El lado oculto tras la supuesta felicidad del que fue “el niño más hermoso del mundo”

Dirk Bogarde, Luchino Visconti y el actor sueco Björn Andresen en una conferencia de prensa durante el Festival de Cine de Cannes en mayo de 1971 (Foto de Gilbert TOURTE/Gamma-Rapho vía Getty Images)
Dirk Bogarde, Luchino Visconti y el actor sueco Björn Andresen en una conferencia de prensa durante el Festival de Cine de Cannes en mayo de 1971 (Foto de Gilbert TOURTE/Gamma-Rapho vía Getty Images)

Más de medio siglo después de haber pasado a la historia como “el niño más hermoso del mundo”, muy pocos recuerdan el nombre de Björn Andrésen pero sí reconocen ese rostro adolescente convertido en objeto de deseo cinematográfico en 1971. Sin embargo, este actor y músico sueco pasó toda su vida renegando de un legado que todavía le persigue, y por haber alcanzado la fama solo por su cara bonita. Desde entonces, hace más de cincuenta años, Andrésen pasó toda su etapa adulta deseando ser invisible, que nadie notara su apariencia.

Con apenas 15 años, este actor nacido en Estocolmo se convirtió en objeto de deseo de una historia y de un director que no escatimó en recursos a la hora de ensalzar su rostro como ejemplo de belleza inmaculada. El italiano Luchino Visconti lo eligió personalmente de entre decenas de adolescentes -incluido Miguel Bosé, quien tuvo que desistir de su sueño ante la negativa de su padre (El País)- para interpretar a Tadzio, el joven que sin decir una palabra encandilaba y obsesionaba al protagonista, un compositor adulto que vivía una crisis existencial interpretado por Dirk Bogarde.

La película fue Muerte en Venecia, una adaptación de la novela corta de Thomas Mann donde el director de El gatopardo reflejaba la obsesión por la belleza idílica a través de planos centrados en engrandecer la imagen del joven intérprete. En su momento los planos causaron sensación mediática y lanzaron al estrellato al joven sueco, pero cinco décadas más tarde rozan el absurdo. Afortunadamente ahora somos más conscientes del peligro de la representación sexual juvenil en un universo adulto, y confieso que esas secuencias son de las que peor han envejecido con el paso del tiempo.

La cinta era una reflexión de la belleza perfecta e inalcanzable, sin embargo, ahondaba en un terreno pantanoso como es la obsesión pasional y sexual de un hombre adulto hacia un adolescente. Para mostrar esa obsesión de forma explícita, el director rozaba el tedio con planos lentos centrados en el rosto del joven Andrésen a quien el guion le exigía que jugara con la mirada y poses de Adonis para la cámara.

Para quien no la recuerde o no la haya visto, Muerte en Venecia contaba la crisis que vivía un compositor que viajaba hasta la ciudad del Lido para evadirse del stress y los problemas. Una vez allí, comenzaba a desarrollar una obsesión enfermiza con un joven de 14 años al que persigue, observa y acecha, pero con el que nunca cruza una palabra; mientras descubre al mismo tiempo el encubrimiento de un brote de cólera en la ciudad. El problema es que la película muestra esta obsesión de manera explícita como si el personaje de Björn fuera partícipe y provocador.

Sin embargo, la cinta no era más que la segunda experiencia cinematográfica de Björn, viviendo una situación que lo dejó traumatizado de por vida. Para él, Visconti rozó la explotación infantil. En el año 2003 dijo a The Guardian que se sintió “utilizado”, señalando que “el amor adulto por adolescentes es algo de lo que estoy en contra como principio. Quizás emocional e intelectualmente es algo que me perturba porque tengo cierta perspectiva interna”. Y es que más allá de convertirlo en objeto para la película, Björn recordaba cómo el director lo obligó a acompañarlo a un bar homosexual junto a él y parte del equipo, donde aseguró sentirse observado mientras atraía la atención de hombres mayores de edad. “Me miraban como si fuera un plato de carne”, recordaba. Pero su edad, falta de experiencia y compromiso profesional lo llevaron a no reaccionar. “Sabía que no podía reaccionar. Habría sido el suicidio social. Pero fue el primero de muchos encuentros”, contó por entonces.

