El Gabinete de Curiosidades de Guillermo del Toro: una lograda antología de terror con algunas deficiencias narrativas
El gabinete de las curiosidades de Guillermo Del Toro (Guillermo Del Toro’s Cabinet of Curiosities / EE.UU., 2022). Creador: Guillermo Del Toro. Dirección: Guillermo Navarro, Vicenzo Natali, David Prior, Ana Lily Amirpour, Keith Thomas, Catherine Hardwicke, Panos Cosmatos, Jennifer Kent. Intérpretes: Tim Blake Nelson, Elpidia Carrillo, F Murray Abraham, Rupert Grint, Peter Weller, Essei Davis. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: Buena.
Guillermo del Toro es un ávido coleccionista de antologías de cuentos de terror, de modo que no resulta inesperado que haya recuperado el formato para su segundo proyecto con Netflix, tras su inminente versión de Pinocho. Al modo de Alfred Hitchcock presenta o La dimensión desconocida, su Gabinete de Curiosidades es un conjunto de historias independientes aunque unidas por el género, que en este caso es esa variante del fantástico conocida como weird fiction, rubro que invoca un universo esencialmente hostil en el que el mal toma la forma ominosa de entidades muy lejanas de lo humano. Entre sus muchos cultores, H.P. Lovecraft es el nombre más reconocible; dos de los episodios, de hecho, están basados en cuentos del autor estadounidense, y otros dos en relatos de Henry Kuttner y Michael Shea, discípulos del escritor.
Del Toro sigue de cerca el formato de las series citadas, al punto de que él mismo oficia de anfitrión al comienzo de cada episodio, tal como lo hacían Hitchcock o el showrunner Rod Serling en La dimensión desconocida. Sin embargo, hay una diferencia notable precisamente entre la forma de esas series clásicas y El Gabinete de Curiosidades... Serling imponía a sus autores una regla inviolable: cada episodio debía concluir con un giro inesperado, al punto de que muchos deben haber sido trabajosamente construidos de atrás hacia delante para potenciar esa vuelta de tuerca final. Vale señalar que no pedía nada que no se exigiera a sí mismo, ya que fue el propio Serling quien imaginó el impensado descubrimiento de Charlton Heston en los últimos 20 segundos de El planeta de los simios (1968) que resignifica todo el film y que no estaba en la novela original de Pierre Boulle, uno de los grandes finales de la historia del cine.
A pesar de su excelente factura técnica, en buena parte los episodios de la serie del realizador mexicano la construcción narrativa es débil y no se pliega a la exigencia tradicional, aunque para nada obligatoria, de un final contundente. Es casi como si se interrumpieran arbitrariamente en el segundo acto, sin un verdadero cierre dramático. Es cierto que el horror cósmico suele presentar finales abiertos que no apuntan a una oclusión del mal sino al inicio de una nueva era de terrores, pero esta característica del género no tiene que ver con que aquí cueste producir el efecto de una conclusión: varios de los relatos se sienten truncos, como si la aparición de un monstruo eximiera de retomar líneas narrativas pendientes.
El primer capítulo, “Lote 36″, uno de los dos basados en una idea original de Del Toro y comandado por su exdirector de fotografía Guillermo Navarro, es un claro ejemplo del problema y también, al abrir la serie, el que traza el horizonte de nuestras expectativas. El episodio pone en juego un conjunto de caracteres promisorios como un excombatiente con deudas de juego captado por la xenofobia de la radio alt-right; una misteriosa inmigrante mexicana que lo espía; un millonario que practica curiosos rituales en un tétrico depósito de alquiler y dos libreros que se disputan los libros de magia negra que aparecieron en el depósito tras la muerte del millonario. Sin embargo, tras presentar a estos personajes, sus idiosincracias y sus potenciales conflictos, el relato se los saca de encima para apresurar la llegada de un monstruo que arrasa con todo. No se está sugiriendo que toda narración deba obedecer la vieja regla del “arma de Chejov”, pero sí que debe haber alguna razón para ignorarla más convincente que los cefalópodos carnívoros de otra dimensión no están al tanto de los problemas de la narratología.
“The Viewing”, el capítulo escrito y dirigido por Panos Cosmatos (Mandy), tiene una deficiencia similar, con una crucial diferencia a favor del episodio: el centro de gravedad no son aquí los enigmas de la historia -que es prácticamente inexistente-, sino la extraordinaria estética del realizador, que parece provenir de un futuro imaginado desde 1982 por un híbrido de John Carpenter y Darío Argento. Las reglas de este mundo provienen del cine fantástico estrenado directo en VHS. Con el tecno-pop acerado de Oneohtrix Point Never en la banda sonora, que recuerda deliberadamente los sintetizadores pulsátiles de Carpenter, esta fantasía hiperestilizada revive a Peter Weller (Robocop, Buckaroo Banzai) en el rol de un billonario que invita a un grupo de notables -una astrofísica, un novelista, un productor musical, un psíquico y la médica personal de Gadafi (?)- a realizar una vigorosa ingesta de “cocaína espacial” antes de contemplar un meteorito. Lo que sigue puede ser descripto como una versión lisérgica de La mancha voraz. Si la Academia de Hollywood incorporara el Oscar al mejor demonio anaranjado del año, este capítulo lo tiene asegurado.
El realizador David Prior (autor de la excelente e ignorada The Empty Man) firma “The Autopsy”, otro de los episodios más logrados y -la excepción a la regla- de construcción sólida: aquí cada elemento puesto en juego encuentra su lugar. F. Murray Abraham encarna a un patólogo forense que examina los cadáveres de las víctimas de la explosión de una mina para descubrir entre ellos a un ser de una crueldad inaudita. Vicenzo Natali (El cubo) dirige la comedia negra “Graveyard Rats”, adaptada previamente al cine y en esta versión impulsada por el florido monólogo autocompasivo del protagonista: un ladrón de tumbas que no para de lamentarse por su mala suerte. Jennifer Kent (The Babadook) se hace cargo del episodio más dispar en este contexto de monstruos tentaculares y viscosos: mientras que los demás ponen el volumen a 11, ésta es una tenue, pausada y jamesiana historia de fantasmas protagonizada por dos ornitólogos que vienen de sufrir una tragedia familiar.
Los episodios restantes son los más fallidos: tratan sobre una taxidermista que se obsesiona por un tratamiento de belleza que cobra vida (presentado con grotesco e ironía en partes iguales por Ana Lily Amirpour), un pintor cuyos cuadros hacen perder la razón a quien los contemple (el primer afectado debe haber sido el actor Crispin Glover, a juzgar por su insólita interpretación) y, finalmente, un joven que logra rescatar a su hermana muerta del “otro lado” a un altísimo costo.
Del Toro seleccionó a algunos de los realizadores más celebrados del llamado art horror para su serie y puso los recursos de Netflix a sus pies. El resultado es inevitablemente desparejo, una generalidad que se da en casi toda obra en episodios. La particularidad de esta, sin embargo, también se puede extender a otras antologías recientes como Love, Death and Robots porque quizás sea un signo de los tiempos. Acaso la “era dorada” de las series nos acostumbró a que un relato televisivo deba durar diez, veinte o cincuenta horas y, más allá de virtudes estéticas o técnicas, el difícil arte ya no de presentar sino de cerrar una narración cautivante en 48 minutos o menos es algo que se perdió en el pasado.