Bertín Osborne y Fabiola Martínez, unidos de nuevo por su hijo Kike ante su mayoría de edad
Acaba de cumplir 18 años. Y es alto. Mucho. 1,80… Y seguimos para bingo. Espalda de nadador. Flequillazo. Castaño claro. Ojos verde miel. Una sonrisa de bandido, como la de su padre, que de él también ha heredado ese (buen) gusto para con las señoras. Simpático, muy simpático. Te estudia y, cuando menos te lo esperas, te imita. Con gracia. Porque es zalamero. Y cariñoso. Le gusta llamar la atención. Ser el centro si es posible. También el fútbol, el motociclismo, los caballos…. y posar. ¿Eso? De la madre. Es fotogénico y tiene espíritu crítico. Sabe lo que sí y lo que no. Se llama Kike y sí, también tiene una parálisis cerebral. Pero, como ven, no es lo único que tiene o que le caracteriza. Nació con ella. Los médicos no le dieron a sus padres mucha esperanza de vida. Dos años, quizás. Pero va a cumplir 18. Porque, con esfuerzo y una dedicación en cuerpo y alma, sus padres consiguieron que así fuera. Pero en ese proceso se dieron cuenta de que no estaban solos. O, mejor dicho, que toda familia a la que le ocurría algo así, sí que estaba sola. Y desorientada. Y desamparada. Decidieron poner su granito de arena. Construir una fundación. Fundación Bertín Osborne. Ocurrió un 4 de octubre de 2009. Y ahora, 15 años después, ha llegado el momento de hacer cambios. Por lo pronto, el nombre, que Kike va a darle aires nuevos. Por eso, días antes de que se concedan sus premios anuales, hablamos con ellos, con los papás de Kike Osborne. Con Bertín y con Fabiola. Olvídense de que son famosos. Aquí no es relevante. Porque esta es una entrevista a unos padres. Con sus satisfacciones y tristezas, sus frustraciones y alegrías, sus dolores y sus sueños. Como los de ustedes, como los nuestros. Sentimientos y temores como los de cualquier familia con un hijo que se hace mayor.
"Con Kike al frente, nos va a ayudar a que se entienda la necesidad de las personas con discapacidad. Kike nos va a traer aires nuevos a la fundación", nos cuenta Fabiola, después haber ayudado, en sus 15 años de vigencia, a miles de familias en toda España
—¿Qué significa este cambio de nombre de la fundación?
FABIOLA.—Significa abrir una nueva era. Kike siempre fue la inspiración de todo. Que ahora pase a primera línea, convirtiéndose también en un referente para muchas personas, es un nuevo comienzo. Una etapa muy importante para Kike.
BERTÍN.—Y era algo que ya teníamos hablado. ¿Desde hace dos, tres años? Lo que pasa es que era mejor esperar a que Kike fuera mayor de edad porque no te nía mucho sentido antes, que era un niño. Ya va a cumplir 18. Ya va a ser mayor.
—Imagino que no es solo un cambio de nombre, ¿no?
F.—También es un cambio de concepto, no sé si tanto de estructura, porque seguiré siendo la presidenta y Bertín, el vicepresidente, pero el papel de Kike va a permitir, más y mejor, visibilizar qué es la discapacidad. Todo es más fácil cuando ven qué es, qué significa. Pero si me preguntas por la función de Kike dentro la fundación, va a ser la que ha cumplido siempre: ser el motor, la energía… Aunque, ahora, con otros matices. Kike está creciendo y ahora no queremos verlo solo como ese niño al que hay que cubrirle sus necesidades, sino también como esa persona que ya es un adolescente y que tiene… su propia vida. Él quiere participar, él quiere estar en el mundo, él quiere compartir. Lo has visto durante esta sesión de fotos. Él quiere estar. Él quiere tener presencia. Así que, ya que tenemos la oportunidad de que así sea, creemos que es de recibo que tenga el protagonismo que se merece.
"Es obvio que Kike no tiene la mente de un chico de 18 años, pero ¿qué ya no es ningún bebé? Eso lo tengo clarísimo", nos revela Fabiola
—Y que antes, para montar la fundación, tu nombre, Bertín, tenía un efecto llamada. Ahora, Kike es un valor en sí mismo, ¿no?
B.—Claro. Todo el mundo lo conoce. Todo el mundo sabe quién es Kike Osborne. No hay nada más lógico como que la fundación lleve ya su nombre.
