Cómo Gina Lollobrigida pisoteó el capricho machista de un poderoso en Hollywood
Gina Lollobrigida ya es leyenda del cine. La estrella italiana, más conocida como ‘Lollo’, fue uno de los sex-symbols más arrolladores del séptimo arte. Una mujer que dejó huella con su belleza pero también tenacidad, talento y compromiso en su labor como artista. Esta actriz, a la que alguna vez llamaron “la más hermosa del mundo”, falleció a los 95 años tras una larga vida repleta de anécdotas. Y una de ellas nos sirve para recordarla como la mujer decidida que fue, por encima de cualquier etiqueta de sex-symbol. Porque Gina encontró su lugar por derecho propio, convirtiéndose en estrella internacional pero sin pisar suelo hollywoodense. Y todo por culpa del capricho de un magnate del cine que intentó poseerla a toda costa.
Ese magnate fue Howard Hughes. Sí, aquel empresario, aviador, productor e ingeniero que además de haber sido de las personas más ricas del planeta y un innovador en muchos sentidos, también fue un excéntrico que sufría de un desorden obsesivo-compulsivo. Fue extremadamente influyente en la industria del cine, siendo el dueño de uno de los grandes estudios de los años 40s y 50s, el RKO Pictures, y responsable de catapultar al estrellato a los artistas que favorecía de manera personal, como Jane Russell. Y su capricho no vio límites el día que vio a Gina Lollobrigida por primera vez en una revista y en bikini.
En ese momento, Gina recién estaba escalando peldaños hacia el estrellato en la industria local. Nacida el 4 de julio de 1927 en Subiaco, a las afueras de Roma y siendo la segunda de cuatro hermanas, fue descubierta por un cazatalentos cuando era estudiante de dibujo y escultura en la capital italiana. Le sugirieron que se acercara a los famosos estudios Cinecittà, donde le ofrecieron 1000 liras para interpretar a un personaje. Pero ella se negó y pidió un millón de liras, creyendo que así la dejarían tranquila. Pero, para su sorpresa, aceptaron. Y así fue desarrollando una carrera inesperada de papeles pequeños pero constantes. Una fluidez que aumentó después de quedar tercera en el concurso de Miss Italia en 1947. En ese momento tan solo tenía 20 años.
A pesar de su juventud y con las puertas del negocio abiertas de par en par, Gina decidió casarse muy joven, a los 22, con un médico yugoslavo llamado Milko Škofič. Sin embargo, fue recién hace unos años que explicó los motivos encubiertos detrás de su boda. En 2017 reveló que había sido víctima de abuso sexual en dos ocasiones. Y un año más tarde dio más detalles, explicando que un jugador de fútbol de la Lazio la había drogado y violado cuando todavía era virgen.
“No lo demandé porque, en aquel entonces, era inútil. Ahora está muerto”, dijo (Corriere della Sera.) A su vez, según explica el famoso (y magnífico) podcast sobre historias hollywoodenses de la autora Karina Longworth (y esposa de Rian Johnson), You must remember this, Gina habría explicado que casarse con el médico era su mejor alternativa al estar sumida en el trauma provocado por los abusos. Pero entonces, al poco tiempo de casarse, tuvo que lidiar con Howard Hughes y su capricho machista.
Después de quedarse estupefacto y embelesado tras ver a una Lollo de 23 años en bikini, Howard Hughes envió a alguien para que la buscara en Roma y la llevara a Los Angeles con la oferta de hacerle una prueba de cámara. En principio le habían prometido pasajes para ella y su marido, que además era su manager, pero, poco antes de partir, se encontraron con la sorpresa de que solo había uno disponible: el de ella. Su esposo no podía acompañarla y a pesar del engaño evidente, Milko la animó a que fuera y no desperdiciara la oportunidad de ver qué tenía Hollywood para ofrecerle. Pero evidentemente no sabían que iba directamente a la boca del lobo.
Y allí se fue. Sin saber inglés, sola y con un pasado reciente como víctima de abusos. Sin embargo, la sorpresa se la llevó ni bien pisó suelo estadounidense porque, según contó ella misma a Variety, había abogados especializados en divorcio esperándola en el aeropuerto. Un primer indicio de lo que tramaba Howard Hughes. La instalaron en una lujosa suite del hotel Town House y, según el podcast mencionado, estaba encerrada bajo estrictas órdenes de Howard Hughes, con guardias de seguridad afuera de su puerta y sin permiso para salir a menos que el productor la acompañara. Es más, se dice que Hugues hasta había solicitado al hotel que bloquearan todas las llamadas de su habitación.
“Había una mansión a mi disposición, pero no me atreví a ir porque habría estado sola [con él] y no confiaba mucho…”, contó a Variety. Y así pasaron dos meses y medio. Imaginen la situación. Sola, en una era sin redes sociales ni contacto inmediato con el mundo exterior, aislada, con el trauma del pasado a flor de piel y con la única compañía diaria de ese hombre caprichoso como alivio social pasajero.
