Un ejercicio de autorrestricción

A inicios de este año terminé un periodo de cambios emocionales muy intenso. De forma paralela, sin saber muy bien por qué, me planteé algunas restricciones personales. La primera fue dejar de consumir azúcar, lácteos y harinas por unos días. Al principio fue muy difícil porque el cuerpo y la mente se aferran a ciertos hábitos, como un vestido que se adhiere al cuerpo hasta que uno piensa que esa tela es la piel. Pero al cuarto día dejé de pensar en la incomodidad de la abstinencia para enfocarme en opciones alimenticias que me resultaran más nutritivas que confortables.

La autorrestricción es un ejercicio de voluntad - iStockphoto
La autorrestricción es un ejercicio de voluntad - iStockphoto

Así llegué al séptimo día con un menú más rico y variado, y también con la certeza de que algo en mi voluntad se había despertado. Aunque he vuelto a tomar algo de azúcar y pan, ya no tengo la sensación de que me son indispensables.

Después de la restricción alimentaria quise probar con mis hábitos de consumo –cuando nadie depende de ti económicamente hablando, te das el lujo de hacer un montón de gastos superfluos–.Calculé mis gastos prioritarios, fui al cajero, saqué lo necesario para dos semanas y guardé mis tarjetas en un cajón. Tuve algunas tentaciones que logré vencer con un pensamiento muy sencillo: cuando realmente lo necesite ya sé dónde encontrarlo. Curiosamente, en las dos semanas que duró el ejercicio de austeridad recibí dos invitaciones a comer y una al cine. De una u otra forma, sentía que el universo estaba premiándome.

El tercer ejercicio ocurrió a partir de una necesidad laboral concreta. Debía terminar un proyecto en menos de cuatro días. No lo pensé dos veces: cerré temporalmente mi cuenta de facebook, desinstalé los juegos del iPad, apagué mi celular en horarios de trabajo y pedí que, en caso de emergencia, me escribieran un correo. Logré terminar el trabajo un día antes de lo previsto. Y me sentía tan satisfecha que decidí probar unos días más sin redes sociales. Hasta ahora me ha funcionado bien, quizás lo retome (igual que el azúcar o el pan), pero ya no tengo la impresión de que no puedo vivir sin ello.

Este periodo de restricción me ha puesto a pensar en lo que soy capaz de hacer cuando dejo de mentirme a mí misma. Porque la autocomplacencia es una forma de boicot que nos encierra en una zona de confort donde todo es conocido y seguro. Ahí uno tiene la ilusión de que está “a salvo”, hasta que algo viene y se cimbra el mundo. Entonces uno quiere correr hacia la vida pero se da cuenta de que no tiene la fuerza para hacerlo porque se le han atrofiado la voluntad y la imaginación.

¿Sacrificio o restricción?

Fui criada en la cultura judeocristiana y desde niña me dijeron que el sacrificio tenía un poder "salvador", pero nunca me sentí muy convencida y ahora entiendo por qué. Y es que en fondo del sacrificio están la culpa y el miedo, que no son más que ideas preconcebidas o heredadas de un sistema de valores que pocas veces cuestionamos.

Es la primera vez que elijo el qué, el cómo, el cuándo y el por qué de la restricción. Sobre todo, es la primera vez que lo hago con un objetivo genuino y positivo. Si bien otras veces lo había hecho, sé que en el fondo no era genuino, como esas veces en que uno se mete al gimnasio porque se siente culpable de haber comido en exceso, aunque lo haya disfrutado muchísimo.

Esta vez mi ejercicio de restricción no tiene la intención de limpiar algo “malo” (propio o ajeno, pasado o futuro), sino que responde a un deseo de autorrealización, es decir, de aceptar lo que soy sin juzgarme y poner a funcionar todo mi potencial para ser fiel a mi esencia y ponerla en sintonía con el mundo. No importan las expectativas de los demás, sólo ser lo mejor de mí. Todo está en tomar la decisión de hacerse cargo de uno mismo, conocerse, reconocerse, establecer parámetros propios de autocontrol y autodisciplina. Aunque suene como un acto egoísta, en el fondo uno le está haciendo un gran bien a los demás; si uno es feliz con lo que es, si uno trabaja a conciencia consigo mismo, si uno sabe moderarse y controlarse, si uno es compasivo y amoroso consigo mismo, esa convicción se refleja en las relaciones que uno tiene con los demás.

Twitter: @luzaenlinea

Quizás te interese:
Te amo... pero cambia
3 terapias de renacimiento
Adicción a la comida