F.—El nombre de su padre nos abrió muchas puertas y no es que ahora no las abra, sino que es el momento de poner el foco de lo que va a ser la fundación de ahora en adelante. Kike va a traer aires nuevos a la fundación. Nos va a ayudar a comunicar mejor la realidad de un chico como él. Por ejemplo, Kike acaba ahora el colegio, con lo que tendría que pasar a un centro de día. ¿Qué oportunidades tendría Kike allí? Me empiezo a enfrentar, como madre, a un montón de incertidumbres por su futuro, que no sé por dónde va a ir. ¿A quién llamaría para que me asesoraran? Queremos que las familias sepan que pueden acudir a nosotros.
B.—Fabiola seguirá trazando las líneas, las directrices de la fundación, porque ella está involucrada 24 horas al día los siete días de la semana. Ella está absolutamente en cuerpo y alma. Toda la gente que trabaja en la fundación es su gente y son una gente maravillosa. Ella es la que maneja, ella es la que lo dirige y ella lo hace todo muy bien. Es su vida y está a tope.
Con la perspectiva del tiempo
—Hoy, 15 años después, echas la mirada atrás y ¿qué fue eso que te movió o conmovió para construir la fundación? ¿Fue una forma de autoterapia?
B.—No exactamente, aunque luego, como te contará Fabiola, el proceso nos ha llevado a otros lugares. Nosotros teníamos muy claro lo que teníamos que hacer con Kike. De hecho, estuvimos en Estados Unidos varias veces en los institutos en Filadelfia... Pero lo que sí que veíamos a nuestro alrededor era a mucha gente que no tenía ni idea de por dónde empezar. Al ver ese desconcierto y saber que podíamos ayudar a muchas familias que de verdad viven un drama dimos ese paso.
—Porque podíais no haberlo hecho, ¿no? Quiero decir, que nació de un sentimiento de empatía.
B.—Nosotros teníamos organizadísima la vida y la terapia y los tratamientos... Y todo. Podíamos habernos centrado en nuestro hijo y sanseacabó. Lo que pasa es que cuando tú vas a clínicas, a hospitales, te ves en médicos... y ves la tragedia que hay alrededor, si puedes poner un granito de arena o, al menos, facilitarle la vida a alguien que pasa por lo que tú, ¿cómo no lo vas a hacer? Sentimos que era nuestra obligación, de hecho. Y por eso empezamos. Por ningún otro motivo. Nosotros jamás, nunca, hemos utilizado ningún recurso de la fundación para con Kike.
F.—Supongo que es la forma de ser de las personas. Conozco gente del medio que tienen hijos con discapacidad y no se sabe... Con eso, quiero decir que no porque tengas un hijo con discapacidad de repente te vuelvas empático. Que es igualmente ilícito solventar lo que te ha tocado y punto, ¿sabes? Pero creo que, en nuestro caso, ha coincidido además que tanto Bertín como yo siempre hemos sido muy dados a darnos a los demás. Supongo que es una decisión que tomas, una responsabilidad que asumes, pero es una decisión personal. Propia.
'No hay nada que hacer'
B.—A nosotros nos dijeron: "No hay nada que hacer. Ocupaos de otros hijos que tengáis y olvidaos. No hay nada que hacer". Pero eso nosotros ni nos lo planteamos. Jamás. Pero es que ese tipo de cosas te las decían. Hace 18 años te lo decían. Y si eso mismo se lo decían a alguien sin recursos o desamparada, ¿cómo no te vas a querer morir? Porque no sabes lo que tienes, porque no sabes por dónde empezar… Hacer eso es un horror para las familias. Y, sobre todo, para los niños, porque nadie se va a ocupar de ellos. Ese fue el motivo fundamental de por qué nosotros hicimos esto, porque pensábamos que el estado de las cosas era un desastre. Y nosotros podíamos hacer algo: ayudar.
—Fabiola, Bertín habla de tu grado de implicación... Pero ¿cómo esos años han pasado por ti? ¿Cómo te han transformado?
