ira; y Javier Lorenzo, el expansivo actor de la obra El pasado es un animal grotesco o Tadeys; llegan con vestimenta casual y hacen chistes al respecto mientras se disponen a charlar con LA NACION en uno de los coquetos palcos de la sala principal. Ninguno de los dos, actores de extensa trayectoria en el medio, había hecho temporada en ese monumental espacio escénico. De todos modos, Javier confiesa sentirse más cómodo en una sala grande que en una pequeña aunque, en verdad, tiene más millajes de actuar en salas alternativas. “Debe ser por eso, por lo aspiracional, por no ver a la gente”, se ríe. Barrientos acota: “yo también tengo más recorrido en espacios insalubres (se ríe), pero reconozco que en este tiempo de ensayo me pasa algo con eso de habitar un escenario pisado por tantos, con esa cosa de ser parte de la historia del teatro. Me da una especie de emoción de la cual no puedo zafar”.
Al peso de lo simbólico se le suma el ser parte de la obra con la cual se celebran los cien años de la sala. Pero lo solemne no es el ADN de todo esto. “Cuando leí el texto me dio algo como una obra fiestera, populosa. Que se podría presentar en un estadio, en una plaza; que tiene algo de teatro callejero. Que se presente en esta sala tan de rojos y dorados quizá tenga algo de contradicción, pero igual me gusta ese juego, esa mezcla”, apunta la actriz sobre esta trama que evita reparar en hechos puntuales ligados a la vida del Cervantes. Aunque, claro, como en todo, hay matices. “Pero no le esquiva el bulto a eso porque habla de una compañía que impulsa la creación de un teatro”, destaca ella quien, en la ficción, junto a Javier Lorenzo son los directores de ese grupo de actores.
“Yo diría que en esta obra le ganamos a María Guerrero”, acota él haciendo referencia a aquella actriz española que fue la que impulsó la creación de este teatro que se concretó mucho tiempo después de la trama ideada por Gonzalo Demaría.
El esquema de producción de La comedia es peligrosa fue pensado para que, luego de su temporada en el Cervantes, salga de gira por el país. Como parte de ese plan, durante enero y febrero se presentará en el Auditorium de Mar del Plata y, luego, realizará un recorrido por el interior del país que se está definiendo en estos días (no es fácil, la compañía ronda las 30 personas). Lo concreto es que de un teatro como el Cervantes, cuya arquitectura remite al barroco español, se mudarán a la impactante sala marplatense que forma parte de la Rambla diseñada por Alejandro Bustillo, con su monumental clasicismo. Paola Barrientos ya habitó el Auditorium. Allí hizo Tarascones, obra que también llevaba la firma de Ciro Zorzoli y de Gonzalo Demaría. “Yo creo que esto de ir a Mar del Plata viene a saldar la dificultad de hacer una gira nacional esta misma temporada. Pensá que hace poco no sabíamos todavía en qué situación íbamos a estar. En este contexto, Mar del Plata es un punto de encuentro de turistas de todos las regiones del país y hacer temporada ahí es una manera de federalizar el espectáculo”, asegura ella.
Hace algunos años, ya había trabajado en La Feliz con dos espectáculos de José María Muscari: Mujeres de carne podrida y Pornografía emocional. “Era posible hacerlo porque podía ir tranquilamente a los hoteles de Chapadmalal porque no tenia críos ni perros para mudar a Mar del Plata –se ríe con ganas–. Ahora estamos muy entusiasmados porque la mayoría no pasamos por la experiencia de hacer temporada en la costa. Y si todo sigue así, pinta que el verano en Mar del Plata va estar a pleno. Por otra parte, ser parte de esa cartelera con una propuesta de una sala pública que permite comprar entradas a precios accesibles es fundamental, porque el teatro comercial es para pocos. Mudar la obra del Cervantes al Auditorium es parte de la fiesta de la que somos parte”.
La fiesta en el escenario tiene su trama, su propia historia. “La obra sucede a fines del 1700, en tiempos del Virreinato. Un grupo de comediantes, nosotros dos, los directores, y otros tres actores; intentamos por todos los medios, no siempre legales, conseguir que el Virrey tome la decisión de que done un terreno para construir un teatro de comedia. Apelamos a eso con engaños, triquiñuelas y vericuetos. Por otra parte, hay otros personajes que quieren ese mismo terreno pero tienen otras intenciones para desarrollar en eso que, con el tiempo, será la ciudad de Buenos Aires. Claro que ellos quieren hacer algo más comercial, más vinculado con los negocios inmobiliarios. Aclaro que cualquier relación con la actual realidad es pura coincidencia”, ironiza la actriz que, además, pronto se sumará al elenco de la primer película de Fernán Mirás.
