Joaquín Cordero, la leyenda del cine mexicano que murió de amor

Joaquín Cordero, un primer actor del cine y la televisión que no pudo con la tristeza por la muerte de su gran amor.  (Photo by Pablo Salazar/Clasos.com/LatinContent via Getty Images)
Joaquín Cordero, un primer actor del cine y la televisión que no pudo con la tristeza por la muerte de su gran amor. (Photo by Pablo Salazar/Clasos.com/LatinContent via Getty Images)

Dicen que nadie muere de amor. Y es verdad, como tal no ha sido declarado causa orgánica de muerte. Sin embargo, así como lo ha referido la literatura, es un detonante para acercarse lo más posible al acto de morir mediante la renuncia al deseo de vivir, lo que se manifiesta de distintas formas. Por ejemplo, sumergiéndose en la tristeza para olvidarse de uno mismo. Un caso que se aproxima a este escenario es el de Joaquín Cordero, una estrella del cine mexicano que no soportó la pérdida de su amada Alma Guzmán.

El destino del actor con su pareja estaba cantado. Tenían que conocerse tarde o temprano para construir una de las historias románticas más longevas del espectáculo. ¡Duraron 62 años casados! Lo único que pudo separarlos fue la muerte, esa figura retórica que pronunció el sacerdote que los casó sin saber que lo iban a materializar después de seis décadas juntos.

Y pensar que Joaquín Cordero pudo ser ese cura que uniera parejas en un altar.

Al cumplir la mayoría de edad en 1940 emigró a Estados Unidos para satisfacer a su madre, una mujer conservadora que le pidió hacer una carrera sacerdotal. Instalado en el seminario, se cruzó con obras literarias del teatro que le atrajeron. Esa aproximación al arte escénico desde las letras fue factor para replantearse su futuro como un hombre dedicado completamente a Dios.

Otro hallazgo en su vida fue el gusto por el estudio, en particular lo concerniente a la filosofía y la abogacía.

El acercamiento a una amplia educación propiciada por el seminario lo llevó a renunciar al uso de la sotana. Ofreció disculpas a su madre y retornó a México en 1944 para estudiar Derecho, profesión que no ejerció porque se le apareció en el camino la actuación, un oficio por el cual sintió una vocación especial desde sus primeros trabajos como extra y actor de reparto.

La atracción por las mujeres tampoco se hizo esperar. Siendo inexpertos en temas del corazón y todavía jóvenes, la actriz María Elena Marqués y él se relacionaron sin disfrutar el noviazgo, dándole prioridad al matrimonio inmediato. Ambos creyeron que estaban hechos el uno para el otro. La realidad les demostró que debían tomar rumbos distintos, por lo que se divorciaron en 1948 tras tres años de casados.

En ese mismo año, después de filmar Se la llevó El Remington (Chano Urueta, 1948), Cordero conoció a Alma Guzmán, hermana de la periodista Maxine Woodside. Se enamoró a primera vista. Al verla supo que era la pareja con quien quería pasar el resto de sus días. Quedó tan cautivado que puso manos a la obra para conquistarla, pero no fue fácil. Ella lo rechazó porque él tenía la fama de ser “coqueto” y “cariñoso” con algunas actrices, aparte de que venía saliendo de una relación.

Siendo un hombre apuesto, elegante, con porte y divorciado, Joaquín Cordero resultaba un tipo atractivo para sus coprotagonistas, fans y damas del ambiente artístico. No obstante, su interés por Alma lo llevó a poner barreras con otras mujeres para concentrarse en su propósito de conquista. Luego de casi dos años, Alma cedió y le dio una oportunidad, a lo que él juró no desaprovecharla nunca.

También le prometió boda pero con una condición: esperar a que él tuviera un papel estelar en el cine, pues era la forma más viable de tener dinero para costear los gastos de la ceremonia y la vida conyugal. No pasó mucho tiempo para que ese personaje llegara con Morete, el bondadoso boxeador de Las dos huerfanitas (Roberto Rodríguez, 1950). Entonces se casaron.

A partir de allí la carrera del actor fue al alza. El éxito y la fama aparecieron de manera intempestiva, una situación que pudo poner en riesgo la relación, pero Alma fue vital para que Joaquín se mantuviera sencillo y humilde. Su prolífico ascenso en el cine se combinó con teatro y televisión, lo que implicó pasar más tiempo fuera de casa y estar más ocupado, situación que no puso en riesgo la unión y el ámbito familiar con el nacimiento de sus tres hijos.

Pasaron las décadas y Joaquín Cordero se convirtió en una figura de la actuación, un primer actor. Instalado en la tercera edad, se le invitó a aparecer en telenovelas, propuestas que él aceptó porque estaba disgustado con el cine que comenzó a hacerse en México después del año 2000. Criticó que las historias se centraran en violencia, crimen y asesinatos.

Enfocado en la televisión con La madrastra (2005), Destilando amor (2007) y Fuego en la sangre (2008), un inimaginable duro golpe estaba por sacudir su existencia: la muerte de Alma Guzmán en julio de 2012. De todos los panoramas posibles para su vejez, Cordero nunca pensó que su amada podía partir antes que él. Su pérdida lo derrumbó en todos los sentidos.

Decidió instalarse en la Casa del Actor para vivir allí y ser atendido acorde a sus necesidades. En el fondo lo hizo para no mostrarse vulnerable ante su familia como consecuencia de la depresión que sufrió por perder a su gran amor. Durante las visitas hechas por sus hijos, ellos notaron que no estaba bien en el plano emocional, que estaba muriéndose en vida por la tristeza. Lo sacaron para llevarlo a su hogar, donde iba a permanecer arropado por sus seres queridos.

Pese al abrigo y cariño que recibió al enviudar, el actor no respondió al afecto recibido. No pudo hacerlo dada la carga de melancolía que habitó en su persona en los meses posteriores. Extrañaba mucho a su esposa. Empeoró de manera progresiva a tal grado que en febrero de 2013 alcanzó a Alma. El reporte médico indica que falleció de un paro cardíaco, pero su historia señala que murió de amor.

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