Amor sin límites. Sí, pero no

“El amor no tiene límites”. Ya sea en canciones, películas, telenovelas o comentarios de tías, uno escucha esa frase desde la infancia, tantas veces, con tanta convicción y con tan pocas explicaciones, que crece pensando que hay que entregarse al amor sin reservas ni defensa. Sólo después de varios desencuentros, uno empieza a sospechar que la frase llevaba “letras chicas” y que uno olvidó leerlas.

Los límites se aprenden y se construyen desde la infancia / Foto: iStockphoto
Los límites se aprenden y se construyen desde la infancia / Foto: iStockphoto

Es verdad que el amor, como experiencia espiritual, no tiene límites. Pero en lo tangible y lo cotidiano, el amor sólo puede manifestarse plenamente si existen límites. Crecimos en un sistema de valores cuyo énfasis está en enseñarnos a respetar límites externos, de ahí que nos cueste mucho trabajo construir límites personales o "internos". El problema de fondo es que si no sabemos poner nuestros propios límites, tampoco sabemos cómo respetarnos a nosotros mismos y cómo darnos a respetar. Así, al cabo de los años, nos miramos al espejo y estamos furiosos, resentidos, frustrados, victimizados, culpando a los demás por lo que nos ocurre sin saber cómo fue que llegamos a ese punto.

Los límites que se imponen desde fuera son fáciles de comprender porque son comunes, visibles y tangibles, son reglas que uno puede respetar o romper y asumir las consecuencias. Eso no pasa con los límites personales o “internos”, no porque sean incomprensibles sino porque no hablamos de ellos, no los ponemos en práctica, no les damos un lugar en el día a día. Muchos tenemos dificultades para decir que no (sobre todo las mujeres, que fuimos educadas “para los otros”) y dejamos que pasen por encima de nuestras necesidades; ante el control, la crítica, las presiones o el abuso, no sabemos defendernos.

Los límites se aprenden y se construyen desde la infancia, pero también se ignoran y se vulneran sistemáticamente. Si un adulto no respeta las necesidades de un niño o una niña, si el sistema de valores no le permite expresarlas y conseguirlas en situaciones de confianza, es probable que, al crecer, ese pequeño no sepa cómo establecer límites frente a situaciones de abuso ni tenga la noción de que es responsable de sí mismo, de sus acciones, de sus emociones, omisiones y deseos. Y si no se hace consciente de ese mecanismo, lo repetirá una y otra vez en cada ámbito de su vida.

Recuerdo que hace años, cuando trabajé el tema de los límites con mi terapeuta, ella me dijo: “Haz que el dolor valga la pena”. Esta frase cambió mi perspectiva sobre los límites y la responsabilidad. Reconocí el dolor, me hice cargo de mi parte y me dije: “ya entendí, no me va a pasar de nuevo”. No es que haya construido mágicamente mis límites, pero sí estuve más consciente y comprendí que el respeto no es algo que viene solamente desde fuera, sino que es una posición que surge desde el interior y que se pone en práctica en cada decisión, con cada persona que conocemos, en cada situación que la vida nos presenta.

Menos victimización, más responsabilidad

Aprender a poner límites –a uno mismo y a los demás– nos ayuda a ser verdaderamente responsables de nosotros mismos, a dejar de ponernos como víctimas y hacernos cargo sólo de lo que nos corresponde. Al mismo tiempo, uno se vuelve más respetuoso con los demás, porque no puede pedir al otro lo que no se tiene dentro de sí. Cuando uno entiende que cada quien es responsable de lo que siente (dice, piensa, hace y desea), también comprende que el otro tiene esa libertad, ese derecho y esa responsabilidad.

Los límites interiores se construyen día a día, implican aprender a relacionarse con uno mismo y asumir que las necesidades propias son tan importantes como las reglas de convivencia que rigen nuestra sociedad. Podemos empezar por elegir nuestros pensamientos, diseñar nuestras propias rutinas, conocer nuestras reacciones, reconocer nuestros afectos y poner atención a nuestra salud. Si nos comprometemos con nosotros mismos para respetar esas decisiones, estaremos viviendo de acuerdo a lo que realmente deseamos. Así no hay a quién culpar, tampoco hay posibilidad de asumir culpas ajenas, cada quien toma su sitio y su responsabilidad, cada cosa ocupa su lugar y ocurre a su tiempo.

Además de marcar límites y responsabilidades, es necesario establecer las consecuencias: nunca como amenazas desmedidas, nunca desde el miedo, siempre acordes al origen de la falta. En la medida en que las hagamos efectivas, aprenderemos a reconocer el inmenso poder que hay en conocerse y respetarse a uno mismo. Eso no quiere decir que uno va a convertirse en un ogro o en una persona egoísta. Dicho de otra forma: cada vez que dices “no” a algo que pone en peligro o que no te corresponde, estás diciéndote que sí a ti mismo. Eso es construir autoestima, eso es amarse y respetarse a uno mismo. Cuando a eso le añadimos empatía, somos capaces de amar a los otros y respetarlos en toda su complejidad.

¿Crees que se puede amar sin límites?

Twitter: @luzaenlinea

Quizá te interese:
¿Cómo saber si es amor verdadero?
Crianza compartida fortalece a la pareja
Amor eterno