Cómo desatar una “tempestad” en cinco pasos, según el Ballet del San Martín
“Sobre un navío, en el mar. Óyese un rumor tempestuoso, con truenos y relámpagos”, escribió William Shakespeare en el comienzo de la obra que selló su testamento dramático hace más de cuatrocientos años. La clásica historia de traición, venganza y perdón regresa a partir de hoy al Teatro San Martín en versión de Mauricio Wainrot, con música de Philip Glass, para el Ballet Contemporáneo. La tempestad se presentará en once funciones, los martes y miércoles, hasta el 7 de agosto. Felizmente, en la sala Martín Coronado, un escenario que no solo la compañía sino el público extraña cuando no está en casa.
El coreógrafo –exdirector artístico del elenco por casi dos décadas- estrenó esta pieza en 2006, con puesta en escena y vestuario de Carlos Gallardo. Lo llevó lejos, al Ballet du Capitole de la Ópera de Toulouse (2012) y a la Ópera de Bordeaux (2017), en Francia. Volvió a escena por última vez en 2018, y aunque en esencia la creación es la misma, esta reposición modelo 2024 trae algunos cambios. Por ejemplo, recupera el intervalo, bisagra de casi dos horas de espectáculo.
Hablemos del naufragio. Cegado de poder, un hermano tira al otro al mar, con su pequeña hija, para que mueran. Pero se salvan, en una isla presuntamente desierta. Doce años después… la historia tiene varios ingredientes más. Magia, espíritus, brujas. Finalmente, habrá también venganza y perdón. ¿Cómo se desata esta tempestad? ¿De qué recursos se vale la danza para contar los avatares de Próspero y una amplia galería de personajes que aquí son vistos desde la mirada del protagonista?
La historia. La trama gira en torno de un duque llamado Próspero, depuesto por su hermano, Antonio, que en la ambición de hacerse dueño absoluto de Milán, sometió su ducado al rey de Nápoles. Próspero tiene que exiliarse entonces con su hija Miranda en una isla. Doce años después, le narra a ella la historia frente a la gruta. “Se levantó un ejército de traidores una noche, la señalada para la ejecución; Antonio abrió las puertas de Milán y en medio del horror de las tinieblas los comisionados de sus proyectos arrancáronme de allí a mí, y a ti misma, que gritabas -le cuenta en las primeras páginas-. Nos transportaron a bordo de un barco, que nos internó algunas leguas en el mar, donde tenían dispuesto el casco de una nave, a la fuerza para que uniéramos nuestros gritos a la mar que rugía en torno y nuestros suspiros a los vientos, los cuales, compadecidos, suspiraban a la vez, devolviéndonos los sollozos en ecos simpáticos (…) “Oh, tú fuiste el querubín que me salvó! Animada de una fortaleza celestial, sonreías mientras yo hacía llover el mar con salobres lágrimas, gimiendo bajo el peso de mis males. Sonrisa que engendraba en mí una resolución obstinada, que me ayudó a soportar lo que debía sobrevivir”. Sin este comienzo, nada de lo siguiente tendrá razón de ser, empezando por la mismísima tempestad que un espíritu, Ariel, ejecuta por mandato del mago Próspero cuando este adivina que Antonio viaja en un buque cerca de la isla en la que se encuentran. En esa tormenta se cifra una gran venganza. “Dime ahora si este hombre es un hermano”, le pregunta a Miranda, que escucha su relato anonadada.
