Una valija cargada de sueños: dos historias de argentinos que viajan al futuro del ballet
No son los únicos pero, por sus condiciones y talento, prestigiosas escuelas de ballet en el mundo -de esas que tienen décadas, casi un siglo de historia- los becaron para que terminen de formarse bajo sus alas. Vistos con ojos argentinos, son, además, parte de esa buena señal sobre el futuro de la danza que ya se puede vislumbrar a través de una camada de jovencísimos bailarines que están en los escenarios.
Jazmín Arrieta y Guillermo Rolutti no se conocen cuando se encuentran para compartir esta entrevista; hablan poco entre ellos, pero enseguida se entienden si tienen que posar para las fotos. “Yo soy mejor para levantar las piernas que para saltar”, dice él. “Yo también”. Ambos arremeten entonces con la izquierda una seguidilla de developpés bien altos, poco importa que estén en jeans. Al final, espontáneamente, deciden cerrar con un pescadito, entonces él la toma de la cintura, la levanta y arman la pose. “Clic”. Ya está la imagen para la portada.
Jazmín tiene 16 años, es de Pergamino y a los once hizo su primera mudanza para formarse en el Koi de Rosario; en 2022 ingresó como alumna de la Royal Ballet School de Londres, donde recientemente superó nuevas audiciones y en pocos días comenzará el ciclo de mayores.
Guillermo, cordobés, de 18, estudió durante seis años en el Teatro del Libertador San Martín de su ciudad antes de entrar en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, que dejará esta semana para viajar a la escuela del Hamburg Ballet John Neumeier.
Los dos son estudiantes de danza clásica y de secundario (ella lo cursa en la misma institución británica; él está a seis meses de terminar el colegio a distancia). Tienen en común una admiración cabal por Marianela Núñez, haber pasado con un número en la pechera por el trampolín de los grandes concursos internacionales y despuntar una madurez inusual para su edad. Fueron alumbrados por ese foco vocacional que se les prendió de muy pequeños. “Extraño un montón el afecto de los argentinos, la cultura, un buen asado, pero siento que es una muy buena experiencia. Me ayudó a volverme más independiente, a resolver y valorar muchas cosas”, dice ella, ya acostumbrada al clima de Londres (“ver muy poco el sol te puede cambiar el estado de ánimo”) y para quien sus nuevos amigos pasaron a ser como su familia (“Yo nunca me sentí sola”). Se suma Guillermo: “Siento que es algo que hay que probar. Cuando vine a vivir a Buenos Aires también me lo tomé así. Te empieza a gustar estar lejos de la familia, focalizado en tu carrera. Ya no se trata de ir al colegio, a clases, y volver, sino de estar ciento por ciento dedicado a lo que es bailar”.
¿”Sacrificio”? Esta generación pareciera haber desterrado finalmente esa etiqueta. “Me lo han dicho bastante, pero hago lo que me gusta, es lo que elegí, no me lo puedo tomar como un sacrificio. Yo cuando me levanto todos los días y me voy al Colón lo que siento es emoción”. Jazmín recoge el guante: “Es lo que elijo, lo que quiero, lo que deseo, me pone contenta y me da ganas hacer. Voy a aprovechar estos años y dar lo mejor de mí. Ojalá quede después en la compañía y pueda hacer carrera en el Royal Ballet, pero siempre siendo feliz”.
Ahí van, con las valijas llenas de sueños.
Rosario siempre estuvo cerca
“Desde chica tenía claro lo que quería y de a poquito me alejé de mi casa; primero vino Rosario, después Londres. Fui haciendo una progresión”, cuenta Jazmín. El suyo es un claro ejemplo de que el Colón no es la única vía hacia la excelencia. “Lo pensamos –admite-, teníamos las dos opciones, pero justamente para empezar de a poquito nos decidimos por Rosario que está más cerca de Pergamino”. La familia fue su pilar de apoyo, aun cuando tuvieron que repartirse: entonces su madre y su hermana menor se quedaron en la provincia de Buenos Aires, mientras ella con su papá cruzó al otro lado del límite provincial. Hoy, vienen juntos a acompañarla a la Redacción de LA NACION. Natalia, escribana, le da lugar y observa a su hija a unos metros de distancia mientras piensa qué difícil es maternar a once mil kilómetros. De todos los sentimientos que expresa, le gana la admiración, que no puede disimular en el brillo de sus ojos.
“En el Koi Ballet, con Carina Odisio, conecté muy bien y pude encontrar mi lugar y una muy buena formación”, evalúa Jazmín. Justamente, Odisio refiere que el impulso original de abrir su estudio en Santa Fe hace más de dos décadas fue mostrar una alternativa para que las chicas del interior del país no vieran a la Capital como el único destino posible para formarse profesionalmente. Sobre su alumna estrella –tiene otros en Houston, en Atlanta, en Santiago de Chile-, señala: “Jaz es una chica maravillosa que cualquier maestro agradecería tener en su camino. Tiene condiciones físicas, cabeza y disciplina, lo que yo llamo un trípode. En estos tiempos, cuando cuesta encontrar jóvenes con objetivos claros, verla tan enfocada y decidida (ni que hablar de su humildad y bajo perfil) demuestra su verdadera vocación por esta carrera artística”, concluye la maestra, que en estos días de vacaciones en Inglaterra volvió a tenerla agarrada de la barra de su salón.
