Me encanta Cate Blanchett pero su último discurso destila la arrogancia de alguien que tocó el techo de Hollywood

LOS ANGELES, CALIFORNIA - JANUARY 15: Cate Blanchett accepts the Best Actress award for
LOS ÁNGELES, CALIFORNIA - 15 DE ENERO: Cate Blanchett acepta el premio a la Mejor Actriz por "Tár" en el escenario durante la 28.ª edición de los premios Annual Critics Choice Awards en Fairmont Century Plaza el 15 de enero de 2023 en Los Ángeles, California. (Foto de Kevin Winter/Getty Images para Critics Choice Association)

Cate Blanchett es una de las favoritas a ganar el Oscar en la próxima ceremonia. Ella y Michelle Yeoh. Y no es para menos. Su trabajo en Tár es exquisitamente electrizante, interpretando a una compositora reconocida que, a días de grabar la sinfonía que la encumbrará para siempre, es acusada de comportamiento inapropiado con estudiantes femeninas. Si lo consigue sería la octava nominación de su carrera, y si lo gana, sería su tercera estatuilla dorada. Reconozco que me encanta Cate Blanchett. Desde que me enamoró en Elizabeth en 1999 -cuando yo no había ni entrado en mi segunda década de vida- no me perdí ni una de sus películas. Siempre me pareció una actriz arrolladora con la capacidad de elevar cualquier personaje cinematográfico a una especie de plano astral irresistible e inalcanzable. Sin embargo, su último discurso me transmitió una sensación extraña. Porque, habiendo seguido su carrera, vi a una actriz que pecaba de la arrogancia de alguien que tocó el techo de Hollywood.

La actriz australiana lleva meses recibiendo el aplauso de la crítica por su trabajo en Tár mientras la temporada de premios no se cansa de celebrarla. El último reconocimiento lo vivió en la noche del domingo en los Critics Choice Awards, los galardones que entrega la Asociación de Críticos, y que desde la debacle de los Globos de Oro están ganando el título de ser la nueva antesala de los premios Oscar. Es decir, ganar el Critics Choice ahora tiene un nivel de prestigio superior al de otros años. Y Blanchett, que se define como feminista (India Times) y lleva muchos años haciendo la importante labor de abogar por la igualdad de género en la industria del cine, repitió su misión al recibir el premio a la Mejor Actriz con un discurso apasionado. Pero fallido.

Comenzó sus palabras con una broma, diciendo que se trataba del segundo premio que recibía en la noche porque Julia Roberts le había entregado un enjuague bucal. “Así que gracias, Julia. Este en un triste segundón” añadía, como rebajando el premio de los Critics Choice en el chiste. Y entonces continuó con su alegato feminista de pedir igualdad en todos los planos, pero, a costa de la temporada de premios que tanto la encumbró en su carrera.

Esto de Mejor Actriz, quiero decir, es extremadamente arbitrario considerando cuántas actuaciones extraordinarias de mujeres hay y no solo en esta sala. No puedo creer que esté aquí arriba. Esto es ridículo...” añadía. “Me encantaría que cambiáramos toda esta maldita estructura. ¿Qué es esto? Es una pirámide patriarcal donde alguien se sube aquí [el escenario]. ¿Por qué no decimos que hubo toda una serie de actuaciones femeninas que están en concierto y en diálogo entre sí?” Y mientras yo me preguntaba desde casa… pero, ¿no ganó el Oscar dos veces y estuvo nominada otras cinco y siempre asistió a cada ceremonia? ¿No formó parte, ella misma, de todo este circo de glamur hollywoodense que premia a la mejor del año desde los inicios de su carrera internacional?

Blanchett culminó su discurso pidiendo que dejara de televisarse la temporada de premios como si fuera “una carrera de caballos” porque “cada mujer, ya sea en televisión, cine, publicidad o comerciales de tampones, lo que sea, están todas haciendo un trabajo magnífico que me inspira continuamente”.

Veamos. Me parece estupendo que Cate quiera aplaudir a otras actrices en su industria, desde compañeras consagradas como ella a quienes pasan toda una vida buscando pequeñas oportunidades. Es más, ya lo hizo en otros discursos.

