El valle de Salazar: una ruta por el Pirineo más virgen y sus pueblos con aroma a leña

Ochagavia, uno de los pueblos más bonitos de Navarra puerta de entrada a la Selva de Irati
Ochagavía es uno de los pueblos más bonitos de Navarra y puerta de entrada a la Selva de Irati. (Cordon Press)

Dicen que es al sauce, ese hermoso árbol de copa redondeada, al que debe su nombre el valle de Salazar, enclavado en el corazón del Pirineo navarro y cobijado bajo la fuerza de las montañas. Aquí, como en otros valles cercanos (el de Aezkoa y el de Roncal), queda tan lejos el mundo globalizado, que hasta las prisas se chocan contra este murallón de cumbres que dibuja la frontera con el resto de Europa.

Es la naturaleza virgen la que marca el ritmo en este territorio que concentra las mayores alturas de la comunidad foral. Una naturaleza que, en Salazar, se expresa en forma de hayedos primigenios, de ríos que culebrean entre los robledales y de un horizonte de nieve que deja escapar ráfagas heladas de viento.

Puerto de Larrau, Pirineo navarro
Puerto de Larrau. (Antonio Lopez / Alamy Stock Photo)

LA MAGIA DE LA PIEDRA

En este valle, donde descansa la mayor porción de la Selva de Irati, los pueblos integrados en el entorno desprenden un reconfortante aroma a leña. Por eso es una delicia pasear por sus calles empedradas entre las que crece la hierba, bajo los caseríos de grandes portones especialmente diseñados para sortear los rigores del frío.

Esparza, Ezcároz, Güesa, Ibilcieta, Ripalda, Sarriés y Uscarrés son algunos de estos pueblos apacibles, detenidos en lo atemporal, casi siempre dotados de iglesias góticas y puentes de piedra. Pero tal vez no haya ninguno tan bello como Ochagavía, enmarcado por la cordillera y atravesado por el río Anduña, que se abre paso entre el entramado blanco coronado por la ermita de Muskilda.

Puente de piedra sobre el río Anduña de Ochagavía, Navarra
Puente de piedra sobre el río Anduña de Ochagavía. (Antonio Lopez / Alamy Stock Photo)

Tampoco hay vistas tan bonitas como las que se vierten desde Abaurrea, conocido como el balcón del Pirineo. Un delicioso pueblo, el más alto de la región, donde además de respirar el aire puro de las cumbres, se puede visitar el Museo de Estelas. En este lugar cargado de simbolismo (es también un cementerio y un laberinto) se exhiben 26 lápidas circulares de entre los siglos XV y XVIII.

Ochagavia, valle de Salazar, Navarra
Enmarcado por la cordillera está el pueblo de Ochagavía. (Tolo Balaguer / Alamy Stock Photo)

LAS MUJERES GOLONDRINA

El valle de Salazar es tierra de caminantes. Lo es hoy para los senderistas que se aventuran por las múltiples rutas de montaña. Y lo fue ayer para las mujeres golondrina, aquellas muchachas que, desde 1850 a 1930, cruzaban a pie la frontera con Francia para trabajar en la industria de la alpargata. Se iban al comenzar el otoño y regresaban, con las ganancias, ya pasada la primavera.

Pueblo de Sarriés, Navarra
Panorámica de Sarriés. (Evan Frank / Alamy Stock Photo)

Para este viaje de al menos tres días se arrebujaban en unas túnicas negras con las que combatían el frío. Por estas vestimentas oscuras, y también porque su viaje coincidía con la migración de las aves, fueron conocidas por este nombre. Ahora, casi un siglo después, al camino que recorrían se le llama el Sendero de las Golondrinas.    

Ruta de las Golondrinas, Navarra
Ruta de las Golondrinas. (@rutadelasgolondrinas)

OFICIOS MILENARIOS

Vivir aferrado a las raíces también supone mantener vivos ciertos oficios milenarios, de los que los salacencos se muestran extremadamente orgullosos. Es así como los pastores siguen practicando la trashumancia, tal y como lo llevan haciendo remotas generaciones al llegar el invierno, cuando los pastizales se ven cubiertos por las primeras nevadas y los rebaños han de buscar las llanuras cálidas de las Bardenas Reales.

Otra muestra de una sabiduría ancestral que ha quedado para siempre en la memoria de este rincón pirenaico es la de los almadieros, aquellos hombres que descendían río abajo sobre precarias balsas para transportar la madera de estos bosques hasta la desembocadura del Ebro. Eran los tiempos de la Real Armada, cuando la fabricación de barcos precisaba el tráfico fluvial de estos troncos.

EL PALADAR CONTENTO

Y si hay algo que tampoco ha cambiado en el Valle de Salazar, es la gastronomía tradicional, que tiene como productos estrella a las truchas que nadan en los ríos y a las carnes de ovino y de vacuno, a las que se une la caza mayor (jabalí, corzo, ciervo…) en guisos y embutidos. Una cocina sencilla, pero sabrosa, con un gran poder reconfortante después de una hermosa caminata… y siempre al calor de la chimenea.

No hay que perderse algunos de los platos más reconocidos: las migas del pastor (en cuya preparación, con pan y sebo, son expertos los pastores) y la carne de cordero a la brasa, todo ello acompañado con las setas y los hongos del propio valle. Para degustar estos y otros platos del recetario pirenaico, nada como el restaurante Casa Sario (casasario.com/restaurante) en Jaurrieta, regentado por Eukene Moso. Todo un ejemplo de mujer rural emprendedora que ha logrado elevar su sencillo establecimiento a la categoría de templo culinario.

Hotel Besaro, valle de Salazar, Pirineo de Navarra
Hotel Besaro, un refugio en plena naturaleza pirenaica. (@besaro_hotel_selva_de_irati)

Después, cuando ya la noche caiga sobre el valle, habrá que buscar refugio en algún hotelito rural, tan rústico como confortable. Como el Hotel Silken Puerta de Irati (hoteles-silken.com/es/hotel-puerta-irati), en el centro de Ochagavía, muy práctico para quien se aventure a explorar el entorno, o el Hotel Rural Besaro (besaro.es), a tres kilómetros de esta localidad, con ocho acogedoras habitaciones, un salón con chimenea y una zona ajardinada desde la que se adivina la majestuosidad del Pirineo.