F.—Ha sido como una montaña rusa. Cuando me empecé a implicar con la fundación a tope fue cuando estaba ya más liberada del día a día con Kike. Recuerdo que, por una parte, sentía mucha responsabilidad, como que, a veces, no la podía atender del todo bien. Por otra, me daba mucho subidón. Compartir con otras madres lo que me estaba pasando -porque a ellas también les estaba pasando lo mismo, desde el insomnio a un dolor de espalda que te mueres- hace sentir acompañada, entendida... Sí que es cierto que, cuando Bertín y yo nos separamos, sí que me cuestioné: "¿Y ahora yo qué pinto?". O sea, ¿cómo gestiono esto? Sin embargo, Bertín siempre me dijo: "Eso no tiene nada que ver. Tú has estado al frente de la fundación, conoces todo lo que se hace y yo, encantado de que sigas". Y seguí. Ahora, surge esta nueva oportunidad y… ¿qué han supuesto para mí estos 15 años? Mmm. Terapia, ponerme a prueba, gestión emocional y… generosidad. Yo no soy una presidenta, soy Fabiola, la madre de Kike, una madre más que sabe de qué está hablando esa otra madre que pasa por lo mismo que yo. Día a día. A mí, la fundación me ha dado mucho más de lo que yo he podido aportar.
—¿Sentirte útil con personas que padecen lo mismo que tú te ha servido para entenderte a ti misma, ¿no?
F.—Creo que es algo que le da sentido a las cosas. Puede haber personas que digan: "Bueno, a ver, sientes alivio porque ves que hay otros que están peor que tú". Oye, a mí eso no me resarce de nada. Lo que me da alivio es pensar: "Vale, ha ocurrido esto y es una mierd*. Y sigue siendo una mierd* tener que batallar todos los días con la discapacidad". Pero si sabes que, de alguna manera, le estás facilitando la vida a otras personas que viven esa misma mierd*, cobra otro sentido.
—Por fin, también se habla de quién cuida al cuidador. ¿De qué manera os habéis cuidado u os han cuidado?
B.—A mí me ha cuidado Kike. Verle todos los días. Y ver las caritas de todos los demás niños. Y ver cómo se relajan, en la medida de lo posible, los padres que vienen a nosotros angustiados…
F.—La teoría está muy bien, pero luego está la realidad... Hasta que aprendí que tenía que priorizarme yo y no forzar la máquina, me costó algún que otro disgusto. Y era estrés. Era agotamiento. Es entonces cuando tomas conciencia de lo importante que es cuidarte. Cuando asumimos el cuidado de una persona que nos necesita, pensamos que, si nos dedicamos un solo minuto a nosotros, somos culpables de algo. Y no es verdad. Pones el piloto automático y te dices: "Soy cuidador, esto es lo que me ha tocado, hay que jod*". Y vas a por todas y te desgastas y te quemas y te rompes. Entender eso me costó. Pero, poco a poco, vas dándote cuenta de que si tú no estás bien, no puedes ayudar a nadie a que esté bien. Y si tú te rompes, ¿qué pasa? Que ya no estás para nadie. ¿Qué herramientas hemos usado? Buscamos espacios para nosotros cuando estábamos casados y ahora, que estamos separados, pues, individualmente, buscamos igualmente ese espacio. A veces, basta simplemente, con poder desconectar. Poder quedar con una amiga. Hablar de otra cosa que no tenga que ver con la discapacidad. No pasa nada si no estás pensando en la discapacidad toooodo el rato. No eres peor madre y no eres mejor madre por dedicarte hasta la muerte. De hecho, eres mejor madre cuando tomas buenas decisiones. Eres mejor madre cuando te cuidas para que tus hijos estén bien. Eres mejor madre cuando creas un ambiente estable emocionalmente en tu hogar.
"A Kike Le gusta todo lo que me gusta a mí. El campo, los caballos, el fútbol, las motos… Y cada vez que entra una mujer guapa en la habitación, ya no mira a nadie más. Es igual que yo", nos cuenta Bertín
—Pero eso hay que aprenderlo, ¿no? De natural, no sale. Sale… lo otro.
F.—Ni sale ni te ayudan a que salga. Lo típico, ¿no? "¿Pero ¿cómo te vas a ir? Que tienes al niño malo". O "Mírala, tiene un hijo malito y está por ahí con las amigas echándose unas risas". ¿Perdona? ¿No me lo puedo permitir? ¿Tengo que estar llorando por las esquinas para encajar en el prototipo de lo que la gente piensa que es ser una buena madre?
—¿Y ha habido algún momento en el que has dicho: 'He hecho esta inversión vital y me resarce porque ayudo a otras familias como yo, pero yo, a lo mejor, no habría querido hacer esto con mi vida'?
