Recomendado: cinco imperdibles películas del giallo, el género de culto italiano que dejó al mundo sin aliento
El reestreno de una de las obras cumbres del giallo, Rojo profundo (1975), de Dario Argento, en copias nuevas y remasterizadas, permite acercar aquel género de culto en el corazón del esplendor del cine italiano a nuevos y ávidos espectadores. Como afirma la contratapa del libro Giallo: crimen, sexualidad y estilo en el cine de género italiano, editado en 2019 por Colectivo Rutemberg, “el giallo es un subgénero cinematográfico nacido en Italia a principios de los 60, tributario de la literatura pulp que integró tradiciones del terror, el misterio y el policial”. El giallo conjuró el interés de los nuevos productores de la próspera industria cinematográfica italiana de la posguerra con el resurgimiento del terror cómo género en ascenso desde el cine clase B hasta los primeros lugares de la producción en esos años, para dar luz a una serie de películas y de directores que llenarían de sangre y crímenes las pantallas de los cines .
El término giallo nace entonces de la literatura, de una serie de novelas económicas publicadas por la editorial Mondadori cuyas tapas amarillas resguardaban historias truculentas y salvajes. Como en el caso del film noir, también nacido de la serie negra literaria, el término se hizo carne en el cine y ascendió como una denominación para el terror italiano de los 60 y 70, afirmado en un estilo suntuoso y artificial, que exploraba la veta estética del crimen antes que sus dimensiones morales. Psicopatías, traumas, ambiciones y secretos inconfesables alimentaron la sed de sangre de asesinos enmascarados que pululaban en las sombras, asomados tras el filo de las afiladas navajas, camuflados en decorados abigarrados, entrelazados con una puesta en escena estridente y manierista. De sus filas nacieron la fama de directores como Mario Bava, Lucio Fulci, Sergio Martino y el propio Argento como amo y señor de esa nueva galería de estrellas.
Alimento esencial de slasher de los 80 e inspiración imprescindible de cineastas como Brian De Palma y Quentin Tarantino, el giallo conquistó con el tiempo cultores y devotos, fanáticos de la música sugerente de Ennio Morricone, del rostro anguloso de Barbara Steele, de la fotografía inconfundible del genial Mario Bava. El crimen se forjaba como una excelsa ceremonia, desafiante de todo realismo, sumergido en la sangre roja y pegajosa; los criminales reflejados en espejos, escondidos entre pesados cortinados, la violencia como una forma de provocación y desafío.
Para acompañar el reestreno de Rojo profundo, se puede recorrer en streaming algunos de los hitos de aquel estilo que se hizo género por derecho propio, aquellos exponentes que sentaron las bases de su iconografía y convirtieron su eterna vigencia en un secreto a voces .
Los vampiros (1957)
La película de Riccardo Freda ostenta el logro de haber instalado el gótico en la cosmovisión italiana y consigna al mismo tiempo un claro antecedente del terror de aquella cinematografía en los 60: un proto giallo, podríamos llamarlo. El gótico había impregnado las narrativas anglosajonas desde el despegue de la Universal en los años 30 en Hollywood, y por entonces esperaba la reinvención de los monstruos clásicos a manos de la Hammer inglesa en ese mismo 1957 con el estreno de La máscara de Frankenstein de Terence Fisher. Pero los italianos parecían reactivos a fantasmas, vampiros y otros entes sobrenaturales, hasta que esa industria pujante vio un nuevo filone en los castillos embrujados de Europa central. Es que Los vampiros recoge la leyenda de la condesa Elizabeth Báthory, aquella noble húngara sedienta de sangre virgen, a partir de la investigación de una periodista que intenta dilucidar una serie de crímenes espeluznantes .
Ambientada en la Roma moderna, Los vampiros exuda una atmósfera macabra y fantasmal de aires decimonónicos, sumergida en los pasadizos de un castillo plagado de telarañas y sombras amenazantes, fruto de la virtuosa fotografía de un joven Mario Bava (quien parece que concluyó el rodaje cuando Freda decidió abandonarlo abruptamente). La película anticipa del giallo los crímenes seriales, el detective amateur y el trasfondo de la ciudad moderna, con una clara presencia del gótico como elemento dominante que progresivamente sería depurado por algunas de las más emblemáticas obras del terror italiano .
Seis mujeres para el asesino (1964)
Si bien Dario Argento fue el nombre que se convirtió en sinónimo del giallo y sus películas las que le dieron más fama y éxito al género, Mario Bava siempre ha sido el preferido de los entendidos, el nombrado una y otra vez entre los fanáticos, el cultor de una puesta en escena fascinante y personalísima. También fue el primero que dirigió un giallo con todas las letras –o así se lo indica en los libros sobre el género- a partir de La muchacha que sabía demasiado (1962), giro hitchcockiano para una historia de voyeurs y asesinatos. Pero Seis mujeres para un asesino adquiere renombre justamente por conjurar aquel estilo inaugural y todavía a tientas de Bava; es, en definitiva, la obra que cifra la emergencia de una serie de películas con rasgos compartidos: el asesino enmascarado con el arma blanca, la estilización de la comisión del crimen y la estética del asedio en una suntuosa villa italiana. Y es también la que instala la música (en este caso de Carlos Rustichelli) como acompañante perfecto de la ceremonia criminal.