Tras la pandemia, 2022 fue un año clave en esta historia que recién va por sus primeros capítulos. Jazmín había estado tomando clases en la escuela del Houston Ballet (le ofrecieron quedarse con todos los gastos pagos); lo mismo pasó en la escuela de Hamburgo, donde compartió unas semanas con otra promesa de la danza argentina, Azul Ardizzone, consagrada el año pasado por John Neumeier como la Julieta más joven de la historia. “Si bien me parecieron dos experiencias increíbles, desde chica quise ir al Royal”, admite. Así fue como con 14 años rechazó las dos propuestas y resolvió presentarse en el Youth of America Grand Prix (YAGP), que se hacía en Tampa, Florida, donde sabía que los británicos habían confirmado su presencia en plan scouting. “Decidí jugármela a que me vieran”. El rol de Swanilda, en la variación del tercer acto de Coppelia, fue la llave: la invitaron a unirse a la escuela del Royal Ballet como estudiante regular, con beca completa, lo que indica el potencial que ven en ella.
“En total, son cinco años en White Lodge y tres en Upper School”, explica el sistema inglés, en el cual para permanecer tiene que volver a audicionar periódicamente. “Cuando llegué me dijeron que era la primera argentina que había estado de tan chica y sé que hubo otros antes en Upper School, pero ahora cuando regrese yo sería la única”. En esta nueva etapa tendrá que hacer otra pequeña mudanza más: dejará la casa blanca de Richmond Park, donde los estudiantes más chicos hacen todo como en un campus de película, para ingresar en la casa de los grandes, donde reside la compañía de sus sueños. “Los estudios de Upper School están en Covent Garden y los dormitorios en Pimlico, a media hora en colectivo. De a poco te van soltando, te dan más independencia. Si en White Lodge la formación era 50 por ciento académica y 50 por ciento de danza, ahora pasa a ser un 75 y 25, más intensa la parte de ballet”, sigue contando. Además, ya no tendrá más matemática, química ni geografía: podrá enfocarse solo en un puñado de materias de su interés particular como psicología, nutrición, anatomía. Y en este ciclo preprofesional cruzará más de una vez el famoso Bridge of Aspiration, un puente no solamente conceptual sino arquitectónico, que cualquiera puede ver serpentear por encima de la estrecha Floral Street, y que hace de enlace directo entre la Royal Ballet School (RBS) y la Royal Opera House.
“Jazmín está entre los poquísimos chicos elegidos entre miles del mundo para recibir una educación privilegiada en este campo hipercompetitivo”, observa Fátima Nollén-Reardon, su tutora legal (todos los extranjeros que estudian pupilos en instituciones británicas requieren de alguien responsable por ellos en el país, en tanto sus padres están distantes). “Estar en la RBS ya es un logro, no hay que olvidarlo. Y, en general, dejan la escuela con contratos para unirse no solo al Royal Ballet sino a destacadas compañías de danza”, explica la presidenta de la Anglo-Argentine Society, miembro activo del Círculo de Críticos del Reino Unido (sección Danza), que escribe para diversos medios especializados como The Tablet y Bachtrack, y colabora con LA NACION. “En este viaje educativo la preparación física y técnica es comparable a la de atletas de alto rendimiento, la preparación artística llega de la mano de maestros con gran experiencia que los pasean por todo el espectro necesario para acometer coreografías de repertorio, pasado y presente, dándoles las herramientas teóricas y prácticas y la confianza para explorar sus propias capacidades creativas y abordar sin miedo nuevos lenguajes”. Cuando la ve bailar, Nollén-Reardon piensa: ¡Qué maravilla saber que la danza tiene futuro y qué orgullo ver a esta personita increíble ser parte! “Es emocionante comprobar el resultado”. Y remata: “No tengo dudas de que, lo que sea que la espera al terminar su educación, va a alcanzar un hermoso futuro. Su sólida formación en Argentina, esta oportunidad única, y su determinación y dedicación así lo indican.”
Un día, de la mano de su tutora, Jazmín llegó hasta el camarín de Marianela Núñez, su bailarina favorita y gran referente. “Me firmó las zapatillas –recuerda-. Fue muy amable y generosa, un amor. No la volví a ver más que en el escenario. Mi total admiración, siempre”, se toca el pecho y baja la mirada.
Que la vida da revancha
“Guille” tenía diez años la primera vez que vio a Marianela. “La conocí en 2017 cuando fue al teatro de mi ciudad, el Libertador San Martín, para bailar Giselle: le pedí su punta, se la sacó, la firmó y me la dio. Yo le entregaba las flores en la función y estaba en el escenario como uno de los niños del pueblo -recuerda-. El año pasado, cuando vino al Colón para El lago de los cisnes, me saqué varias fotos con ella, y hace unos meses, que estuvo con La bella durmiente, pude verla hacer una barra en la Rotonda. Estábamos con mis compañeros de la escuela terminando una clase de repertorio y de pronto escuchamos que llega alguien y dice: ‘Hola, buenas’. ¡Era Nela! Nos quedamos los tres así”, mirando la escena y sosteniéndose con las dos manos el mentón.