F.—Tuve rabia cuando nació Kike. Pero porque me enfrentaba a la aceptación. Primero, a la pérdida de las expectativas del hijo que yo pensaba que iba a tener… Sé que lo que te voy a decir es muy personal, pero… a mí Kike me ha enseñado tantas cosas que yo no cambiaría eso por nada del mundo. Para mí, Kike no es solo mi hijo, es un maestro de vida. Y cada vez que me enfrento a cosas y veo cómo es él, cómo es su fortaleza, sé que Kike me enseña, pero que me enseña muchísimo. Solo al principio decía eso de "¿pero por qué?". Después, siempre, doy las gracias a Dios de que me lo haya dejado todos estos años… Sin él, yo no sería la Fabiola que soy.
—¿Cómo es Kike?
F.—¿Como adolescente? Tenemos 'ramalazos' (risas). A veces es muy niño, se pone celoso, quiere acaparar toda la atención para él… Y ha aprendido muy bien lo que no quiere. El 'no' se lo sabe muy bien… Cuando no quiere una cosa, es tajante. Antes, por ejemplo, le ponía los dibujos animados y se entretenía… Ahora, te pide las motos. O quiere ver el fútbol, ¿sabes? Tiene esos puntos de carácter que, de repente, asoman, porque su personalidad está ahí. Es obvio que Kike no tiene la mente de un chico de 18 años, pero… ya no es ningún bebé. Eso lo tengo clarísimo.
Han pasado 18 años de aquellas palabras que aún resuenan en la memoria de Bertín: "'No hay nada que hacer. Ocupaos de otros hijos que tengáis y olvidaos'. Pero eso nosotros ni nos lo planteamos. Jamás".
Siempre protagonista
—¡No pierde comba de nada!
F.—Claro, porque es Kike. Un chico, una persona, con su personalidad. Que hay veces que pensamos que porque no te hable no existe, pero claro que existe. Y se comunica. Quizás no con la palabra, pero tiene una humanidad ahí con la que tú puedes conectar. Me encantaría que, como Álex Roca, que es un ejemplo, Kike pudiera tener esa posibilidad de mostrarle al mundo todo eso que él lleva dentro.
—Que mira que se parece a Bertín...
B.—Kike es protagonista. Le gusta todo lo que me gusta a mí. No me digas cómo ni por qué, pero es increíble. Le gusta el campo, los caballos, el fútbol, las motos. Está loco por sentarse conmigo a ver un partido de fútbol. Y es del Madrid. Bueno, y cada vez que entra una mujer guapa a la habitación, ya no mira a nadie más (risas).
"Estos años han sido como una montaña rusa", nos confiesa Fabiola. "Terapia, ponerme a prueba, gestión emocional y… generosidad. Porque yo no soy una presidenta, soy Fabiola, la madre de Kike"
—Tiene tu misma sonrisa de bala.
B.—Kike es exactamente igual que yo.
—Os enfrentáis a dos 'teenagers'. Qué edad más difícil. ¿Cómo es su relación ahora?
F.—Hay momentos en los que tienen su complicidad y otros en los que cada uno va por su lado. Porque si Kike es de fútbol y motos, Carlos es de music talents. Un Got Talent le encanta, La Voz le encanta. Imagínate cuando se ponen a ver juntos la tele (risas). Y Kike siempre intenta llamar la atenciónde Carlos, y Carlos está en un punto que él, como todos los adolescentes, llega a casa, se encierra en su habitación y, bueno… ya no comparten tanto. Ni con él ni con nadie. Están a otro ritmo, pero habrá un punto en el que vuelvan a encontrarse.
—El pavo, vaya…
B.—Tampoco, tampoco… Carlitos es un tío muy medido, muy equilibrado. No es como era yo, que era un salvaje (risas). Él no. Es un tío que está muy con su edad. Y es superlisto. Me lo cuestiona todo. To-do. Todo, como su madre (risas). Si ve que lo que le estás diciendo no le cuadra, se planta. Y eso me gusta. Primero, porque razona, y segundo, porque me da idea del nivel de personalidad que tiene.
"Me encantaría que Carlitos y las hijas de Bertín pudiesen también formar parte de de fundación de alguna manera. El valor de esta fundación es la familia. Nosotros, aunque estemos separados, mantenemos los lazos de familia fuertes", apunta Fabiola
Setenta cumpleaños
—Kike cumple 18, pero tú, 70. No me pega que tú hagas balances y esas cosas, Bertín, pero...
B.—Yo, nada. A mí, mientras no me afecte físicamente la edad, no pienso en nada de eso. Al revés, estoy mejor ahora que con 50. Ahora mismo, sigo haciendo las mismas cosas que hacía con 35. Me caigo a caballo, me doy un porrazo tremendo y no me pasa nada. Me vuelvo a poner de pie, sigo andando. ¿Que me duele un poco el culo? Me tomo un pastillón y a las tres horas ni me acuerdo. Hago mucho deporte, como mejor... Vamos, como que no ceno y tengo a mis amigos a raya con eso de no cenar….