Tiempo después, en otra entrevista para el mismo periódico británico en 2021, sentenció que al director “nunca le importaron” sus sentimientos, declarando alto y claro que la película “le arruinó la vida”.

Muerte en Venecia lo convirtió en la sensación del Festival de Cannes en 1970 -cuando el actor tenía 16 años- y meses más tarde en uno de los rostros más populares del séptimo arte gracias al éxito de taquilla. Dicho fenómeno expuso al joven Björn a la atención mediática, su rostro ilustraba revistas, circulaba por el mundo y debido a la naturaleza visual de la película, la prensa comenzó a poner en duda su condición sexual. Algo que él negó públicamente, y varias veces ante la insistencia mediática sobre algo tan personal. Es más, le llegaban todo tipo de ofertas que querían aprovechar su fama como el niño de la cara bonita. Pero las rechazó todas.

Ante la presión que estaba viviendo, Björn -que crecía con sus abuelos tras el suicidio de su madre cuando era un niño de 10 años- siguió los consejos de su abuela y se marchó a Japón donde la película había sido muy popular. Una vez allí, el éxito tocó a su puerta enseguida, grabando varios comerciales y dos canciones, mientras era perseguido por las calles como si fuera uno de los integrantes de los Beatles, según contó él mismo a The Guardian.

Su deseo era triunfar en el mundo de la música, pero al ver que no se consolidaba tuvo que seguir aceptando otros papeles en el cine aunque ninguno fue lo suficientemente notorio como para quitarle la etiqueta. “Lo peor de todo es que nadie presta atención a tus ambiciones, tus sueños o quién eres”, lamentó sobre su éxito. No era más que una cara bonita y a nadie le importaba nada más. Ni siquiera que fuera un músico con estudios que lo avalaban.

“Me sentía como un animal exótico en una jaula”, dijo hace un tiempo, pasando gran parte de su vida trabajando en recuperar el anonimato. Y en cierto modo, décadas más tarde, lo ha conseguido. A sus 68 años ya pocas personas lo reconocen y prueba de ello es que este hombre con esta impresionante historia es el anciano que vimos saltar del barranco en el gran éxito de terror, Midsommar. Ese que comete suicidio tras llegar a los 72 años y termina recibiendo un mazazo al no conseguir su propósito.

No puedo evitar imaginar lo difícil que habrá sido para él vivir toda su vida con este legado de “el chico más hermoso del mundo”. Y más todavía cuando huyó de aprovecharse de la etiqueta, sino que buscó vías de escape artísticas y profesionales que lo desligaran de ella. En realidad, es un pianista consumado pero este detalle casi nadie lo sabe. “Todo lo que haga estará asociado con esa película. Quiero decir, todavía estamos sentados aquí hablando de eso 50 años después”, decía a The Guardian en 2021.

¿Cómo se vive con esa carga, con las miradas, la curiosidad del público y la presión mediática? Viendo la película uno puede deducir que Visconti no se detuvo a pensar en las consecuencias que sus planos podían tener en la vida de este jovencito que recién empezaba su camino artístico. O no le importó… quien sabe.

Es cierto que retratar el despertar sexual de adolescentes es habitual en el cine, y si de eso se tratara la película entonces quizás no hubiera despertado tal curiosidad. Pero Muerte en Venecia insiste en crear un halo de belleza intocable sobre Björn, convirtiéndolo en un objeto de deseo puramente sexual que alcanza su culminación definitiva con un final fantasioso con orgasmo incluido.

Teniendo en cuenta que se trataba de la primera experiencia como actor del joven Björn, no resulta difícil imaginar lo abrumador que habrá sido para él. Un joven convertido de manera forzada en un icono de belleza y fantasía obsesiva, que pasó décadas sintiéndose observado por culpa de una película. Una sola película en donde ni siquiera era el protagonista. Y solo por ser una cara bonita.

Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.

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