Mara Wilson y la injusta condena por haber sido una niña adorable en Hollywood
Mara Wilson estaba viviendo el ascenso meteórico cuando perdió a su madre a los ocho años. Había triunfado con Papá por siempre y Milagro en la calle 34, coronándose como una de las estrellas infantiles más adorables y solicitadas de Hollywood cuando, a pocos meses del estreno de Matilda (1996), Suzie Wilson perdió la batalla contra el cáncer de mama a los 43 años.
La tragedia afectó por completo la vida de la pequeña actriz que, después de un par de películas, terminó abandonando la actuación en el año 2000. Porque justo cuando transitaba el difícil golpe del luto a tan corta edad, tuvo que vivir la pubertad bajo la presión más afilada del negocio, transformando su experiencia en una injusta condena.
“Me odiaba a mí misma” confesó Mara Willson en una entrevista concedida a The Guardian. “Si tienes mucha presión y mucho dinero, no sorprende que muchos de nosotros nos metamos en la bebida, las fiestas y las drogas” añadía al referirse a las estrellas infantiles. “Definitivamente tuve una racha autodestructiva, pero tomó una forma diferente. Para mí, fue mucho odiarme a mí misma y decir, eres una perdedora, eres un fracaso, eres fea”.
Mara Wilson había dejado una huella imborrable como la huérfana más adorable del cine, pero terminó transitando un camino de autodestrucción minado por la presión superficial que ha definido el éxito y fracaso de muchas actrices. Porque si bien estamos acostumbrados a conocer historias de actrices adultas que viven el ostracismo impuesto por el edadismo o el estereotipo de belleza eterna que rodea al negocio, que esta presión también la puedan vivir las estrellas infantiles resulta terrible.
Tenía seis años cuando provocó olas de ternura como la hija menor de Robin Williams en Papá por siempre (1993) y, en ese momento, su vida cambió. Había llegado a la actuación motivada por ver a su hermano participando en un comercial y, de repente, Hollywood tocaba a su puerta con una marea de ofertas. Algo similar a lo que vivieron otras estrellas infantiles como Dakota Fanning o Haley Joel Osment, pasando de un éxito puntual a convertirse en un rostro constante de la cartelera global. Sin embargo, la infancia no es eterna y en Hollywood puede convertirse en un espejismo que se desmorona injustamente bajo la negligencia de un negocio adulto.
Cuando Mara Wilson llegó a la pubertad se dio cuenta que su periplo hollywoodense había llegado a su fin. Lo supo a los 12 años cuando su cuerpo comenzó a cambiar en pleno rodaje de una película y el director le pidió que llevara un sujetador deportivo para aplanar sus pechos en pleno desarrollo. En ese momento supo que ya no la consideraban “linda”.
“Me afectó durante mucho tiempo porque tenía esta idea de Hollywood de que si ya no eres lindo, si no eres hermoso, entonces no vales nada. Lo relacioné directamente con la desaparición de mi carrera. A pesar de que estaba un poco quemada con eso, y Hollywood estaba quemado conmigo, no se siente bien ser rechazado. Durante mucho tiempo, tuve este tipo de dismorfia sobre la forma en que me veía y me obsesionaba demasiado”, contó al periódico británico.
Además, el riesgo que reside en el rechazo constante de las audiciones, la presión de un negocio tan estructurado en torno a la belleza y la crueldad del escrutinio mediático, complicaron más su desarrollo personal. Por ejemplo, recordó la vez que perdió un trabajo contra Kristen Stewart en una de sus últimas audiciones.
“Piensas ‘soy fea, soy gorda’ - y había páginas web y periódicos y algunas críticas diciendo eso de mí. Llegué al punto en que me volví mucho más cautelosa, más ansiosa, deprimida y cínica, y cuando eres así, es muy difícil conseguir un papel, porque en una audición tienes que ser abierto y honesto. Me pasó factura”.
