Gonzalo Demaría, director del Cervantes: la nueva programación, las alianzas con España y la estrategia para “abrir el Teatro a la ciudad”
En el quinto piso del Teatro Nacional Cervantes está el despacho de dirección de la única sala que depende del estado nacional. Allí, recibe a LA NACION el dramaturgo y director Gonzalo Demaría. El talentoso creador es el autor de las obras Rita, la salvaje y Happyland; como de la ópera rupturista Mambo místico, con Marilú Marini y dirección de Alfredo Arias. En su amplia paleta adaptó musicales de Broadway, director y autor de obras gestadas en el circuito alternativo, guionista de las series El maestro y Morir de amor, y director y guionista de la película Nene revancha. A lo largo del tiempo, tres textos suyos se estrenaron en dos de las tres salas del Cervantes. Asume este desafío acompañado por el gestor cultural Cristian Scotton, quien formó parte del equipo de la Bienal Arte Joven Buenos Aires como de los centros culturales 25 de Mayo y Recoleta. Es el mismo que creó junto a Monina Bonelli el festival de obras cortas Teatro Bombón, que tuvo diversas y mágicas versiones en lugares cerrados como en espacios urbanos.
Fue el empresario teatro Leonardo Cifelli y actual Secretario de Cultura quien convocó a Demaría para formar parte de ese movedizo organigrama que depende (¿por ahora?) de la ministra Sandra Pettovello. Desde el momento en que Cifelli hizo el anuncio en sus redes sociales hasta que sus respectivos nombramientos como director y vicedirector aparecieron en el Boletín Oficial pasaron 78 días. A más de cinco meses de aquello, abren la puerta del despacho. El Cervantes fue uno los pocos organismos culturales que en aquel proyecto de Ley Ómnibus, que luego tuvo tantas modificaciones, se salvó de los recortes anunciados para el Incaa o del peligro de la continuidad de instituciones como el Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro.
El histórico edificio ideado e inaugurado por la actriz española María Guerrero ahora depende de ellos dos. Entre otras cuestiones, deben resolver la gestión con el mismo presupuesto que estuvo vigente el año pasado. En criollo, inflación mediante, cuentan con menos dinero público.
— ¿Qué los llevó a aceptar dirigir la sala?
Gonzalo Demaría: — En lo personal, este teatro me dio mucho. Fui tres veces programado en esta sala. La primera fue cuando este teatro lo dirigía otro autor, el maestro Osvaldo Dragún. Aquella vez, temporada de 1987, presenté En la jabonería de Vieytes, que dirigieron Helena Tritek y Paco Giménez. Yo tendría unos 27 años… En 2019 fue el turno de Tarascones, con dirección de Ciro Zorzoli. Al revés que el caso anterior, ese espectáculo dio la vuelta al mundo aunque yo tenía la impresión de que era un texto muy porteño. Y tres años atrás me invitaron a escribir la obra del bicentenario de la sala, La comedia es peligrosa, que también dirigió Zorzoli. Cuando parecía que nada más me podía dar este teatro, llegó el ofrecimiento. Antes de no aceptar, lo pensé. Luego de la pandemia escribí un guion de cine que terminé dirigiendo, y eso fue una buen experiencia; salir del escritorio. Me permitió conectarme con un equipo técnico y estar lidiando con un montón de gente. Por eso cuando me llegó la oferta del Cervantes lo tomé como otra posibilidad de salir del escritorio y devolver a este teatro, aunque suene un tanto lírico, algo de lo que me había dado.
—¿Quién te convocó?
G.D.: —Leonardo Cifelli.
— ¿Qué vinculo tenías con él?
G.D.: — Ninguno, lo conocía apenas de cenas en Edelweiss que hacía Enrique Pinti, quien prologó mi libro sobre la revista. Ahí me lo crucé, pero fue un conocimiento muy superficial. Cuando me llamó, me quedé mudo. Luego de pensarlo nos encontramos en un café y charlamos.
— ¿Y en tu caso?
Cristian Scotton: — Conocía a Leo Cifelli porque fue jefe de gabinete cuando Ángel Mahler era el ministro de Cultura de la ciudad y yo estaba trabajando en el Centro Cultural 25 de Mayo y en Recoleta. En mi caso, me llamó Gonzalo porque nos conocimos en la Bienal de Arte Joven, de la cual él fue jurado porque yo lo había convocado. Lo tomé como un gran desafío. Obvio que me generó contradicciones y temores por la dimensión y el tamaño de una estructura como esta.