Por ejemplo, cuando ganó su segundo Oscar por Blue Jasmine, definió el premio como un honor “bizarro y subjetivo”, pero sobre todo dedicó palabras individuales a cada una de las nominadas que competían con ella aquel año, elevando el trabajo de cada una a la categoría de ganadoras a su lado. Mientras, a su vez, dejaba un alegato feminista a favor de la igualdad, años antes del #MeToo, que señalaba directamente a “aquellos en la industria que todavía tontamente se aferran a la idea de que películas con mujeres protagonistas son experiencias niche. No lo son, la audiencia quiere verlas y, en realidad, ganan dinero. Gente, el mundo es redondo”.

Sin embargo, que ahora Cate Blanchett califique las celebraciones hollywoodenses que eligen a la mejor actriz, actor, director, etc. como algo “arbitrario” cuando ella lleva participando en ellas desde sus orígenes se antoja un tanto hipócrita. Porque que diga que le gustaría que se cambiara la estructura, esa que vota y elije a una ganadora sobre el resto, me habla de una actriz que lo vivió, lo consiguió, llegó a la cima de Hollywood y, tal vez, ya no necesita vivirlo de nuevo. Una actriz que tuvo ese privilegio con dos estatuillas doradas en su haber, algo con lo que sueñan miles de actrices desde que deciden dedicarse a esta profesión practicando discursos frente al espejo. Si se cambia la estructura y nos olvidamos de las premiaciones, como pide Cate, ¿qué pasa entonces con esas actrices anónimas a las que hace referencia, esas que hacen publicidades de tampones? ¿No soñarán con llegar donde llegó Cate? ¿Recibiendo premios o siendo nominadas como reconocimiento de sus esfuerzos? ¿No querrán, también, ganar un Oscar para vivir el empujón profesional que otorga?

Si Cate no quiere formar parte de la competencia, que no se preste. Pero así como los niños se apuntan a competiciones deportivas, de talento o científicas, los adultos lo hacen en casi todas las disciplinas. Desde el deporte al mundo de la publicidad, científicos, autores, arquitectos y un largo etcétera. Hay premios para todos. Y para actores también. Después de todo, ganar premios como el Oscar sirven como pedestal para elevar la carrera de un intérprete a un plano prestigioso que les permite ser más selectivos, subir su caché o entrar en el radar de cineastas. Ganar el Oscar, en teoría, siempre sirve. Y ella lo ganó dos veces. Y ahí estuvo formando parte de esta “estructura”.

Por eso, si a Cate no le parece bien que su industria protagonice una competencia anual de galas y premios constantes, que no participe. Pero definirlo como una pirámide patriarcal cuando hay categorías femeninas y masculinas, me parece un poco sacado de contexto. Una cosa es que no exista igualdad entre cineastas, directores de fotografía, editores, compositores, etc. con una evidente carencia de mujeres nominadas a lo largo de los años, y otra muy diferente es decir que premiar a alguien es patriarcal también. El solo hecho de nominar a cinco actrices en una categoría ya celebra ese “concierto” de grandes actuaciones anuales que “están en diálogo entre sí” como dice Blanchett.

Al final, la definición de competencia supone que debe haber un ganador. Es así como funciona. Si ella no quiere ganar o no se siente cómoda, que no vaya, que no acepte el premio, pero pedir que la estructura cambie justo ahora, cuando ella misma vivió la celebración de los Oscar, se vistió de gala para infinidad de premios que fueron al unísono con su salto al estrellato, destila la arrogancia de alguien que ya lo vivió. Y con un mensaje que, en su afán por la igualdad se olvida de que hay ciertas vivencias que otras actrices también quieren vivir. Como son los premios y el Oscar. Porque dudo que esas actrices que protagonizan comerciales de tampones, que esperan ansiosas su gran oportunidad en Hollywood, no quieran vivir la temporada de premios y todo lo que conlleva estar en la conversación de “lo mejor del año” alguna vez en sus vidas.

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