Osiel Gouneo: “Puedo ser el príncipe, el guerrero, el duque, puedo serlo todo”
Lo mejor de una conversación con Osiel Gouneo (Cuba, 1990) es que la danza no es el único tema; que la vida y el arte se entrecruzan con su visión de este mundo contemporáneo, que aunque gire a los tropezones -el mundo, no él que, por el contrario, lo hace con más gracia que el trompo mejor calibrado- aquí sigue dando vueltas. Por supuesto que su primera visita a la Argentina, invitado por el Teatro Colón para el estreno de La fierecilla domada, está fundada en su gran desempeño como bailarín, pero sus inquietudes y sobre todo las metas que persigue no se restringen a cuestiones técnicas ni al racconto pormenorizado del repertorio que con 32 años ya transitó. Para él, el asunto pasa más bien poco por los premios y el metal de las medallas ganadas: la del Festival de Varna, una de las más apreciadas, se la llevó a la isla para entregársela en mano a la inolvidable Alicia Alonso, que lo había conminado a regresar triunfante, cuando apenas era una joven promesa. Y la posición que ostenta hoy en lo alto de una compañía alemana como la Ópera de Munich (es primera figura del Bayerisches Staatsballett), después de sus años en Oslo y La Habana, es una circunstancia del tiempo presente. Todo esto, claro que sí, lo hacen el artista que es en la escena internacional, pero lo que verdaderamente importa vino mucho antes. Era un chico cuando su abuelo le soltó, sin rodeos, la frase que lo atraviesa como la espina dorsal: los dos días más importantes de tu vida serán el día que naciste y el día que te des cuenta para qué. “Saber por qué estamos acá, cuál es la misión, qué tenemos que hacer es un punto de motivación, de reflexión y al mismo tiempo un empuje en el día a día para entender que estoy contribuyendo a algo mucho más grande que yo mismo”, dice al final de un largo día de ensayos, sentado en su camarín.
La cadencia caribeña no se suavizó ni un poco con tanta Europa encima. Lo que vio de Buenos Aires, del Colón, sus compañeros de estos días en el Ballet Estable y su partenaire (Camila Bocca, para quien solo tiene palabras de halagos), le aportan otro espectro del ser latino. La noche anterior a esta entrevista con LA NACION, por ejemplo, fue a la milonga de La Catedral y la verdad es que el tango no resultó lo él que esperaba: fue mucho más. “Verlo, disfrutarlo, aprender. Fue único. Me encantó”. En verdad, la misma sorpresa podría llevarse cualquier extranjero que lo viera a él bailando la música popular de su tierra, una salsa o una rumba, un día cualquiera, en una fiesta por su patria.
-Despejemos entonces la primera de las cuestiones que decía tu abuelo: el día que naciste.
-Fue el 5 de noviembre de 1990, en Matanzas, Cuba. No sé mucho de ese día. Vengo de una familia bastante pobre, con pocos recursos. Mi madre era maestra de literatura inicialmente, ya después empezó a hacer cualquier otra cosa para poder sobrevivir, y mi padre, electricista, que terminó siendo cocinero, y luego seguridad, de todo un poco también. En parte me crie con mis abuelos: él fue para mí una figura paternal, un ejemplo muy cercano y poderoso, por los valores que me inculcó de niño, igual que mi abuela, Rosa [muestra en la muñeca derecha que lleva tatuadas las cuatro letras del nombre de ella]. Era el alma de la casa. Nací en un ambiente culturalmente bastante ecléctico. Mi abuelo además de ser albañil, pintaba murales aficionadamente, y la gente se los pedía. También tenía bastante sensibilidad musical, me enseñó muchísimo de eso.
-De él viene la música entonces y de tu madre la literatura.
-Ella me puso la semilla del arte, me mandó a la escuela de ballet, que inicialmente iba a ser de música, porque yo quería aprender a tocar un instrumento. Pero el director, en una reunión con los padres sobre las pruebas de aptitudes, advierte que no están llevando a los niños a clases de danza por los tabúes sociales. Mi mamá entonces pensó, recapacitó y se acordó que había tenido un novio del Ballet Nacional de Cuba que no era para nada lo que la gente decía de los bailarines. Y me propuso: “Mira, yo no he visto a muchos bailarines con nuestra complexidad física en el arte clásico, ¿por qué no ves si algo sale de ahí? Tienes las condiciones, tienes flexibilidad”. Por ahí empezó. Fue un poco traumático: “Mami, yo no sé nada de esto”. Y cuando supo mi padre: “Mallas blancas, no”, dijo. Pero no le hizo caso y me hizo probar. Yo no tenía ninguna referencia.
