Al descubierto los bulos más escandalosos sobre Wallis Simpson, cuatro décadas después de su muerte
En los años treinta del siglo pasado, la estricta Corte de los Windsor sintió una puñalada en su seno cuando irrumpió en escena Wallis Simpson, la procaz e indómita mujer que enamoró a Eduardo VIII, cuando aún era Príncipe de Gales. La misma institución Monárquica pareció tambalearse tan pronto como Wallis Simpson se divorció de su segundo marido, Ernest Aldrich Simpson, y el Rey decidió que ella era la mujer de su vida y que, pesara a quien pesara, contraerían matrimonio. Aquello se convirtió en un asunto de Estado de dimensiones épicas. Estos días, la publicación del libro Her Lotus Year, de Paul French, desmonta algunos de los bulos más ofensivos sobre Wallis Simpson; especialmente, los que se refieren a su vida íntima durante su estancia en China, de 1924 a 1925, un tema que analizó escrupulosamente el Primer Ministro y su Gabinete.
Cuando Eduardo VIII expresó su deseo de casarse con Wallis Simpson, los políticos pusieron el grito en el cielo: esa boda rompía con las tradiciones. Resultaba inconcebible que el Soberano pudiera casarse con una mujer que tenía dos exmaridos vivos (el primero, Earl Windfield Spencer era un piloto de la Marina de Estados Unidos). La determinación de Eduardo VIII provocó que se buscaran mil y una argumentaciones que disuadieran al Rey de abdicar por amor a favor de su hermano, Jorge VI. Fue entonces, cuando surgieron y se expandieron a la velocidad de la luz una serie de rumores acerca de la mujer más odiada del momento en el Reino Unido, Wallis Simpson. A Eduardo VIII poco le importaron las escandalosas acciones que le iban imputando a su amada. En junio de 1937, tras abdicar a favor de su hermano, se casó, según sus palabras, “con la mujer que amo”. Sin Corona, pero con Wallis a su lado, vivió alegremente con su nuevo título de Duque de Windsor. Más de uno se atragantaba cuando tenían que referirse a Wallis Simpson como Duquesa de Windsor.
Las calumnias más escandalosas
Casi un siglo después de todo aquello resulta curioso imaginar a los altos cargos de la vida política inglesa husmeando en la vida íntima de Wallis Simpson. Los servicios secretos rellenaban páginas y páginas de información clasificada, confidencial y alguna de dudosa credibilidad. Pensaban que hacían un favor a su país denostando la reputación de aquella estadounidense que había 'embrujado' a su Rey. Uno de los bulos más difundidos reforzaba su imagen de disoluta. De hecho, siempre se creyó en la existencia del Expediente de China, un informe en el que teóricamente se contaban detalles escabrosos de la vida sexual de Wallis durante su estancia en el país asiático. Al parecer, se conservan unas notas de sir Horace Wilson, un funcionario de alto rango, que apuntan a que los ministros creían que ese capítulo iba a ser más que suficiente para que el Rey se desenamorara y renunciara a una boda que nadie veía con buenos ojos. No fue así.
En los años veinte, Wallis Simpson se reunió en China con su primer esposo, con quien mantenía una relación tormentosa. Vivió con él en Hong Kong hasta que se divorció. Cuando ella llegó a Oriente, él ya había pasado una temporada allí. Según escribió en su autobiografía, su marido había dado malos pasos por esas tierras: “A su ya formidable repertorio de pullas y humillaciones, añadió algunas variantes orientales. […] Había pasado buena parte de su tiempo en las casas sing-song”. Es decir, en burdeles de muy mala fama. Después de su separación, según los rumores de la época, la vida de Wallis estuvo ligada al escándalo, en la intrigante ciudad de Shangái. El Servicio de Inteligencia Británico buscó fango en esa época. Entre otros datos, que hoy se consideran inconsistentes, se rumoreaba que Wallis Simpson había aprendido extraordinarias artes amatorias en el Lejano Oriente, y que estas habían vuelto loco al Rey. En torno a esta hipótesis surgió el también espurio rumor de que “en Pekín aprendió a dominar el asombroso ‘truco chino’”, como escribió Caroline Blackwood en su libro Últimas noticias de la duquesa. Paul French echa por tierra esta idea asegurando que ninguna mujer del estatus de Wallis Simpson se asomaría siquiera por los lugares donde, en teoría, le habían enseñado esas prácticas propias de una geisha.
