'Comer, rezar, amar': un detalle reivindica la película de Julia Roberts
Cuando Julia Roberts se embarcó en la experiencia viajera de Comer, rezar, amar probablemente ni se imaginaba que la película iba a ser detestada. Después de todo estaba basada en un libro de éxito y tenía una historia inspiracional repleta de frases para compartir en Facebook. Había viajado por Italia, India y Bali, comiendo hasta reventar, haciendo yoga y diversificando su talento para contar una historia con diferentes arcos dramáticos. Además, era (y sigue siendo) la novia de América por excelencia. Su éxito en el cine romántico siempre está asegurado. Sin embargo, cuando se estrenó en 2012 fue de las películas menos aceptadas por el público y la crítica de su filmografía. El tiempo pasó y, por esas cosas del destino, se ha convertido en una especie de ‘guilty pleasure’ del streaming. Y creo que una escena de pocos minutos es el motivo.
La taquilla respondió, como suele suceder con las películas de la actriz de la sonrisa más hipnótica del cine. Comer, rezar, amar recaudó $206 millones en todo el mundo. Nada mal para haber contado con un presupuesto de $60 millones. No obstante, la opinión fue muy distinta. Si hablamos con datos: obtuvo un desaprobado del 36% Rotten Tomatoes y un 42% de la audiencia. Para que se hagan una idea, se trata de las puntuaciones más bajas en la carrera de Julia Roberts. A la altura de desastres estrepitosos como Larry Crowne, nunca es tarde (2010) o La pareja del año (2001). Y no es la única referencia que encontramos como reflejo de la reacción de la audiencia: en Imdb mantiene una puntuación baja del 5.8/10, y de 5.1 en Metacritic. Algunos críticos la describieron como “Un canto fúnebre aburrido, sin humor, sin vida” (The Age, Australia), “Un bostezo interminable” (El nuevo Herald, Miami) o “Es en igual medida condescendiente, sentenciosa y detestable” (London Evening Standard).
Y lo reconozco. Cuando la vi por primera vez hace 11 años sentí cómo la negatividad me invadía por dentro sin poder sacudirla en todo el metraje. En un primer visionado, Comer rezar amar era el reflejo de un ser humano motivado por el ego. Era imposible conectar con Liz. El personaje de Julia Roberts era una amalgama entre privilegio y capricho que no generaba ternura o conexión alguna. Una mujer que ponía fin a su matrimonio con un simple “No quiero estar casada”, victimizándose por haber ‘dejado todo’ a su marido en el proceso de divorcio pero que se la pasaba quejándose (la paciencia de su amiga -Viola Davis- era inconmensurable) y buscando aprobación externa a sus problemas. Su año sabático para ‘encontrarse a sí misma’ estaba repleto de ejemplos de privilegio, estereotipos y el clásico síndrome del salvador blanco.
Sin embargo, con el paso del tiempo y la cercanía que ofrecen las plataformas streaming, Comer, rezar, amar encontró su camino hasta convertirse en un ‘placer culposo’ que jamás hubiéramos imaginado hace una década. Y no lo digo porque simplemente me haya sucedido a mí. Sino porque un repaso por redes sociales lo demuestra, donde podemos encontrar frases y momentos dramáticos celebrados y compartidos a través de cientos de publicaciones en Twitter como si se tratara de la película más inspiradora del siglo. Mientras muchos usuarios la mencionan como hashtag para publicar fotos de viajes y platos comida, como si fuera sinónimo popular de placer y libertad personal.
Y después de haberle dado otra oportunidad al encontrarla en Netflix, lo comprendo. Porque Comer, rezar, amar sigue teniendo sus mismos problemas de ego, pero gana con un segundo visionado. Porque tras el rechazo inicial que provoca Liz, al conocer su actitud pretensiosa y caprichosa, podemos ver más allá de la historia descubriendo a una protagonista con fallas y errores. Podemos dejar a un lado el foco constante que la película posa sobre Julia Roberts y centrarnos en los detalles. Como una secuencia que, para mí, es la más trascendental de la historia. La que realmente eleva su intención como película inspiracional y es de las más compartdas en redes sociales. Y curiosamente, no la protagoniza Julia Roberts.