Los personajes. A todo el elenco del libro original, eminentemente masculino, Wainrot suma mujeres. Primero, incorpora a la bruja Sycorax (madre del bestial Calibán, “un monstruo rojo y horrible”, al decir del bardo de Avon, salvaje y primitivo, que encarnan Adriel Ballatore/ Juan Camargo ); Shakespeare la menciona, pero no la sube a escena, y aquí ella (Carolina Capriati/ Daniela López) trae consigo todo un aquelarre. También en la isla está Ariel, ser mágico que en esta concepción lo representa una mujer (Flavia Dilorenzo / Manuela Suárez Poch) y que tampoco viene solo; podríamos hablar más bien de un séquito de Arieles. El coreógrafo le inventó también una esposa a Antonio (Andrea Pollini/ Fiorella Federico) y una madre a Miranda (Eva Prediger / Antonella Zanutto). En suma, dos repartos de 27 bailarines se alternan en los roles, encabezados por Próspero (Rubén Rodríguez/Damián Sabán), Miranda (Ivana Santaella / Lucía Bargados) y Antonio (Boris Pereyra / David Millán).
La coreografía. Suele decir Wainrot que “adaptar una obra literaria a un vocabulario de movimiento es siempre una gran aventura”. Esta no fue la excepción: su primer y único Shakespeare hasta el momento (y no es Romeo y Julieta, tragedia dilecta de los coreógrafos en todo el mundo) está lleno de situaciones y criaturas para representar. “Es tal la riqueza de elementos que prodigan sus piezas, que le permite a cada artista trasladar esos textos a su propia poética y a otros lenguajes. En mi versión de La tempestad todos los personajes surgen de la mirada del protagonista, Próspero, el duque de Milán, que con su poder mágico los plasmará escena tras escena; los recreará, y los atraerá hacia su nuevo destino, para lo cual despliega su propia y alborozada tempestad en un espacio mental que él domina a la perfección”, escribe en el programa de mano. En esta reposición, que Wainrot delegó en el equipo de dirección del Ballet Contemporáneo que conducen Andrea Chinetti y Diego Poblete, y sus asistentes Elizabeth Rodríguez y Melisa Buchelli, se trató de priorizar la historia, de trabajar en el flujo del lenguaje para focalizar en lo dramático de las escenas y, así, guiar al espectador . En este sentido, vuelven a montarse dos escenas que estaban en el original de 2006. Son transiciones que colaboran con darle mayor sentido a lo narrativo. “Me gustó recuperarlas -admite Wainrot-. Varias veces suceden cosas en las obras que hay que ir preparando. Es como si tiraras una alfombra para lo que viene, que va a ser siempre más fuerte”, grafica.
Los elementos. Tres ventiladores gigantes, dispuestos en línea de frente al público, se encienden ni bien comienza el recuerdo a través del cual se cuenta esta historia. Las turbinas contienen, además, por obra y arte de la propuesta de visuales, a ese mar desatado, las nubes, el fuego. Hay otros elementos que se manipulan a la vista del público y completan el sentido de la acción: trece barcos símil metal están allí cuando se abre el telón; el báculo de Próspero y los libros, a los que le concede mayor valor que a su propio ducado.
Los temas. Poder, ambición, traición, venganza, perdón. “Que con el odio no se llega a ningún lado es algo que todos tendríamos que pensar un poquitito”, reflexiona Wainrot. A pesar de la crudeza que mueve estas emociones, el coreógrafo encuentra ideal este espectáculo para las vacaciones de invierno, no solo porque Buenos Aires se llena de gente del interior del país que podría verla, sino porque cree que es un plan para ir con chicos. “¡Totalmente, hay fantasía. Próspero es un mago, están los Arieles, que tienen mucha pirotecnia… Un niño puede disfrutarlo completamente. Son realidades, las mismas que ven por televisión en su casa, como lo que está pasando con el caso de Loan, algo que todos conocen y es gravísimo. También el de Francia es un tema muy fuerte: me hubiera gustado que se hablara un poquito, es la primera vez que ese país tiene un gobierno fascista desde la Segunda Guerra Mundial”.
Al fin y al cabo, pareciera que muchas cosas no han cambiado demasiado en la humanidad en los últimos cuatro siglos.
Para agendar
La Tempestad, versión libre de William Shakespeare, con coreografía de Mauricio Wainrot y música de Philip Glass, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Martes y miércoles, a las 20, en Corrientes 1530. Entradas: platea, $9.000; pullman, $6.500.