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Los niños son pequeños pero no tontos: cómo hablarles con la verdad sin ocultar ni mentir

(Getty Creative)
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Los niños merecen que les digamos siempre la verdad, con palabras sencillas, adecuadas a su comprensión según el momento evolutivo en el que se encuentran, y evitando en lo posible los detalles angustiantes.

Progenitores y adultos a menudo nos angustiamos a la hora de dar ciertas explicaciones o responder a preguntas de nuestros niños, sobre todo relacionadas con temas o circunstancias difíciles. Llevamos tan internalizado el ancestral ideario adultocentrista que descalifica la inteligencia del niño, su capacidad para elaborar o comprender experiencias, para responsabilizarse y tomar iniciativa, al punto de que hemos naturalizado ocultarle los hechos o decir mentiras pensando que con ello estamos protegiéndoles o con el propósito (consciente o no) de controlar o lograr obediencia. Sin embargo, aún cuando manejen o no el lenguaje verbal, los niños son capaces de percibir nuestras emociones así como lo que acontece en su entorno, a veces de un modo insconsciente. Con lo cual es de suma importancia hablarles siempre y hablarles con la verdad para ayudarles a ordenar saludablemente la experiencia.

En tiempos de crisis, cuando la incertidumbre causa estragos, con más razón los niños necesitan un canal abierto de comunicación honesta a través de un discurso que identifique la experiencia de forma congruente con la realidad, tanto del entorno (lo que ocurre fuera) como de su propia experiencia subjetiva (lo que el niño percibe al respecto).

Los niños sienten y saben lo que está pasando aunque no tengan palabras para explicarlo. Cuando ocultamos o mentimos, quebramos la capacidad del niño para discernir la realidad, creamos desconfianza y le enseñamos que en situaciones difíciles no deben o no pueden expresarnos sus miedos y angustias, provocando que las lleven en su interior sin poder elaborarlas oportuna y adecuadamente. Hablar a los niños con la verdad implica ofrecerles oportunidades para aprender a reconocer y dar estructura a la realidad, adquirir herramientas para manejarse frente a ella y resolver los problemas confiando y apoyándose en sus cuidadores, pidiendo protección en caso de ser necesario. Les ayuda a desarrollar las habilidades para ordenar y la confianza para expresarnos lo que sienten, perciben, les inquieta.

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Incluso si en alguna oportunidad no sabemos qué contestar a nuestros hijos cuando hacen alguna pregunta, también le decimos la verdad explicando que en ese momento no tenemos la respuesta pero que lo vamos a pensar y que cuando la sepamos le contestaremos. Lo cual supone también, cumplir con la promesa.

Cierta vez en un encuentro con familias de niños pequeños una mamá de Venezuela me expresaba su inquietud debido a que su niña de tres años le cuestionaba llevar las ventanillas del auto siempre cerradas: "Yo le digo que no podemos abrirlas porque se escapa el aire acondicionado", me contaba la madre angustiada, frente a la opción de explicarle a la niña la verdad sobre el riesgo de robo a mano armada por delincuentes motorizados lamentablemente muy común en el país.

Aplicando el principio de que los niños merecen que les digamos siempre la verdad, lo recomendable en este caso sería explicar a la pequeña con un lenguaje sencillo y adecuado para su edad, por ejemplo, que en la calle puede haber gente que hace cosas malas, como robar lo que tenemos en el carro o hacernos daño, y que por esa razón tenemos que mantener las ventanillas cerradas. De lo contrario la niña que intuye la inseguridad y el miedo en el entorno experimentaría un quiebre entre lo que percibe y lo que es nombrado por su madre o adultos de referencia.

Hablar siempre y con la verdad a los niños favorece su sano desarrollo emocional, cognitivo y mental

La memoria y la pisqué en la infancia se ordenan a partir del discurso o relato de la madre o adultos significativos. De allí la enorme importancia de hablarles con palabras congruentes con la experiencia real. Para ello observar y escuchar a los niños sin juzgarles es fundamental. Precisamos indagar y percibir correctamente lo que sienten, lo que necesitan y ayudarles a ponerle palabras, (¿estás triste, enojado, asustado porque mamá se tiene que ir a trabajar?, en lugar de decir, voy a trabajar para que tengas una buena vida con todas las cosas que necesitas... Te has caído, ¿estás bien o necesitas ayuda?, en lugar de decir no pasa nada tú eres fuerte). Permitirles expresar sus emociones nombrándolas sin censurarlas (llorar, rabiar, sin dañarse ni dañar a otros).

Para un niño, el amor, la conexión y cuidados de sus padres constituyen el colchón capaz de mitigar las dificultades y experiencias estresantes. Al margen de lo que ocurra en el exterior, los niños con padres capaces de mantenerse cerca de su mundo emocional, y sentirse amados, comprendidos y atendidos en sus necesidades afectivas, estarán más aptos para salir fortalecidos.

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Hablemos siempre a los niños y hablemos con la verdad

Contémosle siempre lo que pasa alrededor, describamos con palabras las experiencias cotidianas “vamos a cambiarte el pañal, vas a ver que rico te vas a sentir cuando estés limpio… ahora vamos a casa de la abuela, te quedarás con ella jugando un rato mientras yo voy a trabajar…”.

Describamos cada cosa que hacemos, expliquemos por qué, anticipemos lo que vendrá, nombremos la experiencia subjetiva del niño “tienes hambre, tienes miedo, estás contento”. Hagamos un esfuerzo por ponernos en su lugar, por interpretar lo que sienten y nombrarlo con un discurso coherente con su verdadero sentir. Contemos lo que nos pasa, lo que sentimos o cómo nos sentimos, lo que esperamos de ellos.

Hagámoslo incluso desde que están muy pequeños, aunque no hayan adquirido el lenguaje, porque los niños captan la intención, las emociones y el gesto de la madre o figura vincular principal. Porque los niños siempre captan la verdad a un nivel inconsciente aunque no puedan ponerle palabras. Por tanto, nombrarles la experiencia con un discurso congruente con la realidad, les ayuda a tranquilizarse, a poner orden a la experiencia y suavizar el campo emocional. Además de que obtienen recursos para aprender a percibir y nombrar tanto lo que les pasa, como lo que acontece afuera, fortaleciendo su capacidad cognitiva y la de registro coherentemente la realidad, lo cual se traduce en salud mental.

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