Patricio Aramburu: el talentoso actor que fue el hijo sumiso en El reino y ahora será un total despiadado en el gran escenario del San Martín
Hay actores a los que es difícil no prestarles atención cuando están en un escenario. Patricio Aramburu es uno de ellos. Su modo de decir los textos, la energía escénica que despliega como su manejo del cuerpo son marcas suyas de una extrema potencia expresiva. El actor que hizo de hijo de los personajes de Mercedes Morán y Diego Peretti en El reino, esta semana acaba de terminar la primera temporada de Los bienes visibles, un perturbador trabajo que reflexiona sobre la vejez dirigido por Juan Pablo Gómez. Ahí hace de Sergio, el hijo de un padre cuya memoria perdió todo filtro y la carrocería de su físico ya no responde como quisiera. Mientras tanto, está ensayando en el Teatro San Martín El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, la versión de Carlos Gamerro sobre el texto de Christopher Marlowe. Ahí hará Mortimer, el arrogante, como parte de un numeroso elenco en el que compartirá escena junto a Agustín Pardella, Sofía Gala Castiglione, Eddy García y Luciano Suardi, entre otros.
El actor de las películas La casa de los conejos, de Valeria Selinger, y de Errante corazón, de Leonardo Brzezicki, como de tantas obras, no está del todo acostumbrado a ser el centro de una nota periodística. Algo de eso se percibe cuando se dispone a charlar en un bar de La Paternal, ubicado cerca de su casa. Hoy, lunes a la noche, hará una nueva función de Los bienes visibles junto con algunos de los que en 2008 estuvieron cuatro años trabajando en Un hueco, propuesta que se presentaba en el vestuario de un club de barrio. Después de aquel montaje de culto vino la segunda obra del grupo Un hueco, a la que se sumaron otros intérpretes. Se llamó Prueba y error. El tríptico se cierra con Los bienes visibles, que volverá a la cartelera más cerca de fin de año.
“Desde un inicio, con el grupo nos propusimos indagar en la búsqueda espacial, a pensar no solamente la obra sino en cómo mostrarla. Con Juan Pablo Gómez, quien ha dirigido los trabajos, siempre probamos un tipo de actuación cercana, como que no podés caretearla frente al público”, asegura mientras se toma un café. En escena, es cierto, Patricio Aramburu no la caretea. Juan Pablo Gómez lo conoce muy bien. De hecho, también son amigos. Ante una consulta posterior a la entrevista, el talentoso director y dramaturgo suma su experiencia de trabajar juntos: “Actuar con él, verlo resolver una escena se ha vuelto un hábito de interlocución, muchas veces sin palabras, y una suerte de parámetro emocional de lo que una escena puede. Antes que una actor técnico o virtuoso, Pato es un actor honesto. Que siente en la panza que, en épocas de pantallas y diseño, la actuación que interpela está siempre un poco despeinada”.
De vuelta a la charla en el bar, reconoce que eso de transformarse en escena le gusta. “Cuando lo logro, no te imaginás lo contento que me pone -admite sin rodeos-. A veces, de eso me doy cuenta a la distancia. Por ejemplo, mi personaje en El reino, el hijo mamero, sumiso e introvertido de Mercedes Morán, con el tiempo me di cuenta de que estaba logrado. En el San Martín, ahora me toca Mortimer. El largo título de la obra adelanta algo sobre su perfil. Es un villano y está buenísimo tener que actuar eso porque te habilita otro tipo de composición. Como contrapartida del personaje de El reino, Mortimer es un tipo de una ambición desmedida. Me gusta encarar esos desafíos y me parece sumamente atractiva la versión de Gamerro del texto porque va a venir bien para sacarse algunos prejuicios”.
Para esa obra volverá a hacer dupla con Sofía Gala Castiglione, su hermana en la serie. Aunque Patricio Aramburu es un actor nacido y criado en la escena alternativa porteña, que formó parte de una obra como Viejo, solo y puto -otro trabajo de culto-; toparse con una actriz con otra trayectoria es algo que lo estimula. “Con Sofía pegamos muy buena onda, eso sucede o no. En verdad, es la tercera vez que trabajamos juntos porque habíamos hecho de hermanos para un programa de Variaciones Walsh, que se emitió por la Televisión Pública, en que también trabajaba Valeria Lois. Ayer hablaba con un compañero de la obra cómo es transmitir verdad en una sala como la Martín Coronado. Yo, siempre en la defensa de poner el cuerpo y la energía, también la cosa pasa por no ser careta con tus compañeros. Con Sofía me conecto de ese lado. Es una persona que le sobra energía, personalidad”.