También se tuvo el firme convencimiento de que la mujer que había provocado un tsunami en la Monarquía inglesa había mantenido un romance con el jovencísimo conde Galeazzo Ciano, de veintiún años: un fascista declarado, que terminó casado con Edda, hija de Mussolini, y que tiempo después fue ministro de Asuntos Exteriores de su país. A lo largo de las páginas de su libro, French desmiente este romance porque, según demuestra con su investigación, Wallis ya había abandonado el país cuando el aristócrata italiano desembarcó en China. Sin embargo, la rumorología llegó muy lejos, porque no solo daba por cierta la relación, sino que además aseguraba que esta tuvo nefastas consecuencias. Contaban las malas lenguas que Wallis se quedó embarazada y que se sometió a un aborto que casi le cuesta la vida. French alega que no hay ni una sola prueba que certifique este hecho. Al parecer, Wallis abandonó China el 29 de agosto de 1925 y llegó a Estados Unidos el 8 de septiembre para ingresar en un hospital, pero jamás se ha sabido la dolencia por la que estuvo internada en un centro médico.
Otro de los rumores, presuntamente recogido en el Expediente de China, decía que Wallis había posado en una serie de fotografías pornográficas para el hotelero Victor Sassoon. De nuevo, se desmonta un rumor ante hechos no constatables: no se ha encontrado ninguna imagen y el tal Victor Sassonn no se hallaba en China cuando, en teoría, estaba controlando el obturador de la cámara.
Minar la reputación de Walls
Wallis Simpson tampoco se ayudó mucho a sí misma para crear una imagen diferente de la que se estaba forjando: directa, franca y poco dada a cumplir con las normas y protocolos, escribió en su autobiografía: “Cuando era buena, por lo general lo pasaba mal; y cuando era mala, me sucedía lo contrario”. Una frase que recuerda poderosamente a la de una contemporánea suya, la actriz Mae West: “Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor”.
Tras divorciarse de su primer esposo, enseguida encontró consuelo en los brazos de Ernest Aldrich Simpson, el hombre con el que se mudó a Londres, una ciudad que detestó cordialmente. “Pasé muchos días horribles preguntándome qué iba a ser de mí, y si, como una botella de champán que lleva demasiado tiempo en el congelado acabaría viendo como mi espíritu perdía las burbujas”, contó en sus memorias. Según sus detractores, y tal y como aparece en algunos informes de los Servicios de Inteligencia británicos desclasificados en 2003, Wallis Simpson no perdió el tiempo en la capital del Reino Unido. Se notificó al Primer Ministro, Stanley Baldwin, que la mujer por la que su Rey estaba dispuesto a renunciar a su destino real, además de esposo tenía un amante y este era un vendedor de autos llamado Guy Marcus Trundle, "un aventurero encantador, un hombre con buena presencia, bien educado y un bailarín excelente… Un conquistador nato. Las reuniones secretas son fijadas por cita cuando tienen lugar las relaciones íntimas", detallaron los investigadores. Sin embargo, French asegura que este romance fue un invento más para alejar al Rey de los brazos de la presunta femme fatale que había minado su voluntad.
La capacidad de inventar y fabular es infinita, y el don de Wallis Simpson para sembrar incógnitas no se quedaba atrás. Después de Trundle le adjudicaron otro amante. En este caso, Joachim Ribbentrop, embajador de Hitler en Londres, y quien fuera ejecutado años después por sus crímenes de guerra. Hasta ahora se había contado que cuando Ribbendrop y la duquesa terminaron, él le envío un ramo con diecisiete rosas rojas, una por cada día que habían mantenido relaciones sexuales. Sin embargo, French explica en su libro que este romance, aireado por el FBI, no contaba con una fuente muy fiable. El romance lo reveló un curioso personaje, el padre Odo, un monje que, previamente, había sido duque de Wurttemberg y que mantenía un lejano parentesco con la Reina Madre, María de Teck. Nunca se supo por qué sabía todos estos entresijos cuando vivía en un monasterio a ocho mil kilómetros de Londres. Además, no presentó ni una sola prueba documental que diera credibilidad a sus palabras, pero le quisieron creer para seguir creando una imagen distorsionada de Wallis Simpson.
Eduardo VIII reinó un solo mes. Aunque los Servicios de Inteligencia, tanto de Gran Bretaña como de Estados Unidos, trabajaron a marchas forzadas para presentarle pruebas del pasado y del presente escandalosos de su amor, él no se avino a razones. Para bien o para mal, los Duques de Windsor permanecieron juntos hasta la muerte de él, en 1972.