Al mismo tiempo que Jazmín Arrieta viajaba a Londres en 2022, Guillermo Rolutti llegaba a Buenos Aires desde Córdoba para ingresar en el curso de varones del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA). Él también había ganado ya una beca internacional para la escuela del Ballet de Hamburgo en una competencia, el Gran Premio América Latina (GPAL). “Entonces no tenía la posibilidad de viajar para Alemania [todavía era menor de edad y precisaba el consentimiento de ambos padres], así que le dije a mi madre: puedo ir al Teatro Colón. Sabía que era complicado mudarse, pero yo había encontrado una residencia, que me acuerdo de que en ese momento costaba rebarata: ¡ocho mil pesos! Cuando llegué, todavía no había hecho la audición, pero ya estaba como si me fuera a quedar. Fue uno de los mejores años de mi vida, una experiencia muy linda. Tuve la oportunidad de trabajar con el Ballet Estable en el estreno de Carmen, de Alejandro Cervera, y así por primera vez pisé el escenario del Colón. A fin de año hicimos una obra con la escuela”.
Cursando ya quinto en el ISA, el año pasado distintos maestros como Franco Cadelago confiaron en Rolutti para participar en el Prix de Lausanne, Suiza, donde en febrero tuvo su revancha: entre las diferentes instituciones de Francia, Canadá y Alemania que lo ficharon, volvió a recibir una oferta de Hamburgo, una segunda oportunidad. Por eso en estos días subió a su cuenta de Instagram un video que grabó en el estudio de ballet que funciona en el primer piso de la residencia donde vive, sobre la calle Marcelo T. de Alvear. En ese reel cuenta brevemente su historia y pide una colaboración para cubrir el 25 por ciento restante de la beca, dinero que le piden como visado para estudiar en Alemania. “Mi madre trabaja un montón de horas, ella es empleada doméstica, y no contamos con los recursos para solventar este gasto tan grande”, explica el estudiante del Colón. Viaja pasado mañana y el 26 de agosto comienzan sus clases.
“Sin duda es una oportunidad enorme para él continuar su formación dentro de una institución que se especializa en su tipo de perfil, además de seguir con la tradición y el intercambio de bailarines argentinos con el Ballet y la Escuela de Hamburgo, que siempre hubo a lo largo de su historia”, considera Diego Poblete, codirector del Ballet del Teatro San Martín, que preparó a Rolutti en su variación contemporánea para la prestigiosa competencia en Suiza. Respecto de esa tradición que señala, en este momento, por ejemplo, además Azul Ardizzone en la escuela, Emiliano Torres de Paraná y el primer bailarín santafesino Matías Oberlin bailan en la compañía que por cincuenta años condujo el gran John Neumeier. Tras su retiro, la dirección queda ahora en manos del argentino Demis Volpi. Volviendo a Poblete, que llegó para apoyar a las nuevas generaciones al Prix de Lausanne de la mano de Lidia Segni, destaca un “enorme potencial”, condiciones físicas y artísticas y dice: “En Argentina no es común ver biotipos como Guillermo, donde sus aptitudes se dan de manera absolutamente natural en relación a sus posiciones, elasticidad y a la inteligencia de su manejo corporal”. Julio Bocca, que fue maestro de varones en la última edición del prix en Suiza, recuerda a ese chico flaquito con talento que disfrutaba mucho bailar. “Sólo necesitaba una escuela más rígida. Qué bueno que le dieron una posibilidad”.
Hoy, domingo, María Marta vendrá de Córdoba para ayudar a su hijo a hacer la valija. “Es otra vez empezar una vida de cero. Estoy muy ansioso por llegar. ¿Algún miedo? Por ahí, el idioma. Con el francés me habría podido defender un poco mejor, porque es lo que nos enseñan en el Colón”, confiesa, y recuerda que tuvo una abuela alemana, a quien no conoció. Con la rama paterna de la familia, Guillermo no tiene relación. “Siempre fuimos mi mamá, mi madrina y yo. Desde chico tuve la mentalidad de que quería bailar, mis primos nunca decidían lo que querían hacer. Creo que eso fue algo que nos alejó, pero mi madre y yo siempre unidos”. Por eso, guardará entre su ropa una foto de los dos juntos, además de un cuadrito que una amiga le regaló hace poco, con la palabra... Ámsterdam. ¿Ámsterdam? “¡Es que voy primero a Ámsterdam! No sabíamos que iba a ser de esta manera cuando me lo dio, así que es una gran coincidencia”. Así es como un simple cuadrito se convirtió en su talismán. Mientras la cuenta regresiva entra en las últimas horas, sus amigos del Colón lo despiden en las redes: “Rompela @Guillerolutti, te queremos!”, dicen en banda.