La Academia lo premió y él renegó: la historia del Óscar menos deseado de Hollywood
En 2023 se celebra la 95 edición de los premios Óscar. En otras palabras, Hollywood lleva casi un siglo auto celebrándose, tirando la casa por la ventana en la fiesta anual que los eleva a un plano superior. Porque vivimos en el mismo planeta pero, esa noche, todos los nominados son estrellas que brillan a millones de años luz y nosotros, los simples mortales, caemos rendidos ante tanto brillo, glamur y pasión por el cine. Es la noche soñada por todos los que sueñan ser artistas. Es el reconocimiento definitivo del séptimo arte.Y aun así hubo un actor que nunca quiso saber nada.
No solo no quiso saber nada de la Academia y sus premios, sino que renegó de las nominaciones que le dieron, jamás asistió a las ceremonias y hasta rechazó el galardón cuando lo ganó hace más de 50 años. Es más, describió públicamente a los Óscar como “un m*ldito desfile de carne”.
Este renegado fue George C. Scott, uno de los actores más aclamados de su generación, consagrado en cine, teatro y televisión. Un hombre con una presencia que jamás pasaba desapercibida en pantalla, dueño de personajes emblemáticos del séptimo arte por la autoridad y complejidad que transmitían. Desde el duro fiscal de Anatomía de un asesinato (1959), al general satírico en Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (1964) o el gran tour de force de su carrera, el biopic bélico Patton (1970), entre muchos más. Sin embargo, entre los elogios, las buenas críticas y los diferentes premios que fue recibiendo a lo largo de su carrera, habitaba un actor que no jugaba las reglas de Hollywood.
Lo nominaron por primera vez al Óscar a Mejor actor secundario en 1960 por Anatomía de un asesinato. Pero no asistió a la ceremonia. Lo volvieron a nominar dos años más tarde en la misma categoría por el romance deportivo El audaz y esa vez reaccionó enviando un telegrama a la Academia declinando la nominación. La candidatura se mantuvo, nadie lo reemplazó y el premio fue para George Chakiris por Amor sin barreras.
Pero la Academia no atendió a sus peticiones y lo nominó de nuevo en 1971 por su magnífica interpretación del general George Patton en Patton. Esta vez al premio máximo a Mejor actor. Y otra vez George C. Scott hizo saberles lo que pensaba. Envió otro telegrama a la Academia, siendo más claro que nunca: “Les solicito respetuosamente que retiren mi nombre de la lista de nominados. Mi solicitud no tiene la intención de denigrar a mis colegas. Además, por peculiar que parezca, no pretendo ofender a la Academia. Simplemente no deseo estar involucrado" sentenciaba en el telegrama (Fuente: Time).
Fue educado pero directo. No pretendía ofender a nadie pero las nominaciones le ofendían a nivel personal, porque no quería ser comparado con otros compañeros de profesión, poniendo a merced de la industria la selección del mejor de todos. No obstante, a la Academia no le importó lo que quisiera, pensara u opinara del circo mediáticos de los premios que celebra. La nominación se mantuvo y, sin atender a su petición, los votantes lo eligieron ganador. No en vano era el favorito de aquel año con una interpretación arrolladora como el General Patton, donde personaje y actor unían sus personalidades en un torbellino dramático que arrasaba a su paso.
Evidentemente no se presentó a la ceremonia y cuando una jovencísima Goldie Hawn vio su nombre al abrir el sobre, solo pudo decir ‘ay, Dios mío’. Era el favorito pero también el actor que no quería formar parte del proceso, no quería competir ni que lo eligieran. El productor de la película, Frank McCarthy, aceptó el galardón en su lugar, incluso yendo en contra de su propio protagonista al agradecer el premio y decir que la Academia había demostrado “la buena organización” que era al elegir a la gran actuación de Scott. Pero todos prácticamente estaban mirando hacia otro lado. El merecedor de ese premio no lo quería y, por ende, el productor lo devolvió a la Academia el día siguiente (Entertainment.ie).
A Scott no le hizo nada de gracia y se aseguró de que el mundo y la Academia supieran lo que pensaba. Dijo públicamente que la política que rodea a los premios era "degradante", describiendo a la ceremonia como "un desfile de carne de dos horas" (Fuente: BBC).