Tantanian lo convocó para ser parte de este numeroso elenco que será el primer estreno teatral de la temporada en la sala Martín Coronado. ¿Por qué reparar en él? Lo cuenta el mismo Tantanian en un mensaje de voz posterior al reportaje: “A la hora de armar el elenco para Eduardo II apareció muy claramente su figura para Mortimer, porque es un actor que tiene un color muy poco común que logra un alto nivel de empatía y, a la vez, es capaz de generar posibles rechazos. Maneja esa doble cara todo el tiempo y eso es clave para su personaje”.
El desafío de encarar a Mortimer implicará para Aramburu debutar en la enorme sala del Teatro San Martín. “Había trabajado en escenarios grandes durante la gira de Arde brillante en los bosques de la noche, de Mariano Pensotti; pero no en la Coronado. Es una sala compleja, hay que estar pendiente de que no te coma como de apartarte de la idea de que en un gran escenario haya que apelar a cierto registro establecido, grandilocuente”, reconoce quien la primera vez que pisó el escenario se le vinieron imágenes de obras que había visto allí como el recuerdo de la gran María Onetto en Bodas de sangre, su último trabajo.
Del teatrito propio a un villano
Patricio Aramburu confiesa no saber por qué es actor, pero se queda pensando la pregunta. “ Desde muy chico tengo el recuerdo de un escenario en la casa de mi abuela, en donde yo hacía cosas y que ella casi obligaba a mis compañeritos de la primaria a que me miren ”, rememora con una sonrisa. Si bien nació en Rosario, la anécdota aquella remite a Chañar Ladeado, un pueblo de unos seis mil habitantes en el sur de Santa Fe, en donde se había radicado su familia. El escenario montado por la abuela no era cosa menor: tenía telón y lo que se presentaba allí contaba con vestuario propio. Había un motivo para explicar este nivel de producción. Su abuelo era sastre y la abuela tenía una mercería. Ella se llamaba Ramona. El abuelo era Augusto Quinto, que además tocaba el violín.
Su padre vendía ropa y venía cada 15 días a comprar cosas a Buenos Aires. El rito laboral tenía una fija: con su esposa siempre iban a ver alguna obra de la Avenida Corriente. Una de las veces lo llevaron él a un espectáculo de Tato Bores. Claro que como era prohibido para menores, no entró. Pero el abuelo o una amiga de su madre, no lo recuerda, se quedaron afuera con él y lograron hacerlo entrar para que vea el momento del aplauso final. Cuenta aquello y la cara se le ilumina como si estuviera en el mismo teatro aplaudiendo a Tato Bores, sintiendo la energía de esos aplausos que conoce tan bien.
Cuando estaba en sexto grado, llegó a Chañar Ladeado un profesor de teatro para dictar un taller semanal. Se anotaron 60 y fueron quedando pocos. Él, obvio, no se lo perdió. En su tiempo de secundario se sumó otro profesor hasta que se mudó a Rosario, en donde siguió estudiando actuación junto con Comunicación Social. En el 2002 murió su padre, siendo muy joven. Ese estallido familiar coincidió con el estallido del país. En ese momento tan complejo decidió no demorar el plan de venirse a vivir a la gran ciudad. Cuando llegó a Buenos Aires se puso a trabajar en un programa de archivo televisivo. De aquellos tiempos le quedaron nombres grabados luego de pasar horas y horas revisando viejos DVD. A la mente le viene Palo Tiburzi, periodista de deportes. Lo hizo un tiempo largo hasta que renunció. Ya era imposible congeniar las largas hora visualizando material con el teatro y sus clases con Alejandro Catalán y, luego, con Ricardo Bartis.
A los 46 años, tan lejos de aquello y luego de haber trabajado en obras dirigidas por Silvio Lang, Sergio Boris, Cristian Drut, Gustavo Tarrío o Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, también se dio el gusto de trabajar con la gran artista visual Liliana Porter en Entreactos: situaciones breves. Fiel al desafío de toparse con trabajos diferentes entre sí, este año estuvo filmando en Bariloche la serie Atrapados, otro producción de Netflix. Un thriller cuyos roles principales lo ocupan Soledad Villamil y Juan Minujín, que se estrenará el año próximo. La dirige Miguel Cohan, segundo director de El reino. Al volver a referirse a la serie se queda pensando en ciertas derivas temporales. “En el momento que la filmamos, hace dos años, a todos la historia nos remitía con lo que pasaba con el evangelismo en tiempos de Bolsonaro, en Brasil, o con el gobierno de Trump, en los Estados Unidos -recuerda-. Como si a nosotros algo así no nos fuera a pasar...”.
En este reino, el nieto de Augusto Quinto, en octubre será Mortimer en tiempos de otro reinado.
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