Ambientada en el mundo de la alta costura, le permite a Bava el juego metalingüístico con los maniquíes como falsas víctimas de una pulsión mortuoria. Su relevancia para el género nace también de su condición pionera en la subversión de las motivaciones del crimen –hasta entonces restringido a las pasiones malsanas- y en el uso de la sexualidad como amplio dispositivo para la concreción de la fascinación del espectador y su inconsciente condición de voyeur. Con su pasado como virtuoso director de fotografía, Bava estimuló la maestría visual del cine italiano de género, esquivando la tradicional atención al enigma y desplegando la centralidad estética en el camino recorrido por las imágenes.
El pájaro de las plumas de cristal (1970)
La ópera prima de Argento sirve como un improvisado recorrido por los antecedentes que han nutrido al giallo, desde el cine de Alfred Hitchcock, la extraordinaria Peeping Tom (1960) de Michael Powell, la tradición del kriminalfilm alemán y la exploración italiana de las ansiedades de la burguesía del milagro económico de la mano de Michelangelo Antonioni y otros cineastas de los 60. Sam Dalmas (Tony Musante), escritor americano de paseo por Italia, es testigo de un brutal intento de asesinato mientras camina por las calles de Roma. El espectáculo se ofrece a través de la vidriera de una galería de arte en la que una mujer y su atacante enmascarado se entrelazan ante la desesperada mirada de Dalmas, trágico e inconsciente voyeur. A partir de allí junto con el misterio de un asesino serial que asedia a la ciudad y el deber moral de Dalmas de permanecer para asistir a la torpe policía, se conjura la potente reflexión de Argento sobre la mirada de Dalmas, su confusa condición de inevitable testigo y el opaco diagrama de ese ceremonial que lo ha tenido como espectador.
Gracias a la fotografía de Vittorio Storaro, Argento modela su mundo de colores y contrastes, espejando el crimen y la mirada en una dialéctica oscura y fatal. La estructura anticipa la relación del director con el giallo, centrada en la confección de escenas perfectas y consagratorias antes que en el desarrollo de una narrativa fluida y despejada , y la puesta en escena nutrida del Gran Guiñol y el manierismo hitchcockiano. Argento prueba la fuerza de los rojos para convertir el amor y la sangre en sus dos elementos centrales, forma y contenido como perfecta alianza cromática.
El gato de las nueve colas (1971)
Luego de El pájaro de las plumas de cristal, la segunda entrega de la Trilogía Animal de Argento no tiene gato ni nueve colas. Lo que sí ofrece es la metáfora del enigma en nueve pistas que pueden conducir a un misterioso asesino ligado con un instituto de investigación genética que ha sido vandalizado. La primera pieza del misterio es Karl Arnò (Karl Malden), un veterano periodista ciego a cargo de su pequeña sobrina. Mientras pasea por las calles de Roma con Lori, las voces que concretan un chantaje llaman su atención. Al día siguiente el guardia de seguridad del Instituto Terzi es atacado y un misterioso asaltante escapa del lugar sin botín alguno. Atento a su ventana indiscreta, Arnò se alía con el periodista Carlo Giordani (James Franciscus) para seguir el derrotero de las víctimas y el trasfondo de una misteriosa medicina encargada por el gobierno a la poderosa farmacéutica.
Sin la exuberante puesta en escena de El pájaro de las plumas de cristal, El gato de las nueve colas funciona como un inquietante thriller, con un uso notable del plano subjetivo en el andar del asesino, cuyo rostro siempre se esconde fuera de los límites del encuadre. La presencia de Karl Malden y Catherine Spaak revelan el cruce de estrellas de uno y otro lado del Atlántico que ensayó el giallo, un poco en la misma sintonía del spaghetti western que había forjado su star system sobre viejas glorias de Hollywood y algunos hallazgos provenientes de la televisión. Sombría y más cercana a los territorios oscuros del terror clásico, la película empuja la iconografía a un período de estabilidad, que luego Argento se atrevería a desafiar en sus obras más maduras.
Suspiria (1977)
Convertida en uno de los íconos de la obra de Argento, Suspiria se aparta del territorio del giallo para incorporar en su cosmovisión elementos del terror sobrenatural. Suzy Bannion (Jessica Harper), una tímida estudiante de danza, llega en medio de una temible tempestad a la academia de baile donde deberá permanecer como bajo el embrujo de una pesadilla. Argento expande su exquisita y alambicada escenificación de los crímenes a la gestación de una atmósfera inquietante y de aires macabros. Pero lo que explora a partir de una serie de crímenes brutales son esas fronteras esquivas entre lo real del mundo y la mirada de sus ingenuos espectadores. Como antes otros inesperados testigos de un crimen o una conspiración, Suzy intenta recordar mensajes impropios que parece haber perdido en su memoria. Solo recordarlos sería quizás la clave para resolver el intrincado rompecabezas que la ha atrapado.
Nuevamente Argento, aún en las refundadas fronteras del género, se consagra como uno de los maestros de su iconografía, desplegada en tonos rojos y embriagantes –fruto de su colaboración con Luciano Tovoli, quien luego fotografió Tenebre (1982)-, una tempestad creciente que define clima y estado de ánimo de los personajes, al mismo tiempo que el enrarecimiento de la trama conduce a las puertas de la verdad y la hecatombe final. Si Rojo profundo es considerada su obra maestra, Suspiria fue la película que lo impulsó a la consagración internacional, aquella revistada hace unos años por su coterráneo Luca Guadagnino, la misma que alimentó los mejores exponentes del terror de los 80.