Esta revelación me recordó a otra que hizo anteriormente al contar que, durante aquella etapa, observaba imágenes de Keira Knightley en revistas - dos años mayor que ella- y se comparaba. “No hay forma de que vaya a verme tan atractiva como ella en dos años” pensaba. “Sentía -y a veces sigo sintiendo- enojada cuando la gente me conoce porque parecen decepcionados con que no sea linda”, dijo en su biografía Where Am I Now: True Stories of Girldhood and Accidental Fame, publicada en 2016 (vía Express).
“Tenía tres opciones: hacerme una cirugía estética e ir a las audiciones para los personajes lindos y divertidos de los mejores amigos, quedarme como estaba e intentarlo como la pobre actriz de personajes o aceptarme a mí misma y renunciar a la idea de una carrera como actriz en el cine de Hollywood”.
En su libro recordaba cómo se dio cuenta que “no era lo suficientemente hermosa” como para continuar con su carrera en plena pubertad. Por ejemplo, contaba cómo las ofertas se habían secado de repente y solo la convocaban para castings de “chica gorda”.
En una ocasión quiso preguntar por qué no la habían llamado para hacer la audición para un personaje en particular hasta que vio la foto de “la chica más hermosa que había visto jamás” junto al nombre del personaje en la pizarra de producción.
“A los 13, ser hermosa importaba más que nada. Las audiciones eran un caso perdido. Sabía que si quería estar en películas, tenía que ser hermosa” (vía Daily Mail). Un pensamiento intrusivo que define los agujeros de autoestima que padecía, en su caso, forjados aparentemente bajo la luz oscura del rechazo y la atención pública, al entrar en una etapa tan complicada para cualquier ser humano como la pubertad.
Los estereotipos en torno a la belleza lamentablemente han dinamitado el desarrollo adolescente de diferentes generaciones, tanto en hombre como mujeres. Creo que todos los hemos vivido en algún momento de la vida como parte de la presión social, la imposición del ideal físico o los prototipos comerciales. Sobre todo en la vulnerabilidad de la adolescencia.
Sin embargo, en el caso de Mara Wilson, se sumaba la pérdida de su gran protectora, la sexualización forzada por hombres adultos que la contactaban enviándole cartas inapropiadas, la atención mediática y el temor constante de decepcionar al mundo ante la percepción que se podía tener de ella a raíz de sus personajes. Y, para colmo de males, los estereotipos en torno a la belleza femenina asociada con el éxito y la aceptación, crearon una percepción minada por el rechazo. Cuando lo único que había hecho era algo tan natural como crecer.
Y, en este difícil proceso de crecimiento con tantas influencias externas, también comenzaba a cuestionar su sexualidad [anunció su bisexualidad en 2016]. Además, a los 12 la diagnosticaron con desorden obsesivo-compulsivo. “Tenía obsesiones y compulsiones que me estaban volviendo loca. Me preocupaba todo el tiempo sobre Dios y religión, y el mundo. Estaba enojada y estresada y mi papá me dijo ‘siempre puedes tomarte un descanso de la actuación’. Y lo hice” contó a The Guardian.
El error de creer que la belleza va hilada al valor de cada uno le pasó factura. No obstante, en su caso, habría sido una idea asociada al ascenso y declive en un negocio que la ensalzó y que, probablemente, no supo protegerla de sus propias exigencias cuando comenzaron a dejarla a un lado. Cuando todavía era una niña.
El tiempo pasó y después de 35 años de vida ha aprendido a reflexionar sobre el pasado, reconociendo cómo la exigencia superficial del negocio terminó afectando su autoestima. Es escritora y acaba de escribir otro libro titulado Good girls don’t, pero sabe que no haría nada para cambiarse o amoldarse a las exigencias de Hollywood si algún día volviera al cine o la televisión.
Este artículo fue escrito en exclusiva para Yahoo en Español por Cine54.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO
Keith Urban y Nicole Kidman intentan dar siempre 'prioridad a la familia'
Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren, una rivalidad de mentira en Hollywood
La escena de 'Spider-Man' que llevó 156 tomas y todavía sigue sorprendiendo
El actor infantil de 'Matilda' que sirvió en el Ejército y alcanzó el éxito lejos de la fama