La crianza compartida fortalece a la pareja
Muchas parejas a mi alrededor están estrenándose como padres. Además de las alegrías que trae un bebé, también han tenido que asumir nuevas responsabilidades y roles para los cuales no estaban cabalmente preparados, o incluso dispuestos, sobre todo en el caso de los hombres.
Por lo que percibo, muchos padres se resisten a asumir una dinámica de crianza compartida porque fueron formados en hogares donde la madre se ocupaba exclusivamente de los hijos y el padre fungía sólo como proveedor. Algunas mamás, aunque conscientemente desean que el padre colabore, no lo permiten del todo porque desconfían de las capacidades del hombre para hacerse cargo del bebé. Esto se convierte en un problema más complejo conforme pasa el tiempo, al grado de generar una hostilidad que termina por destruir a la pareja.
Los nuevos esquemas laborales y los roles sociales han cambiado nuestras expectativas sobre la crianza y las responsabilidades del hogar. Sin embargo, aún no tenemos muchos ejemplos cercanos que nos ayuden a resolver esas expectativas en la vida práctica.
Un nuevo estudio, realizado por la universidad de Missouri y publicado en el Journal of Family Issues, ha mostrado que compartir las responsabilidades de la crianza es una via para fortalecer la vida de pareja. Pero la cuestión no es tan sencilla, ya que en cada pareja las expectativas están atravesadas por distintas condiciones económicas, sociales y emocionales.
“Compartir puede significar algo distinto para cada pareja”, indica Adam Galovan, líder de la investigación y especialista en desarrollo humano y estudios de la familia. “Puede ser que esto se limite a establecer turnos para cambiar pañales o cuidar a los niños mientras el otro prepara la cena. Hacer las cosas juntos y establecer una división de labores por mutuo acuerdo beneficia a ambos miembros de la pareja”.
Galovan y sus colegas siguieron de cerca a 160 parejas heterosexuales para analizar cómo los padres se dividían las responsabilidades del hogar y cómo esas tareas afectaban su relación. Las parejas habían estado juntas un promedio de cinco años y tenían, al menos, un hijo de cinco o menos años. Las edades de las parejas oscilaban entre los 25 y los 30 años, y el 40% de las mujeres tenía un trabajo de tiempo completo o medio tiempo.
“De acuerdo con la percepción de las mujeres, entre más involucrado estaba el marido en las tareas del hogar, mejor era la relación entre ambos”, señala Galovan. “Las mujeres en el estudio reportaron que hay una relación directa entre la crianza compartida y la participación en las tareas del hogar. Realizar los quehaceres de la casa y hacerse cargo de los hijos parece ser una forma en la que, efectivamente, los maridos se conectan con su esposa, y esta conexión se verifica en una mejor relación de pareja".
De acuerdo con Galovan, los lazos entre el padre y los niños contribuye a la satisfacción marital. “Cuando la mujer siente que su esposo está cerca de los niños, ambos, marido y mujer, reportan que la relación marital es mejor”. Eso confirma que, para la mujer, las expectativas de pareja ya no se limitan a que el hombre sea un proveedor sino que también construya un lazo afectivo, a que se haga presente durante todo el proceso de crianza.
La crianza no es fácil, hacerse cargo de un hijo en los ritmos actuales de vida es todo un reto, y parece que muchas parejas no han hecho consciente que la transición hacia la paternidad requiere un periodo de ajuste; es normal que ambos se sientan estresados. Para compensar ese estrés, Galovan recomienda que la relación de pareja se mantenga como prioridad, y que no tengan al bebé como el centro de la vida conyugal.
“Es necesario conservar o readaptar las formas en que la pareja se conecta a diario; esos momentos pueden ser mientras lavan los platos o ven una película. Las conexiones cotidianas son la base de la satisfacción conyugal, porque mejoran la calidad de la relación”, concluye Galovan.
Todo esto suena muy bien, sin embargo, construir tiempo de calidad en una pareja (sea primeriza o no) implica un acuerdo de solidaridad y equidad, un esquema de respeto a los tiempos y las necesidades de ambos. Desafortunadamente, al menos en este lado del mundo, sigue existiendo la idea de que la madre es quien debe ceder sus tiempos, su cuerpo y sus deseos a la crianza del hijo. Por tanto, el hombre, al ver la cantidad de energía que requiere esa labor, se repliega al esquema antiguo, en el que bastaba con ser proveedor y dedicar sólo su tiempo libre a participar en la crianza.
El fortalecimiento de la pareja en la crianza no quiere decir que se promueva el desapego. Muy al contrario, el apego se duplica cuando las responsabilidades se reparten, porque en cada tarea hay contacto visual, interacción, cariño y conexión con el bebé. Tal vez estamos programados erróneamente, pues pensamos en “dividir” las tareas en vez de multiplicar el tiempo de amor y crianza. En el esquema actual de familia, la reformulación de dichos espacios y tiempos pasa, necesariamente, por la dinámica de pareja. En otras palabras, se trata de una proposición matemática: el 2 siempre va antes del 3, la pareja es anterior (posterior y trascendente) a los hijos. A veces pensamos que la educación, la ropa o la diversión es crucial para el desarrollo de los hijos, pero cuando uno crece y pretende formar una pareja, se da cuenta de que el patrón del amor que conoce y que desea para sí, está relacionado con el amor que aprendió, percibió y recibió de esa primera figura amorosa: sus padres.
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