Ambos ya habían trabajado con Ciro Zorzoli. “Yo había trabajado con él en El niño en cuestión, ahí también estaba Paola. Ciro es uno de esos directores con quien siempre tuve ganas de volver actuar. Es una persona que te arma un sistema de juego para que puedas jugar muy libremente –señala Javier Lorenzo–. No impone ideas, a un trabajo le busca la estructura mejor todo el tiempo”. Paola Barrientos tiene una larga trayectoria junto al director: Estado de ira, Exhibición y desfile, Las criadas, Fantasmática. “Cada vez que tengo que armar un currículum lo tengo a Ciro y a dos infidelidades”, apunta antes de irse a uno de los últimos ensayos de esta trama de una gran despliegue escenográfico.
La otra dupla: Ciro Zorzoli y Gonzalo Demaría
Javier Lorenzo decía que la obra, pensándola en su momento de gestión durante la cuarentena dura, representaba el poder pensar por fuera de todo lo prohibido. En aquellos tiempos –reconoce el dramaturgo, novelista, director e investigador Gonzalo Demaría– el título tentativo era El teatro es peligroso. “Por suerte, quedó este”, reconoce el autor del libro Cacería y el responsable de las versiones de Cae la noche tropical y de Happyland, ambos espectáculos que se están presentando en el Teatro San Martín. “En aquellos meses, la pregunta era sobre qué es el teatro hoy y qué va hacer. Se ha hablado mucho del libro La desaparición de los rituales, de Byung-Chul Han. En mi caso, como soy apocalíptico, me imaginaba que venía un teatro de la clandestinidad al cual se accedía golpeando una puertita. En esas condiciones empezamos a trabajar este proyecto. Paradójicamente, o justamente no, es un espectáculo celebratorio. No por el cumpleaños del edificio, que también lo es, sino una celebración del artista”, apunta el autor de esta celebración escénica que tiene lugar en un tiempo histórico en el cual los actores, como él mismo cuenta, eran guardiacárceles y presos del Cabildo de Buenos Aires. “En aquel momento había teatro de carromato o de prisión –señala en otro de los palcos del Cervantes, mientras el elenco se prepara para el ensayo–. Pero, peste mediante, y todo esto que sabemos, el ritual sobrevive y sobrevivirá”.
En aquellas primeras reuniones tuvieron en claro algunas cuestiones básicas que explica el talentoso director: “Celebrar la existencia del Teatro Cervantes es celebrar que existan teatros. Cuando pensaba en eso también me pasaba esa cosa extraña de que el teatro nacional responda al barroco español en su arquitectura, que se llame Cervantes o que haya sido fundado no por el Estado nacional sino por una compañía privada. Todas esas tensiones me daban vuelta y forman parte de la génesis de la compañía de María Guerrero que impulsó esta realidad, ese deseo, llamado Teatro Nacional Cervantes.”
Aquel deseo fundacional de la actriz y empresaria española a los pocos años colapsó. De hecho, esta gran sala estuvo a punto de convertirse en un cabaret o un casino hasta que la compró el Estado nacional durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear. Desde ese momento, es el único teatro que depende de Cultura de la Nación (“Francia tiene cinco teatros nacionales”, remarca Gonzalo Demaría) y, para un Estado federal, su única sede está en Buenos Aires.
Pero en toda esta comedia de puertas hay otras derivas. Por lo pronto, el deseo de volver a trabajar juntos. Se conocieron en Tarascones. Aquella vez la obra estaba escrita Demaría quien se la pasó a la actriz Alejandra Flechner y terminó estrenándose en Cervantes con dirección de Zorzoli. Esta vez fue el Cervantes el que convocó al director y, a su vez, él llamó a Demaría. Juntos, crearon este material ambicioso. “La obra responde a un tipo de teatro que ya no se escribe. Tiene mucho de un vodevil que reclama un elenco grande. Fue un desafío del cual, espero, vamos a salir airosos”, dice, hasta con cierta timidez, el autor. Como sucedió con Tarascones, está escrita en verso. “El verso tiene sus bemoles, pero facilita un montón de cosas. El verso está ligado a lo musical, al ritmo; una vez que te entregás facilita mucho la cosa. Y a la hora de ajustar, el mismo verso ayuda a hacerlo. Después de la grata experiencia con Tarascones, nos jugamos”, señala Zorzoli.
Desde hoy, el juego despliega sus formas en el Teatro Nacional Cervantes en su primer estreno del año, en la temporada de su Centenario y pensando ya en instalar esta compleja maquinaria escénica que puso a prueba a cada sector productivo en pleno verano de Mar del Plata.