—¿Y de ánimo?
B.—Mejor... Gracias a Dios. La semana pasada me he probado cantando, que me preocupaba muchísimo, que ya sabes que con la Covid he estado muchos meses jod*, pero fue muy bien. Fenomenal. Hasta tal punto que estoy pensando ya en organizar gira este verano, que puede ser, no sé, la última. A lo mejor, me retiro.
—¿Cómo? ¿Así, tal cual?
B.—Sí. Quiero hacer una gira bonita, en los sitios más emblemáticos en los que he cantado y... despedirme.
—No me puedo creer... ¿Por tu faceta empresarial? ¿Te satisface ahora más esa parte?
B.—Creo que puede ser un gran proyecto de presente y de futuro, sí. Me gustaría poder dejarles a mis hijos algo más que tres discos (risas). Yo la palmo hoy y ya no se factura más. Y yo quiero dejar una empresa que funcione y que ellos puedan seguirla o venderla o 'pulírsela', pero que tengan algo sólido. Y no fama o discos... La música es mucho esfuerzo, mucho viaje, mucho foco… y me aleja de otras cosas que, en este momento, para mí, son más importantes.
Bertín nos hace una declaración del todo inesperada: está pensando en retirarse. "Quiero hacer una gira bonita, en los sitios más emblemáticos en los que he cantado". Y le encantaría que Valencia fuera uno de ellos
—Y tú, Fabiola, ¿cómo estás?
F.—Muy activa. Lo necesito. Siempre estoy inventando, creando o buscando. Y tengo varios proyectos... A eso súmale que estoy yendo a una psicóloga. Hay mucho trabajo, pero estoy contenta.
—Está bien que haya un señor que nos peine la cabeza y otro que nos la ordene…
F.—(Risas). Exacto. Porque tan pronto sientes que lo tienes todo bajo control como descubres que no puedes más. Hacerte tu propio muro de contención emocional es muy complicado. Y pasan por tu cabeza mil cosas. Cuando me separé, imagínate, miedo, angustia, incertidumbre de qué va a pasar y ahora qué voy a hacer... Que no es lo mismo trabajar con el respaldo y la comodidad de tu pareja, que saber que ya no está... O que está de otra forma, porque fíjate que nosotros, aunque estemos separados, los lazos de familia siguen fuertes... Yo ahora siento a Bertín como un familiar… Como un no sé…
—¿Hermano?
F.—Iba a decirte 'abuelo'… Pero me paso un montón, ¿no? (Risas).
—Sobre todo, porque está estupendo.
F.—Sí sí sí. Está genial. Es que se cuida y se ha cuidado siempre. Aparte de la genética, que también se suma. Pero, vaya, que, en cualquier caso, yo siento por Bertín muchísimo cariño… Imagínate todo lo que nos une…
Bertín y Fabiola ya no son pareja, pero quizás sean algo más trascendente. "Entre nosotros no quiero mencionar la palabra 'complicidad', porque hay mucho detrás… Hay comprensión. Hay respeto. Y cariño. Incluso, admiración", dice Fabiola
Respeto mutuo
—Y habéis compartido.
F.—Que seguimos compartiendo. Una vida, unos niños, porque estamos conectados.
—Que lo antinatural, aunque sucede casi siempre, es que cuando una pareja rompe, rompe.
F.—Y se acaba, exacto, pero lo natural debería ser que si la otra persona ha sido alguien muy importante en tu vida, de otra manera, siga siéndolo. Que siga ocupando un lugar…
—Eso… ¿cómo lo lleváis? ¿Cómo hacéis para que funcione?
F.—Creo que tiene que ver con el respeto. Yo respeto mucho su vida, él respeta la mía y él sabe cómo soy, yo sé cómo es, él sabe que algunas cosas no me gustan mucho.... Pero… a ver, que no quiero mencionar la palabra 'complicidad', porque hay mucho detrás… Hay comprensión. Y respeto. Y cariño. Incluso, admiración. Con él, hablo de amistad de la de verdad. Y eso, además, creo, que favorece mucho a los niños.
—Incluso es mejor que se rompa la relación para que eso otro cobre más fuerza.
F.—Exactamente, porque hay veces que para que lo bueno de la pareja se mantenga no tiene que haber pareja.