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No les dejes las migajas: esto es lo que necesitas para conectar con tus hijos y darles una crianza placentera

Alegría, placer, conexión consciente, son valores escasos en el vínculo entre padres y madres con sus hijos. Los adultos dedicamos nuestras mejores horas y energías a la productividad laboral, a las responsabilidades domésticas, escolares... Para el disfrute con los hijos durante la crianza solo quedan las migajas.

(Creative Getty)
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De la crianza sabemos mucho sobre deberes y poco sobre placeres. Perdimos de vista el papel esencial de las experiencias de placer en la regulación de nuestro equilibrio vital. El placer es un potente motivador de vivencias expansivas, ¿y qué puede ser más expansivo que reproducirnos y perpetuarnos como especie? De eso se trata tener hijos y criarlos, ¿cierto? Y es por eso mismo que la naturaleza perfecta, ha cuidado que la función biológica de parir y de criar sea sobre todo una fuente de placer y de disfrute. Se trata nada menos que del mecanismo de motivación con el que la naturaleza asegura la perpetuación de nuestra especie. La crianza es placentera por naturaleza aunque la cultura con sus imposiciones contra natura muchas veces y de muchas formas nos prohíbe o nos aleja del disfrute de todo el potencial placentero en la crianza. La buena noticia es que, si así lo decidimos, podemos reconectar.

Existen muchas situaciones relacionadas con el intercambio humano, amoroso, gratificante en la crianza. El contacto epidérmico, disfrutar piel a piel, es para nosotros los mamíferos primates, una fuente importantísima de placer y de seguridad afectiva. Ya viene inscrita en nuestro diseño biológico esa necesidad de tocarnos, abrazarnos, besarnos, acariciarnos para regularnos.

La cultura sin embargo se empeña en hacernos creer que está mal, censura e inhibe el disfrute del placer que sentimos abrazando a nuestros hijos, llevándolos en brazos, acunándolos en nuestro regazo. Los vamos a malcriar, nos dicen. Desde que nacen, a los bebés se les imponen demasiadas restricciones de acceso al cuerpo y al pecho materno, convirtiendo la crianza en una experiencia difícil, agotadora y dolorosa para ambos: bebé y mamá.

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Tocarnos, abrazarnos, hacernos masaje en familia, caminar descalzos sobre la tierra, la grama, abrazar los árboles, tocar las plantas, la tierra con las manos, reconectar con el olor y el calor de los cuerpos de nuestros seres amados, conectar con la gran dadora e incondicional Madre Tierra, no cuesta nada y nutre demasiado, relaja el sistema nervioso, baja los niveles de ansiedad, nos regula y mantiene en equilibrio.

Otra forma de conexión muy poderosa que hemos perdido es el contacto visual. Nuestros antepasados primates, para no alertar a los depredadores, tenían que comunicarse en silencio con mensajes visuales, desarrollando un amplio repertorio de lenguaje gestual que sin duda sigue siendo importante para nosotros, sus primos hermanos humanos.

Mirándonos a los ojos, observando y haciendo intercambio de gestos entre los rostros, compartimos sin filtro nuestro mundo interno, nuestras emociones. Con la mirada podemos abrazar, sentirnos sentidos, hacer que el otro se sienta sentido, importante, validado, acompañado. ¿Cuántas veces y durante cuanto tiempo de atención plena e intercambio consciente has hecho contacto visual con tu hijo o con tu hija hoy, ayer, cada día de la semana pasada?

Desde cuando te has mirado con tus hijos sin decir nada, con la mirada iluminada, con una sonrisa en la cara, intercambiando energía, emociones, gestos amorosos, triangulando sensaciones, experiencias sensoriales… Te sorprenderá lo mucho que descubrirás y que ampliarás la percepción del mundo interno de tus hijos, cómo los nutrirás y te nutrirás afectivamente, cómo en estos encuentros de conexión y atención plena y consciente aportarás calma y equilibrio a tus hijos, cómo te retroalimentarás del placer de sentirlos de manera íntima, plena, consciente.

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Estamos demasiado tiempo en la mente, conectados a una pantalla, produciendo, haciendo, pensando, resolviendo, desconectados del cuerpo propio, del cuerpo de nuestros seres queridos, de nuestras emociones y la de nuestros hijos. Hemos perdido la capacidad de fusionarnos con el otro. Hay que recuperar ese tesoro inconmensurable que aprendemos a mantener, valorar, disfrutar y a cuidar en nuestros vínculos tempranos con los padres. Cabe preguntarse cuántas cosas en la vida hay más importantes que el pedacito de cielo en cada encuentro humano sentido, y por qué no le estamos dando la importancia y la prioridad que merece.

Te propongo de ahora en adelante, invertir las mejores horas y la mejor energía de tu día a conectar con tus hijos, con tus hijas a través del placer de abrazarse, acariciarse, intercambiar masajes, caminar descalzos, meter las manos en la tierra, oler las flores, abrazar árboles, ver los pajaritos de la plaza, el parque, el campo, vinculare en silencio a través de la mirada, disfrutando del inconmensurable tesoro de la fusión emocional en el contacto humano presente, consciente, placentero y amoroso, antes que dejar lo mejor de ti en las obligaciones laborales, doméstica, en un centro comercial sobrecargado de ruido, de estímulos visuales irritantes, de consumos desaforados y tóxicos que te regresan una y otra vez al cansancio, la soledad y el vacío.

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