-Tampoco prejuicios.
-Ninguno. No tenía noción de lo que hablaban. Lo que sí noté desde el principio es que estaban muy aburridos. Porque el ballet puede ser bastante dogmático y para un niño de 8 o 9 años tener una atención que esté completamente enfocada requiere de una disciplina única. Me pareció que no era el lugar correcto. Hasta que uno de mis buenos amigos de hoy en día, quince o veinte mayor que yo, me llevó un viejo VHS con grabaciones de Carlos Acosta, José Carreño, y todos esos bailarines anteriores a mi tiempo. Ahí me empecé a crear un apetito por la danza clásica, sabiendo adónde me podría llevar. Pasaron dos años y mi vida se convirtió en eso: buscaba todos los videos de ballet posibles, trataba de informarme, de dónde venía y hacia dónde iba. Cómo me podía ver yo en el futuro era muy importante para mí.
-Desde ese momento en que comprendés que podés hacer una carrera hasta que entendés el famoso “para qué” de tu abuelo, ¿qué tuvo que pasar?
-La dificultad surgió en cuanto empecé a indagar y no había mucha gente que se veía como yo.
-Hablás del color de tu piel.
-Trato de no hablar del color, pero es algo real en este arte: puedes contar con una mano los bailarines de mi raza que tienen una carrera internacional de renombre, que teatros como el Colón o la Ópera de París los llaman para hacer shows con ellos.
-¿Los contamos? Calvin Royal…
-No.
-¿Por qué no?
-Con todo respeto, Calvin Royal no es un bailarín que esté en demanda en el mundo. Es un bailarín que promueven a principal hace dos años en American Ballet Theater. Personalmente, admiro y sigo su trabajo, es un muchacho muy trabajador y por lo que veo bastante dedicado, pero yo soy tan feo como tan franco. Ahora si me pones el nombre de Marcelino Sambé [primer bailarín del Royal Ballet de Londres] te digo: “OK”.
-¿Brooklyn Mack?
-Brooklyn Mack. Sí. Y ya.
-¿No nombrás mujeres: Misty Copeland, Nikisha Fogo?
-El punto para mí está es que siempre están invitando a los mismos bailarines y no le dan la oportunidad a otra gente.
-Ya no estamos hablando entonces de un tema racial.
-Estamos hablando de una cuestión estereotipal, más que racial. Nosotros los latinos no nos vemos como los europeos, pero eso no significa que no podamos bailar ballet adecuadamente.
-Eso está de sobra demostrado.
-La danza clásica, especialmente, tiene una manera de ver los personajes en la que todos tienen que ser principitos, con las piernas mega largas, como es el estereotipo europeo. Porque la danza clásica nació en Europa: allí nació y allí se quiere morir. Se “quiere”, pero no “va” a pasar. Es trabajo de nosotros que eso no suceda. Es trabajo mío por lo menos no enfocarme nada más que en El Corsario, Diana y Acteón, y Don Quijote, sino en Onegin, en Manon, en trabajos de coreógrafos europeos que me saquen de la caja. Es mi responsabilidad y yo soy el que tengo que trabajar en eso. Ahí está el “para qué”.
-Más allá de lo conceptual, ¿cómo hacés esto en el día a día?
-Cuando veo los títulos de la temporada digo: yo quiero estar aquí, aquí y aquí, siempre trato de buscar la manera de tener esos personajes. No me importa si en el primero, en el segundo o en el tercer cast, lo que sea con tal de meterme ahí y aprender más de lo que puedo, para que cuando me toque la oportunidad vaya estar diez páginas por delante que cualquiera. ¿Por qué? Porque a las otras personas probablemente vayan a ponerlas ahí por algo tan simple como es la manera en la que se ven. Mi trabajo es hacer my homework: la tarea. Literal. ¿Quién me puede entender? Una persona como Marcia Haydée, que es especial. Ella a la edad de 86 es la definición de evolución: porque una cosa es respetar lo que se creó y otras es dejarlo estancado. Yo no me enfoco en los pasos, me enfoco en la parte artística, en el alma del personaje, las razones, sus por qué. Tengo 32 años y no voy a estar saltando de la misma manera por el resto de mi carrera. Entonces a esto le llamo “poner dinero en el banco”. Saber lo que estás haciendo artísticamente es mucho más rico y satisfactorio para mí. Me fascina.
-¿Qué personajes no hacés entonces?
-Odio los duendes, todo lo que vuele. Personajes que sean demasiado infantiles, de una manera u otra, yo los tacho, no van conmigo.
