Amores de película

¿Qué es lo que hace tan especial y sobre todo tan exitoso el género de cine romántico producido en Hollywood? ¿Por qué seguimos cayendo antes sus predecibles premisas?

Es factible tener un romance de película / Foto:Thinkstock
Es factible tener un romance de película / Foto:Thinkstock

Tradicionalmente el cine de amor comercial sigue un protocolo que rara vez es quebrantado: un amor imposible, poco creíble y menos probable que, al final, logra consumarse. Por lo general la trama gira en torno a un enorme obstáculo que durante más de una hora y media mantiene separados a dos seres humanos que, claramente, nacieron para estar el uno con el otro. Es solo un truco que construye a que el desenlace sea totalmente inverosímil y espectacular.

El secreto de Hollywood es hacernos pensar que ese tipo de relaciones solo ocurren en la pantalla. Los realizadores nos manipulan para que creamos que la única manera de acceder a situaciones así es al pagar una entrada en la taquilla. Pero lo que no nos dicen, o tratan de que no nos enteremos, es que esas historias sí pasan en la vida real. Sería darle mucho crédito a los escritores de dichas cintas si crearan argumentos ficticios desde cero, libres de anécdotas verídicas que en algún momento vivieron, escucharon o, simplemente, presenciaron. La vida esta llena de material esperando a ser pizcado para detonar toda clase de guiones. Si pudiéramos experimentar un cuento de hadas, no tendríamos porqué verlo en el cine, ¿o sí?

A lo largo de mi vida me he dado cuenta que sí es factible tener un romance de película y cuyo secreto radica en abrirle la puerta a la casualidad. Buscando la definición de esta palabra en la Real Academia Española, encontramos que es algo relacionado a la fortuna:

casualidad.

(De casual).

1. f. Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.

Hace unos años escribí un artículo para la revista de divulgación científica Quo sobre la existencia de la suerte, como una fuerza que rige el resultado de nuestro destino. Al estudiar sobre el tema di con un investigador de la Universidad de Hertfordshire en Inglaterra, que tenía —en aquel tiempo— más de diez años estudiando la materia.

El profesor Richard Wiseman quiso averiguar por qué algunas personas están en el lugar correcto en el instante correcto, mientras otras parecen destinadas a presenciar una larga cadena de fracasos. La conclusión de Wiseman era que los individuos que se sienten afortunados no están conscientes de lo que origina su fortuna, pero tras realizar un experimento sencillo, descubrió que la causa para tener buena o mala suerte tiene que ver con nuestro propio comportamiento y la forma en la que percibimos el mundo.

Wiseman encontró que la gente que se considera a sí misma “sin suerte” tiende a ser ansiosa y poco receptiva a percibir y aprovechar situaciones inesperadas. Van a fiestas con la misión de encontrar al amor de su vida y se pierden la oportunidad de hacer buenos amigos. En cambio, quienes se autodefinen como afortunados son más relajados y abiertos; analizan lo que tienen frente ellos, en lugar de lamentarse por lo que no encontraron.

Al fin y al cabo las personas con suerte no son aquellas que tienen un don particular o que se han encomendado a la buena fortuna; por el contrario, no hay nada sobrenatural en ellos, son hombres y mujeres con la capacidad de poderse percatar cuando existe una oportunidad y toman decisiones a partir de su intuición.

De ser cierto lo que argumenta Wiseman, lo mismo debería pasar en el amor. Quizá la persona que nos robará el corazón para siempre está sentada mucho más cerca de lo que pensamos y si tan solo nos despojáramos por un minuto de todos los prejuicios e ideas que en algún momento hicimos sobre lo que es el amor idílico, podríamos descubrir nuevos atributos que desconocíamos por completo.

Es solo cuestión de querer vivir un amor de película, en lugar de verlo en una sala de cine. Es solo cuestión de actitud.

Twitter: @AnjoNava

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