El prólogo de Los juegos del hambre es un relato sobre el definitivo adiós a la inocencia
Los juegos del hambre: la balada de pájaros cantores y serpientes (The Hunger of Games: The Ballad of Songbirds and Snakes, Estados Unidos/2023). Dirección: Francis Lawrence. Guión: Michael Lesslie y Michael Arndt. Fotografía: Jo Willems. Música: James Newton Howard. Edición: Mark Yoshikawa. Elenco: Tom Blyth, Rachel Zegler, Hunter Schafer, Viola Davis, Jason Schwartzman, Peter Dinklage. Duración: 157 minutos. Distribuidora: BF Paris. Calificación: solo apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: buena.
Lo que se cuenta en la cuarta película de Los juegos del hambre es historia conocida para quienes vienen siguiendo y observando desde Hollywood la evolución del cine fantástico de trama futurista narrado a lo largo de varios capítulos. Reproduce en su núcleo la gran encrucijada expuesta por George Lucas en el comienzo de la larga cronología de Star Wars: cómo un personaje virtuoso y bienintencionado se transforma en maligno. La balada de pájaros cantores y serpientes es la crónica del viaje de Coriolanus Snow hacia el Lado Oscuro.
El camino que lleva a Snow a transformarse en émulo de Darth Vader y adquirir la cruel y despiadada identidad que le conocimos al personaje, ya anciano, en las cuatro películas previas, empieza 64 años antes. El joven Snow (un correcto Tom Blyth) es uno de los alumnos más aventajados de la Universidad del Capitolio y espera, a partir de sus notas, ganar un premio que le devolvería a su familia algo de la dignidad perdida durante los años previos. Hasta que recibe un anuncio inesperado del creador de los Juegos del Hambre y rector de esa casa de estudios, Casca Highbottom (Peter Dinklage, más impostado que de costumbre). La recompensa será para el alumno encargado de orientar a la ganadora de esa lucha a muerte transmitida en vivo y en directo como en un circo romano del futuro.
No hay aquí demasiado misterio. Queda bien a la vista el propósito de acercar primeras pistas, señales, datos e indicios para que la larga secuencia de acontecimientos posteriores y la parábola de Katniss Everdeen adquieran sentido. El origen de los Juegos, sus connotaciones mediáticas (Jason Schwartzman inaugura con cruel ironía el estilo familiar que heredará en los otros cuatro films Stanley Tucci), las intrigas, las traiciones y todo lo que significa el Distrito 12 aparece aquí desplegado con mucha habilidad narrativa, astucia y un adecuado sentido del entretenimiento.
Solo al final se resiente un poco la atención puesta a lo largo de dos horas y media en una historia que podría perfectamente definirse como un capítulo de Harry Potter para adultos, en el que el lugar de la magia es ocupado por el sadismo, la ferocidad y la transformación de parte del género humano en una red de depredadores. Pero también hay rasgos de humanidad representado en el personaje de Lucy Gray Baird, la protegida de Snow en la contienda. A través de la esplendorosa Rachel Zegler, que confirma aquí todo el talento revelado por primera vez en Amor sin barreras, la dura y áspera realidad del Distrito 12 también se expresa desde la nobleza, la solidaridad, el compromiso afectivo y el talento artístico (Zegler canta a las mil maravillas un bello repertorio de canciones folk y bluegrass).
Lo que empieza a escribirse aquí, a través de un juego recíproco y constante de atracciones y rechazos, es el destino de Snow y Lucy Gray. A partir de esta peripecia se irá configurando todo el escenario futuro de Los juegos del hambre. Todo comienza con un relato retrofuturista sobre el definitivo adiós a la inocencia.