-En qué se parece esto de romper un estereotipo a sacar al ballet de un lugar solemne o elitista. ¿Forma parte de tu misión?
-No me considero un bailarín meramente clásico, porque estoy muy influenciado por la danza contemporánea. Por ejemplo, las piezas de Daniel Proietto, de Sol León, coreógrafos que son un mix, como Wayne McGregor. Pero hablando del contexto, me aburre muchísimo el ballet super estructurado, donde cada posición tiene que ser exactamente así.
-Francia no es para vos.
-No, para nada. Por eso me dieron mucho trabajo las coreografías de Nureyev y me sacaban tiempo para que yo pudiera utilizar mi cuerpo de una manera osielística [risas].
-¡Tenés tu propio adjetivo!
-Es muy importante que uno sepa quién es como artista y no querer ser como aquél. Todos tenemos cuerpos y mentalidades diferentes. Si te estás fijando cómo parecerte al otro nunca vas a desarrollar tu potencial. Creo que encontré lo que me interesa de la danza.
-La primera vez que viste a Carlos Acosta comprendiste hasta dónde podía llegar un bailarín cubano. ¿Tenés una relación con él?
-Sí, nos conocemos. Al comienzo de mi carrera Carlos fue como una avenida, señalaba el lugar por donde potencialmente tendría que ir para lograr las metas. ¿Por qué? Porque nadie se veía como él o como yo. Fue como pensar “¡Wow, si el pudo tal vez yo pueda tener mi chance también! Pero el objetivo nunca fue verme como Carlos, bailamos completamente diferente. Él fue un bastón inmenso en el mundo de la danza sobre todo para los varones latinos. Como José Manuel Carreño. Gente que me enseñó a creer: puedo ser el príncipe, el guerrero, el duque, puedo serlo todo.
-Decías que, al fin y al cabo, hubo príncipes en África antes que en Europa.
-Exactamente. Todos tenemos una lucha interior, pero no es esta. Yo no tengo que convencerme de que lo puedo hacer. No hace falta que alguien venga y te pase la mano y te lo diga… Eso ya pasó hace diez años, tenía gente adelante que me decía: “No puedes, porque no es para ti”, por los estereotipos.
-¿Se animaban a decírtelo?
-No es para ti y punto, porque estamos en pleno siglo XXI y sería un escándalo demasiado grande que alguien te diga “no, porque eres negro”, literal. Nadie te va a decir eso, primero porque no le gustaría buscarse un puñetazo y segundo porque estamos viviendo en esta sociedad que no lo permite. Pero nadie es demasiado tonto como para no darse cuenta de que de eso se trata. No vamos a cegarnos. ¿Prefieres darle el rol a alguien que lleva cinco años de carrera, pero que se ve como la persona que estás buscando, en vez de dárselo a alguien que es un artista mucho más completo desde todo punto de vista, que con un poco de trabajo te lo saca en nada? Lo que pasa es global, no es de Europa nada más.
-Pero vos tenés mucho trabajo.
-Claro, a mí me anima. No quiero hacerlo un tema racial. Yo soy hombre y artista antes de mi raza. De ahí para allá lo que sea. Hay cosas que no podemos tapar con un dedo, es el núcleo de muchos problemas. Por eso quiero enfocarlo más desde el estereotipo que en lo racial, aunque todo venga metido en el mismo paquete.
-Tenés un libro por salir como parte de esa misión.
-Sí, sale el próximo 24 de enero. No fue mi decisión, de hecho. Hace dos años, en pandemia, me hicieron una entrevista en Alemania para un periódico. Querían algo por el Black Lives Matters, se enteraron de que en Munich había un bailarín, fueron a ver si tenía algo que decir ¡y se encontraron con que sí tenía mucho que decir! La cosa es que llegó a oídos de alemanes en Oslo, donde tuve estos problemas de casting, y se creó un poco de controversia. Así que decidieron indagar más y después de dos o tres entrevistas me propusieron hacer un libro sobre mi vida, desde 1990 hasta hoy.
-¿Es una biografía?
-Lo escribe aquél periodista como si fuera yo, hay entrevistas a mi mamá... Vamos poniendo el rompecabezas junto. Para mí empezar a hablar de todos estos temas fue demasiado revelador, me está invadiendo un poco, pero sentí la responsabilidad de hacerlo, sobre todo ya que no somos muchos, que no sea solo Misty Copeland la que habla. Pero además de esto, estoy descartando falsas alegaciones que se hacían de Alicia Alonso, por ejemplo, que nunca tuvo ningún problema racial conmigo, al contrario, que me apoyó desde que entré hasta que me fui del Ballet Nacional de Cuba. Cinco años estuve bajo su ala, de 2008 a 2013.
