Cuando Jane Fonda tocó fondo creyendo que no iba a vivir después de los 30
Jane Fonda es símbolo de tenacidad a los 85 años. No solo se mantiene activa, trabajando y captando todos los flashes con su belleza cada vez que pisa una alfombra roja, sino que sigue con el mismo ímpetu activista que tanto la caracterizó a lo largo de los años. Sin embargo, hubo una época en que esa pasión estuvo apagada por la infelicidad absoluta, sufriendo a escondidas una enfermedad que la hizo pensar que no llegaría a vivir más allá de los 30.
Y es que Jane Fonda no lo tuvo fácil para llegar tan lejos. Su madre, la socialité Frances Ford Seymour, se suicidó durante un tratamiento psiquiátrico en un hospital de Nueva York y cuando la actriz tenía 12 años. Una situación terrible y difícil de procesar para la pequeña Jane que tuvo que aceptar a una nueva madrastra apenas unos meses más tarde cuando su padre, el actor Henry Fonda, volvió a contraer matrimonio. Jane comenzó a interesarse en las artes escénicas cuando era adolescente. Estudió en París y, al volver, el legendario profesor de drama, Lee Strasberg, le dijo que tenía talento. Esa validez cambió su vida para siempre, catapultando su confianza y deseo para convertirse en actriz. Sin embargo, mientras comenzaba a escalar peldaños como intérprete a pasos agigantados, vivía una pesadilla en secreto.
“En mis 20s había empezado a ser actriz de cine. Pero sufría una muy, muy mala, bulimia. Llevaba una vida secreta” compartió recientemente en un episodio del podcast Call Her Daddy (vía Page Six). “Era muy, muy infeliz. Asumí que no viviría después de los 30…”
“No salía. Casi no tenía citas porque era infeliz y sufría de este desorden alimenticio. Y, encima, estaba haciendo películas que no me gustaban mucho” añadió. Es decir, mientras cosechaba su primer Globo de Oro en 1962 por Tall story, cautivaba a la crítica con Un domingo en Nueva York (1963), La tigresa del oeste (1965) y La jauría humana (1966) junto a Robert Redford y Marlon Brando, Jane Fonda batallaba una triste realidad a escondidas.
Asegura que sus hábitos alimenticios le parecían “inocentes” al principio, pero el problema fue escalando poco a poco hasta que se “apoderó” de cada aspecto de su vida. “Daña la forma en que te ves. Terminas luciendo cansado. Se vuelve imposible tener una relación auténtica cuando lo haces en secreto. Tu día gira en torno a conseguir comida y luego comerla, lo que requiere que estés solo y que nadie sepa lo que estás haciendo”.
“Es algo muy solitario. Y eres adicto. Si pones algo de comida en ti, quieres deshacerte de ella”. Esta situación continuó durante muchos años, pasando por su transformación de sex symbol con Barbarella (1968), su primer Óscar en 1972 con Klute y una etapa de éxito en donde se dio el lujo de rechazar éxitos como El bebé de Rosemary y Bonnie y Clyde. Los 70s fueron, en muchos aspectos, la década de mayor reconocimiento de su carrera. Sin embargo, mientras entraba en los 40s, comenzó a sentirse “peor y peor” llegando a la conclusión de que “si sigo así, voy a morir”.
Se había casado por segunda vez, era madre de dos niños y, en ese momento, reconoció que tenía que enfrentar su problema y ponerle fin. “No sabía que había grupos a los que podías unirte. Yo no sabía nada de eso. ¡Nadie hablaba del tema! Ni siquiera sabía que había una palabra para eso”, explicó en el mismo podcast. “Fue realmente difícil. Pero el hecho es que cuanta más distancia puedas poner entre tú mismo y el último atracón, mejor será. Se vuelve más y más fácil”.
Jane reconoce que “gran parte de la culpa” de su problema era la ansiedad, explicando que recurrió a medicamentos como el antidepresivo Prozac y la meditación. “Gradualmente dejé de hacerlo” confiesa.
Sin embargo, esta no es la primera vez que Jane Fonda habla abiertamente de la enfermedad que minaba su vida a espaldas del éxito que estaba viviendo en Hollywood. En 2016 sugirió que su padre habría tenido mucho que ver en su problema de salud mental, asegurando que solía enviarle a su madrastra para que le dijera que tenía que perder peso o llevar polleras más largas. Así lo reveló en una nota publicada en Lenny (recogida por Page Six por entonces), añadiendo que desarrolló el desorden alimenticio al igual que lo hicieron algunas de sus madrastras.
“Una de mis madrastras me dijo todas las formas en que tendría que cambiar físicamente si quería un novio”, escribió. “Es difícil sentirse fuerte si odias tu cuerpo. Al igual que tres de las cinco esposas de mi padre, desarrollé un trastorno alimenticio (probablemente para llenar el vacío), y dado que era, al menos parcialmente, un yo falso que presenté al mundo, instintivamente elegí hombres que nunca lo notarían porque tenían sus propias adicciones y 'problemas'”, continuó.
Fue cuando decidió reconocer el problema y dar un vuelco a su vida que consiguió florecer a su manera. Durante este periodo anunció que solo haría películas que trataran de temas importantes, mientras ponía todos sus esfuerzos en el activismo político. Había comenzado en los años 60 protestando contra la Guerra de Vietnam, en favor de la soberanía aborigen en EE. UU., apoyó a los Panteras Negras, el activismo feminista, los derechos civiles, la lucha contra cambio climático y largo etcétera. En total fue arrestada una seis veces.
Y, como reconoce en una reciente entrevista con The Hollywood Reporter, su empoderamiento cambió gracias al activismo. “Veía a las mujeres como débiles” cuando tenía 30. “Desde una edad temprana siempre pensé ‘me tengo que atar a un hombre’”. Sin embargo, cuando se sumó a la campaña contra la Guerra de Vietnam, conoció a mujeres muy diferentes a sus amigas de la infancia. “Al abrirme al feminismo y a las amistades de las mujeres, me convertí en una persona mucho más saludable”, dice Fonda. “Me enseñó a no tener miedo a la vulnerabilidad, a no tener miedo a pedir ayuda, aunque es muy difícil para mí hacer eso”. Ella no lo dice pero todo este cambio vital, de pensamiento y acción, tuvo lugar al mismo tiempo que enfrentaba su problema alimenticio.
Después de someterse a un tratamiento de quimioterapia para enfrentarse a un cáncer de la sangre “muy tratable” a finales de 2022, la actriz aseguró a The Hollywood Reporter que la enfermedad está en remisión Y sigue mirando hacia delante. Tuvo que hacer ajustes debido a la edad, como usar el ascensor de su casa para evitar el cansancio que le producen las escaleras, pero ella continúa haciendo ejercicio con un entrenador, tal y como lleva haciendo desde hace décadas cuando se convirtió en la figura del entrenamiento en casa con el VHS más vendido del siglo XX. Pero en su vida profesional no hay signos de fatiga con tres películas que verán la luz en 2023 (la primera es la comedia deportiva 80 for Brady que acaba de estrenar en cines de su país). Ni en su mente tampoco, decidida a vivir el tiempo que le queda sin remordimientos.
“No tengo miedo de morir. Creo que estoy diciendo la verdad cuando digo eso”, dijo a THR. “Pero tengo mucho miedo de llegar al final con muchos remordimientos cuando es demasiado tarde para hacer algo. Y cuando te das cuenta de eso, instruye la forma en que vives desde ahora hasta el final”.
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