Corsets, sexo y diversidad: cómo el streaming rescató a las novelas románticas

A poco más de una semana de su estreno, Bridgerton, la serie de Netflix producida por Shonda Rhimes, se convirtió en uno de los programas más exitosos de la historia de la plataforma. Según las cifras que dio a conocer ayer el servicio de streaming, la ficción fue su quinto mejor lanzamiento histórico y contribuyó a que la semana de las Fiestas de 2020 fuera la que mayor cantidad de espectadores tuvo desde la creación de la plataforma, en 2013.

Con esos números, debería ser solo cuestión de tiempo para que Netflix confirme la segunda temporada de la serie basada en las novelas románticas de la autora Julia Quinn (todas editadas en castellano). Una decisión que tal vez habilite a que un género hasta ahora casi completamente ignorado por la TV se gane un lugar en la pantalla.

A diferencia de lo que sucedió en los últimos años con las novelas para jóvenes adultos y con las sagas literarias de fantasía, el romance histórico fue hasta ahora un tipo de relato encerrado en su origen de tapas con retratos que hacen énfasis en el erotismo y contratapas que prometían historias de amor y pasión desenfrenada. Aunque se trata de uno de los géneros literarios más vendidos y con una legión de fanáticos que se mide en millones en todo el mundo, el género nunca pudo ir más allá de las novelas. Incluso el éxito probado de Outlander no logró transformarse en fenómeno ni provocó la producción de otras series que buscaran aprovechar el interés de su público.

A pesar de que la ficción adaptada de los libros escritos por Diana Gabaldon está cerca de comenzar a grabar su sexta temporada -las temporadas previas están disponibles en Netflix-su suceso no llamó la atención de la industria televisiva, que la vio más como un fenómeno aislado que como una nueva fuente de historias y espectadores ansiosos por ver por fin sus relatos favoritos en la TV.

Para ese público, las infinitas adaptaciones y reinvenciones de las novelas de Jane Austen realizadas por la BBC y señales aledañas (ambientadas mayormente en la Regencia e inspiradoras de los libros de Quinn y sus colegas), con sus maravillosas comedias de modales y tragedias de la alta burguesía a comienzos del siglo XIX, podían acompañarse con estas opciones más sensuales, menos admiradas y bastante más livianas. Una fórmula que pedía a gritos convertirse en serie.

Aparentemente, lo que hacía falta para que Hollywood finalmente viera el potencial de las miles de novelas de amor y aventuras de época en Gran Bretaña era la combinación de tres factores decisivos: Netflix, Shonda Rhimes y la familia Bridgerton. Para empezar, la libertad de producción y los presupuestos que la plataforma le destina a sus proyectos más ambiciosos era fundamental para que Rhimes y su equipo pudieran adaptar la novela con el necesario despliegue de escenarios lujosos y vestuarios despampanantes que requería. Además, sin las restricciones de los canales de aire, las candentes escenas de sexo -una de las marcas registradas del género- podían formar parte de la trama sin problemas. A esa ventaja del streaming se le sumó su alcance global y poder de instalar agenda en los espectadores, una capacidad que la TV tradicional pierde día a día.

Y, claro, bajo el paraguas de la productora de Rhimes, "Bridgerton" y el género en general consiguieron una necesaria pincelada de actualidad presente en el resto de sus programas de "Grey's Anatomy" a "Scandal". La diversidad racial y de género y el cuidado e interés por los personajes secundarios forman parte del ADN de los exitosos ciclos de la productora y esa esencia se mantuvo en su primera serie para Netflix. Así, algunas críticas frecuentes ante los romances históricos, como la falta de protagonistas negros o la exageración del machismo de sus héroes, quedaron olvidadas frente a una historia que en manos de Rhimes privilegia el deseo femenino y plantea las escenas de sexo desde esa perspectiva.

Claro que la pieza fundamental para conseguir el despegue del género del libro a la pantalla era la novela a adaptar. Y la saga creada por Quinn resultó la elección perfecta. Por un lado, la historia se compone de ocho volúmenes que giran en torno a la familia del título, cada uno dedicado a contar la historia de amor de uno de los vástagos del vizconde Bridgerton y Lady Violet, una pareja que, contra la tradición de su clase y su era, se casó por amor. Un ejemplo que sus hijos, nombrados alfabéticamente, tendrán muy en cuenta a la hora de elegir a sus parejas. Como en la serie, los libros comienzan por Daphne (Phoebe Dynevor), la hija mayor de la familia, decidida a que el mercado del matrimonio no modifique sus convicciones de una unión guiada no por la sensatez sino por los sentimientos. Y ahí aparece el conde de Hastings (Regé-Jean Page), uno de los mejores amigos de su hermano Anthony (Jonathan Bailey), un codiciado soltero sin ninguna intención de casarse ni tener hijos debido a un trauma infantil que la primera temporada explora extensamente.

Gracias a la química entre sus protagonistas, el despliegue de producción, unos personajes secundarios carismáticos y un misterio que promete complicarse, puede aventurarse que la segunda temporada, aun sin confirmar, será tan entretenida como la primera. Si siguiera la lógica de los libros -y las escenas del capítulo final permiten suponer que así será- le tocaría el turno a Anthony, el mayor de la familia, heredero del título nobiliario y de las responsabilidades de su amado padre, fallecido prematuramente. Con el título de El vizconde que me amó, la novela, como el resto de la saga, utiliza a uno de los integrantes masculinos de la familia Bridgerton para contar la historia de su enamorada. En el universo de fantasía pero sin magia que plantean estos relatos, las mujeres luchan contra los confinamientos de su clase social, las expectativas de género y los corsets que apenas las dejan respirar.

Y eso se refleja en la adaptación televisiva que se tomó algunas -pocas- licencias narrativas en relación a la novela. Entre las más interesantes fue el lugar destacado que le dio en la narración a los vecinos de los Bridgerton, la familia Featherington, cuya mamá (Polly Walker) está desesperada por ubicar a sus hijas en edad de casarse y así asegurar el futuro de la menor, Penelope (Nicola Coughlan), un personaje que sin duda merece -y seguramente tendrá- su propia historia.

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