-¿Desmitificás que además de una figura inmensa para la danza era una mujer severa?
-La tildaban de muchas cosas, conmigo siempre fue bastante justa.
-Te noté conmovido respecto de la muerte de Liam Scarlett, una tragedia ligada a la cultura de la cancelación. Siendo que sos una persona que dice lo que piensa sin demasiados miramientos, te quería consultar por este tema de época.
-Es la única manera de vivir, no puedo vivir escondido; las cosas son como son y lo que es justo, es justo. Estoy siempre completamente abierto a recapacitar, a volver atrás y decir me equivoqué. Pero lo más importante es decir las cosas como las sientes. Para mí fue bastante duro lo que le pasó a Liam; no éramos amigos, pero habíamos trabajado juntos, por ejemplo, en la producción de Carmen, en Oslo, cuando prácticamente empezaba a tomar vuelo su carrera coreográfica, en 2014. Y fue curioso porque días antes de su muerte, yo le presenté a mi hijo: estaba tomando un ensayo de su nueva obra, With a chance of the rain, en Munich, y mi esposa pasó por la compañía. Él estaba sentado en un sofá, y le dije: “Mira Liam, este es mi hijo, Ocean, y ella es María. Los saludó con una sonrisa. Enterarme de su muerte fue demasiado fuerte. Era un coreógrafo que en mi manera de ver las cosas estaba evolucionando el mundo de la danza clásica, yo lo veía como otro Cranko o un MacMIllan en los próximos años. Único. Vi el tema como un fallo del sistema: el sistema lo mató, hizo que sucediera, por cancelar sus obras. Ahora me pregunto: ¿vamos a hacerle banning a todas las piezas de Picasso, que era un mujeriego, y sabrá él lo que hizo? ¿A Dalí, otro loco? Y mucho más atrás, ¡quién sabe el comportamiento de Tchaikovsky! Pero no puedes quitar El lago de los cisnes. Tenemos otra gente, muchos compositores austríacos o alemanes que utilizamos hoy en día y estaban del lado de los nazis. Cosas que estaban probadas y a nadie se le ocurre cancelar, entonces ¿vas a hacer algo con esto que ni siquiera pudiste probar. ¿Porque es una moda? Quién sabe lo que hizo Nureyev, porque en esa época era el wild wild west. Hoy la gente se cuida de ponerte una mano encima.
-Conozco maestros que dicen que no pueden corregir la posición de un brazo o una pierna en clase.
-Es el extremo. Son cosas que yo no entiendo. Admiro el trabajo de Nureyev, lo que logró con la danza masculina fue único; admiro a gente como Picasso porque en el mundo de la pintura fue único en su época, pero si vamos a que estamos hablando de cancelación, una cosa no tiene nada que ver con la otra: la obra y el artista. Esta mezcolanza no la entiendo. Estaremos perdiendo tanto arte de ahora en adelante por las alegaciones. Es demasiado para mí.
-Y Cuba, hoy, ¿cómo ves a tu país?
-Ahora mismo la prensa comunica que vamos a entrar en un período mucho peor, con más escasez de alimentos y bienes. Ahí es donde está la preocupación, porque toda mi familia está de ese lado (sus padres, sus dos hermanos). Ya han sufrido muchísimo. Entonces pienso que es tiempo de un aire fresco, que vuelvan a respirar, que sientan que son prósperos. Veía un documental no hace mucho que decía que Cuba en los años 50 era una de las naciones latinoamericanas más desarrolladas. Yo sueño con el país próspero que me contaron. Extraño la Cuba que no conocí.
Para agendar
La fierecilla domada, por el Ballet del Teatro Colón con dirección de Mario Galizzi. Desde el domingo, se presentarán seis funciones, junto a la Orquesta Estable, conducida por Javier Logioia Orbe. Hace más de veinte años que esta comedia shakespeareana no se pone en escena en la versión del coreógrafo John Cranko, lo que representa una oportunidad para un nuevo público de conocer uno de los títulos más emblemáticos del paradigmático creador de Stuttgart. Con reposición del coreólogo Pablo Aharonian, se trabajó en el montaje con la supervisión de la Marcia Haydée, musa de Cranko, y Catalina (fierecilla) original en el estreno de 1969. Con el bailarín invitado Osiel Gouneo en las funciones del domingo 15 (con streaming, a las 17) y del martes 17, el espectáculo tendrá además a la pareja de Juan Pablo Ledo y Natalia Pelayo como protagonistas (18, 19 y 21) y a Emanuel Abruzzo con Camila Bocca (20). Más información.