Catherine Deneuve habló sobre su visión del MeToo y de su relación con Marcello Mastroianni: “Era brillante, tímido y divertido”
“Brillante, tímido y divertido”. Así recuerda Catherine Deneuve a Marcello Mastroianni, con quien vivió cuatro años en los 70, configurando una de las parejas más míticas de la historia del cine. Sentada en la suite de un hotel de Cannes, cuyo festival de cine que concluyó este fin de semana, frente a unos dulces y un café —”largo, por favor”—, la actriz francesa, siempre reacia a comentar su vida privada, se halla en la imposible tesitura de dar explicaciones sobre uno de los episodios que más fascinan de su larga biografía: su relación sentimental con el gran actor italiano. “No tengo la obligación de responder a nada”, dice con esa mezcla de autoritarismo y socarronería que le es propia y que le servirá de advertencia, más o menos cariñosa, a su interlocutor.
El motivo es Marcello mio, presentada con críticas desiguales en la competición del festival. En la película, dirigida por Christophe Honoré, su hija, Chiara Mastroianni, una actriz en plena crisis existencial, vive un episodio psicótico durante el que empieza a hablar, vestirse y comportarse como su padre. A partir de ahora, ella será Marcello. Madre e hija interpretan sus propios papeles, o algo parecido. “No soy yo en esta historia. Es la historia de Chiara con su padre y no la mía. No habla de mi relación con él. No tengo escenas con él”, decía el jueves. Aun así, Deneuve dudó antes de aceptar. “La idea de interpretar a un personaje que lleva mi nombre no me apasiona. Al principio, no me entusiasmó la idea. Al leer el guion, cambié de opinión. Me convenció su originalidad”. La curiosidad malsana por su vida no la hizo vacilar. “Siempre ha sido así, desde Belle de jour. Estoy acostumbrada”.
Los escapistas se liberan de camisas de fuerza, salen de jaulas, tanques de agua y barriles atravesados por cuchillos. Deneuve también es una maestra del escapismo, solo que ella escapa a las preguntas. Más que una entrevista, esto será un cordial forcejeo ¿La sumió el proyecto en cierta nostalgia? “No, para nada. Bueno, sentí un poco de melancolía, sí. Pero nostalgia, no. ¿Sabe qué pienso? Que lo que has hecho, hecho está. La gente suele mirar al pasado y preguntarse si podría haber hecho las cosas de otra manera. Yo no creo mucho en eso”, responde. Deneuve y Mastroianni se conocieron en 1970, en casa de Roman Polanski. Se llevaban 19 años. Dos años después, nacía su hija, Chiara. Tras otros dos años, después de cinco películas juntos, terminaba el amor. “Nuestra vida en común ha terminado en fracaso, y no me gustan los fracasos”, declaró entonces. “No tener la misma educación, las mismas raíces y el mismo idioma tiene sus dificultades”.
Hoy recuerda esa historia sin arrepentimientos, o con muy pocos. “El remordimiento es separarte del padre de tu hija, que todavía era bastante pequeña. Pero luego la vida sigue, solo tenemos una”, dice. En la película, asegura que no solo tiene buenos recuerdos de ese tiempo. ¿Habla Deneuve o solo su doble en pantalla? “Cuando uno vive una relación, es imposible tener solo buenos recuerdos”. ¿Los hay más buenos que malos? “En principio, sí. Cuando tienes un hijo con alguien todo es un poco diferente…”. ¿Siguieron teniendo buena relación al separarse? “No es asunto suyo”. Silencio. “Bueno, seguimos viéndonos hasta que murió, así que la respuesta es sí”. Nunca se casaron. “Bueno, es que él ya estaba casado”, recuerda Deneuve. Su relación con la actriz Flora Carabella había terminado años atrás, pero Mastroianni, ateo de cultura católica, nunca se quiso separar. “Tuve suerte, porque la ley cambió justo el año que tuve a mi hija. De lo contrario, hubiera sido reconocida como hija de su padre, pero no mía”. El destino de los bebés nacidos fuera del matrimonio a mediados del siglo pasado.