Además, ella tenía 23, él 44, e intentaba seducirla constantemente a pesar de los rechazos. Finalmente, y según cuenta You must remember this, Hughes la pasó a buscar un día diciéndole que iba a llevarla a una reunión de negocios sin decirle que iban a tomar un avión a Las Vegas. ¿Para qué era la 'reunión de negocios'? Para preguntarle cuándo iba a dejar a su esposo ofreciéndole una “carrera brillante, millones, pieles, joyas y todo lo que deseara” a cambio. Acorralada, lejos y en una ciudad desconocida, Gina se plantó, lo rechazó y demandó que le hiciera la bendita prueba de cámara de una vez por todas. Hughes cedió pero la escena que le dio era la de un divorcio. No dejaba de insistir.
Al final de la “estadía” -por llamarla de algún modo- Hugues no tuvo más remedio que dejarla ir pero, antes, le presentó un contrato en inglés. Recordemos que ella no hablaba el idioma. Había aprendido unas palabras pero digamos que no tenía fluidez suficiente como para leer y firmar un contrato con toda la claridad del mundo. Ingenuamente lo firmó y se fue a dormir sin saber que había firmado un pacto que bloquearía cualquier intento de triunfar en suelo estadounidense.
Gina volvió a Roma y su carrera de disparó, convirtiéndose en una figura demandada por Hollywood. Más de un productor quiso aprovechar su belleza y éxito, pero el contrato que había firmado con Hughes la había bloqueado. Básicamente porque las cláusulas favorecían al magnate, blindándola como si fuera de su propiedad, haciendo que fuera carísimo para otros productores pagar la licencia y contar con Lollo en sus proyectos. Y ella, por su parte, se negaba a trabajar con Hughes. Y no me extraña. Es más, durante la siguiente década, no dejó de intentar conquistarla. “¡No se daba por vencido! Enviaba a todos sus abogados a verme. Hasta jugaban al tenis con mi marido”, contó a Vanity Fair.
Pero Gina no dejó que las puertas cerradas por ese contrato no la dejaran crecer. Cintas europeas como la francesa Fanfan la Tulipe (1952) y la italiana Pan, amor y fantasía (1953) demostraron que podía buscarse la vida sin necesidad de Hollywood logrando que, al final, fuera la propia industria estadounidense la que pasara a Howard Hughes y su capricho machista completamente por encima. Porque en este caso, evidentemente, no se trataba de un productor que había encontrado a su musa y quería ayudarla a saltar al estrellato. Sino de un hombre encaprichado con ella, a pesar de los rechazos, que velaba más por su deseo de conquistarla que ayudarla a conseguir oportunidades profesionales.
De esta manera, como contar con Gina en EE.UU. no era una opción, las producciones fueron a donde estaba ella. Y así llegó su primera película de habla inglesa, La burla del diablo (1953) de John Huston junto a Humphrey Bogart. Al ser una producción británica rodada en Italia, Hughes no pudo hacer nada.
De todos modos, el rodaje fue un desastre. Al comenzar la filmación no había guion sino que Truman Capote lo iba escribiendo en el momento. You must remember this cuenta que Bogart y el director se la pasaban de fiesta y que Gina no quería saber nada de sus líos, por lo que ambos la apodaron “Frigidaire” (quiero pensar que en relación a la vieja fábrica de heladeras estadounidense). La película no fue bien recibida por la crítica pero entre su estreno y el de Pan, amor y fantasía en EE.UU. había nacido una sex symbol en la industria americana.
Mientras tanto, y a pesar de haber vendido RKO Pictures en 1955, Howard Hughes mantuvo el contrato de Gina bajo su mandato y no pudo trabajar en producciones estadounidenses en suelo americano hasta 1959. Durante ese tiempo, a pesar de las amenazas de Hughes con demandar a todo Dios por usar a su estrella, Gina siguió con su carrera sin dejar que ese magnate caprichoso se apoderara de ella. La mujer más guapa del mundo (1955), Trapecio (1956) o El jorobado de Notre-Dame (1956) dando vida a Esmeralda con una escena de baile memorable junto a Anthony Quinn como Quiasimodo, fueron algunos de sus grandes clásicos.
Al final, nadie frenó lo que ella quiso hacer con su carrera. Howard Hughes murió en 1976 pero Gina ya se había alejado del cine, optando por decisión propia labrarse una carrera secundaria en el periodismo fotográfico. Incluso llegó a entrevistar a Fidel Castro en 1973. Regresó a la pantalla en varias ocasiones, tanto en cine como en televisión, y hasta probó suerte como política a los 72 años en 1999 postulándose para el Parlamento Europeo. Aunque no ganó.
Ni Howard Hughes ni su capricho se salieron con la suya, y mientras el mundo la sexualizaba a consecuencia de una época que seguía elevando a las mujeres voluptuosas como ella a meros objetos cinematográficos, Gina hizo de su carrera lo que le dio la gana.
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