— ¿Y contradicciones ideológicas?
C.S.: — Algunas, pero yo he trabajado con todos los gobiernos, sea en la Ciudad como en la provincia de Buenos Aires . Para mí siempre es importante ocupar los lugares. Luego, en todo caso, uno tiene sus límites ideológicos, morales y hasta físicos. De todos modos aclaro que el diálogo con Leonardo siempre fue honesto y claro y que, hasta el momento, no nos hemos topado con una situación que nos haya hecho sentir incómodos.
G.D.: — Lo concreto es que desde el 12 de diciembre entramos a laburar acá como perros.
— A fin de diciembre ante las medidas impulsadas por el gobierno de Javier Milei buena parte de la comunidad artística se movilizó expresando su rechazo y descontento.
G.D.: — Nosotros tuvimos mucho apoyo de la comunidad artística, es algo que sentí personalmente. No me pasó que nadie me puteara como le sucedió a Osvaldo Dragún cuando aceptó dirigir el Cervantes en tiempos de la presidencia de Carlos Menem. Y recordemos que a Dragún no se lo podía tildar de colaboracionista. ¿Qué pretendían, que nombraran a quién? No es el mismo caso porque yo no soy Dragún pero, como dijo Cristian, los espacios hay que ocuparlos y acá tenemos una obra por hacer.
C. S.:- Agrego otra cuestión: tanto por parte de la comunidad teatral como por los trabajadores del Cervantes valoraban que quienes estemos a cargo de la dirección seamos personas de la actividad escénica. La gestión pública requiere vocación de servicio, ponerle mucho cuerpo; es un desafío constante trabajar con una estructura administrativa de esta dimensión como para mantener al teatro vivo y abierto al público, que es una de las misiones que tenemos.
— A casi nueve meses de haber asumido, recién ahora reciben a la prensa. ¿No es un tanto contradictorio con esa apertura a la comunidad?
G.D.: — Era un momento delicado y, en lo personal, las notas me incomodan, algo que asumo como problema personal. Nadie me prohibió hablar, eso lo aseguro . Por otra parte, hasta que no descubriéramos qué era todo esto, ¿de qué podía hablar?
C. S.: — La comunicación con la comunidad no es necesariamente a partir de la prensa. En este tiempo estuvimos reunidos con muchos referentes y con los equipos de trabajadores de la sala.
G.D.: — Y hay cosas que estamos descubriendo en la marcha. Nuestro plan se basa en dos ejes: ordenar y posicionar al Cervantes. El teatro estaba muy desordenado mas allá de que el personal verdaderamente quiera al lugar. Esto viene desde hace años… Por suerte para la transición, yo tengo una relación personal con Jorge Dubatti, el exvicedirector de la sala, y él fue muy colaborativo.
— El plan de acción incluye otro verbo: posicionar, ¿a qué se refieren?
C.S.: — En España, que por la historia del Cervantes el vínculo debería ser troncal, conocen más al Teatro San Martín. Fui en marzo a Madrid, yo cubrí el gasto, para tratar de recuperar el vínculo con las salas públicas españolas. Pero hay que reconocer que la falta de posicionamiento del Cervantes no solo es puertas afuera. En la misma ciudad de Buenos Aires hay gente que no sabe de su existencia. Mucho más en el resto del país.
—Hablan de entablar un vínculo con los teatros públicos de España, ¿cómo se hace realidad eso en medio de la tensión existente entre el gobierno hispano y el argentino?
G.D.: — Por medio del arte, con una propuesta que permita articular a distintos artistas.
C.S.: — Hemos mantenido el diálogo con organismos españoles todo el tiempo. Hicimos un ciclo de formación con el Centro Cultural España y estamos trabajando con ellos para un proyecto grande del año próximo. Hasta el momento, la tensión entre los dos gobiernos no interfirió.
— La vinculación del Cervantes con España la evidencia su misma arquitectura.
