Netflix y la jugada que hace que 'Love is blind' sea cada vez más inverosímil
Netflix lleva tres años intentando demostrar si el amor es ciego a través de Love is blind, un experimento televisivo que prioriza la conexión emocional entre personas que no se conocen físicamente. Y si bien algunas parejas lograron superar la prueba –y actualmente siguen viento en popa–, la cuarta temporada estrenada el 24 de marzo deja en evidencia, y más que nunca, el problema que hace que este experimento sea cada vez más inverosímil.
En este reality, 15 hombres y 15 mujeres en busca del amor pasan 10 días manteniendo citas en cubículos, formando conexiones basadas en la profundización emocional y personal, divididos por un panel que no les permite verse en persona. Según las reglas del show, las parejas ‘enamoradas’ se pueden conocer después de pedirse matrimonio, pasando a una segunda etapa de cuatro semanas donde descubren si existe atracción física o si la conexión emocional es suficiente. Primero, con una escapada paradisíaca a las playas de México donde conocen al resto de parejas y, luego, volviendo a la rutina, conviviendo y conociendo a sus respectivas familias. Al final deben decidir si seguir adelante, o no, en el altar y en el mismo día de la boda.
Reconozco que Love is blind siempre me pareció una idea interesante. Sobre todo cuando vivimos en una era donde muchas relaciones se originan al revés, a través de la superficialidad imperante de las aplicaciones de citas y redes sociales. Sin embargo, para tratarse de un reality que busca demostrar si el amor es ciego, dando relevancia a la conexión emocional, no me encaja que solo tengan un reparto de participantes con atractivo físico canónico.
En otras palabras, no vemos a personas obesas, con enanismo o algún tipo de discapacidad. No vemos participantes que no entren en un canon de belleza generalizada por la sociedad occidental, haciendo que el experimento no tenga todas las variables para ser factible. Y en la cuarta temporada esta jugada o artimaña queda más en evidencia.
Aunque el refrán dice que ‘sobre gustos no hay nada escrito’, cuando observamos a los solteros que pasaron por la primera etapa, así como a las cinco parejas formadas, detectamos delgadez, músculos y personas que tienen rasgos atractivos dentro de un canon generalizado. Esto lleva a que, en su gran mayoría, las parejas inicien su aventura dejándose llevar por la pasión física, convencidos de que la conexión creada en los cubículos funciona al 100%. Será más tarde, en la convivencia cuando comiencen a surgir las diferencias.
No obstante, viendo los nuevos capítulos no podía dejar de preguntarme qué validez tiene el show en su cuarta temporada si el experimento no tiene todas las variables necesarias para demostrar su teoría. Porque, para tratarse de un reality que pone a prueba la atracción física frente al enamoramiento basado en la conexión emocional (los concursantes se dicen 'te amo' en cuestión de días, encaprichados por la vulnerabilidad emocional que aporta el no verse físicamente y la imaginación), podría ser una plataforma perfecta para colocar a participantes que realmente representen todas las variables del ser humano, en todas sus condiciones y formas. Sin embargo, Love is blind parece apostar por lo seguro a través de personajes que pueden gustar, más o menos, a sus parejas. Al menos a primera vista, provocando en consecuencia reacciones positivas cuando se ven por primera vez o historias paralelas.
De las cinco parejas formadas en la primera mitad de la cuarta temporada, solo una no logró cuajar la atracción física con la emocional. El resto parece estar en una nube de arrumacos y cercanía física cuando acaban de conocerse. Literalmente. Porque se gustan. En mayor o menor medida, existe un nivel de atracción física apoyada por la elección de participantes con características que pueden gustar dentro de un canon general. Si lograrán llegar hasta el altar ya dependerá de la convivencia y cómo congenien a partir de ahora.
A su vez, cuando hablo de ‘historias paralelas’, me refiero a la atracción física que puede surgir cuando los participantes se conocen físicamente por primera vez en fiestas y encuentros entre todos. Esto es algo que todas las temporadas aprovecharon al colocar a todos los participantes frente a frente cuando hubo conexiones previas en los cubículos, apostando por crear riñas, discusiones y discordias dignas de reality recurriendo a la curiosidad que sienten por descubrir el aspecto de los demás. Y en esta cuarta temporada parece que van a explotarlo al máximo porque, una vez vistas las caras generalmente atractivas del resto, comienzan a surgir las dudas.
Por otro lado, al tratarse de la cuarta temporada (y habrá una quinta) existe un factor añadido que aporta más incredulidad al espectador. Y es que los participantes ya conocen las reglas del juego. Saben qué decir, hacer o cómo actuar para llamar la atención, para enamorar a través de una pared, para convertirse en el centro de la conversación, el debate en redes o transmitir devoción total. Y viendo la nueva temporada, varios participantes me transmitieron esa sensación fingida típica de un reality donde el propósito se centra más en destacar, que en formar parte del experimento de manera genuina. Quizás me equivoco, pero esa fue mi sensación, añadiendo más inverosimilitud a un experimento que a estas alturas parece más un producto que busca remover el avispero, que un intento genuino de poner a prueba el amor.
En resumen, Love is blind vuelve a perder otra oportunidad de oro para añadir diversidad a un experimento interesante. Y si bien han incluido a latinos, asiáticos y afroamericanos, apostando por la diversidad racial de nuestro mundo, no terminan de arriesgar por la realidad de cuerpos y físicos que nos rodea. Y en eso el experimento cojea.
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