Es más, el estrellato le incomodaba y en una ocasión admitió la razón filosófica y existencialista que lo mantenía alejado de los premios y el circo mediático. "No hay duda de que el reconocimiento te emociona. Pero luego, cuando te das cuenta de que lo estás disfrutando, aparece el desprecio hacia ti mismo” sentenció.
Su rechazo fue tal que posó con un Óscar en miniatura poniendo una cara que dejó clara su postura para la posteridad.
Nacido el 18 de octubre de 1927, George C. Scott desarrolló su pasión por el arte dramático después de cumplir la mayoría de edad. Creció con su padre, un topógrafo de minas, tras perder a su madre cuando tenía 8 años. Se enlistó en los marines en 1945, pasando cuatro años enterrando cuerpos en el Cementerio de Arlington en Washington. Una época que, como recordó en alguna ocasión, lo llevó a caer en el alcohol como vía de escape. Al ser dado de baja de la Infantería de Marina, ingresó en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Missouri donde, finalmente, encontró su lugar: en el club de teatro de la universidad. "En el momento en que subí al escenario, supe que esto era lo que tenía que hacer" dijo, según su obituario de la BBC.
Dejó sus estudios y se centró de lleno en su nueva pasión, saltando entre Broadway y Hollywood a lo largo de toda su carrera mientras iba perfilando su talento y posición en el negocio. El único premio que aceptó fue el del Círculo de Críticos de Nueva York que, según su tercera esposa, Colleen Dewhurst, era “el único premio de cine que George piensa que merece la pena” (The Oscars, por Anthony Holden). Y a pesar de advertir a la Academia de su rechazo, lo volvieron a nominar por cuarta ocasión en 1972 por Anatomía de un hospital. Como si la organización hubiera preferido mirar hacia otro e imponer su función nominando a las interpretaciones más celebradas del año que sucumbir a los deseos del actor.
De todos modos, George S. Scott no fue el único que rechazó el Óscar. El primero fue el guionista Dudley Nichols que en 1935 estaba nominado al premio a Mejor guion por El delator, una de las películas más aclamadas de aquel año. Y si bien John Ford ganó el premio a Mejor Director, Nichols se negó a aceptar su victoria debido a la huelga de guionistas que sacudía Hollywood en aquel momento. Según cuenta la historia, lo habría aceptado tres años más tarde después de que la disputa con el sindicato se solventara. Después de aquello, Nichols fue elegido presidente del Sindicato de escritores de América.
Marlon Brando es el caso más conocido de los tres (solo tres personas han rechazado el Óscar en los 95 años de historia de la Academia). El actor ganó el premio por El padrino pero no se presentó a la ceremonia, sino que envió a Sacheen Littlefeather en su lugar en protesta por el retrato de los nativos americanos en el cine y el asedio ocurrido en Wounded Knee. El momento fue uno de los bochornos históricos de la Academia por el desinterés demostrado hacia la activista y su discurso, teniendo que improvisar cuando le negaron que leyera las 15 páginas que llevaba en su mano. Pero también por el desdén y burlas que la representante tuvo que soportar el resto de su vida tras aquella situación. Mientras Brando nunca salió en su defensa, la conversación general siempre puso en duda su linaje indígena.
La Academia se disculpó con ella en agosto de 2022, casi 50 años después, pero Sacheen Littlefeather no vivió tiempo suficiente como para disfrutar del borrón y cuenta nueva. Falleció dos meses más tarde como consecuencia del cáncer de mama que padecía.
Roger Moore terminó levándose la estatuilla a casa hasta que guardias de seguridad de la Academia se presentaron en su casa para recuperarla.
Finalmente, George C. Scott fue estrella de Broadway y actor mimado por la crítica. Siguió trabajando hasta su muerte a los 71 años en 1999 por la rotura de un aneurisma de la aorta abdominal, y nunca renegó públicamente de su decisión. No quiso formar parte del desfile de estrellas, de la noche de los autoelogios y la competencia artística, quedándose cómodamente en casa como si no pasara nada.
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