G.D.: — Y se llama Cervantes, no Martín Fierro. Eso no implica hacer obras españolas acá. Nuestro interés, y lo dice un autor, es impulsar nuestra dramaturgia. A eso le vamos a dedicar el gran porcentaje de nuestra programación.
C. S.: — Y lo de posicionarnos no solo tiene que ver con cantidad de espectadores . El Cervantes tiene su público propio, el desafío es hacer crecer a ese comunidad y lograr que tenga una mayor proyección nacional e internacional.
G.D.: — Hasta el momento estamos trabajando con lo programado por la gestión anterior. Como en abril tuvimos un hueco presentamos Chin Yonk ataca de nuevo, con música del compositor afroargentino Zenón Rolón. Contra lo previsto, fue una fiesta con mucha gente joven en la sala.
— También lo fueron Obra del demonio, coreografía de Diana Szeinblum; o Los nacimientos, de Marco Canale; que hicieron temporadas extensas y que fueron dos montajes muy por fuera de la tradición curatorial de la sala.
C.S.: — Tal cual. Es que en Buenos Aires hay muchos tipos de teatro y de calidad. Siempre respetando nuestra curaduría e interesantes me parece interesante darle lugar a todos, que no haya géneros vedados.
— La danza contemporánea estuvo vedada hasta que el Cervantes produjo Obra del demonio. En el Teatro que imaginan, ¿habrá lugar por ese tipo de propuestas?
GD: — Absolutamente, acá mismo nos hemos reunido activamente con creadores de todo tipo que hemos convocado para proponer alguna idea. Se quedan maravillados cuando los recibimos, aparentemente no era lo usual.
— ¿Y se reunieron con los representantes de los dos gremios, ATE y UPCN?
G.D.: — Por supuesto, de otro modo no sería posible. La comunicación es muy fluida con ambos y eso organizó mejor el panorama. Nos sentimos apoyados por la comunidad teatral, a la cual pertenecemos, como por el personal, que nos recibió muy bien.
— Tenemos un presidente que ya ha ido en dos oportunidades al Teatro Colón y ha ido al CCK. ¿En algún momento percibieron interés suyo por ver algo de lo que se está presentando acá, sea Juego del tiempo, de Margarita Bali; o Polvareda en los ojo’, que dirige Ana Lucia Rodríguez?
G.D.: — No oficialmente.
— Juan Carlos Gené, cuando asumió hace muchos años la dirección del Teatro San Martín; y luego Alejandro Tantanian, quien fue director de esta misma sala, anunciaron que iban a presentar obras suyas y así fue. ¿Es tu caso?
G.D.: -No, no quiero. Eso sucede en otros teatros públicos europeos y no está mal visto, pero a mí me da pudor hacerlo por mis colegas. Yo ya estrené tres obras acá…
—Cristian, pasaste de Teatro Bombón, en festival de obras de breves que tuvo varias versiones. Buena parte de lo programado allí era de neto corte experimental. Ahora, estás ocupando un lugar central en una sala que, ya por su arquitectura, genera cierta distancia. Ni hay un espacio como un bar para conectarlo más con el que pasa por la esquina.
C.S.: — Aún en un edificio como este hay espacio para lo experimental y lo comunitario.
G.D.: — La falta de un bar es una preocupación que tenemos porque sería un espacio de encuentro, de distensión. En el origen hubo uno en donde está la sala Orestes Caviglia. Me queda claro que necesitamos abrir el Teatro a la ciudad.
— ¿Están en condiciones de anunciar algo de la programación para la próxima temporada?
G.D.: — Podemos hablar en términos generales. Queremos para la gran sala que, si un espectáculo va bien de público, no tenga que bajar a los dos meses para que se pueda estrenar el otro previsto. Nos gustaría que para esa sala, que demanda grandes producciones, las obras tengan más tiempo en cartel.
— ¿Eso es también por una cuestión presupuestaria?
G.D.: — También, lógicamente. Tiene su contracara: que un espectáculo no funcione y esté más tiempo en la cartelera; pero la falta de espectadores es rara en el Cervantes. Para el año próximo queremos programar una obra que ponga en valor nuestro patrimonio intangible de autores y compositores locales; y estamos trabajando en un espectáculo contemporáneo en el que podamos invitar a un artista español a unirse a un elenco local para que, luego, podamos llevarlo a España.