Deneuve sigue siendo una de las escasas actrices de su generación, en Francia como en el mundo, capaz de levantar un proyecto solo con su nombre. De sus inicios con Jacques Demy y Luis Buñuel a sus películas con Arnaud Desplechin y Lars von Trier (de quien dice que no aprendió “nada”), su carrera dibuja una trayectoria marcada por una modernidad permanente. “Es la mayor cineasta europea”, dice Quentin Tarantino, aunque no haya dirigido una sola película.
La actriz, que detesta su leyenda de belleza fría y altiva, se divierte contradiciendo el glamour que se asocia a su imagen pública. En una escena de Marcello mio luce sandalias cómodas pero poco favorecedoras. En otra, juega al vóley en la playa. “¡No, no, de ninguna manera! La película transcurre en verano, es normal que lleve Birkenstocks ¡No me iba a poner tacos!”. Pero luego admite que le gustan esas travesuras. “Es verdad que, cuando hice Potiche, de François Ozon, le propuse salir en jogging y ruleros. Puede que haya un toque de insolencia. No es una provocación, solo una herencia de la educación que recibí. Mi padre era un tipo muy irónico”.
La película también habla de la dificultad de ser un nepo baby, un hijo o hija de, motivo de indudable privilegio, pero también de cierto sufrimiento íntimo, el que genera vivir una vida a la sombra de padres famosos, talentosos y genéticamente privilegiados. “Sí, para Chiara debe de haber sido difícil en algunos momentos”, admite. “Todo el mundo le hablaba de eso, pero ella lo ha sabido llevar con humor y paciencia”.
En 2019, un accidente vascular, del que está plenamente recuperada, la obligó a tomarse un respiro. Aquel año había estrenado cuatro películas y rodado dos más. Ahora se limita a hacer “una película al año”: acaba de volver de Japón, donde ha rodado el nuevo filme de Eric Khoo, en el que interpreta a “un fantasma”, revela con entusiasmo. “Sigo trabajando porque amo el cine. Soy bastante cinéfila, voy mucho a las salas. Hay una, L’Arlequin, al lado de mi casa, que es muy buena”, señala sobre su barrio de Saint-Sulpice, la iglesia de El código Da Vinci, en pleno Saint-Germain-des-Prés. “En Francia, el cine aguanta bien. Sigue teniendo poder”, dice. Ella también. Suele ponerlo al servicio de directores consagrados, pero también noveles. “Me interesa un buen guion, venga de donde venga, pero es verdad que la juventud me da mucha energía”. Se dice fan del hip hop francés, por ejemplo, o del programa satírico Quotidien, venerado por la generación Z en su país. “No olvide que tengo hijos y, sobre todo, nietos”, explica.
Una mirada polémica
En las últimas décadas, Deneuve se ha manifestado por el aborto, contra la pena de muerte, por la defensa del planeta, a favor de las mujeres iraníes o libanesas y en defensa de líderes socialistas como François Hollande o Ségolène Royal. “En la vida, no se trata de lo que dices, sino de lo que haces. Hechos, no palabras. A veces veo actores y actrices que intentan quedar bien y mostrar su mejor cara, pero cuando observas sus vidas no hay muchas pruebas que los respalden”, asegura. La actriz se considera de izquierda. “Siempre me he sentido cómoda ahí. Desde joven sentí que correspondía a mi forma de vivir y, sobre todo, de pensar. Y no me he ablandado con el paso del tiempo”.
Por eso, en 2018 sorprendió que Deneuve firmara la explosiva carta contra el “puritanismo” sexual y a favor del “derecho a importunar”, una posición adoptada por muchas personalidades de la cultura francesa ante las crecientes denuncias de abusos sexuales y de poder en las artes. Ante el escándalo generado por su toma de posición, la actriz presentó sus disculpas a las víctimas de agresiones sexuales, “y solo a ellas”. Hoy, en pleno Me Too del cine francés, que salpica a directores con los que ella ha trabajado, como Benoît Jacquot o André Téchiné, no quiere hablar más del asunto. “Hay una sobredosis en la prensa y la televisión. Se acabó, ya no hablo de este tema. Lo encuentro terrible. Espero que todo se calme un poco, pero no hablo de esto. Se ha convertido en un gran problema, porque cualquier cosa que diga circulará por Internet. No hablo más del tema, pero no he cambiado de forma de pensar”.