Elena: separaciones que alivian
Cuando platico que estuve involucrado en una relación que duró poco más de siete años, la gente suele interesarse más en lo que sentí al terminarla. Se han de imaginar que fue como si me hubieran amputado una extremidad o como si todo lo que creí y soñé alguna vez se terminara de un día para otro. También se escandalizan cuando les contesto que me puse triste pero nada más; en verdad no tardé mucho en recuperarme y estar bien de nuevo.
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Siempre pensé que lo mío había sido un caso particular, un evento aislado en el mundo de los corazones rotos que sanan más rápido de lo esperado. Sin embargo, también le sucedió a mi amiga Elena. Al igual que yo, ella duró siete años con Rubén, y en los días que le siguieron a su rompimiento, no solo se veía tranquila y de buen humor, se veía mejor que antes. No tengo idea a qué se debe esa inmunidad al dolor, pero hay relaciones así. Relaciones que al terminarse producen un efecto de mejora por sustracción, que dan ganas de vivir y pasarla bien.
Después de cortar, Elena me empezó a hablar todos los fines de semana para averiguar mis planes. Repetía la operación con sus conocidos y, así, se abastecía de las mejores fiestas y eventos. Poco a poco fue conociendo a todos mis amigos y, a su vez, se hizo amiga de ellos. Se volvió una más en cada uno de los grupos a los que yo pertenecía: los del trabajo, los de la prepa, los de la infancia, los de la cuadra, los del club y los de la farra.
—¿A dónde vamos a ir hoy? —me preguntó un viernes por la noche.
—Hoy es la fiesta de Alejandra —le dije.
—¿Qué Alejandra? —indagó.
—La mejor amiga de Renata.
—¿Renata?
—Sí, la novia de mi amigo Jesulín.
—Ahh —expresó sin tener idea de quién le estaba hablando—. Pues, ¡vamos!
—No te pregunté si querías ir —respondí sarcástico.
De camino a la fiesta, Elena me bombardeó con preguntas sobre quiénes estarían allí. Le expliqué que Jesulín y yo nos conocimos hace mucho tiempo en el club donde nuestras madres nos llevaban a jugar tenis, por lo regular, en contra de nuestra voluntad. Unos años más tarde, en una borrachera, le presentaron a Renata y a partir de ese día se volvieron inseparables. Jesulín y Renata son de esas parejas que conocemos en la vida, tan hechos el uno para el otro, que nos hacen imaginar que sí hay alguien para nosotros allá afuera.
—¿Y, Alejandra? —me preguntó.
—¿Ella qué? —dije mientras le subía al estéreo del auto.
—¿Qué celebra?
—Alejandra es una mujer cuya máxima ilusión en la vida es casarse —le expliqué—. La pura idea de su boda, el vestido que usará, las flores que decorarán el lugar y hasta la canción que bailará le dan sentido a su existencia. El problema es que nunca se ha puesto a buscar con quién hacerlo.
—Qué horror —interrumpió mi amiga.
—Exacto —dije—. Incluso, en algún momento de su vida se puso la meta personal de contraer matrimonio antes de cumplir treinta años.
—Y, ¿cuántos tiene? —preguntó Elena curiosa.
—Hoy cumple treinta —dije yo—. Como nunca encontró marido, organizó una especie de segunda vuelta de su fiesta de quince años.
—¿Sustituyendo la boda?
—Algo así.
Llegamos a una casa grande en medio de un vecindario ostentoso. Adentro caminamos por un largo jardín iluminado por antorchas, que desembocaba en un área cubierta por un toldo enorme. Había mesas circulares con arreglos de flores y vasos olvidados. Las sillas estaban forradas con tela blanca y decoradas con moños color magenta. En ese momento Alejandra apareció de la nada, con un vestido de gala del mismo color que los moños en las sillas.
—¡Qué bueno que llegaron! —nos recibió—. Tú debes de ser Elena.
—Sí, felicidades —dijo mi amiga.
—¡Qué linda! ¡Mil gracias! —contestó la festejada, atrapando a Elena en un asfixiante abrazo—. ¡Encantada de conocerte!
Nos señaló la barra y fuimos por un trago. Eran las diez de la noche y la fiesta se veía desolada. Un DJ ponía canciones de boda, atendidas únicamente por unas señoras mayores que bailaban en la pista.
Encontramos a Jesulín y a Renata en una mesa con otras tres personas.
—¿A qué hora empezó esto? —les pregunté.
—A las dos de la tarde —dijo mi amigo.
Elena y yo nos sentamos en la mesa y Jesulín nos presentó a las personas con las que estaba: Ricardo y Mariana, una pareja más, y Felipe, su amigo soltero, al que invitaron para presentárselo a Alejandra.
—¿Qué onda Felipe? ¿Ya vas a bailar conmigo? —exclamó Alejandra como si alguien la hubiera invocado.
—No bailo —le contestó Felipe indiferente.
—¡Ash! Ven conmigo, Jesús —le dijo a Jesulín, llevándoselo de la mano a la solitaria pista.
Me quedé mirando la desafortunada escena y cuando regresé la vista a la mesa, atestigüé algo que, si me lo hubieran contado, no lo habría creído. Vi cómo Elena y Felipe, se enamoraron.
(Continuará...)
Twitter: @AnjoNava
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