Julia Roberts in, Eat Pray Love (2010)
Image courtesy of Columbia Pictures pic.twitter.com/TDpiAhkAiJ— Edward's Movie Hub🎥🎞📽🎬💻 (@moviemaven2023) March 29, 2023
La escena en cuestión tiene lugar en el segundo viaje de Liz cuando se instala en un áshram de India. Como recordarán los que vieron el filme, el personaje no consigue adaptarse a la quietud y la meditación. Sus problemas, la culpa y relaciones fallidas la acechan en el silencio del lugar. Gasta más energía en revisitar el pasado que en centrarse en cumplir el propósito de su viaje. La rodea un mundo nuevo repleto de color, enseñanzas y vidas distintas, pero ella se cierra en una visión de túnel enfocada en su matrimonio roto y el amor pasional que vivió a continuación (con James Franco).
Pero tiene ayuda. Richard, interpretado por Richard Jenkins, un hombre que no endulza sus palabras y que la intimida con su sinceridad brusca. Simplemente porque es el único que la ve tal y como es. Que reconoce su estancamiento existencial porque también lo vivió a su manera y el que la ayuda a enfrentarse a la pura realidad mientras ella lloriquea -otra vez- por el romance que dejó atrás.
"Creí que lo había superado, pero lo amo" confiesa Liz encerrada en el pasado. "Qué problema... ¿Y? Te enamoraste de alguien" le responde Richard. "Pero lo extraño" continúa la protagonista insistiendo en su miseria interna.
“Entonces échalo de menos. Envíale luz y amor cada vez que pienses en él y luego olvídalo” le dice Richard. “¿Sabes? Si pudieras limpiar todo ese espacio en tu mente que estás usando para obsesionarte por ese sujeto y el fracaso de tu matrimonio tendrías un vacío con una puerta. ¿Sabes lo que el universo haría con eso? Entraría, Dios, entraría ahí y te llenaría de más amor con el que jamás has soñado”.
"Creo que tienes la capacidad de amar al mundo entero algún día".
Y es una frase que fácilmente podemos extrapolar lejos de la pantalla, y a nuestras propias vidas. Porque el personaje invita a procesar el dolor, rencor o cualquier emoción negativa que esté ocupando nuestro espacio mental. Que nos obsesione o afecte de manera directa. A procesarlo y aceptarlo como parte de nuestra experiencia de vista. Y dejarlo ir, dejando ese espacio vacío para llenarlo con una nueva etapa o nuevas intenciones. Cada uno puede entenderlo o aplicarlo a su manera, pero me parece el consejo o frase inspiracional que resume lo que Liz debería hacer en las 2 horas y 20 minutos que la vemos quejarse o destilando caprichos. Que resume toda la idea del filme de aprendizaje personal, de seguir adelante, de quererse a uno mismo, que ahora inspira a tantos espectadores en general.
En mi caso, fue gracias a ver la película de nuevo que su mensaje me llegó más profundamente. Porque tras un primer visionado ya somos conscientes del egocentrismo de Liz y su protagonismo constante, permitiendo que nuestra mente se centre en todos los detalles. Al final, y después de verla otra vez, creo que Liz es un personaje honesto en cuanto a que no esconde su capricho sino que le abre sus alas como cualquier ser humano en crisis mirándose el ombligo. Y mi teoría es que, tal vez, por ese motivo provocaba rechazo, porque nos identificaba como ejemplo del egoísmo más básico del ser humano. Sin embargo, la respuesta que buscaba en todos sus viajes y que define su aprendizaje, así como la intención de ser una película que inspire al mundo, estaba en ese consejo. En esa frase tan especial.
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