La importancia de escuchar nuestras emociones: una clave para hacerlo

undefined
undefined

Cuando era niño y tenía fiebre, mi madre se rehusaba a medicarme de inmediato. Para mí era una tortura. 

¿Cómo era que pudiendo elegir hacerme sentir mejor con una pastilla optaba más bien por dejarme en cama y monitorear que no subiera demasiado mi temperatura?

Un día me lo explicó: “la fiebre se siente así porque es tu cuerpo luchando contra una infección. Si yo te la bajo de golpe, tu cuerpo se queda sin aprender a defenderse y tú te quedas sin aprender a escucharlo”. 

Te interesa: Quiero ir a terapia, y ahora, ¿qué sigue?

Algo similar ocurre con otros procesos del cuerpo, muchos de ellos, igual de desagradables. Por ejemplo, el vómito. 

Vomitar, como la fiebre, es una respuesta de defensa: el organismo detecta que algo lo podría estar intoxicando y se apresura a expulsarlo. 

Hay tener cuidado con no deshidratarnos —igual que debemos vigilar que nuestra temperatura no suba demasiado—, pero si no dejamos que el cuerpo actúe de forma natural, corremos el riesgo de perjudicarlo.

La fiebre y el vómito no son agradables, pero son respuestas extremadamente funcionales.

Y cuando decidimos escucharlas, podemos adquirir información valiosísima sobre aquello que nos está haciendo daño.  

Lee: Los mitos médicos que aún crees y que deberías olvidar YA

Y esto, ¿qué tiene que ver con las emociones?

Algunas emociones funcionan de forma similar.

Cuando sentimos una emoción desagradable solemos hacer todo por eliminarla y olvidamos completamente que esa respuesta del cuerpo nos está indicando algo importante sobre el estado de nuestras vidas. 

La ansiedad nos indica que existe algo en nuestra vida que percibimos como una amenaza y que debemos atenderla. 

La tristeza nos habla de un dolor no resuelto y de la necesidad de buscar consuelo. 

El enojo nos avisa de algo que hemos percibido como una injusticia o una ofensa. Y esto solo por mencionar algunos ejemplos.

Y sin embargo, no es raro que en vez de tomarnos un tiempo para escuchar nuestras emociones y rastrear aquellas situaciones que las producen, más bien, solemos actuar impulsivamente con el fin de callarlas. 

Checa: ¿Dónde encontrar buenas terapias a precios accesibles?

En vez de escuchar la ansiedad para atenderla buscamos distraernos, ignorando por completo la situación que la alimenta y engrandece. 

En lugar de escuchar la tristeza para consolarla, la adormecemos y buscamos cualquier estímulo abrupto que nos saque temporalmente de ella, logrando anestesiarla solo por un rato. 

En vez de escuchar el enojo para dimensionarlo o canalizarlo, lo alimentamos con más enojo y nos arriesgamos a dejar que explote en un acto de violencia injustificada hacia alguien más o hacia nosotros mismos —algo tan peligroso que hasta Freud decía que la depresión era enojo dirigido hacia adentro—. 

Lee: Cómo superar una infidelidad: la clave está en repensarla

Escuchar-te

Es común que mis pacientes con depresión comiencen a ir a terapia hasta que la enfermedad tuvo un costo grave: despidos, ruptura amorosa, intento de suicidio, pérdida general de las ganas de vivir. 

Cuando les pregunto por sus síntomas, en ocasiones no pueden ni siquiera reconocerlos del todo. 

Conforme avanza el proceso terapéutico los van reconociendo y se dan cuenta que llevaban meses sintiéndose tristes, abrumados, estresados, enojados, ansiosos. 

Esto te interesa: ¿Terapias con superhéroes, videojuegos y series? Conoce la psicología pop

La falta de escucha y vivencia de estas emociones terminó convirtiéndose en un factor clave para que desarrollaran una enfermedad mental y parte esencial de la psicoterapia es que aprendan a atenderlas a tiempo, a reconocer lo que les dicen

Por cosas como estas creo que si genuinamente buscáramos entender lo que nuestras emociones nos dicen, nuestra salud mental mejoraría muchísimo. 

Checa este video:

¿Qué pasaría si escucháramos a las emociones como escuchamos a los síntomas? 

Preguntas clave para uno mismo

Del mismo modo en que cuando sentimos náuseas nos cuestionamos “¿qué comí que pudo haberme provocado esto?”, cuando sentimos una emoción desagradable habríamos de preguntarnos “¿qué está ocurriendo en mi vida que me produjo esta sensación?”

Escuchar a nuestra ansiedad nos podría indicar el momento en que es necesario cambiar de trabajo, cortar una relación, tomar un descanso, enfrentar un miedo. 

Escuchar a la tristeza nos ayudaría a saber cuál es el momento de pedir ayuda, de buscar consuelo, de retirarnos unos segundos de las angustias del mundo para guardarnos en un refugio. 

Permitirnos oír el enojo nos indicaría cuando una situación injusta debe resolverse, cuando un derecho nuestro se está violando, cuando estamos percibiendo una amenaza que debe ser atendida. 

Esta escucha no significa que se deba de validar de inmediato aquello que nos diga la emoción. 

Podríamos enojarnos por algo que consideramos una ofensa pero que no lo fue o podríamos sentir una tristeza desbordada por algo que quizás no es tan grave o podríamos sentirnos ansiosos por una amenaza que no existe. 

Asimismo, también tenemos que procurar que la ansiedad no se convierta en pánico, que la tristeza no se vuelva depresión, que el enojo no se transforme en ira desbordada. 

Pero justo de eso se trata: de escuchar antes de reaccionar. Escuchar las emociones se trata en buena medida de pensar: ¿por qué siento esto?

Nuestras emociones hablan —en ocasiones, hasta gritan— pero hay que aprender a escucharlas